miércoles, 31 de mayo de 2017

CUENTOS DIMINUTOS (EN FAMILIA)

Abandonos
Fotografía de WORDPRESS

EN FAMILIA

La resignación es un suicidio cotidiano.

HONORÉ DE BALZAC

   En casa no nos gusta incomodar a nadie, señor comisario. Las cosas son como son. No hay indicios pero todos buscábamos algo. Mi madre buscó siempre el sosiego en la farmacia; mi padre en la mudez de un cigarrillo, convencido de que el cansancio y el frío están en las palabras; mi hermana, cuando niña, en el reclinatorio de la ermita y después en la esquina más rentable del polígono sur. Yo que no busqué nada, encontré un libro y en él sigo.
  Vivimos juntos el abuso feliz de sentirse en familia. Repare usted, señor comisario, que en nuestra casa los sueños nunca dieron ningún paso.

(De Cuentos diminutos)  


martes, 30 de mayo de 2017

JOSÉ LUIS CANCHO. LOS REFUGIOS DE LA MEMORIA

Los refugios de la memoria
José Luis Cancho
Papelesmínimos Narrativa
Madrid 2017

DISOLUCIÓN


   La memoria personal habla en pasado. Su arquitectura se ha ido alzando en el perdurar y no tiene otra raíz que las arenas movedizas del recuerdo. Sólidas o etéreas las secuencias vitales están ahí, como un magma sedentario; constituyen el patrimonio básico en la marcada estela de la identidad del sujeto. Ese afán de venir desde otro tiempo es la casilla de salida del texto autobiográfico Los refugios de la memoria de José Luis Cancho (Valladolid, 1952). Poeta, novelista, maestro durante una larga temporada, y residente en Pasaia, un municipio vasco, desde 1994, fundó las revistas Caballo Canalla a la Calle y Los infolios, la última junto al poeta y crítico Miguel Casado. Como narrador  escribió la trilogía El viajero junto al mar, Grietas e Indicios, que constituye una ficción autobiográfica introspectiva con muchos nexos de conexión entre el protagonista biográfico y el figurante verbal.
   También Los refugios de la memoria sondea el laberinto interior para recuperar los días de infancia y juventud, la militancia política, y solventar un balance literario con mirada crítica. Desde estas premisas entrelaza como centro narrativo el decurso individual con el tiempo histórico de los últimos años del franquismo. José Luis Cancho se integra muy pronto en los ambientes del compromiso y va a convertirse en un incansable activista de la oposición al régimen. Su militancia en la extrema izquierda, bien conocida por la policía política, marca un hito en los medios de comunicación de la época porque durante un interrogatorio cae al vacío al ser arrojado por la ventana de la comisaria. Sufre un gravísimo quebranto físico. Aquel ejercicio de brutalidad policial llevó a la denuncia de los torturadores – cuyos nombres y apellidos siguen ahí como ejemplos de horror e impunidad- y, tras la lenta recuperación hospitalaria, el militante es condenado a prisión, donde estará durante dos años, hasta la amnistía política decretada tras la muerte del dictador.
   Pero en la conquista de la libertad no hay ninguna épica porque sobreviene la decepción y la incertidumbre. El contexto social ha cambiado y la utopía revolucionaria se estrella contra un muro de intereses y contingencias circunstanciales que abre senda a la aplicación práctica del liberalismo burgués. Llega la soledad y esa voz clausurada que obligan a replantearse el rol del yo ante su vocación ética, mientras en la calle comienza la amanecida de la transición que obliga a pactos, acuerdos de mínimos y abundantes olvidos. Aquel gesto expansivo del compromiso languidece, y el estar cotidiano va ocultando la cabeza en la propia intimidad para sentirse ajeno al ideario que vertebró el discurrir biográfico durante tantos años.  Es la disolución, ir pisando sustratos de una realidad inadvertida en la que nada permanece como si cada instante fuese solo una espera pactada.
   Los refugios de la memoria es una reconstrucción que tiene una epidermis de tristeza –también de gratitud al puñado de sombras que hicieron solidario y habitable el trayecto-; quien se mira en el espejo lo hace con sincera desnudez, rechazando en todo momento el didactismo heroico o la mitificación. Cuando vuelve, como Ulises, es nadie. Queda un testigo que se mira a sí mismo con los ojos cansados del extraño: “Las imágenes giraban ante mí fundiéndose y superponiéndose como una noria desprovista de sentido, como en un movimiento sin progreso”. José Luis Cancho habla en voz baja de unos ideales que alentaron un sueño persona y que lo transformaron en “un lobo estepario”, un transeúnte sin casa ni ciudad, una sombra que ahora llega pujante y fuerte, con la precisa nitidez del destino cumplido, con ese halo que exige a los demás el abrazo entrañable de la complicidad y del respeto. Lo vivido conforma también una memoria colectiva, la estampa de una época donde rostros anónimos moldearon una esperanza, la brizna frágil de una amanecida.




lunes, 29 de mayo de 2017

ARQUEOLOGÍA DEL YO

yacimiento arqueológico de Las Cogotas
Fotografía de
Rubén Sánchez Santana

PIEDRA CALIZA

     (Epitafios)
   


He soñado con la realidad. Con qué alivio me he despertado.

