La amiga estupenda Elena Ferrante Lumen, Diciembre 2015 (Quinta edición) Barcelona |
CARTOGRAFÍA DE BARRIO
En su novela La amiga estupenda, primer título de la saga “las amigas”, el
celebrado pseudónimo Elena Ferrante hace del diálogo entre recuerdos y olvido
el impulso básico del acontecer narativo. La inexplicable ausencia de una
mujer, Lila, que antes de desaparecer ha eliminado todos los indicios existenciales que le
concedían un lugar propio, provoca en su mejor amiga, Lena, un ávido afán por
recuperar el itinerario común, desde que amanece, en los primeros años de infancia,
hasta la boda de Lena, cuando todavía es una joven de personalidad singular.
Así aflora en un humilde barrio de Nápoles, a mediados de los años cincuenta
del pasado siglo, un secuenciado despliegue de vivencias que entrelaza
costumbrismo expresionista y crecimiento del yo en una comunidad diversa,
empeñada en la supervivencia más elemental.
En el pausado recorrido no hay
retoques idílicos. La infancia fue desaliñada y gris, casi feísta. Las palabras
de Lena lo testifican con sonido áspero: “No siento nostalgia de nuestra niñez,
está llena de violencia. Nos pasaba de todo, en casa y fuera, a diario, pero no
recuerdo haber pensado nunca que la vida que nos había tocado en suerte fuera
especialmente fea. La vida era así y punto; crecíamos con la obligación de
complicársela a los demás antes de que nos la complicaran a nosotras”. Queda
claro, por tanto, desde el comienzo que lo próximo está lleno de inquietud, y
que hay que afrontar los previsibles barros de la amanecida con la voluntad en
guardia porque el destino final estará cerca de lo calamitoso. Una esperanza
renqueante con las ilusiones derramadas en los pasos sucios de lo cotidiano.
El mejor método aplicable es
afrontar la existencia con rabia y coraje; y esa es la actitud que define a
Lila. A pesar de la apariencia frágil y su desgastada situación familiar, la
niña pugna por ser coherente con una sensibilidad lúcida y con una notable
capacidad intelectual. De ahí el poder de atracción que siembra en Lena y la
fuerza que enlaza las dos identidades en una convivencia tenaz y silenciosa al
principio que, poco a poco, se va transformando en un trayecto complementario.
El ambiente cívico de la
posguerra marcó una jerarquía social que condiciona el futuro de cada familia.
En los capítulos de La amiga estupenda
los personajes se multiplican – conviene recordar que la saga completa abarca
casi seis décadas, desde los años cincuenta hasta la primera década del siglo
XXI- y las situaciones convivenciales dejan sus pasos en todas las aceras de la
ciudad. La topografía del barrio tiene mucho de corrala y patio de Monipodio;
un marco aleatorio para moldear trazos de personajes mudables que se van
haciendo desde la experiencia y los enlaces relaciones entre el yo y los otros.
El armazón de La amiga estupenda avanza moroso. El
tiempo de la infancia se dilata para que los cimientos que alzan
las dos niñas sean nítidos y duraderos. Al principio la fría quemadura del
carácter de Lila hace de Lena un simple satélite. Poco a poco se reajusta esta
manera de ver las cosas porque la práctica de ver el mundo con ojos
ajenos anula lo episódico para transformarse en razón de vida. De esa
apropiación afectiva de la forma de ser de Lila nace un intenso aprendizaje.
Lena valora el carácter único de su amiga y lucha por cimentar su autonomía
frente a los sentimientos y acciones de los demás. El resultado es diáfano: ya
nunca será una nota al margen sino la prueba más feraz de la existencia de
Lila. Su voz escrita es la tenaz memoria de una ausencia que así se libra de la pálida sombra del
olvido. Nada se difumina mientras exista en otra subjetividad. En La amiga estupenda Elena Ferrante lanza al aire los dados de una
amistad que encuentra en el tiempo un mapa de tanteo y un compartido
código de comportamiento donde nada es anecdótico, aunque las cronologías sean
volátiles por naturaleza.
La infancia concluye y los cuerpos descubren una
nueva estación, la adolescencia y más tarde el ciclón de la juventud; es una fuerza oscura que asoma desde el
interior de los cuerpos, y que deja en las formas renacidas de las dos amigas
continuas situaciones de conflicto, otras inquietudes que se despliegan cada
vez más lejos, y a las que hay que buscar itinerarios explicativos. De ahí el trazo firme y profundo
de la verdadera amistad: sabe dónde está el fuego; es luz y amanecida porque “la vida real cuando ha
pasado no se asoma a la claridad sino a la oscuridad”.
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