El ruido transparente Ana Garrido Padilla XXXIII Premio Poesía Barcarola Edición revista Barcarola Concejalía de Cultura Ayuntamiento de Albacete, 2023 |
SILUETAS DEL FRÍO
Desde que iniciara itinerario en 2011 con la entrega Calendarios dispares, Ana Garrido
Padilla (Madrid, 1966) ha llevado al lector los poemarios Traigo en vilo los ojos y las ganas (2013),
Noticias del asombro (2013), Calendarios dispares y otros poemas,
publicado por Lastura en 2014 y escrito en colaboración con Juan José Alcolea y El ruido transparente, que añade a la
senda de distinciones de la escritora el certamen Internacional de
Poesía Barcarola, impulsado por el Ayuntamiento de Albacete. Esta senda
constata una evolución en la temporalidad que avanza desde el fluir remansado del intimismo hacia los espacios reflexivos y
existenciales, con amplio entrelazado metafórico y una dicción formal de
aliento clásico.
En El ruido transparente, título de intensa carga sensorial que añade como pórtico citas de José Ángel Valente y Basilio Sánchez, se recorre un paisaje hacia dentro, una estela narrativa de desolación que obliga a retornar al punto cero del yo interior: “Delante de nosotros, donde el agua se inclina / bajo los pebeteros / la eternidad es sólo este cielo rasgado / el ruido transparente, / el peso, antes del aire, / de todas las miradas del eclipse”. Se sugiere así un principio germinal y una situación de partida que marca la configuración del libro y sus estratos de fluencia irracional, con afinidades surrealistas. La sección “Detrás de la promesa” construye un yo poético en primera persona empeñado en la búsqueda y el misterio, frente al baldío territorio de la intemperie. Ha caído la noche. La soledad se hace visible y la sombra aparece como punto de fuga.
El poema propone una continua inmersión en la transparencia, como si el manso fluir de la conciencia encontrara cobijo y equilibrio en las palabras. En el desarrollo argumental no se busca soporte en lo anecdótico; el trayecto existencial se narra entre fragmentos reflexivos, en poemas breves, en los que también caben rememoraciones y pérdidas con una significativa acumulación de imágenes de gran fuerza expresiva.
El segundo conjunto poemático “La ciudad sumergida” persiste en construir una atmósfera de soledad y espera. El protagonista verbal percibe el entorno, recupera materia entre los apuntes de lo cotidiano, respira un presente de agua estancada donde todo dormita detrás de la apariencia: “El musgo roza el frío de las inmediaciones / de una piedra futura / Junto al agua estancada, donde todo se agita / debajo del poema / una culpa pequeña permanece en nosotros / en la germinación de lo probable”. Quien percibe recuerda un tiempo anterior que desemboca en la realidad oscura del presente, aunque nunca se cierren las puertas abiertas de la poesía o los datos frágiles de la memoria donde duerme el ayer remoto de las cosas. La existencia tantea para ser aliento y resurrección, para fortalecer el impulso vital que permite vivir el simulacro de una vida más honda, capaz de interpretar la raíz de las palabras: “Y aquí estamos nosotros, como entonces / eternamente nómadas, cobijados al juicio / de una única lumbre / para implorar acaso, en medio de esta noche anterior a su noche / la primera mirada / la urdida por el aire entre los restos / de la desolación”.
El conjunto final “Al tercer día” funciona como un epílogo; clarifica una semántica asociada a la resurrección y al retorno. Sus versos no abandonan el clima onírico que postula la cercanía de una realidad transmutada, en la que no faltan paralelismos con un acontecer oscuro en el que todo está por hacer: “No queda nada más. Tan solo el trazo de una lluvia cualquiera, / el dorso de la sed, / la lenta eternidad de la vigilia. / Y esta luna sin pliegues. / La herida que nos salva”.