                                                                                               STANISLAW  J.  LEC

  
                                   II

Otra noche.
Sobre mí  prosigue su labor
la luna quieta.
Carezco de otra luz.

                                   III

Queda mi nombre
y la serenidad de este paisaje
que no sabe quien fui.

                                   IV

Agudizo mi vocación fantasma.
Miro sin comprender
y reclamo razones para estar en la nada.
No hay respuestas;
la pureza del aire
habita el desamparo.

                                    V

Un manto de raíces y una brizna de sol,
pero las formas se han desvanecido
en el escaso jugo de una tierra estéril.
Estoy con otras sombras y nos une
la mansa convivencia,
el aire de familia
de los que nada piden al futuro.

                                 VI

Vuelven los ecos y dibujan mapas,
un recorrido de memoria y sueño
que convierte al que fui
en terco pasajero de otra ruta
que ya no identifico.
El pasado se puebla
de restos arqueológicos.

   (De Ninguna parte, Sevilla, 2013)



                               

domingo, 28 de mayo de 2017

JAVIER SÁNCHEZ MENÉNDEZ. AFORISMOS

Artilugios
Javier Sánchez Menéndez
Takara Ediciones
Sevilla, 2017
AUTORRETRATO FRAGMENTADO

   La escritura de Javier Sánchez Menéndez (Puerto Real, Cádiz, 1964) agrupa un corpus variado y complejo, aunque en su transcurrir la poesía se define como cauce central. En 2017 el escritor añade a esta suma de géneros otra faceta formal, el aforismo, con dos trabajos simultáneos: Artilugios, obra impulsada por el recién amanecido catálogo de Takara, y La alegría de lo imperfecto, aparecido en Trea, una de las estaciones aforísticas más consolidadas.
   En el punto de intersección entre filosofía y literatura, el aforismo crece como un prisma en el que se conjuga lo diverso. Así lo constata el legado de la tradición en castellano al analizar la obra de Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, José Bergamín o Max Aub, por citar voces de recorrido obligatorio. Análoga visión comparte Javier Sánchez Menéndez al configurar sus entregas con voluntad abierta para que sean testigos del acontecer y reflejos especulares de la sensibilidad del sujeto verbal.
   El primer paso aforístico, Artilugios hace de su título un recuerdo contundente de Nicanor Parra. Los lectores conocen el sostenido trasvase textual y las afinidades con el magisterio de la antipoesía. La denominación no es sino un paso más, un trazo subrayado de coherencia en los rasgos internos del autor. En el primer apartado la reflexión se hace miscelánea; en ocasiones exponen los textos el afán metaliterario: “aforismos: ilusiones momentáneas”, “La poesía es el amor a la lectura”, “en el mundo de la interpretación el poeta es el oyente”; otra veta a sondear es la sociología que disgrega el entorno, ya sea literario, político o personal: “Si en España unes la universidad y la crítica literaria el resultado es peor que la mezcla de grasa o azúcar”, “En la sociedad actual se potencia, se valora y se vende todo aquello que no nos haga pensar”, “Lejos es el espacio más cercano al hombre”, “La incertidumbre provoca brevedad”, “Nadie toca la luz con las manos mojadas”.
   La sensibilidad que aflora en Artilugios detesta el conformismo y convierte su voz en una leve astilla crítica que punza la piel de la resignación, que hace de la ironía un efecto verbal continuado, como quien escribe un manual de instrucciones para vivir en otro planeta. El pensamiento trasmite la angustia de quien sabe que desde la razón es difícil juzgar sin cerrar los ojos.  


