El monstruo en el camerino David Acebes / José Antonio Olmedo Consideraciones previas de los dos autores Ediciones Trea, Aforismos Gijón, Asturias, 2023 |
ARSOFISMOS
Las entregas aforísticas se caracterizan por su singularidad. Definen el
perfil literario de un yo pensante que aborda las paradojas del espacio mudable;
recorren a solas ese lugar difuso marcado por la existencia diaria y la contingencia social del
momento. Así que el pensamiento lacónico duplicado, como el que nos muestra El monstruo en el camerino, es una excepción. Está escrito a cuatro
manos por David Acebes (Valladolid, 1976) y José Antonio Olmedo (Valencia, 1977), cuyos itinerarios alumbran un trayecto continuo y polivalente
en el uso de estrategias expresivas.
La publicación conjunta de El monstruo en el camerino refrenda la
necesidad de unas consideraciones previas. El carácter meditativo de sus breves
impone activos criterios transgresores. El liminar nace con vocación de
paratexto y sondea “el carácter desautomatizador y transgresor” del conjunto,
desbaratando convenciones genéricas. El material indagatorio del aforismo
muestra una persistente “necesidad de experimentación y aspiración de
búsqueda”. Nace así el “Arsofismo”, neologismo nacido en el entrelazado de ars, sofisma y aforismo. Con su pulso
creador, el decir hiperbreve adquiere una etimología que acrecienta la pulsión
transformadora del lenguaje y la ampliación del territorio conceptual conciso,
manteniendo un propósito provocador y ecléctico.
El texto clarifica también la semántica del título: el camerino no es
sino una víscera interior, un habitáculo en el que se resguarda el monstruo que
nos habita; por último, el manual de convicciones del prólogo reflexiona sobre
los tramos de esta obra fragmentaria y su meditada arquitectura expresiva. Dado
el poder argumentativo del prólogo y su dilatado trayecto reflexivo, se
entiende perfectamente que la mirada ajena introduciendo el deambular del libro
era completamente innecesaria; las manos de tierra del crítico siempre deben
conocer sus límites.
La vertebración estructural de El
monstruo en el camerino se compone de once tramos que amplían trayectos por
el humor, la greguería, las teselas meditativas sobre el estar vital o el
pensamiento crítico sobre un tiempo de certezas aleatorias y divagaciones tendentes
a lo etéreo. Todo en una saludable mezcolanza experimental que potencia y
estimula la creatividad. Cada capítulo muestra la hibridez de un espacio
expresivo despoblado de límites, sin moldes de confinamiento, que nunca
renuncia a investigar. Toca superar la fugacidad instantánea de las
circunstancias y convertir el aforismo en espacio de encuentro con el
funambulismo verbal. Equilibrio e hilo tenso para que cada uno de los apartados
se despegue del suelo y coja aire la
cosmovisión concisa dual.
En el primer paso de la entrega “Humor vacui“ cristaliza un sorprendente
paratexto que sondea relaciones expresivas entre identidades sin conexión como
Séneca, Margaret Thatcher, Wenceslao Fernández Flores o Jesulín de Ubrique. En
todo el apartado conviven ángulos relevantes del humor en sentido amplio. Se
impone la heterodoxia, la naturaleza inquieta de un laconismo sin moldes que se
hace chiste, juego verbal, diálogo confidencial o mera ocurrencia.
El volumen descree
de la línea recta en el trazado argumental. La senda cambia en cada sección de
itinerario para evitar codificaciones previsibles. Hay, sin embargo, momentos
expresivos que tienen un mayor aspecto canónico, como el segundo tramo, donde la
filosofía impulsa reflexiones de calado sobre la realidad: “Los astros son
símbolo de lo absoluto”, “Del onanismo intelectual griego, del “conócete a ti
mismo” el hombre ha evolucionado a un simple “ignórate a ti mismo”; “Todo lo
que justifica el orden, deriva de nuestro libre albedrío: el caos”.
La
configuración del aforismo está marcada por la exploración. Desde la duda
recorre las grandes cuestiones del transitar en el tiempo para asentarse más
allá de la incertidumbre, pero también cobija el baúl ingenuo de los sueños, las
aspiraciones que hacen de cada yo una zona de sombras habitando el limbo del
pensamiento. El aforismo se hace caja de resonancia de la naturaleza del ser
humano y de su estar azaroso. No se trata de alumbrar dogmas desde el convulso
cielo de las ideas sino de captar los matices cambiantes del pensar: “Palpé
ceniza y me estremeció saberme polvo”, “Los pies, desnudos al nacer. Al morir,
desnuda el alma”, “En una ecuación, cuyas variables son tiempo y espacio, el
resultado es siempre erróneo: la vida”.
La realidad textual de El monstruo
en el camerino es poliédrica y hay que recorrerla con paso sosegado para
disfrutar de su condición de paisaje abierto. El apartado “Es pasmo” reivindica
la fogosidad metafórica de Ramón Gómez de la Serna y celebra la aportación de
la greguería como género singular que enlaza humor y metáfora. Los autores
dejan un amplio rastro de aciertos expresivos: “Al cangrejo se le va mucho la
pinza”, “Los osos hacen panda”, “Miel de gallina, piel de abeja”, “El viento va
a su aire”, “La coma es un punto con el pelo suelto”. Pero el libro cambia el
paso de inmediato para hacer de “Apolocríticas” un inventario de referentes
culturales y titulares gruesos de la actualidad política; mientras que
“Alterofobia” condensa paradojas y juegos verbales, también presentes en la sección “Veneno de broma”,
junto a la ironía y el comentario crítico.
David Acebes y José Antonio Olmedo firman una propuesta
aforística original y distinta, que muestra propósitos de ampliar la cosmogonía
expresiva del esqueje mínimo desde la heterodoxia y el desconcierto. Suponen
que el transitar del lenguaje requiere una necesaria libertad emergente que
deje sitio al contraste, que busque lo distinto y lo transformado, que haga de
las formas discursivas del aforismo un tratado con múltiples enfoques, que sea
reflejo especular de una laguna seca, del poder expresivo de la contradicción.
JOSÉ LUIS MORANTE
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