De cuánta noche cabe en un espejo Jorge Pérez Cebrián Premio de poesía Arcipreste de Hita Editorial Pre-Textos Valencia, 2022 |
MIRADAS
Estudiante
de Filosofía, gestor cultural y poeta con dos entregas en la mesa de novedades,
La voz sobre las aguas (Valparaíso,
2019) y La lumbre del barquero (Olé
Libros, 2021), Jorge Pérez Cebrián (Requena, 1996) consiguió el Premio de poesía Arcipreste de
Hita con su tercer trabajo De cuánta
noche cabe en un espejo, que se incorpora al imprescindible camino editorial
de Pre-Textos.
La poesía, más allá de lo metalingüístico, comienza allí donde germinan las preguntas esenciales de la identidad y su imaginería ontológica; y esa aseveración, con cierto aire de solemnidad pero centrada en el epitelio humano y existencial del lenguaje, bucea en la sensibilidad de esta arquitectura verbal. El hablante lírico rastrea los estratos que configuran el devenir, donde abre trayecto la celebración del cuerpo, el tacto de la carne y su vuelo de sensaciones. Con ellos, esos perfiles diluidos entre sombras que propagan las cosas más cercanas para asumir las formas mudables de “todo aquello que cabe en los espejos”.
No pasa inadvertido para el lector el empeño de Jorge Pérez Cebrián por limitar el enunciado confidencial explícito y su carácter figurativo para buscar sitio a una dicción cuidada y luminosa, que opta por envolver lo anecdótico en un tejido de imágenes. También es una presencia fuerte en el marco asentado del poema el espacio semántico; la conciencia de lo transitorio y su estela de mutaciones y silencios alumbrando cavilaciones: “Porque eso será todo lo que quede, / los bordes diluidos del recuerdo, / la nostalgia: / las formas inexactas de la vida”.
Aunque prevalece el poema breve y confidencial, que enlaza la palabra del protagonista lírico con los contraluces de la memoria, hay composiciones que exploran otros parámetros formales; así sucede en el texto “Una ventana en tres actos” que alude a la puesta en escena de una representación que conforma un soliloquio entre pasado y presente. La acotación teatral suelta el hilo argumental: (Un hombre solo entra en el cuarto. Abre / la ventana. Se sienta. / La sombra crece en las paredes grises / y el cuarto está sembrado de mañana)”. Con tales pertrechos se hace centro la circunvalación introspectiva para indagar el paso leve de lo transitorio. Las horas marcan una actitud de espera. El tacto adormecido de las cosas cotidianas simula la profundidad de una ilusión, moldea un espejismo que busca sitio en la percepción.
De cuánta noche cabe en un espejo postula un camino interior, de regreso a una memoria que condensa el pasado. Buscar las huellas marcadas en el polvo del tiempo es un modo de exorcizar la rutina. En este desandar afectivo, el poeta emplea referentes culturales (Véase el poema “Calícrates concibe el Partenón”) para explorar el azaroso deambular del destino y el aceptar sumiso de la incertidumbre. La conciencia en el fluir de su orfandad explora ese desorden callado del peregrinaje vital, como si fuera un sueño diluido que se disgrega en el ahora.
La creación lírica de Jorge Pérez Cebrián teje fronteras entre la textura emocional del yo y el largo viaje dubitativo del pensamiento por incertidumbres y decepciones. En ella cobra relieve el camino gris de la memoria y la fragilidad de nuestro rastro. “Solo es nuestro aquello que no estamos a salvo de perder”. Y en este despojamiento, las palabras caminan. Forjan raíces en el suelo intacto del idioma, entreabren la pupila para abolir el gris de la ceniza.
La poesía, más allá de lo metalingüístico, comienza allí donde germinan las preguntas esenciales de la identidad y su imaginería ontológica; y esa aseveración, con cierto aire de solemnidad pero centrada en el epitelio humano y existencial del lenguaje, bucea en la sensibilidad de esta arquitectura verbal. El hablante lírico rastrea los estratos que configuran el devenir, donde abre trayecto la celebración del cuerpo, el tacto de la carne y su vuelo de sensaciones. Con ellos, esos perfiles diluidos entre sombras que propagan las cosas más cercanas para asumir las formas mudables de “todo aquello que cabe en los espejos”.
No pasa inadvertido para el lector el empeño de Jorge Pérez Cebrián por limitar el enunciado confidencial explícito y su carácter figurativo para buscar sitio a una dicción cuidada y luminosa, que opta por envolver lo anecdótico en un tejido de imágenes. También es una presencia fuerte en el marco asentado del poema el espacio semántico; la conciencia de lo transitorio y su estela de mutaciones y silencios alumbrando cavilaciones: “Porque eso será todo lo que quede, / los bordes diluidos del recuerdo, / la nostalgia: / las formas inexactas de la vida”.
Aunque prevalece el poema breve y confidencial, que enlaza la palabra del protagonista lírico con los contraluces de la memoria, hay composiciones que exploran otros parámetros formales; así sucede en el texto “Una ventana en tres actos” que alude a la puesta en escena de una representación que conforma un soliloquio entre pasado y presente. La acotación teatral suelta el hilo argumental: (Un hombre solo entra en el cuarto. Abre / la ventana. Se sienta. / La sombra crece en las paredes grises / y el cuarto está sembrado de mañana)”. Con tales pertrechos se hace centro la circunvalación introspectiva para indagar el paso leve de lo transitorio. Las horas marcan una actitud de espera. El tacto adormecido de las cosas cotidianas simula la profundidad de una ilusión, moldea un espejismo que busca sitio en la percepción.
De cuánta noche cabe en un espejo postula un camino interior, de regreso a una memoria que condensa el pasado. Buscar las huellas marcadas en el polvo del tiempo es un modo de exorcizar la rutina. En este desandar afectivo, el poeta emplea referentes culturales (Véase el poema “Calícrates concibe el Partenón”) para explorar el azaroso deambular del destino y el aceptar sumiso de la incertidumbre. La conciencia en el fluir de su orfandad explora ese desorden callado del peregrinaje vital, como si fuera un sueño diluido que se disgrega en el ahora.
La creación lírica de Jorge Pérez Cebrián teje fronteras entre la textura emocional del yo y el largo viaje dubitativo del pensamiento por incertidumbres y decepciones. En ella cobra relieve el camino gris de la memoria y la fragilidad de nuestro rastro. “Solo es nuestro aquello que no estamos a salvo de perder”. Y en este despojamiento, las palabras caminan. Forjan raíces en el suelo intacto del idioma, entreabren la pupila para abolir el gris de la ceniza.
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