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Vocación de náufrago Nilton santiago Premio Juan Gil-Albert XLII Premios Ciutat de Valérncia Editorial Visor Colección Visor de Poesía Madrid, 2025 |
GESTOS PERECEDEROS
La obra
poética de Nilton Santiago (Lima, 1979), Licenciado en Derecho y Ciencias Políticas
y residente en Barcelona desde hace muchos años, ejemplifica un asentamiento
sorprendente en el espacio poético contemporáneo. Desde su carta de
presentación El libro de los espejos,
editada en 2003, cada una de sus propuestas líricas conlleva el refrendo de un certamen
literario de primera línea. Así sucede con La
oscuridad de los gatos era nuestra oscuridad (Premio Internacional José
Hierro de Poesía Joven 2012), El equipaje
del ángel (Premio Tiflos 2014) y Las
musas se han ido de copas, que consiguió en 2015 el Premio Casa de América
de Poesía Hispanoamericana. El intervalo creador aglutina también las entregas Historia Universal del etcétera (Premio
de Poesía Vicente Huidobro 2019), Miel
para la boca del asno (Premio Emilio Alarcos, 2023) y, su último trabajo
hasta la fecha, Vocación de náufrago que
ha logrado el Juan Gil-Albert en el XLII Premios Ciutat de València.
El sedimento común de estas entregas conforma una conciencia poética que
entiende la escritura como una propuesta dialogal entre revelación y misterio.
Las palabras se apropian de lo que sucede; superan distancias cognitivas para
compartir el terreno movedizo de los significados. Este ideario fortalece el
abandono de la subjetividad de los materiales confidenciales para centrarse en
esos gestos vitales, perecederos y aparentemente fugaces, que nos humanizan.
Dentro del quehacer de búsqueda de Vocación de náufrago encontramos cuatro
apartados de diferente extensión, donde resalta de inmediato la abundante
presencia de lo metaliterario. Los poemas aluden en sus versos a las zonas de
riesgo de la escritura y desperezan su disposición para recoger indicios
reflexivos. Las características del discurso lírico de Nilton Santiago hacen de
la anotación estética un enunciado cercano, sin ninguna pretensión dogmática, y
con una perspectiva de imágenes y símbolos que sirve de referente evocativo de
sus magisterios: “Wislawa diría que también el poema / vive en ese vacío que
ilumina, / en esa nada que lo
contiene todo”. Lo paradójico sirve para conocer espacios de una conciencia en
tránsito; mientras, el sujeto verbal acumula percepciones y sensaciones, frente
al entorno. El poema acoge signos explícitos de lo cotidiano, mínimas
contingencias que recrean las formas aparentes de un escenario próximo. Todo es
quietud y reconocimiento de lo temporal, un inevitable sondeo en lo transitorio,
donde leves signos marcan desapariciones y ocasos: “No cabe duda, / así como
“escribir” es borrar palabras, / desaparecer / es la mejor forma de estar en
todas partes”.
El protagonista despliega el mapa
de identidades dispersas, empeñadas en remontar la azarosa pendiente de lo gregario.
Tras su insignificancia, la realidad se manifiesta con estridencia; descubre su
intimismo; contempla e intenta entender los azarosos laberintos del destino,
ese ánimo estacional que da vueltas y aclimata variables que traducen
aceptación, soledad, percepción del paisaje o leves trazos sentimentales.
La andadura es un viaje sin andén donde se rememora un itinerario
que a cada instante reactualiza distancias. El cauce verbal aborda la manera de
ser, un entrelazado de emociones y vivencias que hacen de las palabras su
territorio natural. Ese clima
poético propicia una crónica fragmentaria donde la voz reconstruye un relato
vital, una aparente distorsión de lo real entrevista por alguien que duerme con
el ojo abierto. La geografía argumental contradice el avance lineal, suma
percepciones, elementos al paso y pensamiento al vuelo libre de la imaginación.
Son los fragmentos del yo indefinido, donde se escucha el fluir de la
conciencia y el revuelo del tiempo, reconstruyendo vivencias, acercando la
memoria del pasado a un porvenir “que está ahí, a la espera de que le demos /
al botón de lo que seremos”.
Cada poema recuerda un remolino
de ideas del que poco a poco emerge el sentido y sale a superficie. La
situación familiar, los viajes, la presencia cercana de la muerte que nunca
diluye sus huellas, los indicios de permanencia y las grafías de lo exterior
conforman un tiempo de incertidumbre que, poco a poco, se vuelve inaprensible. Desgajado de cualquier retórica, un aforismo
da aliento al propósito central de la escritura, a ese caminar hacia dentro
para esclarecer el sentido del hecho creador: “Los libros no hacen más que
esparcir nuestras cenizas”.
JOSÉ LUIS MORANTE
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