Acaso salva la belleza de una última luz, esa claridad desvanecida que guarda su misterio detrás de la realidad diaria. El ruido transparente postula una mirada compleja, densa y simbólica. Los poemas de Ana Garrido Padilla, con un gran poso cultural que en ocasiones recuerda a los novísimos Pere Gimferrer y Antonio Colinas, tratan de indagar entre los pliegues de la conciencia, sin recurrir al discurso especulativo y lógico. Afronta un recorrido más allá de la duda y en el extravío. Un pacto de coexistencia entre el presente que huye y se desvanece y un ayer que parece todavía el portador cansado de una antigua inocencia.
En El ruido transparente, título de intensa carga sensorial que añade como pórtico citas de José Ángel Valente y Basilio Sánchez, se recorre un paisaje hacia dentro, una estela narrativa de desolación que obliga a retornar al punto cero del yo interior: “Delante de nosotros, donde el agua se inclina / bajo los pebeteros / la eternidad es sólo este cielo rasgado / el ruido transparente, / el peso, antes del aire, / de todas las miradas del eclipse”. Se sugiere así un principio germinal y una situación de partida que marca la configuración del libro y sus estratos de fluencia irracional, con afinidades surrealistas. La sección “Detrás de la promesa” construye un yo poético en primera persona empeñado en la búsqueda y el misterio, frente al baldío territorio de la intemperie. Ha caído la noche. La soledad se hace visible y la sombra aparece como punto de fuga.
El poema propone una continua inmersión en la transparencia, como si el manso fluir de la conciencia encontrara cobijo y equilibrio en las palabras. En el desarrollo argumental no se busca soporte en lo anecdótico; el trayecto existencial se narra entre fragmentos reflexivos, en poemas breves, en los que también caben rememoraciones y pérdidas con una significativa acumulación de imágenes de gran fuerza expresiva.
El segundo conjunto poemático “La ciudad sumergida” persiste en construir una atmósfera de soledad y espera. El protagonista verbal percibe el entorno, recupera materia entre los apuntes de lo cotidiano, respira un presente de agua estancada donde todo dormita detrás de la apariencia: “El musgo roza el frío de las inmediaciones / de una piedra futura / Junto al agua estancada, donde todo se agita / debajo del poema / una culpa pequeña permanece en nosotros / en la germinación de lo probable”. Quien percibe recuerda un tiempo anterior que desemboca en la realidad oscura del presente, aunque nunca se cierren las puertas abiertas de la poesía o los datos frágiles de la memoria donde duerme el ayer remoto de las cosas. La existencia tantea para ser aliento y resurrección, para fortalecer el impulso vital que permite vivir el simulacro de una vida más honda, capaz de interpretar la raíz de las palabras: “Y aquí estamos nosotros, como entonces / eternamente nómadas, cobijados al juicio / de una única lumbre / para implorar acaso, en medio de esta noche anterior a su noche / la primera mirada / la urdida por el aire entre los restos / de la desolación”.
El conjunto final “Al tercer día” funciona como un epílogo; clarifica una semántica asociada a la resurrección y al retorno. Sus versos no abandonan el clima onírico que postula la cercanía de una realidad transmutada, en la que no faltan paralelismos con un acontecer oscuro en el que todo está por hacer: “No queda nada más. Tan solo el trazo de una lluvia cualquiera, / el dorso de la sed, / la lenta eternidad de la vigilia. / Y esta luna sin pliegues. / La herida que nos salva”.
Acaso salva la belleza de una última luz, esa claridad desvanecida que guarda su misterio detrás de la realidad diaria. El ruido transparente postula una mirada compleja, densa y simbólica. Los poemas de Ana Garrido Padilla, con un gran poso cultural que en ocasiones recuerda a los novísimos Pere Gimferrer y Antonio Colinas, tratan de indagar entre los pliegues de la conciencia, sin recurrir al discurso especulativo y lógico. Afronta un recorrido más allá de la duda y en el extravío. Un pacto de coexistencia entre el presente que huye y se desvanece y un ayer que parece todavía el portador cansado de una antigua inocencia.
JOSÉ LUIS MORANTE
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