La alegría de lo imperfecto
Javier Sánchez Menéndez
Trea Ediciones, Colección Aforismos
Gijón, Asturias, 2017

   El aserto La alegría de lo imperfecto estaba en los textos de la primera salida aforística, “Artilugios”, que aquí se constituye como sección inicial. La circunstancia clarifica el hilo entre ambos libros, ya que las reflexiones en primera persona no son sino expresión de la identidad y de su manera de mirar alrededor, no tanto desde el sentido práctico de quien se abre paso en una realidad tangible sino en los senderos azarosos del verbo conceptual. En ella quedan claros las superficies reflexivas que agitan las ondas del pensamiento: la literatura como ocupación fundacional del yo, el sujeto individual y sus enlaces sociales y ese puñado de certezas que nos conceden claves de uso para acceder a lo diario.
   El cuerpo central del libro reactiva la pupila ética, aunque nunca de forma monolítica;  compendia frases vinculadas a la dermis social del presente e indaga en esas cicatrices que dejan en la mirada un poso de melancolía: “vivir es como naufragar, pero sin agua”, “nunca existe el mañana si no crees en el hoy”, “El precio de la libertad es la soledad”…
  El apartado de cierre, “Vanidad” supone una variable formal, ya que la frase incisiva habitual en el discurso fragmentario se sustituye por un pensamiento en torno al espacio oscuro de la egolatría, aunque persiste la dicción precisa y el esqueje irónico.
  El aforismo actual se ha hecho visible y mantiene un ajetreado peregrinaje de practicantes; su expresión paremiológica multiplica entregas, muchas de ellas triviales y anecdóticas. Las dos salidas de Javier Sánchez Menéndez, Artilugios y  La alegría de lo imperfecto permiten una adecuada valoración crítica. Ambas comparten  una mecánica similar: frente al oropel deslumbrante de los adjetivos  prefieren la palpitación serena de la frase que busca aprehender la realidad con la paciencia de un corredor de fondo. Para no perder aliento, para seguir caminando en ese círculo de incertidumbres que abre a trasmano la personal travesía vital.



  

sábado, 27 de mayo de 2017

FERNANDO ARAMBURU. PATRIA

Patria
Fernando Aramburu
Tusquets, Colección Andanzas
Barcelona, 2016
EN EL LABERINTO

  Pocos términos contienen la ambigüedad semántica del sustantivo “patria” y son escasos los nombres comunes que han prodigado más argumentos para la demagogia, el fanatismo y las convicciones totalitarias en el suelo yermo de una realidad nublada. Sin embargo, sus letras definen una localización de coordenadas precisas. La patria es el lugar común de la convivencia, esa plaza pública que aglutina una identidad colectiva y mestiza, hecha hombro con hombro en el discurrir del calendario.
  Fernando Aramburu (San Sebastián, 1959), licenciado en Filología Hispánica, y residente en Alemania desde 1985, donde trabaja como profesor de español en la localidad de Lippstadt, es autor de una extensa obra en prosa iniciada en 1997 con  Fuegos con limón, obra ganadora del Premio Ramón Gómez de la Serna. Su recorrido literario aglutina ficciones y cuentos. El escritor titula Patria su última novela, una recreación repleta de verosimilitud de la vida en Euskadi tras el anuncio de la banda terrorista ETA de poner fin a su tenebroso fanatismo. A partir de ahí se abre un ahora complejo; caben distintos enfoques al abordar los cambios de un trayecto común, transformado en espeso laberinto. En el escenario vasco toma sitio un marco convivencial entre asesinos, callados, indiferentes y víctimas; todos deben realizar gestos añadidos al alero de lo necesario como el reconocimiento del daño, el perdón y la necesidad de salir adelante sin que el resentimiento sea la brújula que incomode la paz social.
  En ese contexto histórico se sitúa la dolorosa historia de Bittori, una mujer viuda que regresa al pueblo tras el anuncio de la tregua para abrir la puerta del pasado y rememorar los acontecimientos que llevaron al asesinato de su marido. El supuesto justiciero es hijo de los amigos de siempre; pared con pared, fue cavando el largo túnel hacia el independentismo radical, llenando la mochila de la sinrazón con palabras justificatorias: patria, liberación, independencia, lucha social, fuerzas de ocupación en Euskal Herria…
  Es difícil adentrase en la lectura de Patria sin tomar partido ideológico. Los capítulos exigen una parada obligatoria en ese largo tiempo que llenó de atentados las calles de Euskadi, con el silencio de tantos cómplices, con la mirada hacia otra parte de los que dejaron solos a quienes señaló la diana. Fernando Aramburu abre el argumento de alta temperatura dramática a una concurrida plaza de actores, para que cada uno juegue el papel asignado por su propia conciencia. Pero en esta coral sobresale con singular relieve la entereza de Bittori, la viuda del Txato. Su regreso provoca de inmediato la inquietud de los otros figurantes del drama como sus hijos, Xabier y Nerea, o el heterogéneo vecindario del municipio. El vacío a su alrededor es visible, y los gestos ambiguos de los equidistantes, como el cura Don Serapio, que establece una cínica teoría de cristiano que perdona y se resigna y antepone la conveniencia política a la auténtica fe cristiana, aunque sea bajo el disfraz de la reconciliación. También el empeño de Miren, la madre del terrorista Joxe Mari de alinearse en el espejismo de la lealtad ideológica para no ver la sangre en el comportamiento de su hijo o para argumentar el asesinato de su antiguo amigo como un acto necesario de la lucha armada.
  La novela de Fernando Aramburu vuelve los ojos a un periodo convulso muy cercano en el que entremezclaron intrahistorias individuales y los pasos torpes de una cronología social cuyas heridas no han cicatrizado, un tiempo en el que el fanatismo nacionalista hizo del terror un argumento político, con el silencio de muchos ante el laconismo inmutable del tiro en la nuca. Y aún así, “hay que llenar la vida de argumentos, tener un orden una dirección, poner a cada amanecer un motivo de veras estimulante para saltar de la cama, si no con ilusión al menos con energía e impedir que de pura inactividad se te anquilosen hasta los pensamientos” (p. 476).  


