Sonetos de la cárcel de Moabit Albrecht Haushofer Versión española de Jesús Munárriz Ediciones Hiperión / Poesía/ Ed. bilingüe Madrid, 2021 |
PERDURAR EN LOS OTROS
En el extenso recorrido creador del poeta y editor Jesús Munárriz, que
define su amanecida a principios de los años setenta en pleno auge de la
generación del lenguaje, la traducción ocupa un espacio referencial. Las
principales líneas de sus versiones acercan al castellano la obra de autores
alemanes de la preceptiva clásica, con amplio magisterio en la modernidad, como
Goethe, Hölderlin, Heine, Brecht y
Celan. No obstante, no pasan desapercibidas en sus acercamientos las
hondas expansivas de otras áreas lingüísticas como el italiano, el inglés, el
catalán, el gallego y el portugués.
Ahora vuelca en Sonetos de la cárcel de Moabit el legado poético de Albrecht Haushofer (Múnich, 1902) de quien recuperamos algunos sustratos biográficos. Están fuertemente conexionados con esta autobiografía que, en palabras de Karl Jaspers conforma “el mayor testimonio poético que ha dejado la resistencia alemana”. Graduado en Geografía e Historia, fue secretario y activo colaborador de La Sociedad Geográfica. Como dramaturgo escribió algunas obras teatrales con una perspectiva crítica hacia el régimen autoritario alemán. Hijo de un general de la Armada y de abuelo materno judío, se vinculó a grupos antinazis y perteneció al movimiento de resistencia interior ante el nacionalsolialismo. Tras el fallido atentado del 20 de julio contra A. Hitler, fue detenido y confinado en la prisión berlinesa de Moabit, centro penitenciario de la Gestapo para presos políticos, donde escribió los sonetos. El 23 de abril de 1945, fecha paradójica que ahora conmemora el día del libro, fue fusilado. Apenas quedaban unas semanas para la rendición incondicional de Alemania y el final de la guerra el 7 de mayo de 1945.
La edición bilingüe integra un liminar clarificador de Jesús Munárriz quien contextualiza el tiempo histórico en el que gestó la voz de Albrecht Haushofer, junto a los indicios más clarificadores del ideario personal y las inquietudes cívicas. Evidencia también la fuerza argumental de las composiciones, cuya trama se nutre de un yo plural que fusiona contingencia y pensamiento, que hace del lenguaje un sustrato instrumental para constatar la sensibilidad y el compromiso. Por ello “Frente a un mundo en descomposición, en el que se destruían y desaparecían todos los valores, escogió para su obra poética la forma clásica por excelencia, el soneto, que con su firme estructura y su obligada concentración le forzaba a una densidad que retuviera lo fundamental, a prescindir de cuanto no fuera esencial exponer ante una muerte inminente”.
Con tan atinada síntesis, la lectura impone al yo una crónica especular; la imagen del poeta focaliza en primer plano un entorno sometido al sufrimiento. Desde el primer texto, “Encadenado” oímos una lucidez solidaria; el testigo directo clarifica la falta de libertad, el dolor y la certeza de conformar un estrato común, hecho de espera e intemperie. La privación germina en la hendidura del verso; busca oír el oculto mensaje del destino cuando despunta el día, más allá del angustioso proceso de lo transitorio: “La esperanza, el deseo, la fe que otros conservan / se ha extinguido en mí. Juego de sombras / me parece la vida, sin sentido ni meta”. El devenir de la historia difunde miradores sobre la miseria de la vida en la cárcel. La solitaria voz coral que enmarcan los poemas nunca está exenta de piedad; incluso los servidores del régimen totalitario son cantos rodados que empuja el destino y serán también un día restos dispersos de la destrucción. La guerra no perdona a nadie y el laberinto urbano de las ciudades se convertirá en un rimero extraño de hierros y cascotes.
La fuerte implicación de la realidad biográfica en la materia poética eleva el vuelo hacia lo transcendente; hay sitio para la evocación de familia y amigos, para asumir la culpa por no haber luchado antes contra el desastre total que se vislumbraba como final de aquellos días, pero también para la actitud religiosa de la fe y para el pensamiento de magisterios éticos, desligados de la tierra invernal del resentimiento. El carácter temporalista del encierro necesita las vestimentas de una sensibilidad cultivada en el arte que nunca se doblega. Sueño y claridad, que sirven de catarsis a la espera y la perseverante inquietud del final: “Un Kant, un Bach, un Goethe seguirán mucho tiempo / hablando con el pueblo y el país destruidos, / aunque la multitud no entienda su sentido. / Los grandes muertos nunca precisan doblegarse / ante insania y oprobio. Su espíritu perdura / mientras desde él se exhale el aliento de Dios.”.
