sábado, 26 de diciembre de 2015

ELENA FERRANTE. LA AMIGA ESTUPENDA

La amiga estupenda
Elena Ferrante
Lumen, Diciembre 2015 (Quinta edición)
Barcelona

CARTOGRAFÍA DE BARRIO

   En su novela La amiga estupenda, primer título de la saga “las amigas”, el celebrado pseudónimo Elena Ferrante hace del diálogo entre recuerdos y olvido el impulso básico del acontecer narativo. La inexplicable ausencia de una mujer, Lila, que antes de desaparecer ha eliminado  todos los indicios existenciales que le concedían un lugar propio, provoca en su mejor amiga, Lena, un ávido afán por recuperar el itinerario común, desde que amanece, en los primeros años de infancia, hasta la boda de Lena, cuando todavía es una joven de personalidad singular. Así aflora en un humilde barrio de Nápoles, a mediados de los años cincuenta del pasado siglo, un secuenciado despliegue de vivencias que entrelaza costumbrismo expresionista y crecimiento del yo en una comunidad diversa, empeñada en la supervivencia más elemental.
   En el pausado recorrido no hay retoques idílicos. La infancia fue desaliñada y gris, casi feísta. Las palabras de Lena lo testifican con sonido áspero: “No siento nostalgia de nuestra niñez, está llena de violencia. Nos pasaba de todo, en casa y fuera, a diario, pero no recuerdo haber pensado nunca que la vida que nos había tocado en suerte fuera especialmente fea. La vida era así y punto; crecíamos con la obligación de complicársela a los demás antes de que nos la complicaran a nosotras”. Queda claro, por tanto, desde el comienzo que lo próximo está lleno de inquietud, y que hay que afrontar los previsibles barros de la amanecida con la voluntad en guardia porque el destino final estará cerca de lo calamitoso. Una esperanza renqueante con las ilusiones derramadas en los pasos sucios de lo cotidiano.
   El mejor método aplicable es afrontar la existencia con rabia y coraje; y esa es la actitud que define a Lila. A pesar de la apariencia frágil y su desgastada situación familiar, la niña pugna por ser coherente con una sensibilidad lúcida y con una notable capacidad intelectual. De ahí el poder de atracción que siembra en Lena y la fuerza que enlaza las dos identidades en una convivencia tenaz y silenciosa al principio que, poco a poco, se va transformando en un trayecto complementario.
   El ambiente cívico de la posguerra marcó una jerarquía social que condiciona el futuro de cada familia. En los capítulos de La amiga estupenda los personajes se multiplican – conviene recordar que la saga completa abarca casi seis décadas, desde los años cincuenta hasta la primera década del siglo XXI- y las situaciones convivenciales dejan sus pasos en todas las aceras de la ciudad. La topografía del barrio tiene mucho de corrala y patio de Monipodio; un marco aleatorio para moldear trazos de personajes mudables que se van haciendo desde la experiencia y los enlaces relaciones entre el yo y los otros.
  El armazón de La amiga estupenda avanza moroso. El tiempo de la infancia se dilata para que los cimientos que alzan las dos niñas sean nítidos y duraderos. Al principio la fría quemadura del carácter de Lila hace de Lena un simple satélite. Poco a poco se reajusta esta manera de ver las cosas porque la práctica de ver el mundo con ojos ajenos anula lo episódico para transformarse en razón de vida. De esa apropiación afectiva de la forma de ser de Lila nace un intenso aprendizaje. Lena valora el carácter único de su amiga y lucha por cimentar su autonomía frente a los sentimientos y acciones de los demás. El resultado es diáfano: ya nunca será una nota al margen sino la prueba más feraz de la existencia de Lila. Su voz escrita es la tenaz memoria de una ausencia  que así se libra de la pálida sombra del olvido. Nada se difumina mientras exista en otra subjetividad. En La amiga estupenda Elena Ferrante lanza al aire los dados de una amistad que encuentra en el tiempo un mapa de tanteo y un compartido código de comportamiento donde nada es anecdótico, aunque las cronologías sean volátiles por naturaleza.
 La infancia concluye y los cuerpos descubren una nueva estación, la adolescencia y más tarde el ciclón de la juventud; es una fuerza oscura que asoma desde el interior de los cuerpos, y que deja en las formas renacidas de las dos amigas continuas situaciones de conflicto, otras inquietudes que se despliegan cada vez más lejos, y a las que hay que buscar itinerarios explicativos. De ahí el trazo firme y profundo de la verdadera amistad: sabe dónde está el fuego; es luz y amanecida porque “la vida real cuando ha pasado no se asoma a la claridad sino a la oscuridad”.


   

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