martes, 31 de mayo de 2011
PERSONAJE LITERARIO
Personaje literario
Soy crédulo y paciente
aunque mis días recorren
una topografía de sucesos mágicos.
Otros criticarán mi mansedumbre.
La voluntad merece
un exiguo salario,
una pequeña nota a pie de página
en clave de novela policial.
Tengo fe en quien me escribe:
en los renglones últimos
resolverá el misterio,
ahuyentará las nieblas y el cansancio
y hará las oportunas correcciones
para que en la partida prevalezca
la propia identidad.
Es el orden común de la supervivencia.
Salvo magulladuras, sigo intacto.
(Mapa de ruta, pág. 76)
domingo, 29 de mayo de 2011
UN PASEO POR LA FERIA DEL LIBRO
Si el aguacero se instala en el cielo de finales de mayo es una buena señal. Comienza la FERIA DEL LIBRO DE MADRID, una algarada multitudinaria de casetas, libros y paseantes desperdigados por las avenidas del Retiro. Desde el angosto espacio interior un rostro más o menos conocido ofrece con su mejor sonrisa ejemplares impolutos de su novedad literaria. Incluso los que no están, permanecen en la retina de los habituales: permanecen las sombras de José Hierro, Carmen Martín Gaite o José Saramago... Pertenecían a la casta fuerte de escritores de raza que convoca grandes colas sin que importara demasiado el género literario de su última salida.
Otros son ahora los preferidos por el mercado: Javier Marías, Almudena Grandes, Carlos Ruiz Zafón, Mario Vargas Llosa... y con ellos se vuelve a cumplir el mismo rito de paciencia para que el ilusionado lector vuelva a su casa con una dedicatoria personal.
Firmaré en la FERIA la tarde del 11 de junio, en las casetas 169-173 de ANAYA-CÁTEDRA, ejemplares de Ropa de calle y en este blog dejaré constancia del encuentro imprevisto con el lector, de ese diálogo apresurado en el que el libro tiene la última palabra.
viernes, 27 de mayo de 2011
UNA TARDE CON LUIS GARCÍA MONTERO
Decíamos ayer...
" Es un verdadero placer presentar la edición de Ropa de calle en La Central, a la sombra amable del Reina Sofía. Quiero comenzar este acto agradeciendo al coordinador, Manuel Asín, su hospitalidad y disposición.
Este trabajo no hubiera sido posible sin el apoyo y el empuje de Josune García, directora de la editorial Cátedra y de Letras Hispánicas, una colección nacida en 1973 con un catálogo de clásicos de la literatura española y universal que ha propiciado la educación estética de varias generaciones.
Es obligado recordar ahora la colaboración del poeta y fotógrafo José Javier González, de quien es la imagen de cubierta que tan acertadamente resume el sentir del libro.
Ropa de calle tiene un protagonista central, Luis García Montero, cuyo quehacer es brújula de estas páginas y cuya amistad solventó dificultades y dudas.
A todos muchas gracias. A ustedes también, por su compañía. Hay literaturas que no permiten la indiferencia. Por eso, aunque la idea de esta edición tomó forma hace dos años, es un sueño antiguo que maduró con las sucesivas entregas del poeta. La generación novísima estaba casi al completo en el canon de contemporáneos en Letras Hispánicas y pensé que Luis García Montero era el nombre fuerte, destinado a abrir senda a la promoción siguiente. Su calidad y su apoyo de crítica y público lo demandan; nunca ha sido un poeta misterioso y recóndito sino una identidad en la que se manifiestan con sosegada convencía el escritor y el ciudadano, estética y actitud del ser individual en lo colectivo.
Mi propuesta es una invitación cordial a la lectura. Uso un adjetivo machadiano; cordial significa que la voz poemática comparte un itinerario vital que aglutina pensamientos, sensaciones y sueños; que habla desde la cercanía y se muestra asequible, que reivindica “la dignidad humana, la conciencia encendida y el diálogo con los otros “.
Esta edición también confía en el alcance de futuro; frente a marbetes coyunturales y escrituras efímeras, Luis García Montero está llamado a ser figura tutelar de la poesía del siglo XXI "
martes, 24 de mayo de 2011
JOSÉ JAVIER GONZÁLEZ. FOTOGRAFÍA
.
