Nuestra orilla salvaje Rosario Troncoso La Isla de Siltolá, Poesía Sevilla, 2017 |
EL FRÍO Y LA DISTANCIA
Rosario Troncoso (Cádiz, 1978), Profesora de Lengua Castellana y
Literatura en Secundaria y Bachillerato,
directora de Takara Ediciones y coordinadora de la revista El Ático de los gatos, aporta un
itinerario poético de siete títulos, al que ahora añade, a muy pocos
meses de la edición compilatoria de Eternidad
provisional, el poemario Nuestra
orilla salvaje. El título habla de irracionalidad e inconformismo y añade a las composiciones dos citas que
desdeñan esas utopías domésticas, expuestas al alcance de la mano. La de José
Luis Piquero es un destello de lucidez apelativa: “Has estado muy lejos. Vuelve
a ti.”; la de Jaime Gil de Biedma define la condición temporal y perecedera de
la identidad: “Pero ha pasada el tiempo / y la verdad desagradable asoma: /
envejecer, morir, es el único argumento de la obra “.
Son signos que no esconden el sustrato básico del primer apartado del
libro, “El abrazo de los extraños”. Como si el sujeto lírico hubiese recorrido
una amplia geografía hecha de desamparo e intemperie, en la que el derrumbe ha
ido dejando esquirlas. El presente se convierte en un invernadero de acogida de ilusiones y sueños. Lo compartido entonces no tiene la calidez habitable de la
compañía sino la certeza de un caminar común hacia el vacío: “Ya no habrá
recuerdos, / ni noches por delante. / La vejez. El silencio. / Y una lápida
sobre el vacío, mientras seguimos vivos / bajo los restos de nuestro derrumbe”.
El aire de la casa diaria se hace nocturnal, adquiere la apariencia del nicho,
como si se anticipara una despedida definitiva que no busca estridencia sino
silencio. Es esa sensación de un frío interior que va diluyendo las geografías
de otro tiempo, como si no fuese posible emprender pasos de vuelta. Para lo
vivido no hay regreso. En el estar diario se ha instalado una melancolía que
diluye el deseo; así lo corroboran con excelente trazo algunos versos: “Estamos
demasiado lejos de la piel”, o “Busco en tus ojos / y aquí no vive nadie”. Nada
es posible contra el tiempo, ni siquiera el abrazo de extraños que alguna vez
dejaron su perfil en la mirada y luego habitaron la sombra como imágenes
perecederas.
En todo el apartado prevalece la sensación de desgarro y vacío. Pero el
verso no se hace declamatorio, como si en la conciencia del yo poético hubiese
una tácita aceptación de que vivir es un error pactado que requiere puntos de
sutura.
La mirada infantil percibe el entorno con asombro y cordialidad. En su
respiración no hay fronteras entre el imaginario onírico y los espacios reales.
Por eso la infancia es un paréntesis áureo, en el que la esperanza da luz a
cada percepción. Pero la experiencia cotidiana muda ese paisaje interior. Se
imponen los efectos negativos, la derrota y la decepción; llega un tiempo
cíclico que lleva al desamor y la ruptura; de ahí el rótulo que acoge a las
composiciones de esta segunda parte, “El final de las Hadas”, un aserto cuya
semántica se configura a partir de unos versos de la poeta Itziar Mínguez
Arnáiz: “Has llegado tarde / a todo lo que importa / y todo lo que importa / ha
llegado tarde a ti “. Las constantes vitales dan fe de ese fracaso, de esa
inmersión en el dolor, repleta de efectos corrosivos. Así lo subraya, con
concisión lapidaria el poema “El final de las Hadas”, donde la identidad
constata el fin de la inocencia. Es sabido que en la literatura tradicional
añadía como rasgos específicos de los cuentos de hadas la existencia de un
mundo fantástico, fuera del entorno circundante, en el que irrumpe, más allá de
la explicación científica, lo inexplicable y lo insólito, el cálido misterio
del asombro y el deleite de la ficción. El final de ese estar impone su verdad
desoladora: el polvo de las hadas se hace ceniza, un crujir de insectos bajo
los pies de la realidad más pragmática de los días laborales, donde la vida se
mantiene en pie, como un tendedero repleto de obligaciones que se orean al
manso sol de invierno.
En los poemas de Nuestra orilla
salvaje, Rosario Troncoso verbaliza los vértices del desamor. Los versos
abrazan el sentir de la angustia para proyectar su espacio sobre las aceras del
presente. Suena la voz de quien admite la textura provisional de los
sentimientos y habla con el espejo para seguir viviendo a la intemperie, sin
complacientes autoengaños, mientras la soledad y el dolor se hacen poesía.
Conozco poco de Rosario Troncoso, es una asignatura/lectura pendiente.
ResponderEliminarA ver si te busco una antología donde está representada su obra; pertenece a las escrituras de línea clara que buscan en el poema una identidad emotiva. Me gusta mucho su claridad despojada, esa concisión que apunta al viaje interior de la palabra. un fuerte abrazo.
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