La luz sobre el almendro
Jesús Aparicio González
Libros del Aire, Madrid, 2012
En la amanecida de los años ochenta, cuando languidecían la década
novísima y el esteticismo, aparece Poemas
como pasos, presentación lírica de Jesús Aparicio González (Brihuega,
Guadalajara, 1961). El libro recupera resonancias del paisajismo machadiano y
abre una trayectoria de siete poemarios, integrada en una tradición
meditativa que ahora prosigue en el volumen doble, La papelera de Pessoa y La
luz sobre el almendro.
Aunque se muestran juntos, pertenecen a dos etapas de escritura. La papelera de Pessoa coincide con el
arranque del 2000. Estamos ante una colección poemática hecha desde la
introspección. Los poemas aglutinan palabras en vela que definen al yo como
sujeto dubitativo que busca su verdad y afronta los espejos de la
soledad y “No sabe nada, cree / que es un hombre olvidado de los otros hombres
/ y a quien le faltan dedos de sabia mentirosa / altanera, egoísta y agresiva /
para ser de este mundo”. El tránsito vivencial se va gestando entre la
esperanza y la decepción, percibiendo ciclos estacionales como signos de
vida y compañía, sintiendo en su piel el roce y la erosión de los años.
En la pautada evolución personal, La
luz sobre el almendro es un libro de madurez. Su título evoca un reflejo
sensorial, un detalle pictórico, que deja un poso de quietud en la huella fugaz
de lo que huye. Imaginaciones, sueños y olvidos conviven detrás de cada verso; las palabras son luz y clarifican. En la entrada del poemario es
obligado recordar aquella atmósfera creada por el libro de Claudio Rodríguez Don de la ebriedad, con el que hay una
convergencia notable al asumir la epifanía de una claridad gozosa y matinal que
da sentido al ser: “El primer sol te sienta en sus rodillas, / te ofrece su
leche recién cantada / y hace andar a tus ojos”. Uno de los momentos
culminantes se logra en el poema “Una casa sin sombra”, donde el yo
poemático reivindica el ahora, aunque sea asentamiento transitorio, frente
al azaroso espejismo del futuro. Concluye con estos versos: “Nada tengo que ver
con su mañana de pájaros vacíos. / Hoy devoro mi fruta más madura / como si
fuera el último azúcar / que llegara a mis labios “.
La temática metaliteraria aporta el esfuerzo del yo verbal para
conexionar escritura y realidad. De ese enlace surge la necesidad de adaptarse
a la contingencia del devenir; las cosas van desvelando su interior, nos
enseñan a crecer, abren los sentidos y se convierten en cuartillas futuras que
son simples destellos que iluminan la contemplación del pasado.
Serena e intimista, la obra poética de Jesús Aparicio González elige
como veta central el misterio de lo cotidiano. Y lo hace desde la sencillez,
huyendo de lo vistoso, depurando la voz en una permanente búsqueda de lo
esencial. Este libro doble pone de relieve la fidelidad a un estilo y la
persistencia de unas inquietudes éticas y estéticas. Versos donde la evocación
sondea el tiempo, la mutabilidad de las cosas y el acontecer de la vida. Poemas
que buscan la tibieza del sol a mediodía.
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