Perros en la playa
Jordi Doce
Dibujos de Javier Pagola
La Oficina, Madrid, 2011
El íntimo placer de la escritura encuentra en el aforismo un género esencial porque conexiona vida y literatura y concede a ambos sustantivos la naturaleza de realidades indisociables. En su fluencia, el paso a paso marca el pulso intermitente de la mano que escribe. Así se percibe en Perros en la playa, una colmada cosecha de trazos personales, poemas y aforismos de Jordi Doce (Gijón, 1967). El poeta entregó en 2005 el volumen Hormigas blancas, editado por Bartleby y definido por Eduardo Moga como “un ovillo que se devana densa y fluidamente a la vez, a menudo con la persuasión de un relato”.
La nueva hoja de ruta es similar: los apuntes glosan una filosofía asistemática y expuesta en porciones que gravita a su libre albedrío, como si todo lo que sucede pudiera destilarse en esos momentos que toman por sorpresa y sacan a la luz, frases, vivencias, conversaciones e imágenes que, con apariencia vulnerable, permanecen flotando en el temblor del aire. La precisión verbal amplifica significados, aspira a completar un discurso sin tiempos muertos. En torno al sujeto fructifican estímulos que buscan la respuesta del lenguaje; palabras donde confluyen sensibilidad y representación.
El mismo autor aclara el título: “Así entiendo ahora estos comentarios: sin rumbo preconcebido, arbitrarios y espontáneos, como las carreras de los perros en la arena, moviéndose nerviosamente de un lado a otro, incapaces de buscar otra cosa que su propio cumplimiento”
Los poemas incluidos en Perros en la playa conceden a esta miscelánea un cromatismo nuevo; nos muestran esa lección escondida de los inéditos y legitiman una estética que, con las reservas propias de cualquier taxonomía, se inserta en el dominio figurativo: “La poesía, entre otras cosas, es dialogar con la palabra en libertad. Pero nunca como en un poema se percibe que las cosas se parecen a sus nombres. De ahí pudiera deducirse, tal vez, que en libertad las palabras tienden a caminar sobre aquello que nombran”. De forma natural, los versos se entretejen sin disonancias, reiterando tanteos.
Aunque no faltan párrafos autobiográficos descriptivos y enmarcados en lo contingente, Jordi Doce prefiere el texto breve, la idea condensada y rotunda, expuesta con lúcida economía. En su formulación, el aforismo activa su capacidad receptiva, se despliega, explora la multiplicidad del entorno y fija posiciones. Presenta una interpretación que halla en el lector un destinatario fiable. El sujeto verbal se implica en juicios, deambula entre lo cotidiano, escucha el rumor social y los espacios de la convivencia. Nos deja las huellas de una voz que habla consigo misma, interpela y escucha.
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