   

 






                 

viernes, 26 de mayo de 2017

AQUEL DESCONOCIDO...

Escarcha


DESCONOCIDO


Fue su lecho una noche
aquel rincón de fronda
donde acuden las sombras en tumulto.
Y su dormir tenía
el sello del futuro en cada gesto.
Al alba despertó,
se restregó los ojos ateridos
y caminó, solícito, a mañana.
Cómplice de su dicha,
alcé la mano,
y no supe seguirlo sino de pensamiento:
-Pues la jornada es dura
y no habrá nadie esperando tu vuelta,
lleva siempre contigo
una abundante provisión de fe.

             (De Rotonda con estatuas, 1990)


jueves, 25 de mayo de 2017

HILARIO BARRERO. EDUCACIÓN NOCTURNA

Educación nocturna
Hilario Barrero
Edición de José Luis García Martín
Editorial Renacimiento
Sevilla, 2017

INVITACIÓN A LA MEMORIA


  El quehacer de Hilario Barrero (Toledo, 1946) es cuajado y coherente. Despliega su largura en géneros simultáneos hasta completar un mosaico donde los espacios reflexivos son similares porque el álbum mental y la sensibilidad del yo están siempre entre líneas. En el fondo de la mirada se exponen los ángulos de su relación con el mundo. En el quehacer indagatorio de la escritura, su tesela mayor es la poesía. Es una constante personal que inicia camino en plena década novísima con el cuaderno Siete sonetos editado en 1976, apenas un par de años antes de comenzar su estancia en USA, para dedicarse a la enseñanza, primero en la universidad de Princeton y después, como profesor titular, en  la de Nueva York. Esa lejanía geográfica es soliloquio y experiencia en sus diarios, así que el laberinto urbano de Brooklyn nunca queda lejos, basta con tender la mano a la autobiografía para que la añoranza se transforme en descubrimiento; para sentir al poeta recrear el discurrir o regresar al azul claro de la infancia, como si los días fuesen trayectos de retorno y necesidad de buscar el origen.
   En la aurora de Siete sonetos opta por la habilidad métrica de las formas cerradas para compartir la constante vigilia del enamorado y su lumbre sentimental. Después asume un estar invisible que no se quiebra hasta 1999, cuando su poemario In tempore belli consigue el Premio Gastón Baquero. El título remite a la música del maestro Josep Haydn y en sus poemas no faltan algunos elementos básicos de Poeta en Nueva York, de Federico García Lorca, no en su filiación surrealista ni en el utillaje formal porque Hilario Barrero busca la claridad expresiva, sino en el concepto del miedo y la superación de conflictos personales. El ideario poético se ha renovado y el protagonista verbal intensifica su pupila observadora en la que confluyen niveles temáticos dispares.
   El profesor Barrero se presta a recorrer un nuevo tramo a paso lento del que son reflejos Luz Ilesa (2008), Agua y humo (2010) y el poemario Libro de familia, que recoge composiciones escritas entre 2001 y 2011 y que me parece, sin discusión, el libro más representativo del autor. El volumen aporta una introducción de José Muñoz Millanes cuyo análisis concede al discurso lírico un enfoque existencial. La escritura no es sino el reiterado intento de responder a las cuestiones centrales del existir y los efectos quebradizos del tiempo; también sondea enlaces con el verbo poético de Robert Lowell, otro acierto sin duda porque la práctica de traductor, bien representada en las versiones de Lengua de madera y en La esperanza es una cosa con alas, reciente traslado al castellano de los poemas de Emily Dickinson, hace que su inmersión en el espacio lingüístico norteamericano sea un quehacer natural.
  No he hablado hasta ahora del talento plástico de Hilario Barrero. Es una cualidad que suma imaginación y belleza; dota a sus creaciones de un onirismo que trasciende lo real abriendo una dimensión más amplia. Lo vemos en las cubiertas de la colección Cuadernos de Humo, primorosamente editada, y en Tinta china, una compilación de haikus, con ilustraciones realizadas por el propio poeta. En ella reflexiona sobre la claridad expositiva: “Que el verso sea / como una doble llave/ abriendo heridas”; son palabras que refuerzan el propósito comunicativo y no borran en su diálogo la sensación de intimismo y apertura de sentido. Eje argumental es el transcurso que requiere el testimonio sensorial de la palabra. Cada haiku sirve de acogida a un fragmento de lo transitorio, una realidad matérica que desperdiga indicios en el tránsito diario, pero también se abordan ideas conceptuales, definidas en sensaciones y sentimientos que establecen puentes relacionales entre el acontecer y las cosas. Hilario Barrero deja en Tinta china casi un centón de haikus. La estrofa exige siempre lucidez, precisión verbal y ese deslumbramiento que convierte al verso en  un relámpago, en una caligrafía de luz que se refleja sobre el suelo mojado del poema: “Sobre el papel / llueve sobre mojado / el último haiku “.
   Ya he comentado que la entidad de Hilario Barrero es trasversal, se desdobla en facetas que no crean entre sí ninguna controversia; pero yo seguiré poniendo el acento esdrújulo en su poesía. En su antología poética Educación nocturna se reúnen abundantes inéditos junto a una muestra de  poemas de las entregas citadas. Caminan con otros pasos, como si hubiesen decidido componer una amanecida unitaria que suena a nuevo libro; así lo resalta José Luis García Martín en el prólogo. Los apartados exploran reincidencias definidas: la memoria afectiva, el descubrimiento del deseo, el modo subjuntivo como acción posible  del discurrir y el espacio habitable de lo urbano donde es posible vadear las aceras de la extrañeza ante los estímulos externos que la configuran.
  Su voz lírica asimila conocimiento intelectual, tejido emotivo y la necesidad de vivir en la temporalidad que tienen las palabras necesarias, las voces del poema.  La escritura es una forma de recuperar la casilla de salida. Se vuelve al principio para mirar el fondo del vaso y construir con los versos una autobiografía moral. La poesía camina hacia fuera y nos deja en Educación nocturna un relato poetizado de saltos temporales, como si solo buscase en lo vivido los momentos clave. El sujeto va fijando contornos y vivencias que antes o después quedarán inadvertidas y en silencio, fuera de plano, donde el mar termina.


