las arrugas de mi infancia Mónica Zepeda Prólogo de José Natarén Ediciones El Pez Soluble Colección Maremonstrum San Salvador, El Salvador, 2023 |
TIEMPO ADENTRO
El corto intervalo temporal que mide la pulsión creadora de Mónica Zepeda (San Cristóbal de las Casas, Chiapas, México, 1987), licenciada en Literatura y Creación Literaria por Casa Lamm, acoge dos títulos, Si miento sobre el abismo (2014) y, el más reciente, Las arrugas de mi infancia (2020), que vio la luz en Coneculta, Chiapas, en 2020 y ahora se reedita en el catálogo de El Pez Soluble en El Salvador. Un corto tramo escritural que, sin embargo, ha tenido fuerte repercusión crítica y notable alcance internacional porque sus composiciones se han traducido parcialmente al polaco, inglés e italiano, propiciando la inclusión de la autora en varias antologías.
Los poemas de Las arrugas de mi infancia permiten conocer con minuciosa perspectiva una modulación incesante de lo autobiográfico. Como recuerda la cita del lingüista y poeta norteamericano Robert Bly, al asomarse al discurrir temporal del sujeto: “Pasamos los primeros veinte años de nuestra vida decidiendo qué partes de nosotros metemos en el saco y ocupamos el resto tratando de vaciarlo”. El vuelo cómplice de la palabra asienta su razón de ser en la autoexploración de la identidad. Así se constata en la elaborada introducción de José Natarén. El prólogo parte de la cercanía afectiva y de la complicidad con la obra de la poeta, a quien considera uno de los vértices centrales de su generación. Los versos transfiguran el recuerdo fugaz del fluir existencial en sustrato de la memoria.
Buena parte de la senda argumental del primer apartado “Rescoldos de la infancia” reitera la senda de regreso a la nube auroral de la niñez. La sutil sobriedad del tiempo exige olvidar aquella mirada limpia originaria. El alzado del yo maduro muestra las palpitaciones del hombre y la mujer que asumen la llegada prematura de sinsabores y decepciones; de rescoldos que convierten el presente en una urdimbre de vivencias y un relato diseminativo, generando variaciones en la identidad. Se disgrega la niña que creció: “Me duele, no lo niego, mi propio sufrimiento: / rescoldos de la infancia que aún me abrasa, / fuego que juega con un niño y le incendia / su inocencia y la tibieza de su tez. “ (P. 37).
La segunda parte “Las arrugas de mi infancia” advierte sobre la dimensión del amor y su potencial de tramas referenciales. La mirada sentimental sondea el aire ante lo contingente, percibe la tendencia a dejar los pasos vitales en las aceras de la melancolía. La función del poema ratifica el tanteo, habla de la incierta realidad proteica del lenguaje: “El poema es tensión. / El poema sujeta la soga / que lía a dos seres equidistantes: / los mantiene al fin y al cabo, / de cabo a rabo, / a cada uno en su puesto / y en suposición del otro. “. Giran los días y se multiplican las mutaciones, la sospecha de ser otro que gira fuera de sitio. Se convierte en certeza que perecer es, como escribe la poeta, suceso natural de la existencia, y que hay que buscar el lugar elegido para quedarse, esas coordenadas que reconocen la casa propia donde el yo está consigo mismo.
El fresco indagatorio se acerca a la sensibilidad del ahora con el cansancio del trayecto concluido. Atrás quedo la infancia con muchas vivencias casi disueltas en el olvido. El autorretrato es solo una insinuación de signos, un cumplido segmento de aprendizaje donde se refugia el fluir de la conciencia y su magma de pérdidas: ”Y tras los puntos suspensivos, / aún despiertan las arrugas de mi infancia”. Mónica Zepeda busca en el poema la claridad auroral de quien se mira a sí misma para percibir la certeza de ser. Los poemas dejan una sensibilidad evocativa e intimista, que, desde una observación meditativa, agrieta la superficie y se hace profundidad. En un diálogo lúcido que debe superar en el tiempo la sensación de continua irrealidad. El poema se hace ascensión cognitiva, busca altura sobre el nivel del mar, un aprendizaje de las distancias que enseña a caminar, desde la constancia, hacia un horizonte lejano, en continua mudanza.
JOSÉ LUIS MORANTE
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