Para los aficionados a la fotografía la práctica del blanco y negro conserva todavía un prestigio clásico. La gama de grises y el contraluz incrementan la expresividad y conceden al movimiento una dimensión estática. Pero el color en la imagen es más vital, fomenta la calidez de diálogo, se torna descriptivo y demanda al espectador respuestas sensoriales.
Desde que conocí las primeras fotografías de José Javier González (Madrid, 1956), a principios de 2005, sentí una clara afinidad hacia sus instantáneas. Las distintas series constataban un trabajo riguroso en la búsqueda de acercamientos a lo real, en la conexión entre individuo y entorno.
Disfruté con sus retratos personales –su cámara buscó la expresividad de mis manos ante el folio en blanco- y cada una de sus propuestas captó las sensaciones que me concedía el libro Mejores días, una colección de aforismos que amanecía entonces de la mano de la editorial emeritense De la Luna Libros.
La fotografía de cubierta de Ropa de calle (Letras Hispánicas, Cátedra, Madrid, 2011) resume las ideas que vertebran mi estudio crítico sobre Luis García Montero: el realismo transcendido, el ambiente urbano, un protagonista verbal de perfil difuso, la calidez del rojo, la ropa de calle que cubre cada una de las certezas…
El jueves 26 de mayo se presenta el libro a las 19,30 en La Librería La Central del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. Luis García Montero leeré sus poemas. Yo sentiré, con el temblor de siempre, el afecto y la compañía de unos cuantos amigos que han acompañado mi viaje por la literatura. Y habrá una fotografía de José Javier González que refleje ese instante.
domingo, 22 de mayo de 2011
JAVIER SÁNCHEZ MENÉNDEZ: SUJETO ACTIVO.
Una aproximación al desconcierto
Javier Sánchez Menéndez
SIM/Libros, 2011
Javier Sánchez Menéndez (Puerto Real, Cádiz, 1964) personaliza una voluntad plural. En el municipio de la literatura, nomadea entre la edición, el ensayo, la crítica, el articulismo y la poesía. Mientras prepara la compilación de su itinerario lírico iniciado en 1983 con Motivos, entrega Una aproximación al desconcierto, poemario breve, pese al largo paréntesis de silencio desde La muerte oculta.
El título del poema inicial alude a un consensuado concepto de la infancia que, exento de cualquier metafísica, quiebra la representación idealizada, esa leyenda de un paraíso temporal lleno de luz: “Todos los niños éramos cabrones”. Tal afirmación sugiere que en el roce con lo diario los alevines no pueden desasirse de la trama de sentimientos contradictorios que marcarán el recorrido hacia la vida adulta. Es lo que constituye el aprendizaje; la superación de estadios previos conlleva además un sistema lingüístico; la palabra define la propia personalidad.
Pero ese ejercicio de recreación del ayer no es un acto solipsista. El yo sale a escena con la alteridad, comparte historias, dialoga con otras dubitaciones, apuntala creencias mientras lo vivido se torna materia de elegía: “Las tardes del verano de mi vida / adquieren el recuerdo, / los cien años de historia compartida, / las horas del reloj que no funciona. / No presentas batalla si te odio. / No suena el corazón de la nostalgia, / así nos muestra el humo su reclamo.”
En su variada coloración por el prolongado periodo de escritura, la poesía de Javier Sánchez Menéndez se enuncia en tono menor; cuida el afán comunicativo y rebaja la solemnidad del discurso. De cuando en cuando, lo popular se abre hueco. Así sucede en “Primer amor”, donde el neologismo, la rima y las palabras de uso coloquial componen un sencillo puzle para divertimento del lector: “Pides que te quiera más. /¡Oye, las chuches son mías¡ / y para ti el geyperman“. Las interferencias de la oralidad dibujan sonrisas.
En la progresión del libro están presentes registros bien conocidos. Así la ironía, una ironía leve que erosiona las tribulaciones de la queja existencial, recuerda a la del asturiano Ángel González – también algunos títulos de poemas – y otras a las expresivas humoradas del sevillano Javier Salvago. No falta el homenaje amical en el poema escrito al modo de Abel Feu, ni esa delgada llama del haiku, no siempre con el esquema métrico habitual. La escueta estrofa abandona su lánguido color de ambiente para acercarse al dictado aforístico: “Esta soledad / requiere alguna dosis / de egoísmo”.
