Mi Arcadia desolada Fotografía de Adela Sánchez Santana |
DESDE LA CRÍTICA
Recuerdo que durante cuatro décadas formó
parte de mi tarea docente la valoración del aprovechamiento académico de los
alumnos. Así crecían, con aire de objetividad y sentencia, los largos inventarios
de notas, ese trajín de sobresalientes jerárquicos, notables a celebrar, bienes
equitativos, suficientes raspones e insuficientes, con pasaporte de regreso en
septiembre.
Más humilde, el ejercicio crítico dedica su fuerza expresiva a dar cuenta pública del gusto lector. Nace así la opinión impresionista, que trasmite las sensaciones personales y el diálogo interno con los libros, o la crítica académica, más minuciosa en los rastreos, empeñada en explorar la arquitectura literaria al completo con su inventario de recalificaciones urbanísticas, materiales de derribo, andamios, grúas y poleas.
Tras el encuentro pautado con el libro, queda por dar forma a la crítica valorativa que tiene algo de voluntad testamentaria y trébol de cuatro hojas; por eso merma tanto su práctica en mi blog "Puentes de papel"; porque me parece un tanto cáustico establecer líneas divisorias entre si y no. Nunca lo pasé bien dividiendo a mis alumnos entre aptos y no aptos. Y no quiero sentir esa conmoción en la poesía… Prefiero hablar de impresiones lectoras y de los buenos libros que me gustan. Dejo que sus páginas campen sosegadas. Y procuro eludir la respuesta callada de la decepción sobre los libros que no me gustaron, porque no debo herir a nadie que no sea capaz de ser exigente consigo mismo y hace pasar por literatura lo que es un simple abrazo de vocales y consonantes, con la benevolencia de la autoedición o de alguna editorial complaciente. La reflexión literaria pretende expresar mis vivencias de lector satisfecho. Lo demás es silencio.
Más humilde, el ejercicio crítico dedica su fuerza expresiva a dar cuenta pública del gusto lector. Nace así la opinión impresionista, que trasmite las sensaciones personales y el diálogo interno con los libros, o la crítica académica, más minuciosa en los rastreos, empeñada en explorar la arquitectura literaria al completo con su inventario de recalificaciones urbanísticas, materiales de derribo, andamios, grúas y poleas.
Tras el encuentro pautado con el libro, queda por dar forma a la crítica valorativa que tiene algo de voluntad testamentaria y trébol de cuatro hojas; por eso merma tanto su práctica en mi blog "Puentes de papel"; porque me parece un tanto cáustico establecer líneas divisorias entre si y no. Nunca lo pasé bien dividiendo a mis alumnos entre aptos y no aptos. Y no quiero sentir esa conmoción en la poesía… Prefiero hablar de impresiones lectoras y de los buenos libros que me gustan. Dejo que sus páginas campen sosegadas. Y procuro eludir la respuesta callada de la decepción sobre los libros que no me gustaron, porque no debo herir a nadie que no sea capaz de ser exigente consigo mismo y hace pasar por literatura lo que es un simple abrazo de vocales y consonantes, con la benevolencia de la autoedición o de alguna editorial complaciente. La reflexión literaria pretende expresar mis vivencias de lector satisfecho. Lo demás es silencio.
José Luis Morante
Hace bien, José Luis, no se puede y no se debe hablar (bien)de lo que no gusta, aunque una crítica no siempre tiene que ser buena, cosa que ayudaría a mejorar al autor siempre que la humildad supere al ego y haya ganas de superarse. Si se lo han pedido, debe darle su sinceridad sea cual sea, aunque hacer esa crítica siempre será decisión de usted, por supuesto.
ResponderEliminarFeliz viernes de Dolores.
Buenos días, tu comentario está lleno de sensatez, pero las ecuaciones literarias no son exactas y siempre integran el azaroso itinerario del elemento humano; no es nada fácil comentar un libro en negativo, yo prefiero el silencio; la mala crítica no ayuda a mejorar el estilo del autor, solo crea resentimiento y recelo, al menos por mi experiencia de tantos años; siempre es difícil superar el ego. Un fuerte abrazo agradecido.
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