José Luis Morante (25 de agosto de 1956, El Bohodón, Ávila) |
CUMPLEAÑOS
El paso de los años nos concede un hábitat estable y un puñado de
afectos sedentarios. Hoy es mi cumpleaños. Hace sesenta y ocho años que nací
en El Bohodón, un pequeño pueblo de la Moraña abulense, un lugar casi olvidado al que he
vuelto más veces en la imaginación que en itinerarios reales pero del que me
siento parte. También hago mía la cartografía urbana de Rivas.
Como Juan de Mairena, soy un escéptico que guarda un rincón de buena fe, aunque de vez en cuando visite el atormentado limbo de la indignación y el resentimiento, elementos transitorios del ánimo que salen y entran, siempre a destiempo.
Desde mi buhardilla, un sitio confortable con cuatro inquilinos fijos: la biblioteca, el ordenador, los cuadernos blancos que me compran mis hijas en sus viajes y la colección de plumas, he aprendido a mirar la fachada azul del horizonte con los ojos cerrados. Así veo en la luna y en las puestas de sol (lo aprendí en Víctor Botas) cosas que no verá ningún astrónomo.
Orlando, un personaje de Virginia Woolf proclamaba: “Este “yo” me harta. Necesito otro”. No es mi caso; he firmado un pacto de convivencia conmigo mismo y respeto las reglas del juego.
Mi biografía tiende a la pequeñez de lo accesorio; conoce ensanchamientos y estrecheces y en un recodo se para a discurrir sobre la ley del tiempo. Yo lo hice en este poema que incluí en el libro Población activa (Deva, Gijón, 1994) y al que actualizo con mínimas variantes:
Como Juan de Mairena, soy un escéptico que guarda un rincón de buena fe, aunque de vez en cuando visite el atormentado limbo de la indignación y el resentimiento, elementos transitorios del ánimo que salen y entran, siempre a destiempo.
Desde mi buhardilla, un sitio confortable con cuatro inquilinos fijos: la biblioteca, el ordenador, los cuadernos blancos que me compran mis hijas en sus viajes y la colección de plumas, he aprendido a mirar la fachada azul del horizonte con los ojos cerrados. Así veo en la luna y en las puestas de sol (lo aprendí en Víctor Botas) cosas que no verá ningún astrónomo.
Orlando, un personaje de Virginia Woolf proclamaba: “Este “yo” me harta. Necesito otro”. No es mi caso; he firmado un pacto de convivencia conmigo mismo y respeto las reglas del juego.
Mi biografía tiende a la pequeñez de lo accesorio; conoce ensanchamientos y estrecheces y en un recodo se para a discurrir sobre la ley del tiempo. Yo lo hice en este poema que incluí en el libro Población activa (Deva, Gijón, 1994) y al que actualizo con mínimas variantes:
SESENTA Y OCHO Y LOS TÓPICOS
Hoy es mi cumpleaños. Parada
obligatoria
para el bus de las recapitulaciones
en un trayecto largo, extenuante,
que me conformará como el desconocido
que se muestra en la niebla entrañable y cercano.
A mi lado palabras amistosas y un cálido barullo
que suele terminar investigando
aquellas tonterías
que hicieron el periplo provechoso:
si tuve un hijo, escribí un libro y planté árboles.
No un hijo sino dos y con qué brío
emboscan el hastío y la tristeza;
también escribí libros, aunque su relectura
augure alguna poda infructuosa;
y sembré en el jardín un paraíso,
arbustos aromáticos y unos cuantos frutales,
en tiempo de verano predilectas moradas
de avisperos y hormigas.
Hoy es mi cumpleaños.
para el bus de las recapitulaciones
en un trayecto largo, extenuante,
que me conformará como el desconocido
que se muestra en la niebla entrañable y cercano.
A mi lado palabras amistosas y un cálido barullo
que suele terminar investigando
aquellas tonterías
que hicieron el periplo provechoso:
si tuve un hijo, escribí un libro y planté árboles.
No un hijo sino dos y con qué brío
emboscan el hastío y la tristeza;
también escribí libros, aunque su relectura
augure alguna poda infructuosa;
y sembré en el jardín un paraíso,
arbustos aromáticos y unos cuantos frutales,
en tiempo de verano predilectas moradas
de avisperos y hormigas.
Ya son sesenta y ocho.
Con el soplo entusiasta que culmina la fiesta,
He apagado las velas y he besado a los míos,
mientras interiormente me pregunto
por qué los cumpleaños son sinónimos
de frustración y aturdimiento;
Con el soplo entusiasta que culmina la fiesta,
He apagado las velas y he besado a los míos,
mientras interiormente me pregunto
por qué los cumpleaños son sinónimos
de frustración y aturdimiento;
por qué aquí dentro
se nubla cualquier luz.
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