En torno a lo cotidiano siempre merodea el desconcierto, esa indefinición de lo posible que empuja a confundir las direcciones, a perderse en los vericuetos urbanos, como resume la imagen de cubierta. El hablante lírico comparte su optimismo confesional: si algo enseñan los años es la oportunidad de volver a intentarlo; hay que optar por la desobediencia y huir del latido rutinario. La imaginación sueña con las posibilidades de lo inédito, con el impulso de aquellos que defienden que “Amar siempre se escribe con hache intercalada”.
viernes, 20 de mayo de 2011
TEORÍA DEL SUEÑO
Teoría del sueño
Todo sueño cumplido es prematuro.
Su tácita presencia pone en duda
que hasta ayer mismo fuera
objeto de un afán cuyo rescoldo
no se apagara nunca.
La posesión no acalla
esa voz inquietante
que aspirara a lograrlo
ni da paso a la tregua
que permite el sosiego.
Intangible y fugaz
como el vuelo de un ángel,
los perfiles del sueño no conocen
la hondura hospitalaria del espejo
ni el peso de la luz.
(Mapa de ruta, pág. 62)
miércoles, 18 de mayo de 2011
LOS OLVIDADOS DEL ORFANATO
Los olvidados del orfa
Alfonso Gutiérrez Villacañas
ZoomArt Diseños, Madrid, 2011
En los inicios de la década del sesenta, en el pasado siglo, la existencia diaria era difícil, casi un ejercicio de supervivencia. El consolidado régimen de Franco celebraba sus veinte años de paz aislado de la comunidad internacional y una España rural proclive al luto, en la que aparentemente nada ocurría, soportaba jornadas laborales extenuantes y modos de vida decimonónicos. Mientras, un nuevo invento, la televisión, con interferencias e imágenes en blanco y negro abría una pequeña ventana rectangular al escaso ocio festivo.
Ese es el trasfondo histórico de Los olvidados del orfa, un conjunto de minirrelatos escrito por Alfonso Gutiérrez Villacañas (Madrid, 1954), huérfano de padre desde los cinco años, internado en un orfanato durante tres lustros, y con una larga experiencia como profesor en Rivas-Vaciamadrid.
El avance argumental es fragmentario; acumula historias muy breves, a veces narradas en primera persona, como estampas autobiográficas, y otras con la voz distanciada del narrador omnisciente. Son secuencias que describen el trasiego diario del Orfanato nacional de Carabanchel, cuyas instalaciones hoy reconvertidas en edificios institucionales grabaron el aprendizaje sentimental de varias generaciones empeñadas en seguir adelante a pesar de esa angustia que consume a quien desea huir pero no sabe dónde. Era un lugar lleno de limitaciones y ángulos ciegos, pero también un ámbito encerrado entre muros que fomentaba la emoción y el sentimentalismo, que permitía esos momentos de comprensión que ayudan a entender las contradicciones del otro y los resquicios y huecos de la propia personalidad. La niñez no es ese paréntesis diáfano sino una nube con las señas diferenciadoras de la sociedad adulta: la tangible violencia a cada paso, el hambre y la falta de recursos, el ejercicio del poder, representado por los internos mayores, o por los auxiliares con un constante afán corrector que vigilaba ocio y estudio, o arbitraba la convivencia.
Las distintas historias toman el pulso a un magma de relaciones hecho de elementos dispares en el que se marcan huellas de fortaleza o debilidad, de comprensión y estímulos que van moldeando el decurso existencial.
El autor elige un vocabulario comunicativo y directo, que manifiesta una vocación de diálogo y selecciona anécdotas que no quiere perder para que cautericen heridas; para escribir la crónica de unos días que son el germen del ahora.
Este retrato en grupo de la infancia está hecho con soledad, aislamiento, solidaridad y ternura. Define un pasado de bordes amarillos, inseguro y mudable, pero que no ha perdido la esperanza de que algún día sople un viento favorable.
martes, 17 de mayo de 2011
RAFAEL ALBERTI: CIEN POEMAS
En 2006 María Asunción Mateo, última compañera sentimental del poeta, prologó el libro Rafael Alberti. 100 poemas, una variada compilación del maestro de la Generación del 27. La edición, correcta y con cubierta de tapa dura, permite una mirada de fin de semana y me acompaña hasta el litoral con el deseo de escuchar de nuevo el eco de un discurso lírico casi perdido entre los pliegues de la memoria.
