Una eterna despedida Agustín Porras Estrada Prólogos de José Cereijo y Luis Valdesueiro Editorial Verbum Madrid, 2016 |
CON VOZ DE TODOS
Poeta, ensayista –con notables
aproximaciones al discurrir biográfico y al legado literario de Gustavo Adolfo
Bécquer- y editor de revistas literarias, Agustín Porras emplea como frontal de
su libro de poemas más reciente un esqueje versal de Ángel Guinda: “Una eterna
despedida”. Es una expresión enunciativa, sin ningún recodo semántico, que hace
principio básico la aceptación de que el devenir no es sino un sino anunciado
que va sembrando huellas hasta la última costa; caminamos para llegar a un
refugio postrero donde nada perdura sino indicios de ceniza y vacío.
Esta
propuesta reflexiva sobre nuestra conciencia integra como umbral dos prólogos.
Los firman el aforista Luis Valdesueiro y el poeta José Cereijo. Los párrafos
de Cereijo insisten en el carácter natural del lenguaje, de tal modo que la
experiencia individual se comunica a través de un propósito intimista y
coloquial, que pretende compartir un núcleo de sensaciones dictadas por la
cercanía; el sujeto verbal habla con la voz de todos. Luis Valdesueiro se remonta al discurrir histórico de la literatura
para recordar el origen oral de la poesía y su halo popular y anónimo. De ese
manantial siempre propicio a la recitación y la memoria surge la copla, formato poético que tiene como rasgo
ideal el efecto emotivo, junto al carácter paradójico y el sentido irónico y
vitalista.
Con esos juncos, Agustín Porras
entrelaza un poemario que bascula entre dos vértices temáticos: existencia y
finitud. Dos veneros que amanecen con la línea recta de lo intuitivo, sin
meandros herméticos, con una expresividad directa que amasa frutos con la
experiencia saludable del realismo: “Aquel que vive con miedo / no hace falta
que le expliquen / en qué consiste el infierno”; de ese afán didáctico de la
copla que busca difundir una actitud están cimentados los versos de muchas
composiciones; también de la
incertidumbre que genera el azar que guía el deambular por trochas azarosas: “Desde niño
siempre supe / lo que debía de hacer. / Hasta hoy nunca lo hice. / ¿Me atreveré
alguna vez?
Las coplas de Una eterna despedida se caracterizan por u efectismo expresivo.
Niegan cualquier idealización conceptual para captar las palpitaciones del
pensar, ese fulgor emotivo que crea en el ánimo efectos de luz y sombra, que
enmarca las palabras del poema en la tarea de dar fe de vida, aunque seamos un
destino pactado, un camino abierto al espejismo de la permanencia que asume en
la última estación una certeza única.
En este itinerario del yo hasta sí mismo
no hay regreso.
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