Los 400 golpes Luis Felipe Comendador Asociación Cultural "El Zurguén", Moriles Salamanca, 2013 |
CUATROCIENTOS GOLPES
Nada erosiona
más un itinerario creador que la tinta de lo previsible, esa sensación fatigosa
de estar leyendo un poema conocido y escrito en el pasado. Cada taller lo sabe
y, como Ulises, se dispone a cumplir un largo viaje en el que es preciso
ajustar rumbo a las contingencias y
modificar al paso las coordenadas escriturales. Luis Felipe Comendador (Béjar,
Salamanca, 1957) inicia travesía con un libro de aprendizaje, Versos giróvagos, y alcanza el justo registro de
su voz en salidas como Sentado en un bar,
Un suicidio menor, Banda sonora…Se compilaron
en ´Vuelta a la nada, extensa muestra
de casi una década de creación, con prólogo de quien esto escribe.
Aquel volumen
dejaba en primer plano un alter ego
singular que hablaba de los desajustes del entorno y el desasosiego
contemporáneo, con mordacidad e ironía. Los versos apostaban con nitidez austera
por el coloquialismo y no ocultaban sus afinidades por poetas del 50, como
Ángel González, Claudio Rodríguez, Jaime Gil de Biedma, o por los autores
americanos del realismo sucio. Así quedó impreso el trazo lírico del Comendador
más celebrado, aquel que en los años noventa dirigía la revista Los cuadernos del Sornabique, impulsaba
el sello LF ediciones o asistía a
encuentros literarios para sembrar lecturas hilarantes entre las voces del extremo, la epigonía de Raymond Carver y entre los adolescentes de institutos
públicos, siempre fascinados por la escatología y las descargas hormonales a
presión.
El tiempo ha
mitigado aquel verso hilarante del poeta, testimonial y crítico, para convertir
su voz en una meditación existencial de tinte sombrío. De este quiebro en el
itinerario que sitúa a Luis Felipe Comendador en otro campo poético deja
constancia su último poemario hasta la fecha Los 400 golpes. Otros son los parámetros lectores donde se forja la
escritura y otro es el interlocutor lírico que deambula por el callejón sin luz
de la melancolía. Perdura su pasión por el cine, tan presente en los títulos como Banda sonora, Sesión continua, o Travelling. A nadie se le escapa que el título del poemario es un
explícito homenaje a François Truffaut, director, crítico y actor francés,
quien rodaría en 1958 la película Los
cuatrocientos golpes, con el inolvidable personaje Antoine Doinel. Es
precisamente ese protagonista de la gran pantalla quien abre el libro de Luis
Felipe. Como tantos recuerdan, Antoine es un niño que ha manchado su mirada
limpia con los problemas sentimentales de sus padres, con la severidad
del profesor y con el inhóspito discurrir del reloj diario. Solo el mar lo
dejará frente a un horizonte abierto y reparador. De esa huida
hacia la claridad están hechos los poemas de Luis Felipe Comendador; trazan
la crónica de un superviviente, pronuncian la necesidad de un ahora habitable,
hecho de nubes lentas y esperanzas que insisten en vivir agazapadas. La voz del
poema busca en sí misma al interlocutor. Es un yo desdoblado, como en tantos
poemas de Cernuda, quien escucha el soliloquio en la inercia de un
ahora incierto; quien habla reconstruye su propia identidad, que se deja vencer
por el cansancio o por el peso muerto de ser protagonista de un tiempo
de descartes. El yo se repliega en su
propia sexualidad, ahora mucho más interiorizada, en la percepción sensorial
del paisaje, o en una continua meditación sobre la muerte como gesto final
resolutorio. La vuelta a la
nada se vislumbra con entereza, es un azar inevitable. De igual modo se concibe
la existencia como un proceso de despojamiento y la escritura como una introspección catártica. Las palabras curan.
Con interés
creciente, he seguido desde el comienzo el trabajo poético de Comendador, y en su poesía de madurez muda el perfil del sujeto
hablante. Ahora es menos espontánea y coloquial porque sus
conexiones con la realidad han cambiado; quien escribe conoce el estiaje de las
ilusiones. Pero ha crecido su valor poético: la voz se ha hecho más honda y emotiva, trasmite una perspectiva ética que
nunca elude las preocupaciones fundamentales del ser: el devenir temporal, los
sentimientos, la erosión de lo cotidiano y la ceniza del morir, ese mar calmo
que un día llenara la mirada perpleja de Antoine Doinel.
Las palabras de este libro de Luis Felipe salen desde muy adentro.
ResponderEliminarQuerido Pedro, he vivido desde la media distancia tu proximidad a Luis Felipe, tu estancia en Béjar y ese maravilloso gesto solidario de tu libro. Desde aquí quiero darte las gracias; apoyar la labor de Luis Felipe Comendador es insuflar un poco de aliento, borrar una línea de escepticismo y de melancolía. Gracias por el comentario.
EliminarExcelente reseña para motivar aun más la lectura del último libro de Luis Felipe. Gracias por acercárnoslo con tus palabras, José Luis. Estoy deseando leerlo.
ResponderEliminarGracias a ti, Esther por asomarte al blog. Aquellos días comunes que vivimos en Béjar tienen ahora el encanto de la evocación y el sabor grato de lo inolvidable. No te pierdas este libro. merece la pena. Feliz comienzo de curso.
EliminarNo sé cómo ha sido la distribución del libro; no creo que sea difícil conseguir ejemplares dirigiéndose a la editorial que ha sacado a la luz el poemario. Dejo constancia aquí de algunos amigos que me preguntan por el poeta con el mismo afecto de siempre: María Gómez (desde Huelva), que envía un abrazote grande que ya he remitido a Luis Felipe, Elías Moro, desde Mérida, Herme G. Donis, desde Oviedo y Madrid, Marino González, editor incansable, desde Mérida, y tantos otros que han vivido con nosotros instantes mágicos y recuerdos que el tiempo nunca dejará en el trastero. Siempre que hablo con Luis Felipe estáis...
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