Fue al inicio de la década de los ochenta -pocos años después de su regreso del exilio- cuando el poeta de Cádiz más cerca estuvo. Aprendí muchos versos de Marinero en tierra, soporté con afecto el deambular vanguardista y las conexiones entre la lírica y su vocación más temprana: la pintura; creí en el poeta social que vivió el compromiso en la trinchera, cuando España era una lenta piel de toro desollada, y sentí la nostalgia del desterrado que se siente extraño y sin raíces.
Este nuevo acercamiento no acaba de engancharme. Hay poemas absolutamente prescindibles, como los de El burro explosivo, que tanto enaltecían los ánimos de las milicias comunistas. Me disgusta también la fatigosa pirotecnia verbal que acumula trabalenguas y enumeraciones torrenciales.
De la vasta producción sólo funcionan las elegías de Retorno de lo vivo lejano, Ora marítima y Baladas y Canciones del Paraná.
Frente a los azules de Morro de Gos cierro el libro, tras recitar despacio la Canción 8: "Hoy las nubes me trajeron..." mientras la larga cabellera de patricio romano se pierde en el blanco y negro de la melancolía.
viernes, 13 de mayo de 2011
PASEO
Paseo
La parda mansedumbre del otoño
duerme el reloj, despierta las palabras.
A su reclamo acuden pensamientos
que rompen la angostura de la boca
y visten los canchales de granito
con ropajes de musgo confidente.
Como cantos rodados damos vueltas
por la cristalería del pasado.
Mezcla el camino bayas y recuerdos,
excrementos, ideas y amanitas,
concesiones y rosales silvestres.
Con ánimo apacible descubrimos
naipes ocultos que el azar baraja,
emparentamos pasos y raíces.
troncos huecos se bañan en la inquieta
transparencia glacial de los arroyos.
Una hilera de nubes acaricia
las boscosas laderas y el entorno
se disfraza de noche, se hace cueva
para que resguardemos nuestros sueños.
En el viaje de vuelta imaginamos
maléficos hechizos de gorgona.
Un tiempo indefinible nos espera,
mas la amistad es fuerza, pone en pie.
El futuro no existe. Lo inventamos.
(Mapa de ruta, pág. 82)
La parda mansedumbre del otoño
duerme el reloj, despierta las palabras.
A su reclamo acuden pensamientos
que rompen la angostura de la boca
y visten los canchales de granito
con ropajes de musgo confidente.
Como cantos rodados damos vueltas
por la cristalería del pasado.
Mezcla el camino bayas y recuerdos,
excrementos, ideas y amanitas,
concesiones y rosales silvestres.
Con ánimo apacible descubrimos
naipes ocultos que el azar baraja,
emparentamos pasos y raíces.
troncos huecos se bañan en la inquieta
transparencia glacial de los arroyos.
Una hilera de nubes acaricia
las boscosas laderas y el entorno
se disfraza de noche, se hace cueva
para que resguardemos nuestros sueños.
En el viaje de vuelta imaginamos
maléficos hechizos de gorgona.
Un tiempo indefinible nos espera,
mas la amistad es fuerza, pone en pie.
El futuro no existe. Lo inventamos.
(Mapa de ruta, pág. 82)
jueves, 12 de mayo de 2011
CALLE EN OBRAS
Calle en obras
Acordamos huir sin dejar rastros,
pero aflora el deseo y difumina
la nube de las buenas intenciones.
Aparezco como mármol labrado,
emulando su pulida quietud.
Impaciente recorro los andenes
donde un polvo salobre fosiliza
pasos intercambiables, de ida y vuelta.
Aletean pavesas incendiarias,
las híspidas certezas del pasado.
Apuro mi forzada resistencia.
Estoy solo. Completamente solo.
No tengo voluntad para el olvido.
Mi vida es calle abierta, siempre en obras.
(Mapa de ruta, pág. 94)
martes, 10 de mayo de 2011
JOSÉ LUIS GARCÍA MARTÍN: LA AUTOBIOGRAFÍA COMO FICCIÓN
Para entregar en mano José Luis García Martín La Isla de Siltolá, Sevilla, 2011 |
LA AUTOBIOGRAFÍA COMO FICCIÓN
Nada menos íntimo que el diario íntimo de José Luis García Martín por su erradicación de los hitos biográficos reales. Nada más sugerente para percibir la precaria apariencia de lo cotidiano y comprobar que en sus esquinas está el prodigio.