                                                                            

                   

miércoles, 24 de mayo de 2017

PATRICIA GUZMÁN. EL ALMENDRO FLORIDO

El almendro florido
Patricia Guzmán
Kalathos Editorial
Alcobendas, madrid, 2017


CELEBRACIÓN


   Hay poetas que ocultan sus referentes literarios, como si la voz personal naciera en el desierto y su modulación no fuese un entramado de aportes. Y poetas al sol, como Patricia Guzmán (Caracas, 1960) que abre su poemario El almendro florido con un inventario de deudas; sus versos proponen un diálogo coral con salmos y versículos de la Biblia, Dante, Rilke, Blake, Dickinson, Hesse o Celan…La poeta respira  el aire cálido de un jardín literario de densa floración.
   Hasta el ahora, Patricia Guzmán  ha entregado a imprenta siete libros de poesía, un fértil recorrido que arranca en 1987 y que ha abierto un profundo surco de afinidad y reconocimiento en el espacio intelectual de Venezuela, con versiones parciales de su obra en italiano, francés e inglés.
   Las breves reflexiones de Nelson Rivera miran El almendro florido con la perspectiva de un cántico liberador. Exponen la dimensión espiritual de esta entrega compuesta por un único poema que muestra en la amanecida el sustrato humano de un pensamiento repleto de conexiones simbólicas. El poema proclama una dinámica respiración de claridad, busca desasirse de lo contingente para explorar anhelos trasterrados: ”si el mundo es desolación, también es una bóveda celeste”.
  Adentro en la espesura- como proclamara Jorge Guillén- , con el impulso intenso de un viaje introspectivo, Patricia Guzmán elabora su voz en un poblado silencio que adquiere el rumor de una oración. Los versos equiparan los elementos cercanos a una grafía celebratoria que acoge la belleza y el deseo. De esta plenitud es símbolo evidente el almendro florido. En él se conjuga la quietud sostenida de la rama como asiento del canto de los pájaros, donde se hace fuerte el despertar del día. Su estar invita al canto, brilla como un reflejo que incide en las pupilas para mostrar los dones de la existencia. Estar es percibir una naturaleza viva.  De esa contemplación deviene un misticismo que busca superar el acontecer transitorio a través de una dimensión espiritual en la que cobra presencia la fe. Con ella la naturaleza despojada y estéril recomienza, se puebla de brotes y esperanzas.
  Lo mismo sucede con el amor cuando expande sus raíces fuera del yo para buscarse. Esa vía de iluminación- que tanto recuerda al Cántico espiritual de Juan de la Cruz- muda la percepción de los sentidos, es claridad y destello como si se nutriese  no de materia perecedera sino de un afán de vida que habita dentro del yo.
   El cierre crítico de Rodolfo Häsler propone nuevos itinerarios de sentido; enlaza la senda lírica de Patricia Guzmán con las voces más conocidas de la Mistica occidental, pero recuerda que el sentido último del poema no es una cuestión lógica sino un umbral privado que deja su misterio en cada lector. Así que es esa clave interrogativa la que salpica su transparencia en cada uno de los fragmentos de El almendro florido. La poesía para ser libre debe descartar el rumbo marcado por las huellas de la razón; es mejor abrir los ojos y mirar la mañana como quien la contempla por primera vez vestida con la equívoca luz de los sueños cumplidos, con el color de estreno que dibuja el asombro de ser.




