Algo te queda Abel Santos Ediciones Vitruvio Colección Baños del Carmen Madrid, 2022 |
LA VIDA A SECAS
En
poesía no hay dogmas. Cada escritor elige su propio modelo compositivo y moldea
con palabras el hablante propicio que protagoniza los estratos argumentales.
Quien escribe escenifica un proceso en el transitar, un camino por donde dibuja itinerarios la vida a secas. Nace así una apuesta lírica de lo contingente. En
ella se van asentando las pisadas disueltas en las aceras de la realidad, con
la firme voluntad de compartir experiencia e incertidumbre, la cera derretida que alumbra lo
diario. Abel Santos (Barcelona, 1976), desde la amanecida de su escritura, allá
por el cierre de los años noventa con el libro Esencia, en el colmado trayecto que componen las entregas El lado opuesto del viento, Todo descansa sobre la superficie, Jass y otros títulos representados en Antología poética 1998-2014, reflexiona sobre la relación entre discurso lírico y las secuencias biográficas. Y logra en cada libro una expresión sencilla y natural, asentada en el borde de la prosa. Allí, las diversas
hendiduras del discurrir afloran y reclaman un banco propio en el sedentario
parque del poema.
El amor ha sido uno de los temas centrales del poeta y así queda
constancia en El camino de Angi (2020), una entrega con prólogo de Ángi Expósito,
poeta y compañera sentimental de Abel, que conoce mejor que nadie este diario
amoroso. Aquí se describen los momentos de una historia de piel y
pensamiento, desde el primer encuentro y la deslumbrante cercanía hasta la
plenitud del amor, cuando aquella dulce muchacha se convierte en la presencia
firme que da sentido a la existencia. Juntos toman asiento en el tren del
futuro, comparten con intensidad y romanticismo los abrazos y decepciones y viven
la mejor versión de la convivencia con la llegada del hijo. El amor anda entre
la rutina y la nostalgia, mira la luz de
una canción nupcial y las sombras de los malos momentos. Todo cabe en ese
diario fiel que componen los poemas de El
camino de Angi. Desde la aurora hasta los días cansados, porque
en cada línea del libro solo suena una voz: la del enamorado que mantiene a
resguardo el primer borrador de un sueño.
En la salida Algo te queda Abel Santos asume la condición temporalista de los
sentimientos y ratifica un hermoso aserto de Blanca Varela: cada pensamiento se
asoma a diario a “la detestable condición de lo efímero”. Con esa certeza, da
cuerpo a una lírica narrativa que tiene como brújula la ruptura de la
convivencia de pareja. El dolor se asienta en el patio interior de la identidad
porque el ventanal del tiempo muestra un copioso inventario de pérdidas: el
amor, un hogar, el trabajo, la ternura del hijo, la fiel presencia del perro…
Cosas casi inadvertidas, en apariencia de poco valor, pero que llenaban el
ambiente con la hondura y extrañeza de una rutina volandera. Todo de pronto se
arrincona y se pierde en el desaliñado trastero de la memoria.
En los poemas de Algo te queda la
soledad bifurca sus itinerarios, mientras el yo poético, como un náufrago que
nada a solas al vaivén feroz de la corriente, se empeña en salir de la nada, en
construir y crear con las pocas fuerzas que quedan todavía. Las palabras animan
a seguir, buscan los sitios donde hay luz y esperanza; así sucede con
la presencia del hijo, condenado a perder demasiado pronto el ambiente apacible
de la casa común y a sentir el despojamiento. Los versos dan cauce a
reflexiones y apuntes de diario con un lenguaje que jamás confunde emoción y
léxico pretencioso, hondura y divagación ensayística. La esperanza vuelve los
ojos al pasado para saber dónde se asienta ahora el mediodía y qué ilusiones
consiguieron encontrar meta y camino. Se trata de sobrevivir, como aquellos
viejos existencialistas que buscaban la felicidad y la coherencia de ser fieles
a sí mismo bajo los adoquines. Hay que mirar hacia atrás solo lo justo, para
sentir que muchas veces un estar sereno y cómplice estuvo al alcance de la
mano.
La selección compendia poemas que añaden al lenguaje de la confidencia
los habituales compañeros de viaje que han puesto su escasa luz entre las manos
de lo diario. Entre ellos dos camaradas indeclinables: la poesía y la música.
La poesía estuvo allí como una forma de felicidad que preserva lo vivido: el
despertar del amor, los recuerdos familiares, los paréntesis callados de una dicha
habitable y la posibilidad de una salida de emergencia capaz de superar la
decepción. La otra pared fuerte del poeta es la música: el jazz y el blues,
géneros que aglutinan composiciones y acordes que dejan en la soledad un
pentagrama de vida y compañía.
La intimidad es la textura que mejor explica que el arte es vida y la
escritura es el trazo leve de un pulso autobiográfico; el viaje interior del
pensamiento muestra un misterio velado que habita en las paredes del yo: Se
trata de “Escuchar, / preguntar, y volver / a escuchar. / Y luego, naturalmente
escribes”. Es la mejor manera de caminar
solo por la ciudad, recordando los andenes que ocuparon el amor y el deseo, la
belleza y la complicidad del abrazo. Nace así un arte poética que deja en lo
vivido una vocación de permanencia, de épica sin héroes, que acepta con
entereza esos tonos diversos que dibujan en el ánimo el patetismo y la
desolación, las erosiones de la soledad. En los poemas de Algo te queda escribe con caligrafía estoica la actitud reflexiva de
una voz hipersensible. En ella habita la certeza de que en el espacio en ruinas del amor algo queda; y es necesario
cerrar las cicatrices, buscar los mismos pasos del regreso en medio del invierno. Sembrar en las entrañas del recuerdo una manera de empezar de nuevo.
JOSÉ LUIS MORANTE
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