Ceniza y luz Silvia Ramos Prólogo de Miguel Ángel Yusta Editorial Polibea Colección El Levitador Madrid, 2023 |
RESTOS EN PIE
Hay voces
que llegan al espacio poético del presente con el paso sosegado de la madurez,
cuando la escritura se impone con la contención y el buen sentido de lo
necesario. Así sucede con la obra lírica de Silvia Ramos (Huelva, 1972) cuya
carta de presentación Poemas de la
Medianoche (Libros del Mississippi, 2018) es una amanecida en torno a la
condición temporal del sujeto y a ese momento del día que enlaza la claridad
del devenir temporal, pleno de realidad, con el umbral de lo nocturno que abre
la puerta al sueño y a sus itinerarios oníricos.
La psicoterapeuta
onubense retorna a la poesía con Ceniza y
luz (2023) en la excelente colección El Levitador, que coordina el escritor
Juan José Martín Ramos. La introducción de Miguel Ángel Yusta recuerda que “la
poesía de Silvia Ramos posee una gran fuerza interior en permanente
profundización del conocimiento”. Quien abre sus manos al poema elige el
epitelio de una sensibilidad lírica para acercarse a la intimidad y percibir la grieta del asombro que nos rodea, la capacidad del sujeto de renacer y
convertir su estar diario en epifanía.
Silvia Ramos abre la senda
de Ceniza y luz con la meditación
“Silencios”, que elige la prosa poética como estrategia expresiva. El enfoque crepuscular
de la composición ubica al ser en un estado de incertidumbre y sombras, lleno
de naturalezas muertas, como recuerdos gastados que se desprenden del silencio.
Queda el deseo como vigilia que rompe la emplea la voz ensimismada de la
introspección para expandir el misterio del cuerpo, esa desnudez que convierte
la noche en un incendio.
La fuerza expresiva del título “Ceniza” que
aglutina los poemas del segundo apartado emplea como paratexto una cita de
Pablo Neruda que hilvana como hilo argumental la muerte del mundo, convertido
en misterioso almacén de cenizas. Los sentidos solo perciben la vastedad del
vacío y la identidad del yo poético que se adapta a la textura del entorno;
cuando el medio natural es el dolor hay que seguir, convertido en “piel
anfibia” y en la silueta gris de algún sueño incumplido.
La escritora
ensaya variantes formales como el haiku encadenado del poema “Muerte”, cuyo
cierre retorna al verso libre, o la expresión dubitativa de versos convertidos
en reiteradas interrogaciones donde la experiencia personal de un ingreso
hospitalario se convierte en motivo que constata la soledad y la ausencia, la
experiencia concisa de la pérdida. La ceniza se hace concepto, condensa
sensaciones, confunde tiempos, deja esas ascuas calientes de lo que fuera un
día.
La sección
“Paisaje” aboga por la necesidad de quien comienza de nuevo con la desnudez
precisa de la voluntad.
Se acrecienta la poda del poema que advierte de una escritura esencial,
mínima, que prefiere el empleo de escuetos recursos expresivos: “Háblale al
acantilado del vértigo; / de los días que enmudecen como el paisaje / y van
rasgando la voluntad de las noches”. Parecen mínimas las certezas que dan
refugio a la identidad: “Siento nostalgia de mi ser / cuando se aleja y
pretende olvidarme. / Lo observo levitar, caer lentamente / en un rincón
invisible”
En
este caminar hacia dentro del hablante verbal, la paradoja se hace evidente: el
tiempo discurre pero la existencia parece inmóvil, como si navegase en el
vaivén de un azar invisible que puede cambiar el rumbo en cualquier momento. Las emociones vagan y se extravían. Mientras
el sujeto se pregunta así mismo dónde estará la próxima estación, cuál es el
camino que conduce a la última meta: “Me he sentado en un banco a escribir un
poema. / Temo llegar con vida a ninguna parte”.
Silvia Ramos cierra su viaje por el poema
con el apartado “Luz”. Igual que un útero paciente que da tiempo y voluntad a
la germinación, la bruma emerge desde la densidad de la ceniza para constatar
la ontología de ser, el nuevo cauce del recién nacido, un reguero para el
manso fluir de las palabras: “Querer apresar la luz / es un fin platónico. /
Aspiro a vivir envuelta en fotones, / sentir la plenitud sensorial / y retornar
al principio, / cuando aún éramos libres”.
Ceniza y luz propone una nítida
indagación en la que el sujeto verbal emplea la palabra poética como espacio de
reflexión sobre la condición de ser.
Desde esos dos polos, ceniza y luz, que aparentemente proclaman un
abismo insalvable, el derrumbe se hace muro para alzar de nuevo un refugio capaz de ensamblar esperanza en el yo fragmentado. Se busca el comienzo como
un resplandor que muestra la hospitalidad de la esperanza, un despertar en plena noche que hace del sueño amanecida.
JOSÉ LUIS MORANTE
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