Las lágrimas de Chet Baker caen a piscinas doradas Abel Santos Prólogo de Diego Vasallo Chamán Ediciones, Albacete, 2016 |
ARENAS MOVEDIZAS
La mirada poética de Abel Santos (Barcelona, 1976) impone una actitud
que nunca firma acuerdos con el conformismo complacido de lo sedentario, un
espejismo de arenas movedizas. Advierte del peligro de cerrar los ojos ante los
desconchones grises de lo cotidiano. Sus versos prefieren tomar asiento en lo
oscuro y desde allí destilan una incisiva reflexión sobre la existencia. Así ha
ido moldeando una activa producción que arranca en 1998 con el poemario Esencia y que está compilada en
antologías como Demasiado joven para el
blues (2014) y Jass (2016). En
sus entregas encarna una estética de la decepción en la que se reiteran
espacios argumentales como la introspección confesional, los rostros de la
noche, la crítica social, el afán metaliterario, o el rumor incansable del
jazz. Por tanto, no sorprenderá a quienes han cruzado puentes lectores con el
realismo bastardo de Abel Santos el título de la nueva salida del poeta catalán,
Las lágrimas de Chet Baker caen a
piscinas doradas, que cuenta con una introducción de Diego Vasallo,
intérprete, compositor y letrista del grupo musical Duncan Dhu. Y es Diego Vasallo también el autor de la letra que
inspira el título del libro.
El intuitivo trompetista Chet Baker (1929-1988) encarnó una existencia
desmesurada que ha dado pie a abundantes incursiones biográficas y ha inspirado
la película “Born to be blue”, dirigida por Robert Budreau y protagonizada por
el siempre comprometido Ethan Hawke. Algunos de estos retazos se recrean en el
prólogo de Diego Vasallo, donde se cobija la sombra derrotada de Chet Baker
antes de caer al vacío y de dejar colgando en el aire la languidez de alguna
nota; así aparecen también para el músico los poemas de Abel Santos: “sonidos
profundos de catarsis cegadoras atraviesan los textos como los truenos de una
tormenta que se va dejando atrás,
martillos que golpean los instantes; desiertos ocupando el horizonte desde una
ventana que mira el atardecer”.
En la poesía de Abel Santos la naturalidad y el decir sobrio son
preceptos básicos, como si el tiempo fuera un sostenido aprendizaje para tomar
apuntes del ahora. Así se confeccionan, página a página, las secuencias
emocionales de un diario intimista en el que el sujeto verbal se asoma en los
espejos del yo biográfico y enlaza contingencias. En ese caminar en círculos,
solo el amor invita a retomar la amanecida de las esperanzas, como si fuese la
anestesia que proporciona una calma aparente, como si defendiera frente a la
soledad algunas certidumbres y abriera sitios para habitar en el deshielo. Sobresalen los poemas amorosos, donde busca sitio una amplia semántica; están la
soledad y el deseo, el recuerdo y su fuego cruzado con el olvido;
o la conciencia de un tiempo que se consume indeclinable y triste en su propia
búsqueda de sentido porque es difícil salir ileso de una historia de amor. Las lágrimas de Chet Baker caen a
piscinas doradas arrastra en el río
del poema la verdad personal, ese empuje profundo de carne y hueso que flota
endurecido en las aguas del tiempo.
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