Una voz interior desafinada José Guadalajara y Candela Arevalillo Bohodón Ediciones Colección Narradores de nuestro tiempo Tres Cantos, Madrid, 2023 |
PRESENCIAS OCULTAS
La novela Una voz interior
desafinada es la primera colaboración literaria entre José Guadalajara, doctor
en Filología Hispánica, narrador de amplio recorrido, investigador literario,
conferenciante y ensayista, y Candela Arevalillo, licenciada en Arte,
coordinadora de Escritores en Rivas, guía de exposiciones y gestora cultural
que hasta la fecha había pospuesto su amanecida literaria para dedicarse con
plena intensidad a la tarea extraliteraria de lo organizativo, la creación
digital y la realización de eventos y talleres didácticos en Rivas Vaciamadrid.
Por tanto, nos hallamos ante una experiencia narrativa auroral que ha suscitado
en el entorno una encomiable urgencia lectora.
Un mínimo umbral aclara de inmediato el detonante argumental del libro y el contexto temporal que recorre: “Un trágico suceso del que se hizo eco la prensa sensacionalista de la época y un escrito mecanografiado de 1983 nos impulsaron a escribir esta novela. Era una forma de recuperar la memoria después de una amnesia de casi cuarenta años”. Nos hallamos en un escenario en el que conviven realidad y ficción: la historia de Diana Soler Millán, una joven de veintitrés años, narrada en primera persona, y el testimonio de supuesta objetividad del narrador, empeñado en reconstruir las grietas del relato en los años ochenta. Es un tiempo histórico marcado por los hilos sueltos de la transición, la llegada al poder del socialismo y el balance apresurado de la libertad democrática que dio pie a la llamada “Movida madrileña” y a su aventurado comportamiento vital.
El recorrido capitular comienza con precisas coordenadas de espacio y tiempo: Madrid, 1982-1983, y con la voz directa de Diana, modelo para una composición pictórica en el estudio de Fabio Moretti, ubicado en el sótano de una vieja casa del barrio de Salamanca, que deja fluir, con sosegado equilibrio, la claridad urgente de la memoria y sus contradictorias e imprevisibles espesuras mentales.
La existencia cotidiana del pintor, pese al éxito de sus exploraciones creativas, se debate entre la languidez de un matrimonio anquilosado por el rumor del tiempo, y sus aspiraciones e inquietudes reflexivas que empujan a ser miembro de una Sociedad Teosófica interesada por el espiritismo y por creencias especulativas sobre un cataclismo cósmico.
Una extraña visión de Diana, reflejada en la puerta del aseo de la casa del pintor, trastoca el ánimo de la modelo completamente y da pie a una larga conversación en la que se postula la existencia de presencias ocultas, que se mueven en otra dimensión. También el pintor resulta afectado por aquel incidente que parece generado en un sueño y se refugia en su amistad con un amigo pintoresco con el que recorre locales de Madrid que definen una época de la vida urbana y una forma de vivir la noche.
Aquel incidente separa los quehaceres existenciales de modelo y pintor y pone de relieve que, más allá de las apariencias en cada identidad, hay una cara oculta en la que se encierran elementos espirituales, oníricos y conjeturales que casi nunca salen al exterior. Diana está convencida de que la mudez de Fabio es ocultación y ello sobredimensiona la inquietud y la desconfianza de su estar en el piso. Además la aparición de un cadáver en la escalera del edificio rompe definitivamente el clima sedentario y empuja a sus inquilinos a perderse en todo tipo de desavenencias y especulaciones. Los ojos de cada identidad perciben un horizonte desigual.
Mientras la muerte sigue caminando a solas y pone su guadaña sobre el hombro de los dos hermanos que acogieron a Diana en su apartamento del barrio madrileño de Campamento. El suceso deja en la niebla a Diana que a pesar de la mínima relación con sus tíos, no pude eludir profundizar en aquel misterio y conocer las circunstancias de la muerte.
