La silla vacía Juan Antonio Mora Editorial Corona del Sur Colección Almud Literario Málaga, 2022 |
PELDAÑOS
Los últimos años de Juan Antonio Mora Ruano (Andújar, 1950) desmienten
cualquier conformidad literaria; evidencian una incansable fertilidad creadora.
Conforman una etapa en la que han salido entregas referenciales del poeta e
impulsor durante muchos años de la revista La
hamaca de lona, como el balance La
alegría del aire (2019), selección del trayecto prologada por la
complicidad lectora del poeta y ensayista, Alberto García-Teresa y un poemario
de altura, Nubes, enriquecido por la
palabra sabia del artista multiplidiscipinar y excelente poeta Juan Carlos
Mestre. En ambos trabajos busca sitio el mismo empeño estético, una fuerza
creadora el que aborda la subjetividad del yo como apretura hacia el otro. El
afán literario es una forma de existir, una manera de adaptarse al contexto y
sus circunstancias cambiantes desde una conciencia crítica. La sensibilidad
poética deja escuchar su latido a través de un sondear profundo e
introspectivo. Lejos de cualquier esteticismo, las palabras configuran
coordenadas para el refugio y la compañía; son lumbre encendida frente a la
intemperie. O como subraya con sosegada certeza en su prólogo Alfredo Ybarra:
“En La silla vacía encontramos a Juan
Antonio Mora buscando la verdad de sus palabras, de sus versos, revisando su
vida, buscando su propia verdad, doliéndose siempre desde el aliento del verso.
Porque las palabras cuando están cargadas de su autenticidad son la puerta que
da paso a la plenitud”.
La estela creadora derrama en el umbral un amplio abanico de reflexiones
en boca de Cioran, Walter Benjamin, Fernando Pessoa, Juan Carlos Mestre, Jorge
Riechmann y José Luis Morante. Todos comparten esquirlas pensativas que unen
pensamiento y poesía; saben que el arte ha de conmover y que los poemas nunca
son neutrales y conmocionan a quien les abre ventanas interiores. Como
advirtiera Miguel de Unamuno las palabras nos salvan, entrelazan sentimientos y
pensamientos, alzan vuelo a la exploración de una tierra de nadie en la que se
define la voluntad de ser, el compromiso cívico del yo con la realidad, desde
donde aflora siempre el horizonte de las pérdidas.
Por eso en La silla vacía –qué
hermosa manera de definir la ausencia- están íntimamente entrelazados el
recorrido existencial y la fuerza del lenguaje para dar un sesgo de vida a lo
transitorio. Nace así un deseo de transcender lo perecedero, de buscar el
significado de esos grandes conceptos que someten al fluir de la conciencia a
una continua lucha contra el tiempo. Juan Antonio Mora no ha cambiado en
absoluto su forma de decir las cosas; ama el despojamiento y la desnudez, el
tono íntimo de la confidencia. La tristeza parece imponerse sobre lo cotidiano
y apagar los colores diarios, con su cadencia inesperada. Llena al yo poético,
sumido en una estela de soledad y grisura.
Empeñado en entenderse a sí mismo, todo empuja al hombre a una larga
búsqueda de sentido y de asumir el propio destino personal; un destino que es
también el destino de todos porque en cada uno de nuestros bolsillos perdura
una revolución pendiente. El marcado deambular del desasosiego recorre la zona
umbría del paso del tiempo, el desgaste físico que cada vez más aflora desde la
zanja abierta del espejo; y el cúmulo de ausencias que la muerte convierte en
lejanía y olvido, creando una intensa desolación interior: “Hoy, en esta tarde
ociosa, / yo, esencialmente vivo, / me
pregunto qué será / de mis amigos muertos / Luis, Javier, Tomás, Eladio, / dónde
habitarán sus almas / en este hastío sereno / en esta quimera absurda / en el
ocaso del pensamiento moderno”:
La
palabra en el tiempo del sujeto verbal sufre también la inclemencia de la
historia, esas sombras tenebrosas que han marcado itinerarios colectivos
convirtiendo cada ciudad, como escribiera Dámaso Alonso, en las irrepetibles
páginas de Hijos de la ira, en una
inacabable fosa colectivo. Por eso es preciso recordar, alzar el dedo y
denunciar, pronunciar como Zola el yo acuso para que algún día sea posible la
luz de la esperanza., para que los temas que causan dolor se sienten a dormir
su largo sueño en el arcón de la memoria y podamos volver a la evocación y la
elegía, a aquel hermoso sueño de pureza e ideales que guardaba la infancia.
Juan Antonio Mora muestra en los poemas de La silla vacía las cicatrices de lo
vivido; su generación pertenece a un tiempo marcado por la guerra civil y por
aquella línea siniestra entre vencedores y vencidos. Por eso, en este puente de
palabras y vida, que crean sus versos despojados hay dolor, el dolor abierto de la injusticia,
la decepción ante un mundo de sombras que ha perdido sus columnas éticas. Y en ese caminar hacia la última costa cada
gesto adquiere un claro perfil ético, el paisaje limpio de la coherencia, la
firmeza de ser poeta sin estridencias contra sí mismo y contra el tiempo.
JOSÉ LUIS MORANTE
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