Equívocos Árboles Caligrafías Personas David Delfín Prólogo de Jesús Aguado Epílogo de Agustín Fernández Mallo Editorial Maclein y Parker Colección Mirto / Poesía Dos Hermanas, Sevilla, 2022 |
DESPLAZAMIENTO
CONTINUO
La diligente cartografía de Jesús Aguado, poeta, traductor, ensayista y editor, anuda al libro un bello texto fragmentado, “De la fragilidad. Siete aproximaciones a David Delfín”, donde multiplica hilos de luz en el empeño de seguir indicios de sentido, signos y rastros, para apuntar la siguiente sensación lectora sobre la entrega: “Una escritura (como esta de Equívocos Árboles Caligrafías Personas) que no produce enunciados ni mensajes, sino energías, atmósferas, anfractuosidades, indeterminaciones, sesgos, roturas. Una escritura porosa, contrabandista. Una escritura que, cuando está a punto de llegar a una conclusión (a establecer un silogismo, a apuntar y apuntalar una idea central, a subrayar una ley universal o particular), cambia el paso, es decir, nos coge con el paso cambiado…”
El autor suma a este umbral un mínimo preámbulo, hecho “instinto y razón
de armonizar” y dos sólidas citas de Juan Ramón Jiménez y Jorge Luis Borges,
que predisponen al itinerario sin brújula, a ese núcleo de tanteo que
entrelazan onirismo y realidad en sus zonas de intersección, cuando la realidad
transciende límites y convierte lo onírico en habitación con vistas.
La
obra descubre su esquema argumental en la yuxtaposición de estos cuatro
nombres, correspondientes a cada uno de los conjuntos integrados. ”Equívocos”
comienza como una crónica de espacios, vivencias y recuerdos simultáneos y sin
conexión, llegados como referentes germinales. Aluden a mínimos recuerdos fragmentados,
acaso perdidos en los repliegues de la memoria. De este modo, el devenir parece
una burbuja repleta de ilusiones ópticas que transforma al sujeto en un afanoso
espectador, zarandeado por paradojas y equívocos.
El tramo “Árboles” indaga sobre el cumplido horizonte lector, pero
también sobre la textura caótica de un entorno que se empeña, con esfuerzo
fallido, en restaurar ideales y sueños. De nuevo se impone una desbordante
imaginación lingüística que acumula rastros y teselas, no con el propósito de
concluir ningún mosaico sino de empapar el lenguaje de asuntos, sin ataduras
visibles, como manchas o fotogramas aleatorios.
La sección “Caligrafías” parece elegir un
núcleo metaliterario como impulso expresivo. Recurre a la sombra creadora de
Antonio Muñoz Quintana y a una fecha emblemática en el calendario del libro:
1984, cuando Julio Cortázar fallece en Paris y es enterrado en el cementerio de
Montmartre, veintidós años después de que publicara su novela cumbre Rayuela y pusiera en pie la historia de
amor entre Oliveira y la Maga, en un París de encuentros y jazz. Es también el
año que Orwell elige para dibujar un futuro distópico, deshumanizado y asentado
en una áspera fragilidad.
La tinta china del último apartado “Personas” ratifica el fondo
semántico de sombras. Quien asocia la claridad poética con el convencionalismo
dogmático del BOE, y el unamuniano abrazo de siente el pensamiento y piensa el
sentimiento con una proclama futbolera, conecta la escritura con una nueva
máquina de coplas capaz de producir “lírica en piel, piel en máscara, máscara
cuando todo es ficción, ficción en personas, persona; érase una vez dioses”.
El
libro añade también una coda reflexiva firmada por el escritor Agustín
Fernández Mallo, un ensayista proclive a los cuestionamientos múltiples y a
rastrear las partes sueltas del mundo y sus flujos secretos y define la metáfora como
radical mecanismo de construcción del mundo: “Porque eso es lo que hace esta
poesía: fundar un verdadero cosmos, dotado de su inicio, su evolución, sus
sorprendentes leyes, sus extraños azares, sus nuevas clasificaciones y su
imaginativo inventario”. El
recorrido creador de Equívocos Árboles
Caligrafías Personas establece un callejero sin plano. Al modo de Julio
Cortázar y el mágico laberinto de Rayuela,
y de los desplazamientos con el paso cambiado de J. Joyce, Ezra Pound, Rafael
Pérez Estrada o el admirado Muñoz Quintana, David Delfín alza deconstrucciones, recorridos babélicos, espacios para
cronopios y márgenes, acantilados y cornisas que hacen de su sentido final un
proceso de conocimiento fallido, una posibilidad, un derrumbe, un continuo
descreer que la realidad tiene un orden.
El caos redacta sus propias leyes naturales y para descubrir las ramificaciones
de sus células, moléculas y tejidos no necesita mapas. Solo las palabras en
vuelo con libertad de elegir su raíz, la captación discreta del entorno desde
la imaginación, la frágil evidencia de unir
lo disímil. Poesía conceptual, que busca otra dimensión al entorno con luz de
las palabras, ese lugar que afirma que el mundo no está fuera sino en la
rendija, casi a punto de ser.
JOSÉ LUIS MORANTE
Muchas gracias, maestro. David Delfín
ResponderEliminarQuerido David, gracias a ti por esos itinerarios de gozo lector que deja tu poesía; nada más grato que desbrozar lo evidente, que saber que el poema empieza en lo que no... Fuerte abrazo y ojalá mi lectura te haya gustado.
EliminarClaro que sí, tu lectura no solo es personal, también es transferible.
ResponderEliminarGracias de nuevo y enhorabuena por esa fuerza expresiva de tus poemas; siempre invitan a la relectura. Fuerte abrazo.
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