Cancelación del ruido Yasmina Álvarez Menéndez prólogo de teresa Soto BajAmar Editores Gijón, Asturias, 2024 |
A SOLAS
La nota introductoria de Teresa Soto recuerda la cita germinal de Chantal Maillard y los dos itinerarios indagatorios que abren cancelación del ruido. Las cicatrices y erosiones del deambular vital convierten la cronología del ahora en un punto de cruce de cenizas y vacío. El manso transitar de la escritura es la única manera de curar de quien siente alrededor un extenso espacio de melancolía. La realidad es desapacible y está llena de cosas oscuras y sin sentido. Solo la palabra poética confía en su capacidad de recuperación de lo perdido. Más allá del silencio sobrevuela una sensación de desvalimiento ante la falta de respuestas. Seguir caminando implica tantear nuevas rutas entre los pliegues por un entorno carencial, con frecuencia marcado por la ausencia y por el ruido de fondo de lo contingente.
La poeta organiza Cancelación del ruido en dos tramos escriturales de longitud asimétrica. En el primero, “Morfología de la nieve” se remansa una voz crepuscular, que asocia el itinerario vital con la finitud: “Yo lo noto: cómo me voy volviendo / cada vez más triste, / más ajena, / más callada.”. El transitar convierte la presencia de la muerte en una presencia sedentaria y próxima que ennegrece la tarde y desnuda el otoño. El sujeto muestra en su soledad como se van quedando en la mirada trazos de fatiga y ausencia. Quien observa, reflexiona y recorre una íntima historia personal; sabe que los versos nacen al calor del silencio, son terapia y necesidad de vuelo, una manera de subsistir. Son también la huella firme de los que no están, de aquellos que abrieron los ojos y las manos para compartir la emoción del abrazo o sembraron la tierra fértil de los sentimientos, aunque un día se agostara hecha soledad y silencio, incapaz de afrontar la última mudanza.
Empujado por su brevedad, el apartado de cierre “Diciembre o el aullido” incorpora una cita del poeta y pensador Miguel de Unamuno: “¿No volveré a encontrarte, manso amigo?”, en la que se hace fuerte el tono elegíaco. El poema de apertura alza un escenario con la valiosa precisión de los sentidos: “Aún no ha amanecido. / La luz de la farola / amarillea los árboles. / Les adelanta el otoño. “.En él se remarca la soledad del yo poético que cubre su orfandad con el lomo cercano del animal doméstico, capaz de soportar cualquier tristeza. La memoria une evocación y ausencia, pero también por la estrecha angostura del tiempo se percibe el futuro, un itinerario que invita a sumar más preguntas que nadie puede responder ahora: “Quién heredará todo lo mío, / que es tan poco? / Qué estantes albergarán / cuando yo falte / mis libros más queridos, / aquellos que resistieron, / sin discusión posible, / a mercadillos y mudanzas…”
Cancelación del ruido desanda la quietud de las horas para mostrar con voz confidencial un sujeto lírico cercano y sostenido por la gravidez de la palabra. Frente a lo que desvanece, la mirada serena del poema ha creado un lenguaje propio, una dicción que habla de lo invisible y de espacios de luz que alumbra la memoria. Más allá del vivir, desde la profunda incertidumbre de un tiempo escurrido, está el alba lejano de la esperanza, ese rumor que a tientas va llenando el insomnio con la claridad de un nuevo día.
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