Espejismo (y otros relatos) Susana Benet Editorial Renacimiento Espuela de Plata. Narrativa Sevilla, 2022 |
CONTRA EL TEDIO
Susana Benet (Valencia, 1950) abre nueva senda
en su pulsión literaria con Espejismo (y
otros relatos), una panorámica de doce cuentos breves. Todos sus libros
anteriores, Faro del Bosque, Lluvia menuda, Huellas de escarabajo, La
Durmiente, La enredadera, Grillos y luna y Don de la noche, impulsaban una perseverante dedicación a la poesía
como único género. En ese esfuerzo creador, el haiku se define como estrategia
expresiva esencial; ratifica una delicada sensibilidad, capaz de recrear las
relaciones dialécticas entre sujeto y entorno natural mediante una escritura concisa, emotiva y abierta al propósito comunicativo. El acento de Susana
Benet ahonda en la mirada introspectiva y la percepción, y aloja en sus hilos
argumentales el singular misterio de lo cotidiano.
El volumen Espejismo (y otros relatos) arranca con un breve liminar donde la autora reflexiona sobre la perspectiva personal como vocación sostenida en el tiempo. El taller fue forjándose desde el minimalismo discreto de la estrofa japonesa, para volar más lejos con el poema más extenso y, finalmente, buscar sitio también en la ficción en prosa. Así han nacido estos cuentos, escritos entre 2004 y 2020, que amanecieron en revistas y antologías, o que permanecieron inéditos hasta la concepción del presente balance narrativo. Las historias breves apuntan una variada gama de situaciones vitales. En su diversidad, conviven el desconcierto diario, la inquietud existencial y la incertidumbre generada por el entrelazado relacional donde discurre la convivencia con los demás. Desde esta disposición de ánimo nacen los textos de Espejismo (y otros relatos) que apuntan afinidades lectoras con Patricia Higsmith, Raymon Carver, Roal Dalhl, Anna Kavan, Natalia Ginzburg, Dorothy Parker y F. Kafka. Son lecturas de cabecera que zarandean la imaginación y se unen a las sensaciones que aporta a diario el oficio de vivir, esos itinerarios de memoria y olvido, de propósitos y recuerdos que diseñan la caligrafía de cada conciencia.
La percepción autobiográfica alumbra las páginas del primer cuento, del que toma su nombre todo el libro. Casi biógrafo de sí mismo, quien escribe fusiona la voz omnisciente del narrador y la reflexión interior del testigo. El marco de la casa deja una situación ambiental habitable y próxima, donde se confunden realidad e imaginación, como si ambos espacios estuviesen compartiendo cosas humildes y cercanas que expanden en su contemplación la seguridad de lo conocido, una multiplicidad de recuerdos fragmentados.
Susana Benet apoya muchos de sus textos en las contradicciones de lo laborable. El sujeto no cambia su predisposición a percibir el entorno como una rutina donde se camufla la extrañeza. El presente es un patrimonio sensitivo que nunca deja sitio a la idealización. Las ataduras de lo corriente ofrecen vivencias casi a precio de saldo, como se explora en los relatos “Oportunidades”, “Resistencia” o “El plan”, donde nítido e intacto, se incorpora el humor con envidiable resultado final.
Las historias de Susana Benet tienden a la introspección y al monólogo. Se hilvanan en el decurso temporal del ahora, casi siempre envueltas en una nube de normalidad. Todo está en calma. Alrededor aflora un estar sólido y consistente, roto de pronto por algún hecho insólito: un desconocido que regresa del pasado, una imagen visual en el parque que muestra una secuencia incomprensible de ausencias y desapariciones, o una visita al dentista que se convierte en un forzado encuentro carnal que deja en el aire si fue real, o simple efecto de la anestesia.
La soledad de cada personaje parece abocada a desempeñar pequeñas tareas anodinas, con dedicación precisa, como si en su empeño encontrara sentido el sinsentido de vivir. En ese borrador de aspiraciones, como una terca intrusa, la nada mantiene su trasfondo. Solo la cercanía de los elementos del paisaje, ese oscuro olor de la tierra, parece proclive a la autorreflexión y el y pensamiento. Lo mínimo es evocación y sugerencia, pasaje iluminador dispuesto a la propuesta interpretativa.
La nómina ficcional de Espejismo (y otros relatos) apila hojas sueltas, escenas de un universo narrativo que busca amparo a historias personales y cotidianas, a través de un lenguaje confidencial, introspectivo, familiarizado con esos esos enlaces entre lo previsible y lo extraordinario, como sucede en el cuento “El árbol”, penúltimo texto del libro. También la mirada crítica, frente a la burocracia deshumanizada de algunos trabajos, se hace núcleo del relato final “El director es una lata”, donde, en palabras de la escritora, “el resentimiento se transforma en un relato burlesco”, aunque siempre desde el despojamiento y la contención.
