Vino para los náufragos José Alcaraz XI Premio de Poesía Antonio Gala Ayto de Alhaurin El Grande Ediciones Alhulia Salobreña, Granada, 2018 |
NAVEGACIONES DEL YO
Desde 2014, José Alcaraz
(Cartagena, 1983) ha sabido armonizar la dirección de la editorial Balduque, en
colaboración con María del Pilar García, con la praxis literaria poética. Su
trayecto integra los títulos La tabla del
uno, Edición anotada de la tristeza,
Un sí a nada y el libro ganador del
Premio Antonio Gala Vino para los
náufragos.
Dos sustantivos parónimos,
vals y Walt, sirven al poeta para un texto de apertura en el que germinan
algunas incisiones críticas relevantes. Alcaraz es un poeta intimista, que toma
lo contingente como material de uso, para articular un poemario reflexivo, que
enfoca el entorno circundante. De este modo, el hermoso título puede contener
dos referentes: el que inspira el aserto es un verso del poeta impresor Manuel Altolaguirre,
extraído de un párrafo autobiográfico; y la nota de autor vuelca el marbete en
lo afectivo al dedicar esta compilación de poemas al abuelo, maestro vidriero,
fallecido hace solo unos meses.
José Alcaraz dispone su libro
en tramos asimétricos que mezclan poemas más largos con esquemas formales muy
breves. Esa libertad compositiva casi siempre comparte el verso libre y la
autonomía argumental. Así, en el primer apartado, un único poema recorre al
verso dilatado de Whitman para entonar una vitalista cadencia musical, “con más
sentimientos que teorías”. Queda así un claro homenaje a la luminosa voz
celebratoria del poeta de Hojas de Hierba.
El verso se transforma en esbozo de vida, se ramifica, marca un contexto, deja
sitio al despliegue verbal para mostrar un rostro curtido por los días, que se
cierra con un guiño irónico, como si fuese el cierre de un soneto infinito que
requiere la benevolente cuenta del lector: Contad si son… y está hecho”.
El avance del libro no pierde
el tono confesional, esa intrahistoria subjetiva que requiere evocación y
memoria, que acerca los figurantes principales del drama vital hasta el
pensamiento para retener una felicidad frágil, gastada por el discurrir. Lo
cotidiano se hace una épica de gestos, como si la existencia prodigara rincones
para dejar asombro. El recuerdo se hace senda, dispersa una claridad luminosa.
Más allá de lo emotivo, en el
poema también hay una continua cristalización de la senda metaliteraria.
Escribir es buscar, hacer de las palabras ángulos abiertos en cuyo deambular
contruyen entramados de imágenes. Los poemas se hacen reflejos, equívocos
contornos de una realidad en la que instaura el yo borrando diferencias entre
el quehacer ajeno y las indagaciones personales. El poema se hace “Fe de erratas”:
“No sé quién soy: quién estoy siendo. / No sé de dónde vengo: de dónde no
vengo. / No adónde voy: adónde debo ir”. El poema, por tanto, es expresión del
caminar, una manera de ir marcando en las aceras cotidianas las huellas leves
de la voluntad.
En Vino para los náufragos la implicación indagatoria también está
presente en las secciones de cierre. En su andar pautado conviven pensamiento y
experiencia, despliegue del paisaje y ese transitar interior que exige un
continuo regreso. Quien pronuncia da voz a una identidad mudable. En ella se
enquistaron las navegaciones del tiempo, las incesantes voces del naufragio.
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