La deuda prometida Félix Moyano Accésit del Premio Adonais 2021 Ediciones Rialp Madrid, 2022 |
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En esa primera clave de afinidades y magisterios que conforman las citas encontramos dos itinerarios muy dispares: la solemnidad del Antiguo Testamento con una alusión al Deuteronomio, el libro que narra la entrega de las Tablas de la Ley a Moisés; y el verbo confidencial, nacido desde el acontecer individual de Amalia Bautista, un voz reflexiva e intimista que hace del tejido emotivo el centro cardinal del poema. Ambos textos acompañan la labor creadora de Félix Moyano junto al magisterio de Claudio Rodríguez, cualificado representante del ideario estético de la Generación del 50, un grupo literario donde es nota diferencial la presencia continua de la memoria en los estratos temáticos.
El tramo de arranque “Libro Primero: de todo lo visible” propone una reelaboración de la experiencia real; contrasta el pensamiento del sujeto real con un entorno mudable que adquiere de inmediato un fondo simbólico: si el sonido alborotado del tambor de la lavadora en la colada recuerda el temblor del mar y sus palpitaciones, el tacto limpio de la ropa en el cuerpo ha de ser provisional, dispuesto al último latido cuando llegue la ausencia. Partir es esa deuda prometida que conforma nuestra vocación de nómadas en la búsqueda del destino final. Lo recuerda el poema “Concesiones”: “A cambio de esta deuda prometida / no hay principio, ni fin, cielo ni tierra: / nada, plenitud sola / mortal como el deseo de las rocas, / pero deseo hasta el fin que nunca cede.”.
Cada etapa vital necesita un entorno. Y en los poemas de Félix Moyano respira la cronología del momento. Son textos que incorporan una dicción digital que adquiere de inmediato un aire de normalidad y convivencia; los neologismos son parte del diálogo habitual: Black Friday, megabites, unexpected error, Skype, kickboxing o algunas plataformas digitales en el televisor conforman una semántica de tecnología y modernidad que no encuentra quiebras convivenciales con las palabras de uso común de los afectos o con el mosaico sentimental del poeta y los ineludibles ritos familiares. Pero la deuda, esa manera de nombrar la muerte, funciona como rastro visible del poemario. La conciencia de finitud está adherida a cada gesto, parece un cauce dispuesto a conducir las sombras.
Se recuerda en la segunda sección del libro la gestación y presencia de lo invisible. Compone un espacio interior, otra ladera ajena a la realidad tangible que viaja por dentro de la conciencia hecha de sensaciones y carencias, de oquedades reflexivas y hendiduras. En las composiciones prevalece un lenguaje directo, experiencial y comunicativo, en el que son perceptibles los hilos biográficos en la ambientación. El yo poético percibe al despertar el contraste entre el esplendor de lo real – ese pájaro que canta y abre la mañana- y las carencias físicas que muestra la propia desnudez, junto a las huellas ausentes de los que no están, o la firmeza de una fe que busca en el amor compañía y luz: “Qué extremaunción tu cuerpo, qué solar / más preciado. Alrededor de ti / cuánto escombro, qué luz sus expansiones. / Reflejo en carne viva, su materia.”. Directo y esencial en su escritura, La deuda prometida tiene como germen de escritura la mirada interior. Los poemas dan voz a un yo meditativo que busca, sin emboscaduras ni falsos consuelos, la certeza con luz de haber vivido.
JOSÉ LUIS MORANTE
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