ESCRITOS
CON DOLOR
Edición de Eduardo Jordá y José Mateos
Pre-Textos, Valencia 2004.
Edición de Luis Felipe Comendador
LF Ediciones, Béjar, 2004
Edición y coordinación de José Paz Saz y Manuel Rico
Bartleby, Madrid, 2004.
Aunque el ánimo no podrá acostumbrarse nunca a la gratuidad de la acción terrorista y el pensamiento racional anula cualquier indicio que intente justificar la autoría intelectual del atentado, llegará un tiempo en el que el once de marzo en Madrid será un suceso pretérito, difuso, en el que cueste ubicar las circunstancias, los nombres de las víctimas, o las dimensiones de la tragedia. La memoria tiene esos mecanismos de defensa para disfrazar las aristas más rechazables de la condición humana y la vorágine del devenir en la gran ciudad restablece, con enfermiza urgencia, el hilo de continuidad tras las conmociones. Sin embargo, para que el olvido no se instale en el territorio de lo cotidiano y haga de la historia una página de signos desvaídos, se han publicado tres volúmenes que contienen unos centenares de poemas. Todos están escritos con dolor.
Son muchos los nombres que se repiten y casi todas las
generaciones en activo están presentes
en este gesto de solidaridad y esperanza; todos somos pasajeros en los trenes de
cercanías que sufrieron la barbarie del fanatismo.
Madrid, once de marzo, subtitulado poemas para el recuerdo ha sido coordinado por Eduardo Jordá y José Mateos. El conjunto, presentado por la editorial Pre-Textos, parte de una idea de la librería madrileña Rafael Alberti que al día siguiente del atentado colgó en sus escaparates los lamentos y despedidas de poetas y madrileños anónimos. Tal iniciativa desbordó las previsiones de los organizadores y cuajó en una obra que contiene poemas escritos en todas las lenguas del estado y en la que comparten página clásicos como José Antonio Muñoz Rojas, nombres ilustres de la generación del cincuenta como José Manuel Caballero Bonald y poetas que todavía no han traspasado el umbral de los veinte años como Elena Medel; entre los tres, más de cien voces que han dejado las huellas del dolor en textos en los que predomina el desgarro y en los que las preguntas esenciales, una vez más, se quedan sin respuesta.
11-M es la escueta leyenda de portada con la que la revista Los cuadernos del Sornabique nos deja un monográfico para coleccionistas, por su hermoso diseño, que cuenta con el blanco y negro de dos jóvenes fotógrafos, Javier Cabañero Valencia y Fernando Sánchez Fernández. Los objetivos miran, sin truculencias ni amarillismos, con panorámicas donde la normalidad impone su ritmo diario; los paisajes de la desolación se van llenando de seres anónimos que abandonan su silencio en los asientos y pasillos de los nuevos trenes. Y después, versos que reivindican, desde la palabra, la dignidad del hombre y su derecho a vivir en paz, una aspiración que ya no tiene el amplio listado de víctimas que cierra el número. El director de la publicación, Luis Felipe Comendador, -cuyo poema ha sido musicado por el cantautor onubense Javier Díaz- como han hecho los editores de las otras publicaciones reseñadas, destinará los beneficios del número a asociaciones de afectados y a los familiares de víctimas del terrorismo.
La editorial Bartleby es la responsable del ultimo libro comentado, 11-M: poemas contra el olvido que ha sido coordinado por Pepo Paz y Manuel Rico. Como los anteriores, nació de la urgencia y del lamento anónimo de un tiempo detenido. Asume una respuesta inmediata que nos sitúa al lado de las víctimas y remarca la frontera contra la virulencia de lo macabro. En la reacción no se oye una sola modulación; cada poema es un estado de ánimo: desolación, condena, horror, sufrimiento, necesidad de sobrevivir... Plural relieve de un paisaje emocional. El cierre no es un vengativo ajuste de cuentas o la persecución de otra forma de pensar sobre la que llueven tantos lugares comunes y recelos ante la discrepancia; es expresión de angustia y canto a la vida desde la tolerancia cultural, desde la integración y el mestizaje, con un texto del marroquí Abdellatif Laâbi.