Autor incansable y poeta, ahora antologado en La aventura (Renacimiento, 2011), con prólogo de Rosa Navarro Durán, José Luis García Martín es para muchos –también para quien escribe- el mejor crítico de cuantos pueblan los suplementos literarios del país y el antólogo reincidente que ha ido ofreciendo añadas selectas de la lírica figurativa.
Esta ficción en marcha de lo confesional comenzó hace más de dos décadas con Días de 1989 y prosigue con el duodécimo tomo, Para entregar en mano, libro de llamativa cubierta (una fotografía de Juan Ochoa) que se integra en el novísimo catálogo de La Isla de Siltolá. Quien haya seguido la fluencia del yo en José Luis García Martín encontrará sus vetas misceláneas: libros, viajes, aficiones, sociedad literaria y de cuando en cuando un ramalazo reflexivo, unas gotas de ternura, una duda, una expresión medida de lo emocional.
La publicidad del turismo de masas hace del desplazamiento a distancia casi la única razón para abandonar temporalmente el lugar propio. Para García Martín el itinerario es circular por naturaleza; concluye en el umbral de casa, entre paredes que fortalecen la rutina y escuchan los diálogos del solitario con sus fantasmas: “la realidad no me interesa si no es como materia de mis sueños”. Esa calma sedentaria se parapeta tras la página escrita; de la lectura extrae el extenso catálogo de asuntos que moldean las notas.
Uno de los rasgos más controvertidos del personaje verbal es la emisión de opiniones que deambulan entre la subjetividad y un personal sentido de la ética; así, rechaza o pone reparos a libros de creadores que ocupan los palcos del canon contemporáneo y aplica un demoledor silencio sobre los poetas que no le gustan. No en vano una de las revisiones periódicas del horizonte literario se titula Cómo tratar y maltratar a los poetas. No soporta la impostura, sea en la actualidad de los titulares de prensa, -la causa palestina, el nacionalismo, el papel de la iglesia, las ideologías, la institución matrimonial…- la vida universitaria o las cenas y encuentros con amigos y conocidos.
Viajero habitual, la estancia en nuevas ciudades conduce a una librería y ante los ventanales de un café. Como espectador atento, cada desconocido es una hipótesis; cada edificio una excusa para la erudición; cada amanecer una invitación a la belleza de museos, librerías de viejo, trazados urbanos, jardines y laberintos. La música (la ópera) es otra afición sostenida, compartida además con algunos miembros de su tertulia.
Para entregar en mano tiene continuidad con diarios anteriores; perpetúa puntos de conexión y muestra el pautado proceso evolutivo de una visión de lo sensible. Deja también un encuadre del tiempo: no hay días sin huella. Vestido con el ropaje de una ironía indulgente, el protagonista verbal es un interlocutor ameno y lúcido, dogmático y brillante en sus soliloquios, un escéptico y aplicado discípulo de Óscar Wilde.
lunes, 9 de mayo de 2011
PENÉLOPE
Penélope
Antes de que la rosa de los vientos
desperdigara por la lejanía
treinta y dos direcciones,
respirabas el afán de Penélope,
ese tejer paciente que adivina
cuándo se cumple el tiempo de regreso,
la destreza de Ulises con el arco,
la roja espera de los pretendientes.
(Mapa de ruta, pág. 106)
sábado, 7 de mayo de 2011
JORDI DOCE: EL RUMOR DE LO INTACTO
Perros en la playa
Jordi Doce
Dibujos de Javier Pagola
La Oficina, Madrid, 2011
El íntimo placer de la escritura encuentra en el aforismo un género esencial porque conexiona vida y literatura y concede a ambos sustantivos la naturaleza de realidades indisociables. En su fluencia, el paso a paso marca el pulso intermitente de la mano que escribe. Así se percibe en Perros en la playa, una colmada cosecha de trazos personales, poemas y aforismos de Jordi Doce (Gijón, 1967). El poeta entregó en 2005 el volumen Hormigas blancas, editado por Bartleby y definido por Eduardo Moga como “un ovillo que se devana densa y fluidamente a la vez, a menudo con la persuasión de un relato”.
