DEGUSTACIÓN
En el fluir del tiempo la buena poesía suprime fronteras y anula
distancias con su fuerza expresiva. Se concibe como propuesta dialogal que
comparte, con mimo y delicadeza, la expandida llanura de los parámetros
estéticos. Desde hace años llegan con gratísima regularidad al espacio lírico
peninsular los itinerarios de la poesía de Puerto Rico gracias, sobre todo, al
encomiable quehacer editorial de Carlos Roberto Gómez Beras, impulsor del
catálogo de Isla Negra, y a las páginas de la revista Cuatrivium, publicación universitaria que deja en cada número los
rescoldos de un atractivo aporte de creadores y novedades editoriales. A ellos
se suma, con voluntad renacida, el Premio Internacional de Poesía Joven José
Antonio Santano, concedido en su tercera convocatoria al escritor Edwin Fi (Puerto
Rico, 1990).
El quehacer poético de Edwin E. Figueroa Acebedo, escritor, ilustrador, artesano y docente en ejercicio en el Departamento de Educación de Puerto Rico, abarca los poemarios Levitaciones (2014), Por la senda de la silenciosa grey (2016), y La noche extendida (2018). Su discurso lírico prosigue ruta con Los blandos abismos de la carne, título que resalta una propuesta indagatoria sobre el cuerpo, cuyas fugaces vivencias son al mismo tiempo estación de llegada y acantilado.
Lynette Mabel Pérez Villanueva firma la introducción “Degustar apenas o los abismos de la carne”, un texto de acercamiento a las formas breves y al tema del deseo como estrato esencial del libro. El muro alzado del poema se vuelve un espacio de vivencia y plenitud. También las citas dejan la puerta franca a la conciencia que va acumulando percepciones y sensaciones del yo en un continuo aprendizaje vital. Desde el inicio de Los blandos abismos de la carne el poema breve se convierte en ámbito expresivo habitual. El tono de lo conciso impone limpieza, precisión y resolución argumental inmediata. El yo poético hace suyos la voz de la carencia y el vacío. El hablante lírico es testigo clarificador de estados anímicos: “Quiero amarrarme / a la complicidad de los cuerpos / y a sus derrumbes”. Conviene clarificar de inmediato que la estrofa triversal que emplea en ocasiones Edwin Fi en modo alguno es un haiku ni participa de las claves esenciales de la estrofa japonesa, por lo que no mantiene el esquema versal 5 / 7 / 5, ni vela el discurso confidencial del sujeto frente al primer plano de la naturaleza ni capta el instante como un destello que sucede aquí y ahora. Tampoco otros poemas recorren esa intersección entre poesía y pensamiento del aforismo. Edwin Fi sólo comparte con ambos géneros el reducido marco de la brevedad. El sentido paradójico de muchas composiciones nos acerca más a una lírica indagatoria y reflexiva, que sondea en la conjetura con bellísimas imágenes que convierten al cuerpo en árbol y abismo, en laberinto de sombras y caudaloso río irreductible.
Las grafías del deseo se interiorizan, nunca dan tregua y componen una sensibilidad sacudida por un fuerte erotismo. Así lo percibe el lector en composiciones como “Rocío y alborada”, “Reptil sigiloso” y “Blandos abismos”: “Y mis dedos / como raíces recién brotadas / comienzan el rito / de la invocación / de tus blandos abismos de la carne”.
El soplo de las palabras adquiere un carácter celebratorio. Recrea un escenario de recuerdos que expande un tacto cálido de amanecida, cuajado de contrastes. Debajo del epitelio de los sentimientos todo es búsqueda, un inevitable sondeo que quiere revelar los enigmas del cuerpo en ese nomadismo sucesivo del devenir existencial. Esa lumbre que nunca se consuma en la voluntad alcanza excelente expresión verbal en el poema “Cartógrafo”: "Juego al cartógrafo, / bosquejo tus perímetros / bajo las sábanas de papiro. / Tu piel de nácar / parece un mapa antiguo / con tantos lunares dispersos “. En el incansable trasiego estacional, el amor reconstruye, cambia la identidad, resetea la ontología del ser y reconfigura su carne. El mismo amor también muda de piel, tras la plenitud fértil que arrebata los cuerpos se sosiega y entra en un estado de quietud y orfandad que diluye lo vivido en invisibles partículas de polvo.
Una seña característica de la colección Calíope es cerrar el libro con la coda “Adenda”, donde un poema del autor se vuelca al catalán, gallego, euskera, inglés, francés, portugués, italiano, alemán, árabe y rumano. El texto elegido es “Este sabor amargo a eternidad”, una composición cuajada de metáforas que arranca desde una cita de Jocelyn Pimentel Rodríguez.
