Los estómagos Luna Miguel La Bella Varsovia Córdoba, 2015 |
FISIOLOGÍA DEL DOLOR
El itinerario biográfico de Luna Miguel (Madrid, 1990) propicia un
contacto temprano con la poesía. Sus padres crearon el sello editorial El
Gaviero, que todavía mantiene en el mercado un catálogo solvente donde
encuentran acogida propuestas diferenciadas. Esa condición de singularidad está
también en la forma de entender el poema de Luna Miguel que es autora de los
poemarios Estar enferma, Poetry is not deat, Pensamientos estériles, La
tumba del marinero y, el más reciente,
Los estómagos, que llega en febrero de 2015. La cosecha creativa tiene representación
en un buen puñado de antologías, como “Re-generación”,
muestra editada por Valparaíso en la que conviven veinticuatro poetas que
forman la primera avanzadilla del siglo XXI.
La cubierta de Los estómagos
es una ilustración expresionista de Aleksandra Waliszewska que parece
predisponer al lector sobre el material temático, pues sugiere una
interpretación alegórica. Nos hallamos ante un conjunto de poemas que requiere
una lectura implicada; la realidad cercana quema como el hielo y es necesario
abrir sentidos y percibir, si la identidad no quiere moverse entre tanteos. Las
relaciones entre sujetos y elementos están ahí, siempre trastocadas y mudables,
por lo que galvaniza el pensamiento: “Pensemos en un hospital lleno de gatos /
pensemos / los huesos se comen a los huesos, / las uñas son un gesto / el
esqueleto felino / su olor / pensemos en gaviotas y en carroña / en ese color
que maúlla…”
Que el primer entorno del poema sea el hospital y que su espacio muestre
los despojos, el olor, los gestos de búsqueda de la carroña o los recelos del
gato entre sobras de alimentos nos dice que la lírica de Luna Miguel es una
escritura visceral, nada complaciente; por eso, acierta plenamente la nota de
Antonio J. Rodríguez que define el poemario como “un ejercicio de meditación
que consiste en mirar el dolor de frente, a los ojos, sin huir de él, sin
renunciar a él, hasta que se extinga o hasta que sea él quien nos esquive….”
Por tanto, el sujeto verbal está en la brega, no hay esteticismo sino
crónica al paso que busca las arterias del caos, que reproduce desde las
palabras el desajuste de una indecisa línea de fuego. La desolación forma parte
del entorno doméstico; está en lo cercano, en la casa personal y en el barrio.
De este modo, El Raval, en pleno corazón urbano se hace pobreza, un hábitat
humilde en el que sobresalen los perfiles de cuartos oscuros, de pisos
alquilados, o de materiales que componen las actividades de lo cotidiano. Los
mercados dejan en las aceras hilos de asco, estelas de desperdicios que obligan
al sujeto a afrontar imágenes feístas que nublan cualquier esteticismo del
poema. La fisiología cobra carácter matérico, se impone como parte esencial del
yo, como una definición de aparatos y órganos que quita voz al pensamiento.
Si el tramo inicial del poemario difundía el protagonismo del cuerpo que
exigía asumir sus funciones esenciales, el apartado “Metástasis” emplea una
semántica de impacto que genera, de entrada, un estado de ánimo. La enfermedad,
los términos claves del proceso, el estallido y los efectos secundarios en el
organismo crean un diálogo sobrecogedor que disemina el ánimo sereno y añade a
las palabras un latido esencial. El cáncer está ahí, nos hace vulnerables,
postula un inventario de síntomas y solo se combate con una implicación
sentimental palpable como si la realidad de lo vivido sobrepasara la distancia
que las palabras ponen en los poemas.
Luna Miguel concede a los dos últimos apartados un sesgo conclusivo,
que también persiste en el anexo. En “El matadero”; el largo camino en el dolor
encuentra una estación final, un itinerario cumplido en la ceniza. Los poemas
enuncian visiones estremecidas. De igual modo, las composiciones de “Y los
animales” enaltecen el ambiente de finitud existencial, como si todos los
elementos estuviesen contagiados y tuvieran una textura enferma.
Puedo suponer el significado íntimo de esta escritura para Luna Miguel,
como catarsis frente a una contingencia extrema y dolorosa. Pero más allá de
ese diálogo a dos voces entre ausencia y ternura, queda la fuerza de un
poemario que anula cualquier lirismo gratuito para sembrar esa exigencia
inexcusable de encontrar sentido a los poemas.
El paisaje está ahí, oscuro y denso en medio de la noche; pero queda la
voz para llamar al alba y sembrar entre las formas un instante de luz.
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