La nueva hoja de ruta es similar: los apuntes glosan una filosofía asistemática y expuesta en porciones que gravita a su libre albedrío, como si todo lo que sucede pudiera destilarse en esos momentos que toman por sorpresa y sacan a la luz, frases, vivencias, conversaciones e imágenes que, con apariencia vulnerable, permanecen flotando en el temblor del aire. La precisión verbal amplifica significados, aspira a completar un discurso sin tiempos muertos. En torno al sujeto fructifican estímulos que buscan la respuesta del lenguaje; palabras donde confluyen sensibilidad y representación.
El mismo autor aclara el título: “Así entiendo ahora estos comentarios: sin rumbo preconcebido, arbitrarios y espontáneos, como las carreras de los perros en la arena, moviéndose nerviosamente de un lado a otro, incapaces de buscar otra cosa que su propio cumplimiento”
Los poemas incluidos en Perros en la playa conceden a esta miscelánea un cromatismo nuevo; nos muestran esa lección escondida de los inéditos y legitiman una estética que, con las reservas propias de cualquier taxonomía, se inserta en el dominio figurativo: “La poesía, entre otras cosas, es dialogar con la palabra en libertad. Pero nunca como en un poema se percibe que las cosas se parecen a sus nombres. De ahí pudiera deducirse, tal vez, que en libertad las palabras tienden a caminar sobre aquello que nombran”. De forma natural, los versos se entretejen sin disonancias, reiterando tanteos.
Aunque no faltan párrafos autobiográficos descriptivos y enmarcados en lo contingente, Jordi Doce prefiere el texto breve, la idea condensada y rotunda, expuesta con lúcida economía. En su formulación, el aforismo activa su capacidad receptiva, se despliega, explora la multiplicidad del entorno y fija posiciones. Presenta una interpretación que halla en el lector un destinatario fiable. El sujeto verbal se implica en juicios, deambula entre lo cotidiano, escucha el rumor social y los espacios de la convivencia. Nos deja las huellas de una voz que habla consigo misma, interpela y escucha.
miércoles, 4 de mayo de 2011
LLUVIA
Me fascina la lluvia. Lo descubro cada vez que estalla una tormenta y me instalo en el porche, tras los cristales, frente al jardín, como un niño asombrado que contempla un prodigio que nunca sucede a destiempo. Todo calla para oir el repicar de las gotas chocando contra el suelo, dibujando el preciso contorno de la fronda.
Un mirlo se refugia bajo el níspero y permanece inmóvil. Pasado un tiempo, su austero plumaje desaparece bajo los parterres mientras percibo la gradación sonora de las gotas. Poco a poco, la lluvia adquiere la tenue respiración del trayecto cumplido.
En la terraza se ha formado un gran charco. En él habita ese yo desdoblado que contempla la lluvia detrás de los cristales.
lunes, 2 de mayo de 2011
EL DÍA QUE DEJÉ DE VER FÚTBOL
(El título de esta entrada, en efecto, se inspira en un acierto de Jorge Riechmann)
Porque no me gustan los jugadores que hacen de cada entrada al adversario una posibilidad de lesión.
Porque no me gustan los futbolistas que fingen y se quejan con aires de circo.
Porque no me gustan los entrenadores que venden el humo de los titulares como si fueran chamanes de tribu y sacrifican los valores estéticos del deporte ante un resultado rijoso.
Porque no me gustan los pandilleros oportunistas que convierten las gradas en escenarios gestuales del nacionalismo radical.
Porque no me gustan las tertulias vociferantes del día después que transforman los razonamientos en noche oscura y despiertan mi vocación de eremita.
Porque ya no hay escritores que inventen argumentos donde el delantero centro se compadecía del portero y fallaba un penalti, o los reservas querían jugar medio tiempo con cada equipo, o el árbitro llevaba flores a una muchacha de la grada cero que era la hija única del señor del puro que leía el AS.
Por eso –y porque el Real Madrid ya no gana nunca y juega como un equipo de barrio que confía en la fuerza bruta de un corsario portugués- un día dejé de ver fútbol, salí a la calle y rompí el álbum de cromos de la infancia y la fotografías dedicadas de Valdano y Raúl. (O casi)