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| Ella lee Kepa Murúa Imagen de cubierta de Marta Tendero Chamán Ediciones Colección Chamán ante el fuego Albacete, 2025 |
FRAGMENTOS DE VIDA
La nota bibliográfica de Kepa Murúa (Zarautz, Gipuzkoa, 1962), poeta,
narrador, cronista autobiográfico, creador de ficciones, ensayista y editor, ratifica
una constante exploración de lo verbal, que aglutina géneros y descubre una
mirada creadora singular, dotada de fuerte cohesión y claro empeño comunicativo.
Tras la edición del tercer volumen de los diarios La decisión ininterrumpida, 2008-2009, en 2024, devuelve la palabra al yo poético en la entrega Ella lee. Se trata de un extenso poemario que elige como formato referencial el poema breve y hace de los títulos un inventario de sustantivos explícitos, capaces de concretar las tramas y abrir estratos interiores a la semántica conceptual. La cubierta del libro, diseñada por Marta Tendero, representa a la madre del poeta y evoca una presencia central en el trayecto sentimental de quien escribe. La figura materna no solo es la progenitora ausente; se convierte en símbolo y adquiere una naturaleza germinativa. Como asevera el mismo escritor en una entrevista reciente: “esa mujer que lee es algo más; puede ser la tierra que nos protege, la vocación, la misma poesía, la creación artística. En suma, una estrategia confluente para activar emociones, recuerdos y pensamientos.
La cita de apertura desdeña el prestigio de los textos clásicos o los fragmentos de otras voces para dejar, como punto de partida, una anotación leve e intimista, donde el contenido aspira a la confidencia: “Vengo donde mi madre, voy a donde mis hijos, todo se aclarará mañana”; además, ratifica la verosimilitud del suceso, ubicando el instante original en una fecha concreta. El discurso lírico descubre los momentos de una puesta en escena de lo cotidiano desde el enfoque de un yo pensante. En el ensamblaje, el conjunto versal ofrece una reflexión centrada en la diversa sedimentación de lo humano. Ella lee concreta los contornos de una formulación indagatoria: “¿Qué es lo que permanece en esta vida?”.
Nuestra naturaleza transitoria no busca acaparar respuestas; pero impulsa al protagonista lírico a un despliegue de alegaciones sobre la razón de ser. Los vaivenes del poema postulan umbrales pensativos que entrelazan telarañas dubitativas, en la frágil pared de lo diario. Expanden variaciones y maneras de estar, dispuestas a transformar los tejidos verbales en itinerarios y desdoblamientos. La sinceridad se hace necesaria cuando el hablante lírico se explora a sí mismo y cuestiona las hendiduras que sufre la identidad en el devenir del tiempo. Los rincones del entorno recuerdan lugares de convivencia y aceptación de lo contingente. Quien observa y evoca parece recuperar un cuaderno de notas, abierto a percepciones y sentimientos. A actitudes en vela que ejercitan el sosegado respirar en soledad. Es el rumor que oímos tras la simple conciencia de estar vivo.
La poesía se hace camino y búsqueda, abre las manos a las enseñanzas de la experiencia. Muestra un presente, proclive al desconcierto, que advierte sobre la niebla habitual diluyendo ilusiones y sueños. Muy cerca, el pasado envuelve y pone nostalgia en el conocimiento. Forja una voluntad que moldea el ser y los rasgos de su carácter. Nace así una metafísica de las cosas. El caminar es incertidumbre; advierte que se desconoce el propio destino. El conocimiento de la vida ratifica que muchas ecuaciones no se resuelven nunca; están ahí, varadas en la melancolía, con la sospecha de que cualquier verdad parece remota e imprevisible.
El continuo cambio de conceptos recuerda un diccionario que establece un emotivo dinamismo: la destrucción, la certeza, el salto, el poder… A veces, son paradas reflexivas ante los elementos de la realidad. Entonces los poemas son más descriptivos, y acumulan detalles de lugares concretos. Así sucede en composiciones como “La plaza”; donde lo visual se muestra con la caligrafía limpia de los signos sensoriales. Otras veces la lectura interior del pensamiento recuerda o acumula las mutaciones del lugar y de sus presencias.
Kepa Murúa recurre a un sujeto cercano y directo para habitar el poema; las palabras manan con un registro de transparencia, que no deja que se enturbie la visión de conjunto. La voz muestra una limpia voluntad dialogal. El poeta es también una voluntad menesterosa que busca lugar para la ausencia y los recuerdos. Las palabras transmiten orfandad; se aprestan a saber cómo es el después, cuando la casa está vacía y en sus espacios solo sucede la ausencia. Quien escribe, recorre un itinerario existencial de trazado incierto. Volver al día es vislumbrar al yo convertido en habitante de lo transitorio. El trayecto es enigma, lugar de tránsito. Todo es brevedad y percepción temporalista. Solo queda hacer el equipaje y seguir con la cadencia conforme de la evocación, con los restos dormidos de los días.