En Los blandos abismos de la carne Edwin Fi encuentra en el deseo un horizonte hacia el que caminar con cuerpo y alma. La pasión zarandea los versos. Transforma la aridez de lo diario en un hábitat de plenitud. El amor, el deseo, la pasión y la dolorosa calma del desamor se recluyen en las palabras con vocación claustral. El yo poético se empeña en ese acceso imposible a la plenitud amorosa y al retorno a la propia identidad. Amar es remontar, buscar el hilo leve del origen para quedar al margen de los días. Para vivir, ensimismado y pleno, en abrazo fraterno con la carne.
El quehacer poético de Edwin E. Figueroa Acebedo, escritor, ilustrador, artesano y docente en ejercicio en el Departamento de Educación de Puerto Rico, abarca los poemarios Levitaciones (2014), Por la senda de la silenciosa grey (2016), y La noche extendida (2018). Su discurso lírico prosigue ruta con Los blandos abismos de la carne, título que resalta una propuesta indagatoria sobre el cuerpo, cuyas fugaces vivencias son al mismo tiempo estación de llegada y acantilado.
Lynette Mabel Pérez Villanueva firma la introducción “Degustar apenas o los abismos de la carne”, un texto de acercamiento a las formas breves y al tema del deseo como estrato esencial del libro. El muro alzado del poema se vuelve un espacio de vivencia y plenitud. También las citas dejan la puerta franca a la conciencia que va acumulando percepciones y sensaciones del yo en un continuo aprendizaje vital. Desde el inicio de Los blandos abismos de la carne el poema breve se convierte en ámbito expresivo habitual. El tono de lo conciso impone limpieza, precisión y resolución argumental inmediata. El yo poético hace suyos la voz de la carencia y el vacío. El hablante lírico es testigo clarificador de estados anímicos: “Quiero amarrarme / a la complicidad de los cuerpos / y a sus derrumbes”. Conviene clarificar de inmediato que la estrofa triversal que emplea en ocasiones Edwin Fi en modo alguno es un haiku ni participa de las claves esenciales de la estrofa japonesa, por lo que no mantiene el esquema versal 5 / 7 / 5, ni vela el discurso confidencial del sujeto frente al primer plano de la naturaleza ni capta el instante como un destello que sucede aquí y ahora. Tampoco otros poemas recorren esa intersección entre poesía y pensamiento del aforismo. Edwin Fi sólo comparte con ambos géneros el reducido marco de la brevedad. El sentido paradójico de muchas composiciones nos acerca más a una lírica indagatoria y reflexiva, que sondea en la conjetura con bellísimas imágenes que convierten al cuerpo en árbol y abismo, en laberinto de sombras y caudaloso río irreductible.
Las grafías del deseo se interiorizan, nunca dan tregua y componen una sensibilidad sacudida por un fuerte erotismo. Así lo percibe el lector en composiciones como “Rocío y alborada”, “Reptil sigiloso” y “Blandos abismos”: “Y mis dedos / como raíces recién brotadas / comienzan el rito / de la invocación / de tus blandos abismos de la carne”.
El soplo de las palabras adquiere un carácter celebratorio. Recrea un escenario de recuerdos que expande un tacto cálido de amanecida, cuajado de contrastes. Debajo del epitelio de los sentimientos todo es búsqueda, un inevitable sondeo que quiere revelar los enigmas del cuerpo en ese nomadismo sucesivo del devenir existencial. Esa lumbre que nunca se consuma en la voluntad alcanza excelente expresión verbal en el poema “Cartógrafo”: "Juego al cartógrafo, / bosquejo tus perímetros / bajo las sábanas de papiro. / Tu piel de nácar / parece un mapa antiguo / con tantos lunares dispersos “. En el incansable trasiego estacional, el amor reconstruye, cambia la identidad, resetea la ontología del ser y reconfigura su carne. El mismo amor también muda de piel, tras la plenitud fértil que arrebata los cuerpos se sosiega y entra en un estado de quietud y orfandad que diluye lo vivido en invisibles partículas de polvo.
Una seña característica de la colección Calíope es cerrar el libro con la coda “Adenda”, donde un poema del autor se vuelca al catalán, gallego, euskera, inglés, francés, portugués, italiano, alemán, árabe y rumano. El texto elegido es “Este sabor amargo a eternidad”, una composición cuajada de metáforas que arranca desde una cita de Jocelyn Pimentel Rodríguez.
En Los blandos abismos de la carne Edwin Fi encuentra en el deseo un horizonte hacia el que caminar con cuerpo y alma. La pasión zarandea los versos. Transforma la aridez de lo diario en un hábitat de plenitud. El amor, el deseo, la pasión y la dolorosa calma del desamor se recluyen en las palabras con vocación claustral. El yo poético se empeña en ese acceso imposible a la plenitud amorosa y al retorno a la propia identidad. Amar es remontar, buscar el hilo leve del origen para quedar al margen de los días. Para vivir, ensimismado y pleno, en abrazo fraterno con la carne.
JOSÉ LUIS MORANTE
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