9 mm Ángel Muñoz Ediciones La Garúa / Poesía Barcelona, 2023 |
AUSENCIA
Fue el poeta Miguel Hernández quien subió a los estantes literarios los polos argumentales entre los que se cobijan todos los demás: el amor y la
muerte. Son dos territorios nucleares que alumbran todos los pliegues del
discurrir existencial. Ambos sustantivos no son excluyentes; potencian otros
motivos recurrentes del hecho literario como las etapas vitales, el lenguaje,
las relaciones con el otro, las utopías sociales, el compromiso ético, la
naturaleza o el tiempo. Todos son espacios de reflexión para el poema, mercurio que mide la
temperatura de las palabras. Hay, sin embargo, otros temas que generan en el
sujeto creador prevenciones y desconfianza, que apenas alientan la necesidad de
adentrarse en sus significados. Así sucede con el suicidio y esa es la
propuesta personal y la perspectiva de reflexión que impulsan los poemas de 9 mm (La Garúa, 2023), que firma el poeta
Ángel Muñoz.
Nacido en Madrid en 1977, Licenciado en Historia del Arte y miembro en activo de los cuerpos de seguridad del estado, destinado en un municipio del sur de nuestra comunidad autónoma, Ángel Muñoz colabora con frecuencia en algunos medios digitales y escritos con sus poemas y figura en varias antologías del género. Impulsó hace algún tiempo el sello editorial LVR, junto a José Naveiras y en 2015 publicó el poemario Las cosas que conoces, en el catálogo de Huerga y Fierro
Ahora retorna a la poesía para clarificar la conmoción sentimental que originó el suicidio de un compañero con el arma reglamentaria y su calibre de nueve milímetros. Afrontar la radicalidad del gesto con el latido sosegado es muy complejo y el poeta, que sabe que el lenguaje es un ámbito de concordia y revelación, ha tardado muchos años en dar forma definitiva a estos poemas impulsados por la memoria y el homenaje.
Ángel Muñoz ubica en el andén de su libro dos citas de pensadores canónicos, Emil Cioran y Arthur Schopenhauer; los dos comparten en su reflexión el carácter meditativo de un pensamiento en conflicto con la realidad como ámbito de fidelidad inquebrantable con la decepción. De este modo, el hablante verbal exige depuración y huida del dramatismo teatral. Quien habla debe alejar el exorcismo de sus miedos, está obligado a interiorizar que somos nómadas completando un borrador vital que, con frecuencia, no encuentra sentido.
El poema prologal se titula “El”, aunque el poeta recurre al testimonio directo de la primera persona para describir las teselas del mosaico doméstico y la persistente sensación de orfandad de quien se siente ajeno a los demás, casi invisible, como si nadie reparase a diario en su existencia. Tras esa apertura se abre la sección “Las afueras de él”, una compilación donde manan de forma verista y natural las instantáneas del trabajo policial en la calle y, al mismo tiempo, el lenguaje en cursiva del pensamiento empeñado en su propia caligrafía contundente. El poema adquiere así un formato casi dialogal, donde los versos avanzan en planos paralelos. En cada poema conviven las palabras del narrador y el pensamiento de cada protagonista argumental que pertenece a una amplia gama de situaciones vitales: la anciana que vive sola, la madre que trata de salvar a su bebé, la prostituta, el okupa, el drogadicto, la adolescente rebelde, el maltratador… seres inadvertidos, al margen, que también quieren su oportunidad de ver en algún instante de su vida la luz del mediodía. Gente entre las grietas de lo social que muestra ante el agente de servicio la atrocidad de la existencia diaria en la que se cuestiona cualquier esperanza de futuro, generando una insoportable presión psicológica. Situaciones a las que se suma como cierre la prosa triste de la página de sucesos; informa que un policía se quita la vida en el armero.
Los textos poéticos agrupados en el apartado final “Reconstrucción de los hechos” conforman un diario lírico en primera persona en el que se muestran los ángulos intimistas del yo biográfico para argumentar reflexiones sobre un entorno de desolación. La felicidad personal ha sido un espejismo y se impone la crudeza del existir diario, marcado por la obligación y el servicio. El poema se convierte en un cúmulo de preguntas sin respuesta, en un estar marcado por los matices y alteraciones de la convivencia amorosa, la única capaz de hacer la soledad más habitable. La mirada hacia el espejo del otro descubre la derrota personal y la incapacidad de superar la angustia. La muerte convoca en su espacio onírico la decisión final: “El eco / ha sido inmenso / y siento que la luz me abandona…”
Ángel Muñoz concede la palabra a la voz ausente de Él para que el pensamiento en la conciencia justifique su decisión y muestre a todos los nubarrones densos que emborronan los sueños. A tientas la tristeza recorta su silueta en el cristal de las palabras. En el recuerdo queda el olor penetrante de la pólvora. El naufragio y la herida.
