martes, 13 de junio de 2023

RAMÓN EDER. LOS REGALOS DEL OTOÑO

Los regalos del otoño
Ramón Eder
Editorial Renacimiento
Colección Los Cuatro vientos
Sevilla, 2023

 

UNA PIZCA DE LUZ

  
                                                        
     La literatura difunde un sistema dinámico de géneros con una convivencia plural y  pausada de estrategias expresivas. Sin embargo, hay autores que se decantan por la fidelidad extrema a una propuesta de taller que, de este modo, adquiere un significado definidor del trayecto creativo. Ramón Eder (Lumbier, Navarra, 1952) es poeta, narrador y artista visual, pero el decir lacónico sostiene la ontología central de su escritura. Así lo ratifica la copiosa cosecha minimalista que suma las entregas La vida ondulante (2012), Aire de comedia (2015), Ironías (2016), Palmeras solitarias (2018), reconocida con el Premio Euskadi de Literatura, 2019, Pequeña galaxia (2018), El oráculo irónico (2019), Café de techos altos (2020), Aforismos y serendipias (2021) y la compilación Aforismos del faro de la Plata (2022), con edición, selección y texto introductorio de Carmen Canet, excelente conocedora del minimalismo verbal. En Ramón Eder el yo profundo sale a la superficie a través del pensamiento conciso: “La manera natural de pensar es a base de aforismos”.
   La pasión por escribir aforismos es constante y retoma presencia en los escaparates con la entrega Los regalos del otoño, fruta fresca de temporada que hace de la madurez un lugar propicio para ofrecer al lector magnífica cosecha. Aunque poco dado al dogmatismo prologal, el escritor abre su nuevo trabajo con el liminar “Maneras de leer los aforismos con lápiz”. En el caminar a solas del lenguaje en busca de lo inesperado emerge un ritmo de lectura; aquí no sirve el paso suelto de quien lee de corrido por el carácter reflexivo de los textos. Hay que pausar itinerarios, atemperar la mirada, hacer reconocibles caligrafía y sentido para que aparezca la pizca de luz, ese brillo solar que cobra relieve en la memoria.
   La organización del libro en secciones está marcada por las conocidas viñetas del escritor. Sus dibujos, de trazo escueto y tinta negra, son el umbral de cada apartado con la pausa complementaria de un aforismo inaugural. En el enunciado del primero está la siguiente tesela escrita a mano: “Dentro de nosotros lucha el ángel con el mono y no siempre gana el ángel”.  En total son trece viñetas las que conforman el recorrido de Los regalos del otoño con similares nutrientes expresivos. En el comienzo predomina la reflexión metaliteraria e indagadora de la pulsión creativa; en ella se busca la identidad real del sujeto verbal, la cercanía a nuestro pensamiento de las redes literarias o las características básicas del decir lacónico, donde la agudeza es ámbar que preserva del discurrir del tiempo. Pero los argumentos no fuerzan un orden lógico; van y vienen, trastean, se quedan quietos en un tema o promueven un largo viaje por intereses plurales. Al cabo, “El aforismo no pretende decir verdades como catedrales sino pequeñas verdades como diamantes”.
   El protagonista refleja una filosofía óptica, supera esa apariencia cuticular de la vida en común, para sondear la propia intimidad y sus relaciones con la superficie visible del entorno. Así se establece una relación bilateral en la que nacen interpretaciones especulares que cobijan actitudes como la ironía, el escepticismo o la contradicción. “Algunos ignoran que la nada es una parte del todo”, “El que es buena persona no puede ser normal del todo”.
   Las secciones multiplican los matices, proponen un despliegue de imaginación que dé solidez a la certeza de que “La vida es fascinante incluso cuando es horrible”, aunque su transcurso también acumule decepciones y luces falsas: “Hay verdades tan tristes que ya en la prehistoria hubo que inventar la mentira maravillosa del arte para hacer soportable la realidad”.
   Siempre que leo a Ramón Eder admiro su manera de disimular el sustrato cultural de sus libros. Los textos afloran con un molde de naturalidad expresiva; pero tras esa simulación de cercanía y lenguaje directo, en el que la erudición adquiere una presencia periférica, hay un lector infinito que conoce muy bien la estela histórica del laconismo: Marco Antonio, Séneca, Baltasar Gracián, los moralistas francés, Cioran o Wilde crean una empatía natural con el sentido cartesiano y la riqueza expresiva del escritor navarro. El intempestivo reflejo de lo inesperado –ese aforismo serendipia ya habitual en libros anteriores- hace vibrar y deja huellas. Se convierte en habitual regalo de madurez lacónica.
  Los aforismos de Los regalos del otoño tienen la solvencia de un tren de cercanías. Entre las páginas que se bifurcan viajan inteligencia, humor, ingenio y la carga justa de simbología que anule la vía del bostezo. Ya es un clásico en Ramón Eder la compilación  de chispazos de filosofía no académica y el aire limpio de la poesía, escritura con genealogía que sobrevive al tiempo y exige leer con lápiz.
 
JOSÉ LUIS MORANTE
 

 

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