José Guadalara y Candela Arevalillo dibujan en Una voz interior desafinada un único perfil literario que ofrece al lector una amena incursión narrativa. Su andadura entremezcla una lograda ambientación real de los años ochenta y una azarosa mezcla de experiencias que contiene erudición, imágenes oníricas no exentas de poesía, tramas detectivescas y pasajes intimistas, cuajados de erotismo. Entre los distintos aspectos de esta mirada ficcional resalta el vitalismo de los personajes y sus claroscuros en los escenarios cotidianos. Rostros que proponen un atractivo juego de espejos donde la verdad rebaja sus certezas para reordenar la realidad o acaso para mostrarnos una realidad múltiple donde conviven fantasmas y evidencias, que en el mediodía del tiempo, acuden a sentarse en la misma mesa.
Un mínimo umbral aclara de inmediato el detonante argumental del libro y el contexto temporal que recorre: “Un trágico suceso del que se hizo eco la prensa sensacionalista de la época y un escrito mecanografiado de 1983 nos impulsaron a escribir esta novela. Era una forma de recuperar la memoria después de una amnesia de casi cuarenta años”. Nos hallamos en un escenario en el que conviven realidad y ficción: la historia de Diana Soler Millán, una joven de veintitrés años, narrada en primera persona, y el testimonio de supuesta objetividad del narrador, empeñado en reconstruir las grietas del relato en los años ochenta. Es un tiempo histórico marcado por los hilos sueltos de la transición, la llegada al poder del socialismo y el balance apresurado de la libertad democrática que dio pie a la llamada “Movida madrileña” y a su aventurado comportamiento vital.
El recorrido capitular comienza con precisas coordenadas de espacio y tiempo: Madrid, 1982-1983, y con la voz directa de Diana, modelo para una composición pictórica en el estudio de Fabio Moretti, ubicado en el sótano de una vieja casa del barrio de Salamanca, que deja fluir, con sosegado equilibrio, la claridad urgente de la memoria y sus contradictorias e imprevisibles espesuras mentales.
La existencia cotidiana del pintor, pese al éxito de sus exploraciones creativas, se debate entre la languidez de un matrimonio anquilosado por el rumor del tiempo, y sus aspiraciones e inquietudes reflexivas que empujan a ser miembro de una Sociedad Teosófica interesada por el espiritismo y por creencias especulativas sobre un cataclismo cósmico.
Una extraña visión de Diana, reflejada en la puerta del aseo de la casa del pintor, trastoca el ánimo de la modelo completamente y da pie a una larga conversación en la que se postula la existencia de presencias ocultas, que se mueven en otra dimensión. También el pintor resulta afectado por aquel incidente que parece generado en un sueño y se refugia en su amistad con un amigo pintoresco con el que recorre locales de Madrid que definen una época de la vida urbana y una forma de vivir la noche.
Aquel incidente separa los quehaceres existenciales de modelo y pintor y pone de relieve que, más allá de las apariencias en cada identidad, hay una cara oculta en la que se encierran elementos espirituales, oníricos y conjeturales que casi nunca salen al exterior. Diana está convencida de que la mudez de Fabio es ocultación y ello sobredimensiona la inquietud y la desconfianza de su estar en el piso. Además la aparición de un cadáver en la escalera del edificio rompe definitivamente el clima sedentario y empuja a sus inquilinos a perderse en todo tipo de desavenencias y especulaciones. Los ojos de cada identidad perciben un horizonte desigual.
Mientras la muerte sigue caminando a solas y pone su guadaña sobre el hombro de los dos hermanos que acogieron a Diana en su apartamento del barrio madrileño de Campamento. El suceso deja en la niebla a Diana que a pesar de la mínima relación con sus tíos, no pude eludir profundizar en aquel misterio y conocer las circunstancias de la muerte.
José Guadalara y Candela Arevalillo dibujan en Una voz interior desafinada un único perfil literario que ofrece al lector una amena incursión narrativa. Su andadura entremezcla una lograda ambientación real de los años ochenta y una azarosa mezcla de experiencias que contiene erudición, imágenes oníricas no exentas de poesía, tramas detectivescas y pasajes intimistas, cuajados de erotismo. Entre los distintos aspectos de esta mirada ficcional resalta el vitalismo de los personajes y sus claroscuros en los escenarios cotidianos. Rostros que proponen un atractivo juego de espejos donde la verdad rebaja sus certezas para reordenar la realidad o acaso para mostrarnos una realidad múltiple donde conviven fantasmas y evidencias, que en el mediodía del tiempo, acuden a sentarse en la misma mesa.
JOSÉ LUIS MORANTE
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