La vida extrema Olga Bernad Editorial Universidad Alcalá Colección de luz, piedra y espejo Alcalá de Henares, Madrid, 2022 |
GRIETAS DE LUZ
Sin ninguna apoyatura prologal, salvo dos citas de Jorge Martínez y Al Mutanabbi, La vida extrema sugiere en su rótulo el carácter nuclear de una escritura frente a la ventana, que proyecta el deseo de hilvanar la esencia del discurrir existencial. Desde un lenguaje nítido y contenido, que abre en la materia del lenguaje una incisión en lo paradójico, se asienta la evocación como atinada valoración del instante en medio de la luz. Las palabras iluminan por dentro. Al cabo, para Olga Bernad el sujeto poético incide en el desgaste horizontal del tránsito hecho anclaje de grietas y erosiones y en el desdoblamiento de quien se pregunta, en un inacabable soliloquio que enlaza el pasado con el ahora.
La realidad se niega, nace para morir; necesita las formas ornamentales de la imaginación. Esos no lugares tangibles y transparentes que nadie recorre pero que se muestran al sol de las palabras o en las tinieblas de la conciencia para conjurar la ceniza creciendo y preservar la vida agazapada en el silencio. Qué hondura fértil en los versos de “Lo que no está escrito”: “La vida agazapada, / lo que nunca está escrito. / Y ni siquiera yo sé sentir. / Quizá esa pena dulce que es más bien / ternura por las cosas / que pretendí guardar y convertí / en historias, quién sabe para qué.”
Los poemas no ocultan las horas oscuras, la intemperie de quien fue expulsado de cualquier paraíso. La niñez queda lejos y parece vacía de sentido, pero, tras las grietas del día, se percibe una hondura fértil en la que se cobija “un vuelo suave, preñado de promesas”. En el interior de las palabras renacen también los pasos de la ausencia, como un rumor sentimental que zarandea para seguir aquí. Así sucede en el poema “De tu muerte”, un ajustado homenaje al padre y un alegato contra el olvido que nunca borrará el pasar mudable del tiempo compartido. Lo que fue retorna, compone dentro itinerarios concéntricos, es fruta hendida que contiene la pulpa vivencial de la experiencia y la claridad sensible del retorno: “El miedo y la esperanza devoran el presente. / Nos lanzan al inmenso castigo del futuro, / a ese sitio improbable donde nadie ha vivido, / a ese enigma que huye mientras nos acercamos / como si fuera niebla”. Esa sensación de incertidumbre es clave iluminadora, casi un motivo básico del sujeto poético para aguantar a pie firme la vigilia; ese estar en horas solitarias midiendo el paso de abatidas verdades.
Se advierte de inmediato el impulso germinal de la memoria. Quien se mira es depositario de un transitorio bagaje de espejismos y sueños, de una precaria cuenta de resultados: “cada descubrimiento es una nueva / pregunta y una nueva despedida / de una certeza frágil que soñamos. Y a eso lo llamaron experiencia, / con esto construyeron / doctrinas, libros, mapas y ciudades. “
De la pared del tiempo se van descolgando esos fragmentos mínimos compartidos. Una sucesión de vivencias que persevera y deja su lección vital, como si fuesen manos que sostienen, rastros de entusiasmo que dan raíces a los días marcados por la desposesión. En los pasos últimos del poemario, la composición “El beso de King Kong” alcanza un excelente nivel expresivo parodiando una de los hilos argumentales más celebrados del cine. El amor como puente que une a la bella y la bestia. Olga Bernad remoza el argumento y encuentra una maravillosa variación argumental que llega con fuerza de mediodía a las pupilas del lector.
La vida extrema, tras el libro Elogio del instante de José Manuel Lucía Mejías, inaugura la colección poética De luz, piedra y espejo, impulsada por la Universidad de Alcalá de Henares, dirigida por el profesor y excelente poeta Francisco José Martínez Morán. El significativo título conforma una breve meditación sobre la naturaleza solitaria y crepuscular del yo poético. Muestra la desoladora contingencia del devenir en un fragmentado soliloquio introspectivo que sirve para mostrar la aridez de los paisajes interiores. Olga Bernad hace del poema una mirada íntima, esclarecida por la belleza y el conocimiento; prende en las palabras un rescoldo adormecido capaz de recorrer las calles de sombra: “La vida nunca pide explicaciones / ni las dará jamás, pero no miente. / Ni juzga ni perdona, no lo olvides: / estás donde elegiste. / Y el mar mece cadáveres y flores”.
JOSÉ LUIS MORANTE
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