Una dedicatoria de Gioconda Belli Fotografía de Inmaculada Lara Bonilla |
LA BIBLIOTECA PERSONAL
Estos años (¿o son siglos?) he conocido muchas bibliotecas personales porque eran la habitación de estar de cualquier diálogo a dos voces, el lugar del poema que solo requería un té con limón complementario, una cervecita estival y algunas aceitunas deshuesadas para perder el sentido del tiempo. En cada biblioteca personal perdí el reloj de las prisas, me hice quietud, admiración, silencio, mientras el propietario va y viene con algún libro dedicado entre las manos. Yo dejo mi destartalada miopía en los estantes; acumulo asombros hasta dejar en mi retina la foto fija de la felicidad.
Viajo con frecuencia y vuelvo a casa con una bolsa repleta de libros; también casi a diario llegan libros regalados por editoriales o escritores. La bulimia de mi buzón de correos me permite algunos meses de estudio e intensa lectura. En la biblioteca personal escucho música y vislumbro un abrazo constante de páginas y dedicatorias. Sin libros la casa es un solitario pórtico de niebla estival.
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