lunes, 27 de enero de 2020

GSÚS BONILLA.. UN PARAÍSO DE ORINES

Un  paraíso de orines
Gsús Bonilla
Autores VK
Asociación Cultural Agita Vallekas
Madrid, 2019


LA VIDA A TROZOS


   La poesía nunca es fácil, la crítica tampoco. La primera exige un criterio amplio de pluralidad y esfuerzo para hacer del poema un espacio de recepción y de búsqueda, una inmersión pautada en las aguas oscuras del lenguaje, sea cual sea la textura argumental del verso. Y lo mismo sucede con la crítica; el análisis literario requiere un criterio propio, subjetivo, parcial, exento de ejercicios de objetivación seriada. Desde hace tiempo, una parte amplia del estamento crítico considera la poesía social como un parado de larga duración que concluyó su periplo laboral a finales de los años cincuenta, cuando la etiqueta fue absorbida por un realismo crítico empeñado en asomarse una y otra vez a la geografía gris del franquismo.
  Pero poesía, mensaje y compromiso son conceptos en mutación continua como esos virus inadvertidos que trastocan el sistema operativo de lo previsible. Y por eso Un paraíso de orines, el último trabajo poético de Gsús Bonilla, cobijado tras la inagotable meada del Manneken Pis en la edición impresa de la Asociación  Cultural Agita vallekas, deja en el ánimo de quien esto escribe, la sensación de una lectura que pernocta, como un grito necesario en el remanso de la madrugada. Versos que acompañan y señalan con el dedo, que refrendan la consternación de ser destinatarios de un mensaje explícito. Habitamos un tiempo desapacible, por más que la publicidad se empeñe en llenarlo de escaparates bonancibles y consumo de rebajas continuas.
   Los poemas de Gsús Bonilla vocalizan con voz fuerte que “más claro agua” y que ahí están, como recuerda Juan Carlos Mestre,  esos escaparates tan poco iluminados de la pobreza, el estigma de las clases humildes y la invisibilidad de los débiles que ocupan muchos párrafos en los cuadernos de notas de Gsús Bonilla. Los apuntes sobre lo real del poeta echan de menos la libertad, cuentan los euros que el estado destina a los desterrados del sistema productivo a costa del bolsillo de los contribuyentes, y  sienten que la supervivencia crea una disposición agresiva y una relación física con las palabras en la que caben en una extraña convivencia entre esperanzas y frustraciones, esos supuestos que buscan itinerarios a contraluz, que marcan el tacto de lo efímero en este compartido paraíso de orines.
  Y para que nadie se llame a engaño, el poeta deja como introito una muy honesta declaración de intenciones: Escribir por pura necesidad igual  que cuando bebes mucha agua / y tienes ganas de orinar.  De esa poética emana una sensibilidad nocturnal, una sensación que confronta existencia y vacío, por más que los espejismos y alguna luz externa inviten a la idealización como única forma de rehacer la existencia. Gsús Bonilla recurre a la ironía para establecer los distintos apartados del poemario. Los enunciados tienen mucho de cuentos de hadas: El apartado I: “Mares preciosos, lagunas inolvidables y puentes inverosímiles”. Un buen escenario para imaginar que el futuro queda en alguna parte, lejos de los adoquines descabalados y de las grietas del asfalto del ahora, en un extraño limbo donde siempre se niega el permiso de entrada.   
     Pero huir de la realidad nunca es fácil, como nunca es fácil que vea la amanecida la incertidumbre del poema, cuando las palabras cavan en el páramo reseco de la conciencia: “Hay veces que la carroña te delata / cuando tienes la tentación de escribir /  algo que parezca poesía /        entonces es cuando  hay que echar mano / de la lógica habitual, recurrir al mundo onírico / y mirar/      a ver si te falta un unicornio”.
   Esa larga distancia entre aceras y sueños también marca los pasos a los poemas del segundo apartado “Ciudades de ensueño, rincones encantados y el espectáculo del bosque” que convoca al entorno natural. Más que un paisaje idílico, la naturaleza advierte a la percepción del sujeto que es un enclave relacional donde se reiteran los mismos hábitos de supervivencia; ofrenda un aporte de imágenes incisivas que llena de símbolos el patético trasiego de lo cotidiano.
   También la flora niega aquellos cuentos de final feliz. “Faisanes, perdices, urogallos, patos, ciervos y, algunas veces, peces” constituye un animalario poético propicio a la evocación, como si su latido solo desde la memoria pudiese romper el terco acorde del silencio. Son elementos de un bosque perdido que ahora se reconstruye etéreo e intangible, como si fuera una alucinación en medio de un paisaje de pérdidas y deterioros.
    Con una fuerte textura unitaria, en la que cada tramo se yuxtapone hasta formar un completo segmento argumental, el sujeto poético de Un paraíso de orines camina bajo la sombra densa de la duda, percibe los movimientos convulsos de la conciencia encerrada en una identidad impredecible que se mueve entre la multitud y que sospecha que el porvenir es una inane columna de humo, una metabolizada grafía de toxinas en el aire.
  La poesía de Gsús Bonilla abre grietas, filtra desasosiego, rompe el silencio como esas paredes medianeras por las que atraviesan los ruidos de la noche. Sus poemas niegan rodeos y circunvalaciones para explorar el núcleo central  de la existencia, ese sitio angosto que mancha nuestros sueños de alquitrán.   

   




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