Entre dos nadas Antología consultada Francisco Brines Prólogo de Alejandro Duque Amusco Renacimiento, Sevilla, 2017 |
ANTOLOGÍA CONSULTADA
Hay en toda la poesía de Brines una intensa coherencia, un pensamiento
circular que se alimenta de redundancias. Los protagonistas de su creación son
el tiempo y la belleza; el tiempo como tránsito que nos va despojando hasta el
vacío final y la oscuridad de la nada; y la belleza que pone luz a los reflejos
de la infancia y la identificación del hombre con la naturaleza. En ambos temas
cobra sentido la palabra que es revelación y vida. A través de la escritura
se recrea la realidad, donde la memoria deja su emoción; la
palabra poética es también una respuesta vital que nos permite vivir el pasado
en el ahora.
Su primer libro Las brasas (1960)
obtuvo el Premio Adonais, el más importante galardón de la posguerra. Las composiciones
de esta amanecida ya son elegíacas. Están escritas desde el estar de un sujeto
que reflexiona sobre el paso de los días. Sentimientos y sensaciones se
marchitan dejándonos entre las manos una menguada cosecha. En el presente la
esperanza no tiene sentido.
La segunda entrega de Brines, El santo inocente cambia de título muy pronto y
se denominará Materia narrativa inexacta.
Sombras del mundo clásico que hablan en monólogos dramáticos dan cuenta de las
meditaciones del hombre, de ese sustrato común de la conciencia que permite que
el amor sea en nuestro devenir un recurso liberador. Los poemas expuestos con
la escueta lucidez del relato refuerzan la objetividad del discurso.
El itinerario se enriquece en 1966 cuando se edita Palabras a la oscuridad, que se alzó con el Premio de la Crítica. El título del mismo sugiere que el
misterio de la noche es el interlocutor en quien el verbo deposita la emoción
del mundo, esas perdurables impresiones del paisaje de Elca, la inquietante presencia
de los otros o los signos desvelados de la soledad y la muerte.
Aún no es un libro renovador. Aparece
en 1971 e incorpora una importante veta satírica; predomina en él el
conceptismo y el tono sentencioso. Hay abundantes procedimientos expresivos -parónimos,
aliteraciones, rimas internas…- y utiliza un léxico novedoso, aunque también
están presentes las habituales preocupaciones, como el derrumbe
continuo de la carne.
Insistencias en Luzbel
aborda una poesía metafísica, centrada en el largo trayecto que va desde el
engaño de la plenitud de la infancia hasta la nada. La vida entonces -como ya
expusimos- se convierte en ensayo de una despedida; solo es vivida plenamente
en el breve sueño de los sentidos donde hay una ética de lo celebratorio, un
estoicismo que indaga en el carpe diem
y que conjuga presente y captación de la belleza.
Sus últimos libros son el patrimonio del poeta en el tiempo y tienen la
mirada crepuscular de la elegía. En El
otoño de las rosas un viajero en la parte final de su trayecto hace balance
y sabe que el itinerario fue lo que vivió. El rescate es ocasión propicia para
cantar el entusiasmo de haber sido.
Un sujeto poético que nos comunica la estéril razón de la existencia es
el protagonista de La última costa. Ya
el título sugiere la perspectiva desde la que están escritas las composiciones.
Se divisa la geografía del ocaso cuando el mar nos ofrece su distancia, como si no fuera posible el
retorno y el viajero lleva consigo la memoria que le permite recuperar el
territorio de la infancia y recrear las sensaciones que en el pasado la
definieron.
La antología consultada incluye algunos poemas del libro en preparación Donde muere la muerte. Su apertura
“Brevedad de la vida” es un largo balance en prosa poética cuyo argumento deja
el poso exacto de la aceptación: existir es el principio de la nada. Solo la
escritura conjetura una posible salvación del olvido, un plano de permanencia
en el recuerdo capaz de trascender la espalda fría del tiempo.
En Selección
propia, una antología editada en Cátedra, hay un estudio introductorio
fundamental para entender su poética. Se titula “La certidumbre de la poesía”.
El trabajo se hilvana a partir de un conjunto de reflexiones clarificadoras. A
pesar del desagrado del poeta por analizar la propia poesía, sugiere que la
poética nace de la praxis como los poemas nacen de la necesidad. Sus
indagaciones se orientan hacia el proceso de creación. Cuando el tiempo nos
destierra del paraíso de la infancia la palabra se convierte en una fortaleza
que salvaguarda la dimensión individual del hombre. Los versos son refugio que
permiten construir una nueva realidad que emana de nosotros mismos porque es
interior y se nos otorga como una revelación. Así va apareciendo el mundo del
poeta, sus concretas experiencias vitales expresadas con un lenguaje donde la
intuición dirige la evolución expresiva de una obra que ha hecho de la
precisión y la claridad norte y rumbo. Como Antonio Machado o Luis Cernuda,
Francisco Brines es un poeta del tiempo. Su palabra es recuento del existir
desde una conciencia ética, huellas desgajadas que empiezan a borrase en un
tacto de arena.
Una vez más, una reseña que muestra la sensibilidad del lector y la perspicacia y conocimientos del maestro. Nuevamente, gracias por compartir esa pasión tuya por el mundo abierto de la Palabra.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo.
Querido Antonio, la tradición va alzando sus planos con voces referenciales como la de Francisco Brines. la antología consultada es un homenaje necesario a un trayecto cumplido. Un libro imprescindible editado con el mimo de siempre por Renacimiento. Feliz jornada.
EliminarUna estupenda reseña, muy enriquecedora. Gracias.
ResponderEliminarUn abrazo.
Ya sabes que Brines es uno de los magisterios más emblemáticos de la línea elegíaca, en la que también están Antonio Cabrera o Eloy Sánchez Rosillo. Y esta antología constituye un necesario regreso a su corpus lírico. Un fuerte abrazo.
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