Un paraíso de orines Gsús Bonilla Autores VK Asociación Cultural Agita Vallekas Madrid, 2019 |
LA VIDA A TROZOS
La poesía nunca es fácil, la crítica tampoco. La primera exige un
criterio amplio de pluralidad y esfuerzo para hacer del poema un espacio de
recepción y de búsqueda, una inmersión pautada en las aguas oscuras del
lenguaje, sea cual sea la textura argumental del verso. Y lo mismo sucede con
la crítica; el análisis literario requiere un criterio propio, subjetivo,
parcial, exento de ejercicios de objetivación seriada. Desde hace tiempo, una
parte amplia del estamento crítico considera la poesía social como un parado de
larga duración que concluyó su periplo laboral a finales de los años cincuenta,
cuando la etiqueta fue absorbida por un realismo crítico empeñado en asomarse
una y otra vez a la geografía gris del franquismo.
Pero poesía, mensaje y compromiso son conceptos en mutación continua
como esos virus inadvertidos que trastocan el sistema operativo de lo
previsible. Y por eso Un paraíso de
orines, el último trabajo poético de Gsús Bonilla, cobijado tras la
inagotable meada del Manneken Pis en la edición impresa de la Asociación Cultural Agita vallekas, deja en el ánimo de
quien esto escribe, la sensación de una lectura que pernocta, como un grito
necesario en el remanso de la madrugada. Versos que acompañan y señalan con el
dedo, que refrendan la consternación de ser destinatarios de un mensaje
explícito. Habitamos un tiempo desapacible, por más que la publicidad se empeñe
en llenarlo de escaparates bonancibles y consumo de rebajas continuas.
Los poemas de Gsús Bonilla vocalizan con voz fuerte que “más claro agua”
y que ahí están, como recuerda Juan Carlos Mestre, esos escaparates tan poco iluminados de la
pobreza, el estigma de las clases humildes y la invisibilidad de los débiles
que ocupan muchos párrafos en los cuadernos de notas de Gsús Bonilla. Los
apuntes sobre lo real del poeta echan de menos la libertad, cuentan los euros
que el estado destina a los desterrados del sistema productivo a costa del
bolsillo de los contribuyentes, y sienten
que la supervivencia crea una disposición agresiva y una relación física con
las palabras en la que caben en una extraña convivencia entre esperanzas y
frustraciones, esos supuestos que buscan itinerarios a contraluz, que marcan el
tacto de lo efímero en este compartido paraíso de orines.
Y para que nadie se llame a engaño, el poeta deja como introito una muy
honesta declaración de intenciones: Escribir por pura necesidad igual que cuando bebes mucha agua / y tienes ganas
de orinar. De esa poética emana una
sensibilidad nocturnal, una sensación que confronta existencia y vacío, por más
que los espejismos y alguna luz externa inviten a la idealización como única
forma de rehacer la existencia. Gsús Bonilla recurre a la ironía para
establecer los distintos apartados del poemario. Los enunciados tienen mucho de
cuentos de hadas: El apartado I: “Mares preciosos, lagunas inolvidables y
puentes inverosímiles”. Un buen escenario para imaginar que el futuro queda en
alguna parte, lejos de los adoquines descabalados y de las grietas del asfalto
del ahora, en un extraño limbo donde siempre se niega el permiso de
entrada.
Pero huir de la realidad nunca es fácil, como
nunca es fácil que vea la amanecida la incertidumbre del poema, cuando las
palabras cavan en el páramo reseco de la conciencia: “Hay veces que la carroña
te delata / cuando tienes la tentación de escribir / algo que parezca poesía / entonces es cuando hay que echar mano / de la lógica habitual,
recurrir al mundo onírico / y mirar/
a ver si te falta un unicornio”.
Esa larga distancia entre aceras y sueños también marca los pasos a los
poemas del segundo apartado “Ciudades de ensueño, rincones encantados y el
espectáculo del bosque” que convoca al entorno natural. Más que un paisaje
idílico, la naturaleza advierte a la percepción del sujeto que es un enclave
relacional donde se reiteran los mismos hábitos de supervivencia; ofrenda un aporte
de imágenes incisivas que llena de símbolos el patético trasiego de lo
cotidiano.
También la flora niega aquellos cuentos de final feliz. “Faisanes,
perdices, urogallos, patos, ciervos y, algunas veces, peces” constituye un
animalario poético propicio a la evocación, como si su latido solo desde la
memoria pudiese romper el terco acorde del silencio. Son elementos de un bosque
perdido que ahora se reconstruye etéreo e intangible, como si fuera una
alucinación en medio de un paisaje de pérdidas y deterioros.
Con una fuerte textura unitaria, en la que cada tramo se yuxtapone hasta
formar un completo segmento argumental, el sujeto poético de Un paraíso de orines camina bajo la
sombra densa de la duda, percibe los movimientos convulsos de la conciencia
encerrada en una identidad impredecible que se mueve entre la multitud y que
sospecha que el porvenir es una inane columna de humo, una metabolizada grafía
de toxinas en el aire.
La poesía de Gsús Bonilla abre grietas, filtra desasosiego, rompe el
silencio como esas paredes medianeras por las que atraviesan los ruidos de la
noche. Sus poemas niegan rodeos y circunvalaciones para explorar el núcleo
central de la existencia, ese sitio
angosto que mancha nuestros sueños de alquitrán.
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