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Fuentévar Francisco Caro Mahalta Ediciones Colección Adivinos Ciudad Real, 2025 |
PAISAJES CON FIGURAS
La visión poética de Francisco Caro (Piedrabuena, 1947) compila en Fuentévar un conjunto de reflexiones
sobre la relación entre caminante y paisaje, donde no existe el frío. La
escritura se hace memoria y vida, paisaje con figuras; marca huellas para
adentrarse en las sensaciones de la contemplación. Con la luz desperezando y los
fuegos fatuos del transitar temporal vislumbra un fragmentado testimonio que se apega a los hábitos del ser. Busca el poeta el lugar intacto del niño
que fue, dentro con una perspectiva dinámica que acoge cambios y mutaciones en la
fértil dimensión estética de la realidad cercana. El entorno natural de
Fuentévar es sentimental, una constante afectiva escrita durante años con tinta
fresca. Fotografía sitios manchegos en el término municipal de Piedrabuena,
municipio de Ciudad Real que, todavía lejos de la urgencia digital, mantiene un
sosegado lenguaje con el pretérito. En ese muestrario íntimo se recuperan,
entre la inquietud de los olivares y la silenciosa espera del barbecho, la
brisa del ayer y las resonancias del existir. El regreso al pasado no ajusta
cuentas con las carencias que acumula el olvido. Tiene la sensibilidad elegíaca
de quien sabe que en aquella claridad rosácea de los primeros pasos comenzaba
un camino que ha cubierto una larga distancia hasta el presente. En el seno de
ese recorrido, evocador y reflexivo, confluyen hendiduras biográficas y el
merodeo sin cartas de navegar del aprendizaje sentimental.
Fuentévar propone una
indagación lírica donde se abrazan territorio
e identidad; es un punto de encuentro para enunciar una geografía singular que
aglutina topónimos dispuestos a una localización inmediata o concreta. Con
lenguaje sosegado, pide la palabra la confluencia de diferentes elementos
asentados en la realidad: la flora silvestre, el terreno de cultivo, la
arquitectura rural, los riachuelos y el maar,
un cráter volcánico. Dormido en la hondonada entre lentiscos, aquel accidente
geológico perdura atento siempre a los ciclos estacionales, para convertirse en
laguna primaveral o vientre seco, abierto al azul del cielo. Lo mismo sucede
con la cuesta de la Asperilla, otro enclave que define una ruta para el
caminante que se pierde entre los cerros, el bajo monte y los escalonados arbustos.
Otro topónimo lugareño, Los Lomillos, celebra el rito matinal de la lectura en
el despertar del día; en ese instante de la mañana donde el quehacer agrícola emprende sus afanes y un ruidoso tractor caligrafía en el cuaderno de campo de la tierra los surcos más
tempranos. Otros nombres propios acuden de inmediato al territorio de la
observación: Valdelamadera, Sierra de la Cruz o el río Bullaque, quejoso por el
mínimo cauce que alienta su lecho en la sequía. En el reducido espacio del
pueblo los lugares tienden puentes entre sí, descubren una amplia gama de
formas y sensaciones, una crónica que narra la experiencia de un tiempo en el
que se entrecruzan realidades y sueños generando un amplio muestrario de
imágenes y palabras.
El poeta entrega también una panorámica íntima de la casa familiar y sus
distintas dependencias. Allí el patio reclama las sobrias labores de
jardinería, y se recuerda la casa hecha refugio de soledad y espera. Los muros,
en el complejo año de la pandemia, transformaron la condición de ser. La
soledad se hizo confinamiento y buscó en la escritura su manera de estar solo. Mientras
leo estos poemas de Fuentévar recuerdo
el libro Aquí, editado en 2020, meses
después de que se escribieron sus últimas composiciones. Los versos transmitían
ese inefable consuelo de quien nunca está solo cuando está consigo, rodeado de
nostalgia y recuerdos.
A pie de campo, en el pueblo, frente
a un horizonte cambiante y convertido en mirada interior, quien percibe se
interroga a sí mismo: “¿Por qué este afán / de dejar en papeles testimonio / de
aquello que una vez me exigiera la vida? / ¿por qué volver a los relatos / de
los azares y las decepciones, / de la verdad azul o de la inútil, / del dolor
que pretende y sus melancolías?”. Con voluntad sostenida, la mirada nunca baja
los ojos. Añora y reconoce, articula con expresión diáfana un terreno expandido
que tenía la luz incipiente del futuro.
El segundo apartado del libro “Germinal” elige como pórtico una cita de
Sergio García Zamora. Los versos muestran su afinidad con el pensamiento romántico
y su manera de abrigar el paisaje con la piel sensible de los estados de ánimo.
Con tan relevante certidumbre, el hablante lírico se asoma a nuevos espacios de
apertura sensorial y se hace interlocutor de enigmas e incertidumbres: la
desazón de la vida en sí que atenaza el cumplimiento de los sueños, lo efímero
de proyectos e ilusiones, injertados en la lejanía del porvenir, el gastado
deseo… Sobre la existencia alza su hilo argumental el poema “Fuentévar”, con la
desvelada conciencia de haber sido: “El asunto es vivir, / aunque el sol
acarree las sospechas / de fraude en lo pasado / (el aire baja y tizna / de caridad sin fe
nuestra esperanza) “.
La poesía rompe la semilla del asombro oculto que la conciencia guarda
dentro. Cada identidad cobija, en el hondo recinto del estar, vivencias aurorales
marcadas por la lumbre encendida de las emociones y el revuelo incansable del
pensamiento. Francisco Caro escribe Fuentévar con la calidez agradecida del homenaje y la certeza
de pertenecer al cuarzo interior de su espacio afectivo. El poeta manchego deja
en los versos el alba del origen, un
lugar con vocación de paraíso. Ese calendario sin tiempo de la felicidad hecha
raíz.
José Luis Morante
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