martes, 18 de septiembre de 2018

JOSÉ ALCARAZ. VINO PARA LOS NÁUFRAGOS

Vino para los náufragos
José Alcaraz
XI Premio de Poesía Antonio Gala
Ayto de Alhaurin El Grande
Ediciones Alhulia
Salobreña, Granada, 2018
NAVEGACIONES DEL YO


   Desde 2014, José Alcaraz (Cartagena, 1983) ha sabido armonizar la dirección de la editorial Balduque, en colaboración con María del Pilar García, con la praxis literaria poética. Su trayecto integra los títulos La tabla del uno, Edición anotada de la tristeza, Un sí a nada y el libro ganador del Premio Antonio Gala Vino para los náufragos.
   Dos sustantivos parónimos, vals y Walt, sirven al poeta para un texto de apertura en el que germinan algunas incisiones críticas relevantes. Alcaraz es un poeta intimista, que toma lo contingente como material de uso, para articular un poemario reflexivo, que enfoca el entorno circundante. De este modo, el hermoso título puede contener dos referentes: el que inspira el aserto es un verso del poeta impresor Manuel Altolaguirre, extraído de un párrafo autobiográfico; y la nota de autor vuelca el marbete en lo afectivo al dedicar esta compilación de poemas al abuelo, maestro vidriero, fallecido hace solo unos meses.
   José Alcaraz dispone su libro en tramos asimétricos que mezclan poemas más largos con esquemas formales muy breves. Esa libertad compositiva casi siempre comparte el verso libre y la autonomía argumental. Así, en el primer apartado, un único poema recorre al verso dilatado de Whitman para entonar una vitalista cadencia musical, “con más sentimientos que teorías”. Queda así un claro homenaje a la luminosa voz celebratoria del poeta de Hojas de Hierba. El verso se transforma en esbozo de vida, se ramifica, marca un contexto, deja sitio al despliegue verbal para mostrar un rostro curtido por los días, que se cierra con un guiño irónico, como si fuese el cierre de un soneto infinito que requiere la benevolente cuenta del lector: Contad si son… y está hecho”.
   El avance del libro no pierde el tono confesional, esa intrahistoria subjetiva que requiere evocación y memoria, que acerca los figurantes principales del drama vital hasta el pensamiento para retener una felicidad frágil, gastada por el discurrir. Lo cotidiano se hace una épica de gestos, como si la existencia prodigara rincones para dejar asombro. El recuerdo se hace senda, dispersa una claridad luminosa.
   Más allá de lo emotivo, en el poema también hay una continua cristalización de la senda metaliteraria. Escribir es buscar, hacer de las palabras ángulos abiertos en cuyo deambular contruyen entramados de imágenes. Los poemas se hacen reflejos, equívocos contornos de una realidad en la que instaura el yo borrando diferencias entre el quehacer ajeno y las indagaciones personales. El poema se hace “Fe de erratas”: “No sé quién soy: quién estoy siendo. / No sé de dónde vengo: de dónde no vengo. / No adónde voy: adónde debo ir”. El poema, por tanto, es expresión del caminar, una manera de ir marcando en las aceras cotidianas las huellas leves de la voluntad.
   En Vino para los náufragos la implicación indagatoria también está presente en las secciones de cierre. En su andar pautado conviven pensamiento y experiencia, despliegue del paisaje y ese transitar interior que exige un continuo regreso. Quien pronuncia da voz a una identidad mudable. En ella se enquistaron las navegaciones del tiempo, las incesantes voces del naufragio.  



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