Nacido en Madrid en 1977, Licenciado en Historia del Arte y miembro en activo de los cuerpos de seguridad del estado, destinado en un municipio del sur de nuestra comunidad autónoma, Ángel Muñoz colabora con frecuencia en algunos medios digitales y escritos con sus poemas y figura en varias antologías del género. Impulsó hace algún tiempo el sello editorial LVR, junto a José Naveiras y en 2015 publicó el poemario Las cosas que conoces, en el catálogo de Huerga y Fierro
Ahora retorna a la poesía para clarificar la conmoción sentimental que originó el suicidio de un compañero con el arma reglamentaria y su calibre de nueve milímetros. Afrontar la radicalidad del gesto con el latido sosegado es muy complejo y el poeta, que sabe que el lenguaje es un ámbito de concordia y revelación, ha tardado muchos años en dar forma definitiva a estos poemas impulsados por la memoria y el homenaje.
Ángel Muñoz ubica en el andén de su libro dos citas de pensadores canónicos, Emil Cioran y Arthur Schopenhauer; los dos comparten en su reflexión el carácter meditativo de un pensamiento en conflicto con la realidad como ámbito de fidelidad inquebrantable con la decepción. De este modo, el hablante verbal exige depuración y huida del dramatismo teatral. Quien habla debe alejar el exorcismo de sus miedos, está obligado a interiorizar que somos nómadas completando un borrador vital que, con frecuencia, no encuentra sentido.
El poema prologal se titula “El”, aunque el poeta recurre al testimonio directo de la primera persona para describir las teselas del mosaico doméstico y la persistente sensación de orfandad de quien se siente ajeno a los demás, casi invisible, como si nadie reparase a diario en su existencia. Tras esa apertura se abre la sección “Las afueras de él”, una compilación donde manan de forma verista y natural las instantáneas del trabajo policial en la calle y, al mismo tiempo, el lenguaje en cursiva del pensamiento empeñado en su propia caligrafía contundente. El poema adquiere así un formato casi dialogal, donde los versos avanzan en planos paralelos. En cada poema conviven las palabras del narrador y el pensamiento de cada protagonista argumental que pertenece a una amplia gama de situaciones vitales: la anciana que vive sola, la madre que trata de salvar a su bebé, la prostituta, el okupa, el drogadicto, la adolescente rebelde, el maltratador… seres inadvertidos, al margen, que también quieren su oportunidad de ver en algún instante de su vida la luz del mediodía. Gente entre las grietas de lo social que muestra ante el agente de servicio la atrocidad de la existencia diaria en la que se cuestiona cualquier esperanza de futuro, generando una insoportable presión psicológica. Situaciones a las que se suma como cierre la prosa triste de la página de sucesos; informa que un policía se quita la vida en el armero.
Los textos poéticos agrupados en el apartado final “Reconstrucción de los hechos” conforman un diario lírico en primera persona en el que se muestran los ángulos intimistas del yo biográfico para argumentar reflexiones sobre un entorno de desolación. La felicidad personal ha sido un espejismo y se impone la crudeza del existir diario, marcado por la obligación y el servicio. El poema se convierte en un cúmulo de preguntas sin respuesta, en un estar marcado por los matices y alteraciones de la convivencia amorosa, la única capaz de hacer la soledad más habitable. La mirada hacia el espejo del otro descubre la derrota personal y la incapacidad de superar la angustia. La muerte convoca en su espacio onírico la decisión final: “El eco / ha sido inmenso / y siento que la luz me abandona…”
Ángel Muñoz concede la palabra a la voz ausente de Él para que el pensamiento en la conciencia justifique su decisión y muestre a todos los nubarrones densos que emborronan los sueños. A tientas la tristeza recorta su silueta en el cristal de las palabras. En el recuerdo queda el olor penetrante de la pólvora. El naufragio y la herida.
José Luis Morante
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