Jesús Munárriz añade al conjunto de sonetos unas breves notas enunciativas que refuerzan el conocimiento de estratos culturales y de las circunstancias de escritura. Así se completa una poética personal sin quiebras semánticas, en la que resaltan la elegancia socrática de la expresión y la intachable serenidad ética de Albrecht Haushofer. En la abrumadora estación final, cuando todo alrededor se desmorona, el poeta vuelve los ojos hacia sí mismo para asentarse en la tierra firme de la coherencia, para esperar con naturalidad y sencillez ese indeciso epílogo de la puesta de sol definitiva.
Ahora vuelca en Sonetos de la cárcel de Moabit el legado poético de Albrecht Haushofer (Múnich, 1902) de quien recuperamos algunos sustratos biográficos. Están fuertemente conexionados con esta autobiografía que, en palabras de Karl Jaspers conforma “el mayor testimonio poético que ha dejado la resistencia alemana”. Graduado en Geografía e Historia, fue secretario y activo colaborador de La Sociedad Geográfica. Como dramaturgo escribió algunas obras teatrales con una perspectiva crítica hacia el régimen autoritario alemán. Hijo de un general de la Armada y de abuelo materno judío, se vinculó a grupos antinazis y perteneció al movimiento de resistencia interior ante el nacionalsolialismo. Tras el fallido atentado del 20 de julio contra A. Hitler, fue detenido y confinado en la prisión berlinesa de Moabit, centro penitenciario de la Gestapo para presos políticos, donde escribió los sonetos. El 23 de abril de 1945, fecha paradójica que ahora conmemora el día del libro, fue fusilado. Apenas quedaban unas semanas para la rendición incondicional de Alemania y el final de la guerra el 7 de mayo de 1945.
La edición bilingüe integra un liminar clarificador de Jesús Munárriz quien contextualiza el tiempo histórico en el que gestó la voz de Albrecht Haushofer, junto a los indicios más clarificadores del ideario personal y las inquietudes cívicas. Evidencia también la fuerza argumental de las composiciones, cuya trama se nutre de un yo plural que fusiona contingencia y pensamiento, que hace del lenguaje un sustrato instrumental para constatar la sensibilidad y el compromiso. Por ello “Frente a un mundo en descomposición, en el que se destruían y desaparecían todos los valores, escogió para su obra poética la forma clásica por excelencia, el soneto, que con su firme estructura y su obligada concentración le forzaba a una densidad que retuviera lo fundamental, a prescindir de cuanto no fuera esencial exponer ante una muerte inminente”.
Con tan atinada síntesis, la lectura impone al yo una crónica especular; la imagen del poeta focaliza en primer plano un entorno sometido al sufrimiento. Desde el primer texto, “Encadenado” oímos una lucidez solidaria; el testigo directo clarifica la falta de libertad, el dolor y la certeza de conformar un estrato común, hecho de espera e intemperie. La privación germina en la hendidura del verso; busca oír el oculto mensaje del destino cuando despunta el día, más allá del angustioso proceso de lo transitorio: “La esperanza, el deseo, la fe que otros conservan / se ha extinguido en mí. Juego de sombras / me parece la vida, sin sentido ni meta”. El devenir de la historia difunde miradores sobre la miseria de la vida en la cárcel. La solitaria voz coral que enmarcan los poemas nunca está exenta de piedad; incluso los servidores del régimen totalitario son cantos rodados que empuja el destino y serán también un día restos dispersos de la destrucción. La guerra no perdona a nadie y el laberinto urbano de las ciudades se convertirá en un rimero extraño de hierros y cascotes.
La fuerte implicación de la realidad biográfica en la materia poética eleva el vuelo hacia lo transcendente; hay sitio para la evocación de familia y amigos, para asumir la culpa por no haber luchado antes contra el desastre total que se vislumbraba como final de aquellos días, pero también para la actitud religiosa de la fe y para el pensamiento de magisterios éticos, desligados de la tierra invernal del resentimiento. El carácter temporalista del encierro necesita las vestimentas de una sensibilidad cultivada en el arte que nunca se doblega. Sueño y claridad, que sirven de catarsis a la espera y la perseverante inquietud del final: “Un Kant, un Bach, un Goethe seguirán mucho tiempo / hablando con el pueblo y el país destruidos, / aunque la multitud no entienda su sentido. / Los grandes muertos nunca precisan doblegarse / ante insania y oprobio. Su espíritu perdura / mientras desde él se exhale el aliento de Dios.”.
Jesús Munárriz añade al conjunto de sonetos unas breves notas enunciativas que refuerzan el conocimiento de estratos culturales y de las circunstancias de escritura. Así se completa una poética personal sin quiebras semánticas, en la que resaltan la elegancia socrática de la expresión y la intachable serenidad ética de Albrecht Haushofer. En la abrumadora estación final, cuando todo alrededor se desmorona, el poeta vuelve los ojos hacia sí mismo para asentarse en la tierra firme de la coherencia, para esperar con naturalidad y sencillez ese indeciso epílogo de la puesta de sol definitiva.
JOSÉ LUIS MORANTE
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