lunes, 16 de junio de 2025

FRANCISCO CARO. FUENTÉVAR

Fuentévar
Francisco Caro
Mahalta Ediciones
Colección Adivinos
Ciudad Real, 2025

 

PAISAJES CON FIGURAS

 
 
   La visión poética de Francisco Caro (Piedrabuena, 1947) compila en Fuentévar un conjunto de reflexiones sobre la relación entre caminante y paisaje, donde no existe el frío. La escritura se hace memoria y vida, paisaje con figuras; marca huellas para adentrarse en las sensaciones de la contemplación. Con la luz desperezando y los fuegos fatuos del transitar temporal vislumbra un fragmentado testimonio que se apega a los hábitos del ser. Busca el poeta el lugar intacto del niño que fue, dentro con una perspectiva dinámica que acoge cambios y mutaciones en la fértil dimensión estética de la realidad cercana. El entorno natural de Fuentévar es sentimental, una constante afectiva escrita durante años con tinta fresca. Fotografía sitios manchegos en el término municipal de Piedrabuena, municipio de Ciudad Real que, todavía lejos de la urgencia digital, mantiene un sosegado lenguaje con el pretérito. En ese muestrario íntimo se recuperan, entre la inquietud de los olivares y la silenciosa espera del barbecho, la brisa del ayer y las resonancias del existir. El regreso al pasado no ajusta cuentas con las carencias que acumula el olvido. Tiene la sensibilidad elegíaca de quien sabe que en aquella claridad rosácea de los primeros pasos comenzaba un camino que ha cubierto una larga distancia hasta el presente. En el seno de ese recorrido, evocador y reflexivo, confluyen hendiduras biográficas y el merodeo sin cartas de navegar del aprendizaje sentimental.
  Fuentévar propone una indagación lírica donde se abrazan territorio e identidad; es un punto de encuentro para enunciar una geografía singular que aglutina topónimos dispuestos a una localización inmediata o concreta. Con lenguaje sosegado, pide la palabra la confluencia de diferentes elementos asentados en la realidad: la flora silvestre, el terreno de cultivo, la arquitectura rural, los riachuelos y el maar, un cráter volcánico. Dormido en la hondonada entre lentiscos, aquel accidente geológico perdura atento siempre a los ciclos estacionales, para convertirse en laguna primaveral o vientre seco, abierto al azul del cielo. Lo mismo sucede con la cuesta de la Asperilla, otro enclave que define una ruta para el caminante que se pierde entre los cerros, el bajo monte y los escalonados arbustos. Otro topónimo lugareño, Los Lomillos, celebra el rito matinal de la lectura en el despertar del día; en ese instante de la mañana donde el quehacer agrícola emprende sus afanes y un ruidoso tractor caligrafía en el cuaderno de campo de la tierra los surcos más tempranos. Otros nombres propios acuden de inmediato al territorio de la observación: Valdelamadera, Sierra de la Cruz o el río Bullaque, quejoso por el mínimo cauce que alienta su lecho en la sequía. En el reducido espacio del pueblo los lugares tienden puentes entre sí, descubren una amplia gama de formas y sensaciones, una crónica que narra la experiencia de un tiempo en el que se entrecruzan realidades y sueños generando un amplio muestrario de imágenes y palabras.
   El poeta entrega también una panorámica íntima de la casa familiar y sus distintas dependencias. Allí el patio reclama las sobrias labores de jardinería, y se recuerda la casa hecha refugio de soledad y espera. Los muros, en el complejo año de la pandemia, transformaron la condición de ser. La soledad se hizo confinamiento y buscó en la escritura su manera de estar solo. Mientras leo estos poemas de Fuentévar recuerdo el libro Aquí, editado en 2020, meses después de que se escribieron sus últimas composiciones. Los versos transmitían ese inefable consuelo de quien nunca está solo cuando está consigo, rodeado de nostalgia y recuerdos.
   A pie de campo, en el pueblo,  frente a un horizonte cambiante y convertido en mirada interior, quien percibe se interroga a sí mismo: “¿Por qué este afán / de dejar en papeles testimonio / de aquello que una vez me exigiera la vida? / ¿por qué volver a los relatos / de los azares y las decepciones, / de la verdad azul o de la inútil, / del dolor que pretende y sus melancolías?”. Con voluntad sostenida, la mirada nunca baja los ojos. Añora y reconoce, articula con expresión diáfana un terreno expandido que tenía la luz incipiente del futuro.
   El segundo apartado del libro “Germinal” elige como pórtico una cita de Sergio García Zamora. Los versos muestran su afinidad con el pensamiento romántico y su manera de abrigar el paisaje con la piel sensible de los estados de ánimo. Con tan relevante certidumbre, el hablante lírico se asoma a nuevos espacios de apertura sensorial y se hace interlocutor de enigmas e incertidumbres: la desazón de la vida en sí que atenaza el cumplimiento de los sueños, lo efímero de proyectos e ilusiones, injertados en la lejanía del porvenir, el gastado deseo… Sobre la existencia alza su hilo argumental el poema “Fuentévar”, con la desvelada conciencia de haber sido: “El asunto es vivir, / aunque el sol acarree las sospechas / de fraude en lo pasado /    (el aire baja y tizna / de caridad sin fe nuestra esperanza) “.
   La poesía rompe la semilla del asombro oculto que la conciencia guarda dentro. Cada identidad cobija, en el hondo recinto del estar, vivencias aurorales marcadas por la lumbre encendida de las emociones y el revuelo incansable del pensamiento. Francisco Caro escribe Fuentévar con la calidez agradecida del homenaje y la certeza de pertenecer al cuarzo interior de su espacio afectivo. El poeta manchego deja en los versos el alba del origen, un lugar con vocación de paraíso. Ese calendario sin tiempo de la felicidad hecha raíz.
 
José Luis Morante
 
 

 

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