Nacer para aprender, volar para vivir Un acercamiento a la poesía de Begoña Abad José María García Linares Pregunta Ediciones Zaragoza, 2019 |
APRENDIZAJE Y EXISTENCIA
El aserto Nacer para aprender,
volar para vivir, que define este estudio crítico sobre la poesía de Begoña
Abad, enlaza textura biográfica y recorrido escritural, es un acierto del
ensayista José María García Linares, Filólogo, Doctor por la Universidad de
Granada y docente en ejercicio en la Comunidad Autónoma de Canarias. Es difícil
adentrarse en los estratos poéticos de Begoña Abad (Villanasur Río de Oca,
Burgos, 1952) y abstraerse del sujeto real. Al menos para mí, que conocí a la
persona y su pletórica humanidad con sombrero en el evento Voces del Extremo, unas
jornadas de reflexión y diálogo celebradas en Béjar, en el poderoso verano de
2009. Como ocurría con otros integrantes de aquella convocatoria, periférica y
a trasmano del enfoque oficialista de la poesía actual, no tenía ningún trazo
de su fisionomía literaria. Pero, según aseveraban los filósofos estoicos, el
lenguaje de la verdad no requiere circunvoluciones explicativas para hacerse
mediodía y claridad. Capté de inmediato la sencillez, el cálido escepticismo aliñado
de ironía y su generosidad expansiva hasta el punto de que su amistad fue el
mejor legado del alboroto bejarano. Un año después, propició una lectura
poética de mis versos en Logroño. En unas horas de grato recuerdo conocí el quehacer
laboral del Ateneo y los aledaños de un río Ebro de aguas transparentes y
gélidas. También la acogedora casa de Begoña, su quehacer laboral y aquella
azotea abierta, como un mirador suspendido, a los tejados de una ciudad
levítica.
Ha transcurrido una década pero la evocación del trabajo poético no ha
perdido intensidad, así que inicio la lectura de Nacer para aprender, volar para vivir con la esperanza de cotejar
sensaciones y pensamientos. José María García Linares abre su indagación con un
paratexto plural en el que conviven María Zambrano, Antonio Revert Lázaro, Elsa
López y Antonio Orihuela, un entrelazado heterodoxo. Con unas coordenadas más
precisas, el prólogo aborda algunas cuestiones básicas que sobrevuelan el
proceso de escritura y responden a los objetivos básicos del taller textual. La
palabra está ahí, es magma y espera y quien se apresta al verso debe solventar
desde qué punto de partida inicia voz en la tristura de lo cotidiano. El corpus
de Begoña Abad se edita entre 2006 y 2019; sus textos se configuran “como
espacios de la memoria que remiten siempre a una experiencia de duración en
donde tienen cabida las representaciones del yo en lo cotidiano, en lo
trascendente, en lo posible y en lo imposible”. Así sucede en su carta de
presentación, la plaquette Begoña en
ciernes (2006), publicada por Ediciones 4 de agosto, donde fusiona el yo
existencial y el personaje del poema como si la entidad real estuviese marcada
por el moldear preciso del poema; como decía María Zambrano, “las palabras
sirven para descubrir el secreto del yo y comunicarlo”. Con absoluta coherencia
el siguiente poemario La medida de mi
madre seguía postulando como muro de cimentación el decurso vital; las
cosas están ahí, a la vista y ellas gobiernan la temporalidad del protagonista
que ante lo aleatorio muestra el semblante de sus estados de ánimo y la conciencia
de estar desempeñando un papel siempre marcado por el discurrir. El rol
femenino aporta una sensibilidad diferenciada y reconocible en presencias de
enorme fuerza emotiva como la madre o la epidermis del yo en los espejos
asumiendo su papel social. La tercera entrega Cómo aprender a volar ofrecía un conjunto de poemas editado por
Olifante, en su colección Papeles de Trasmoz. El libro se enriquece con una
introducción de Antonio Orihuela. Suena fuerte una poesía breve, directa,
emotiva, sin afeites; una lírica confesional, reflexiva y dispuesta a sonar a
media voz. Los versos de Begoña Abad manan desde la transparencia, breves, incisivos,
como aforismos que resumen los días.
De la abstracción del sujeto
sobre las coordenadas referenciales de su naturaleza nace la cuarta entrega Musarañas azules en Babilonia donde se
abren temas nuevos como el eros y la fuerza del deseo, la búsqueda palpable de
la piel, y el esfuerzo por sondear comportamientos liberados de tabúes y
miedos.
Pero el yo poemático también deja un espacio al entorno, a las
enseñanzas de lo cotidiano. Frente al estatismo doméstico de la conformidad en Palabras de amor para esta guerra se
hace más pleno el compromiso y la denuncia, una voz ética que persiste en A la izquierda del padre donde la
palabra se hace libertad y vuelo para mirar los tejados de los invisibles y los
desfavorecidos. Del mismo modo, otros poemas actúan como crónica de un tiempo
manifiestamente mejorable, lleno de flecos y asuntos colectivos no resueltos:
los malos tratos, la violencia de género, las actitudes xenófobas, el
materialismo son anotaciones de agenda que, en una sociedad individualista y
miope, nunca tienen fecha de caducidad. Miradas a un mundo que parece tener
narcotizada la conciencia y que se reiteran en las composiciones de Estoy poeta (o diferentes maneras de estar
sobre la tierra), libro de 2015.
Es un tiempo de extrema fecundidad creadora donde se encadenan títulos –
Diez años de sol y edad, una
antología de trayecto que añade el poemario inédito Hebras, El hijo muerto,
un libro CD de textos recitados, El techo
de los árboles y Llaves para una
revolución- y presencia en antologías del momento, como las que constatan
los encuentros en Voces del Extremo, o Mujeres
en su tinta: Poetas españolas para el Siglo XXI y la antología Insumisas. Poesía crítica contemporánea de
mujeres.
Esa aparente sencillez del itinerario creador de Begoña Abad no exime de
la “responsabilidad de cuidar las palabras”, de dar a cada poema el ritmo y la
cadencia precisa para que sus versos se aposen en la memoria como si precisaran
una reflexión posterior en la que consiguieran su pleno sentido. Así lo
corrobora el acercamiento crítico de José María García Linares al perfilar una
biografía ficcional en la que se integra, con sitio propio, la cotidianidad
expresiva de Begoña Abad, esa textura trascendente de la vida al paso.
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