Los libros comparten propósitos de cohesión para cerrar la puerta al discurso apocalíptico y al mar de asfalto de un pesimismo cuyos rasgos concretos son los efectos del atentado. El derribo requiere una reconstrucción de las ideas y de la sensibilidad. La conciencia poética está enmarcada en el tiempo que le ha tocado vivir; el acto de escritura es una oportunidad para conocer un horizonte reflexivo común, que sale del ensimismamiento y muestra su adhesión al pálpito del entorno.
Sentimientos en forma de palabras solidarias para buscar un hueco en la memoria, para reiterar, en la desolación y en la impotencia, en la angustia, aquellos versos de Blas de Otero: aunque haya desaparecido la risa y la ternura se desangre por una cicatriz abierta al miedo, nos queda la palabra.
Madrid, once de marzo, subtitulado poemas para el recuerdo ha sido coordinado por Eduardo Jordá y José Mateos. El conjunto, presentado por la editorial Pre-Textos, parte de una idea de la librería madrileña Rafael Alberti que al día siguiente del atentado colgó en sus escaparates los lamentos y despedidas de poetas y madrileños anónimos. Tal iniciativa desbordó las previsiones de los organizadores y cuajó en una obra que contiene poemas escritos en todas las lenguas del estado y en la que comparten página clásicos como José Antonio Muñoz Rojas, nombres ilustres de la generación del cincuenta como José Manuel Caballero Bonald y poetas que todavía no han traspasado el umbral de los veinte años como Elena Medel; entre los tres, más de cien voces que han dejado las huellas del dolor en textos en los que predomina el desgarro y en los que las preguntas esenciales, una vez más, se quedan sin respuesta.
11-M es la escueta leyenda de portada con la que la revista Los cuadernos del Sornabique nos deja un monográfico para coleccionistas, por su hermoso diseño, que cuenta con el blanco y negro de dos jóvenes fotógrafos, Javier Cabañero Valencia y Fernando Sánchez Fernández. Los objetivos miran, sin truculencias ni amarillismos, con panorámicas donde la normalidad impone su ritmo diario; los paisajes de la desolación se van llenando de seres anónimos que abandonan su silencio en los asientos y pasillos de los nuevos trenes. Y después, versos que reivindican, desde la palabra, la dignidad del hombre y su derecho a vivir en paz, una aspiración que ya no tiene el amplio listado de víctimas que cierra el número. El director de la publicación, Luis Felipe Comendador, -cuyo poema ha sido musicado por el cantautor onubense Javier Díaz- como han hecho los editores de las otras publicaciones reseñadas, destinará los beneficios del número a asociaciones de afectados y a los familiares de víctimas del terrorismo.
La editorial Bartleby es la responsable del ultimo libro comentado, 11-M: poemas contra el olvido que ha sido coordinado por Pepo Paz y Manuel Rico. Como los anteriores, nació de la urgencia y del lamento anónimo de un tiempo detenido. Asume una respuesta inmediata que nos sitúa al lado de las víctimas y remarca la frontera contra la virulencia de lo macabro. En la reacción no se oye una sola modulación; cada poema es un estado de ánimo: desolación, condena, horror, sufrimiento, necesidad de sobrevivir... Plural relieve de un paisaje emocional. El cierre no es un vengativo ajuste de cuentas o la persecución de otra forma de pensar sobre la que llueven tantos lugares comunes y recelos ante la discrepancia; es expresión de angustia y canto a la vida desde la tolerancia cultural, desde la integración y el mestizaje, con un texto del marroquí Abdellatif Laâbi.
Los libros comparten propósitos de cohesión para cerrar la puerta al discurso apocalíptico y al mar de asfalto de un pesimismo cuyos rasgos concretos son los efectos del atentado. El derribo requiere una reconstrucción de las ideas y de la sensibilidad. La conciencia poética está enmarcada en el tiempo que le ha tocado vivir; el acto de escritura es una oportunidad para conocer un horizonte reflexivo común, que sale del ensimismamiento y muestra su adhesión al pálpito del entorno.
Sentimientos en forma de palabras solidarias para buscar un hueco en la memoria, para reiterar, en la desolación y en la impotencia, en la angustia, aquellos versos de Blas de Otero: aunque haya desaparecido la risa y la ternura se desangre por una cicatriz abierta al miedo, nos queda la palabra.
JOSÉ LUIS MORANTE
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