domingo, 21 de mayo de 2017

EN CLARO

Fachadas con sol
Fotografía de
Javier Cabañero

EN CLARO

Mirar en claro. Hay gafas de sol que solo ocultan una mirada estrábica.


Alquiló una sonrisa respetable para fingimientos y usos cívicos.


Tarde de café con reproches y una burbuja onírica que respalda el pasado común.


Ese tenso diálogo entre una cobardía expansiva y el remordimiento.


Su optimismo sugiere que la lógica cierra el camino al caos.


Músculos vigorosos, épicos, espartanos para transportar un paraguas.


Tartamudez de ideas.


De su ignorancia aprendí mucho.


Es tarde; el momento justo de hacer casi todo.


¿Vidas? Patéticas imitaciones que súbitamente se desvanecen.

                                  (Aforismos con quejas)

         

sábado, 20 de mayo de 2017

LUIS FELIPE COMENDADOR. MAÑANA NO SERÁ NUNCA

Mañana no será nunca
(Antología poética 2003-2015)
Luis Felipe Comendador
Prólogo de Fernando Rodríguez de la Flor
Epílogo de Luis Alberto de Cuenca
Diputación Provincial
Salamanca, 2017

NICOTINA Y POESÍA
  
   El escritor argentino Adolfo Bioy Casares escribió que “el conocimiento del hombre no permite la previsión de su literatura”. Me toca disentir, aunque admire el talento de Bioy y añore su dúo dialogal con Jorge Luis Borges. Discrepo porque conocer a Luis Felipe Comendador (Béjar, 1959) ha sembrado de continuo claves de desciframiento de su producción poética, cuyo primer tramo compiló la antología Vuelta a la nada (El Árbol espiral, Béjar, 2002). Se ofrece ahora la poesía reunida editada entre 2003 y 2015, un quehacer que integra los libros El amante discreto de Lauren Bacall, (2003), Con la muerte en los talones (2004), El gato solo quería a Harry (2005), Esa intensa luz que no se ve (2007), Dientes de leche (2008), Los 400 golpes (2013) y Corre la voz (2015). Un paréntesis que concede al escritor un lugar propio en su generación, pese a su alejamiento de la sociedad literaria y a su estar silencioso en las contingencias de lo episódico, El bejarano es un outsider con la identidad de “un autor raro”.
   El trabajo de interpretación de esta caligrafía comienza por el título y la imagen de cubierta. Son dos elementos que no agotan su sentido literal pero que muestran una fuerte relación con el contenido: la imagen dibuja un rostro a punto de morder un anzuelo; y el aserto Mañana no será nunca no elude el pesimismo exacerbado de quien no encuentra ningún rastro de vida en el porvenir. Ambas claves predisponen a adentrase en las consideraciones de Fernando Rodríguez de la Flor. El profesor contextualiza el momento histórico en el que nace esta poesía, marcado por la crisis y la globalización. Un tiempo tenso que nunca enmascara su deambular desapacible, su fondo oscuro. Tal estado conlleva el descrédito de lo social y el trazo borrado de cualquier utopía: estar es sobrevivir, ponerse cada día la piel de los naufragios.
   Esta conciencia en proceso se traslada de inmediato a la entidad del sujeto verbal que habita en los poemas y las sombras mudables de su pensamiento; el yo se hace trasunto de un ser contemporáneo que expone su periplo biográfico en la desolación estéril de la derrota a partir de unos cuantos elementos de uso. Una de las columnas más relevantes de esta escenografía personal es el cine, trasunto de aquella caverna platónica, donde la presencia no es sino el sueño de una sombra, una emanación sobre la pared del fondo de contornos difusos. La gran pantalla está en los títulos del poeta y en la construcción de ambientes y argumentos que con frecuencia imitan la trama a resolver del cine negro. En esos callejones oscuros de la soledad el poeta construye su tentación reflexiva; allí aflora, entre la nicotina y los trazos de humo sucio, la certidumbre que mantiene vivo cada latido: estar vivo no es poner en pie un esqueleto resignado; es buscar un sin embargo, hacer de las palabras un refugio, aventar el amor y el estar solidario, pedir cuentas a los propios errores para salir al día con ánimo dispuesto a una nueva derrota.
