Las estremecidas Pablo Malmierca Eolas Ediciones León, 2023 |
MUROS DE NIEBLA
Pablo Malmierca (Zamora, 1972), licenciado en Filología Hispánica,
profesor, investigador literario y narrador, lleva un largo periodo de tiempo
moldeando la trilogía del Estremecimiento, un mapa poético que conforman La voz estremecida, El tacto estremecido y, como cierre, Las estremecidas, un todo unitario, impulsado por el catálogo de
Eolas Ediciones.
Citas de Pascal Quignard y Jean Luc Nancy entroncan la semántica de este
tercer despliegue lírico con el lenguaje y su naturaleza musical. El
entrelazado de la obra ya es conocido por los lectores. Pablo Malmierca confía
en el lenguaje y en su simbolismo experimental y desdeña la percepción
testimonial de la realidad desde lo descriptivo. Su voz ausculta, poda,
esencializa para ofertar secuencias meditativas casi minimalistas, con
tendencia a la parquedad reflexiva del aforismo. El comienzo de Las estremecidas refrenda esta opinión:
“Huérfanos de la noche / Espaldas mojadas del horror / Perdidos en la
dislocación del amanecer / Todos esperamos el fin”
En este poema prologal el despojamiento afecta también a la utilería
gramatical; no hay puntos, como si la pausa respiratoria no dependiera del
verso sino del diálogo con el lector. En la semántica del poema subyace una
actitud de espera y una sensibilidad de incertidumbre e inquietud, donde la
naturaleza del yo común estuviera marcada por lo nocturnal.
La identidad de “Ella” vislumbra itinerarios de conocimiento en el
discurrir temporal. El presente es espera; el futuro abre espacios a la esperanza.
Hay que transitar una senda que se ramifica y muda los significados. Ella es lo
intangible, es consumación que acoge, cuando todo concluye; es también la hija
de la ira que tiene una muñeca de pobreza y agonía y que nutre su silencio de
decepciones: “Sin comprender, / atada a un mundo inaprendido, / acerca a sus
brazos, / la dificultad del camino”.
El apartado “Fluidez” incremente el sustrato reflexivo; inconforme por
naturaleza, el pensamiento aspira a la transcendencia. El tiempo no es duración
sino esencia y molde de lo ideal, de lo que sobrevuela sobre la temporalidad y
la sombra de lo frágil. Del mismo modo, en las composiciones de “En la
búsqueda” el pensamiento pretende diluir los efectos de una sequía existencial
para que aflore una huida lejos, un exilio capaz de olvidar la mentira y de dar
a las vivencias otro sentido. La posibilidad de salvación de una existencia que
se expande entre la impostura y la decrepitud.
La escritura rastrea “Señales”, intuye la cercanía de una presencia no
definida todavía. El marco escénico es una representación del desamparo y nunca
está exento de feísmo. Quien tantea en la naturaleza de lo existencial tiene
presente la introspección del dolor. De este desplazarse ensimismado solo se salva
la creencia firme en la palabra. Cada sueño exige una reconstrucción; cada
ceniza certifica la nada y el fragmento. En “Fracturas” los posos del lenguaje se
desplazan hacia el enunciado meditativo del poema en prosa. Con él se construye
un discurso de sensaciones en un mundo crepuscular que camina hacia la sombra y
que hace de la monotonía un estar gregario que avanza hacia el acantilado: El
sujeto poético tiene la sensación de caminar bajo la tormenta, en un tránsito
oscurecido que no conduce a ninguna parte, que está cercado por muros de niebla.
Las claves nocturnales de Pablo Malmierca no tienen amanecida. Persisten
en la sombra, convierten al yo poético en un habitante del delirio, en un terco
vencido que solo escucha la lánguida música de los pájaros. Todo el entorno es
un paisaje de soledad y silencio, casi un espacio interior, un desamparo por
donde deambulan pasos a la deriva.
Esa deriva afecta también a una naturaleza vulnerada por la decrepitud y
la basura, como ratifica el poema
“Miedo”, a las distopías sociales que
difunde la actualidad diaria, como argumentan los versos de “Perder el tiempo”
y “Promesas de futuro”. Son argumentos que nombran la mirada crítica del yo
social ante un tiempo marcado por los programas televisivos o las consecuencias
de una globalización que paraliza el pensamiento y contamina.
El último tramo del libro está formado por “Esquizofrenia”, una
reflexión sobre la deriva de la razón y su tendencia a crear realidades
paralelas que también afectan a una percepción colectiva que convierten la
convivencia en un conflicto irresoluble lleno de delirios sin conexión. Todo
muestra el absurdo de la incongruencia, el agrio paraíso de muertos vivientes.
Ese tenebrismo también se expande por poemas
como “Matadero” que hace una reflexión de impacto sobre el Mediterráneo
convertido en laguna Estigia. Otro apartado, “Lugar” rescata formas entre la oscuridad de la
grieta, comparte el silencio de quien busca un refugio habitable en medio de
una noche opaca, donde parece no haber salida. Sin embargo, el apartado “Ellas”
cobija unos hilos de esperanza: “En la parálisis de la apnea / buscamos
respirar, / recuperar el latido, / volver a creer en el hombre.”.
Todo el ciclo completo de la trilogía conforma una evocación del no
lugar y el vacío. El viaje existencial no genera ninguna estación final donde
se cumplan utopías, ilusiones y sueños. Sólo está la presencia cautelar del dolor,
la piel estremecida, el desamparo. El lenguaje se hace grieta, taladra la soledad
y busca en la pared ese resquicio que tantea las asimetría, que dibuja en la espera una angosta
salida al laberinto.
JOSÉ LUIS MORANTE
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