Tras la edición del tercer volumen de los diarios La decisión ininterrumpida, 2008-2009, en 2024, devuelve la palabra al yo poético en la entrega Ella lee. Se trata de un extenso poemario que elige como formato referencial el poema breve y hace de los títulos un inventario de sustantivos explícitos, capaces de concretar las tramas y abrir estratos interiores a la semántica conceptual. La cubierta del libro, diseñada por Marta Tendero, representa a la madre del poeta y evoca una presencia central en el trayecto sentimental de quien escribe. La figura materna no solo es la progenitora ausente; se convierte en símbolo y adquiere una naturaleza germinativa. Como asevera el mismo escritor en una entrevista reciente: “esa mujer que lee es algo más; puede ser la tierra que nos protege, la vocación, la misma poesía, la creación artística. En suma, una estrategia confluente para activar emociones, recuerdos y pensamientos.
La cita de apertura desdeña el prestigio de los textos clásicos o los fragmentos de otras voces para dejar, como punto de partida, una anotación leve e intimista, donde el contenido aspira a la confidencia: “Vengo donde mi madre, voy a donde mis hijos, todo se aclarará mañana”; además, ratifica la verosimilitud del suceso, ubicando el instante original en una fecha concreta. El discurso lírico descubre los momentos de una puesta en escena de lo cotidiano desde el enfoque de un yo pensante. En el ensamblaje, el conjunto versal ofrece una reflexión centrada en la diversa sedimentación de lo humano. Ella lee concreta los contornos de una formulación indagatoria: “¿Qué es lo que permanece en esta vida?”.
Nuestra naturaleza transitoria no busca acaparar respuestas; pero impulsa al protagonista lírico a un despliegue de alegaciones sobre la razón de ser. Los vaivenes del poema postulan umbrales pensativos que entrelazan telarañas dubitativas, en la frágil pared de lo diario. Expanden variaciones y maneras de estar, dispuestas a transformar los tejidos verbales en itinerarios y desdoblamientos. La sinceridad se hace necesaria cuando el hablante lírico se explora a sí mismo y cuestiona las hendiduras que sufre la identidad en el devenir del tiempo. Los rincones del entorno recuerdan lugares de convivencia y aceptación de lo contingente. Quien observa y evoca parece recuperar un cuaderno de notas, abierto a percepciones y sentimientos. A actitudes en vela que ejercitan el sosegado respirar en soledad. Es el rumor que oímos tras la simple conciencia de estar vivo.
La poesía se hace camino y búsqueda, abre las manos a las enseñanzas de la experiencia. Muestra un presente, proclive al desconcierto, que advierte sobre la niebla habitual diluyendo ilusiones y sueños. Muy cerca, el pasado envuelve y pone nostalgia en el conocimiento. Forja una voluntad que moldea el ser y los rasgos de su carácter. Nace así una metafísica de las cosas. El caminar es incertidumbre; advierte que se desconoce el propio destino. El conocimiento de la vida ratifica que muchas ecuaciones no se resuelven nunca; están ahí, varadas en la melancolía, con la sospecha de que cualquier verdad parece remota e imprevisible.
El continuo cambio de conceptos recuerda un diccionario que establece un emotivo dinamismo: la destrucción, la certeza, el salto, el poder… A veces, son paradas reflexivas ante los elementos de la realidad. Entonces los poemas son más descriptivos, y acumulan detalles de lugares concretos. Así sucede en composiciones como “La plaza”; donde lo visual se muestra con la caligrafía limpia de los signos sensoriales. Otras veces la lectura interior del pensamiento recuerda o acumula las mutaciones del lugar y de sus presencias.
Kepa Murúa recurre a un sujeto cercano y directo para habitar el poema; las palabras manan con un registro de transparencia, que no deja que se enturbie la visión de conjunto. La voz muestra una limpia voluntad dialogal. El poeta es también una voluntad menesterosa que busca lugar para la ausencia y los recuerdos. Las palabras transmiten orfandad; se aprestan a saber cómo es el después, cuando la casa está vacía y en sus espacios solo sucede la ausencia. Quien escribe, recorre un itinerario existencial de trazado incierto. Volver al día es vislumbrar al yo convertido en habitante de lo transitorio. El trayecto es enigma, lugar de tránsito. Todo es brevedad y percepción temporalista. Solo queda hacer el equipaje y seguir con la cadencia conforme de la evocación, con los restos dormidos de los días.
JOSÉ LUIS MORANTE
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