   En El amante discreto de Lauren Bacall el amor y el deseo se hacen razón de vida para dibujar cerca un arquetipo de belleza, el mito se hace símbolo, impregna lo cercano y restablece un ahora habitable. Pero somos un ser para la muerte y a cada paso asoma la condición efímera. De esa conciencia de habitar la ceniza se nutre  la escritura de Con la muerte en los talones. Conciso y lapidario, el poema dibuja un estar provisional: “Atrapado en campo abierto, / con todo el horizonte / vestido para mí, / los caminos de ida son tantos…/ que no existen”.
   En los libros de Luis Felipe Comendador resuena fuerte la primera persona; habla el yo y en su densidad semántica la intimidad es un rasgo poético esencial. Para convertir ese intimismo en instrumento de revelación y verdad objetiva, el poeta recurre a estrategias de distanciamiento; se ha visto en los libros anteriormente citados y así sucede en las composiciones de El gato solo quería a Harry, donde de nuevo el cine pauta el cauce argumental, a través de personajes como Orson Welles, quien se convierte en callado receptor del soliloquio. El habla evocativa recupera vivencias, sensaciones o el extraño laberinto existencial que suma y resta su erosión en el tiempo.
   Como un viejo tronco que aguarda un brote estacional reverdecido, las obsesiones reinciden y se yuxtaponen los matices de su reconstrucción. Si en los días de infancia hay un sol áureo que va perdiendo brillo mientras se completa la educación sentimental, las secuencias de vida retornan para dejar su vuelo en los poemas de Esa intensa luz que no se ve como si fuese necesaria su presencia para mantener la coherencia. Esperar se convierte en sólida estrategia: “siempre la misma nieve / el mismo mar / el mismo decorado donde ser / o dejarse / donde vivir / o a tientas buscar causa o reposo / abismo, balsa o trono / libertad / pan / cadenas”.
   La poesía de madurez aprende a graduar las emociones, requiere construcciones más severas, aunque conserve el mismo protagonista y profundice en los fundamentos del ideario estético. De este enfoque participan, desde su particular topografía, los poemarios Dientes de leche, Los 400 golpes y Corre la voz. Los tres comparten una similar psicología del sujeto verbal, la eficacia de una expresión en la que nunca hay sitio para la digresión ociosa y el clima orgánico del conjunto.  
  No quiero cerrar esta lectura de Mañana no será nunca sin citar el apunte epilogal de Luis Alberto de Cuenca. El poeta deja claro su entusiasmo afectivo por una manera de ser a trasmano. Es consciente de la coherencia amical y de lo complejo que resulta en tiempos de corrección y escaparate exhibir a diario la sinceridad y las pancartas de los que denuncian, sin que ningún sometimiento merme la profundidad de su grito.
  En los hilos sueltos de Mañana no será nunca está el autorretrato de Luis Felipe Comendador, las repletas estanterías de esa biblioteca interior donde se guardan los libros vividos, aquellos que condensan la geografía de una decepción, la luz pequeña de un cigarro encendido, las ganas de vivir, su nicotina.       


viernes, 19 de mayo de 2017

DESVELO

En mitad del camino


DESVELO

        A quienes son enemigos leales,
       por sus desvelos

Con frecuencia te quejas
del ínfimo desvelo
que suelo regalarte en medio de la noche,
y al cierzo del insomnio te aventuras,
buscándome tres pies..
Duerme seguro,
no hay ninguna estrategia:
mi historia es la viñeta desechada
por un mal dibujante
al que le han ofrecido otro trabajo.