Susana Benet estrena género, pero su escritura preserva aspectos esenciales. Las palabras desvelan el misterio de esa verdad sencilla que impulsa lo diario. La naturalidad expresiva cultiva una estética de la mirada, una forma de ver y sentir, un acceso pactado con una realidad que esconde en su apariencia otra luz y otro cielo.
El volumen Espejismo (y otros relatos) arranca con un breve liminar donde la autora reflexiona sobre la perspectiva personal como vocación sostenida en el tiempo. El taller fue forjándose desde el minimalismo discreto de la estrofa japonesa, para volar más lejos con el poema más extenso y, finalmente, buscar sitio también en la ficción en prosa. Así han nacido estos cuentos, escritos entre 2004 y 2020, que amanecieron en revistas y antologías, o que permanecieron inéditos hasta la concepción del presente balance narrativo. Las historias breves apuntan una variada gama de situaciones vitales. En su diversidad, conviven el desconcierto diario, la inquietud existencial y la incertidumbre generada por el entrelazado relacional donde discurre la convivencia con los demás. Desde esta disposición de ánimo nacen los textos de Espejismo (y otros relatos) que apuntan afinidades lectoras con Patricia Higsmith, Raymon Carver, Roal Dalhl, Anna Kavan, Natalia Ginzburg, Dorothy Parker y F. Kafka. Son lecturas de cabecera que zarandean la imaginación y se unen a las sensaciones que aporta a diario el oficio de vivir, esos itinerarios de memoria y olvido, de propósitos y recuerdos que diseñan la caligrafía de cada conciencia.
La percepción autobiográfica alumbra las páginas del primer cuento, del que toma su nombre todo el libro. Casi biógrafo de sí mismo, quien escribe fusiona la voz omnisciente del narrador y la reflexión interior del testigo. El marco de la casa deja una situación ambiental habitable y próxima, donde se confunden realidad e imaginación, como si ambos espacios estuviesen compartiendo cosas humildes y cercanas que expanden en su contemplación la seguridad de lo conocido, una multiplicidad de recuerdos fragmentados.
Susana Benet apoya muchos de sus textos en las contradicciones de lo laborable. El sujeto no cambia su predisposición a percibir el entorno como una rutina donde se camufla la extrañeza. El presente es un patrimonio sensitivo que nunca deja sitio a la idealización. Las ataduras de lo corriente ofrecen vivencias casi a precio de saldo, como se explora en los relatos “Oportunidades”, “Resistencia” o “El plan”, donde nítido e intacto, se incorpora el humor con envidiable resultado final.
Las historias de Susana Benet tienden a la introspección y al monólogo. Se hilvanan en el decurso temporal del ahora, casi siempre envueltas en una nube de normalidad. Todo está en calma. Alrededor aflora un estar sólido y consistente, roto de pronto por algún hecho insólito: un desconocido que regresa del pasado, una imagen visual en el parque que muestra una secuencia incomprensible de ausencias y desapariciones, o una visita al dentista que se convierte en un forzado encuentro carnal que deja en el aire si fue real, o simple efecto de la anestesia.
La soledad de cada personaje parece abocada a desempeñar pequeñas tareas anodinas, con dedicación precisa, como si en su empeño encontrara sentido el sinsentido de vivir. En ese borrador de aspiraciones, como una terca intrusa, la nada mantiene su trasfondo. Solo la cercanía de los elementos del paisaje, ese oscuro olor de la tierra, parece proclive a la autorreflexión y el y pensamiento. Lo mínimo es evocación y sugerencia, pasaje iluminador dispuesto a la propuesta interpretativa.
La nómina ficcional de Espejismo (y otros relatos) apila hojas sueltas, escenas de un universo narrativo que busca amparo a historias personales y cotidianas, a través de un lenguaje confidencial, introspectivo, familiarizado con esos esos enlaces entre lo previsible y lo extraordinario, como sucede en el cuento “El árbol”, penúltimo texto del libro. También la mirada crítica, frente a la burocracia deshumanizada de algunos trabajos, se hace núcleo del relato final “El director es una lata”, donde, en palabras de la escritora, “el resentimiento se transforma en un relato burlesco”, aunque siempre desde el despojamiento y la contención.
Susana Benet estrena género, pero su escritura preserva aspectos esenciales. Las palabras desvelan el misterio de esa verdad sencilla que impulsa lo diario. La naturalidad expresiva cultiva una estética de la mirada, una forma de ver y sentir, un acceso pactado con una realidad que esconde en su apariencia otra luz y otro cielo.
JOSÉ LUIS MORANTE
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