(De Enemigo leal)


jueves, 18 de mayo de 2017

FRANCISCO BRINES. ENTRE DOS NADAS

Entre dos nadas
Antología consultada
Francisco Brines
Prólogo de
Alejandro Duque Amusco
Renacimiento, Sevilla, 2017

ANTOLOGÍA CONSULTADA

                                        
    Francisco Brines (Valencia, 1932) reunió por primera vez su poesía completa en 1974 y tituló el conjunto Ensayo de una despedida, un aserto que refleja como realidad primaria del ser la temporalidad; estamos hechos de pérdidas sucesivas. El sintagma se ha mantenido en ediciones posteriores, que añaden nuevas composiciones y algunos cambios poco relevantes. La antología Entre dos nadas crea un orden nuevo en el personal trayecto del poeta, ya que sus piezas han sido elegidas por casi trescientos lectores. Por tanto, esta colaboración múltiple y amistosa da fe de un cálido homenaje al que pone prólogo el poeta y crítico Alejandro Duque Amusco, quien se adentra en la senda poética con precisión de brújula. 
   Hay en toda la poesía de Brines una intensa coherencia, un pensamiento circular que se alimenta de redundancias. Los protagonistas de su creación son el tiempo y la belleza; el tiempo como tránsito que nos va despojando hasta el vacío final y la oscuridad de la nada; y la belleza que pone luz a los reflejos de la infancia y la identificación del hombre con la naturaleza. En ambos temas cobra sentido la palabra que es revelación y vida. A través de la escritura se recrea la realidad, donde la memoria deja su emoción; la palabra poética es también una respuesta vital que nos permite vivir el pasado en el ahora.
   Su primer libro Las brasas (1960) obtuvo el Premio Adonais, el más importante galardón de la posguerra. Las composiciones de esta amanecida ya son elegíacas. Están escritas desde el estar de un sujeto que reflexiona sobre el paso de los días. Sentimientos y sensaciones se marchitan dejándonos entre las manos una menguada cosecha. En el presente la esperanza no tiene sentido.
  La segunda entrega de Brines, El santo inocente cambia de título muy pronto y se denominará Materia narrativa inexacta. Sombras del mundo clásico que hablan en monólogos dramáticos dan cuenta de las meditaciones del hombre, de ese sustrato común de la conciencia que permite que el amor sea en nuestro devenir un recurso liberador. Los poemas expuestos con la escueta lucidez del relato refuerzan la objetividad del discurso.
   El itinerario se enriquece en 1966 cuando se edita Palabras a la oscuridad, que se alzó con el Premio de la Crítica. El título del mismo sugiere que el misterio de la noche es el interlocutor en quien el verbo deposita la emoción del mundo, esas perdurables impresiones del paisaje de Elca, la inquietante presencia de los otros o los signos desvelados de la soledad y la muerte.
   Aún no es un libro renovador. Aparece en 1971 e incorpora una importante veta satírica; predomina en él el conceptismo y el tono sentencioso. Hay abundantes procedimientos expresivos -parónimos, aliteraciones, rimas internas…- y utiliza un léxico novedoso, aunque también están presentes las habituales preocupaciones, como el derrumbe continuo de la carne.
   Insistencias en Luzbel aborda una poesía metafísica, centrada en el largo trayecto que va desde el engaño de la plenitud de la infancia hasta la nada. La vida entonces -como ya expusimos- se convierte en ensayo de una despedida; solo es vivida plenamente en el breve sueño de los sentidos donde hay una ética de lo celebratorio, un estoicismo que indaga en el carpe diem y que conjuga presente y captación de la belleza.
   Sus últimos libros son el patrimonio del poeta en el tiempo y tienen la mirada crepuscular de la elegía. En El otoño de las rosas un viajero en la parte final de su trayecto hace balance y sabe que el itinerario fue lo que vivió. El rescate es ocasión propicia para cantar el entusiasmo de haber sido.
   Un sujeto poético que nos comunica la estéril razón de la existencia es el protagonista de La última costa. Ya el título sugiere la perspectiva desde la que están escritas las composiciones. Se divisa la geografía del ocaso cuando el mar nos ofrece su distancia, como si no fuera posible el retorno y el viajero lleva consigo la memoria que le permite recuperar el territorio de la infancia y recrear las sensaciones que en el pasado la definieron.
  La antología consultada incluye algunos poemas del libro en preparación Donde muere la muerte. Su apertura “Brevedad de la vida” es un largo balance en prosa poética cuyo argumento deja el poso exacto de la aceptación: existir es el principio de la nada. Solo la escritura conjetura una posible salvación del olvido, un plano de permanencia en el recuerdo capaz de trascender la espalda fría del tiempo.
    En Selección propia, una antología editada en Cátedra, hay un estudio introductorio fundamental para entender su poética. Se titula “La certidumbre de la poesía”. El trabajo se hilvana a partir de un conjunto de reflexiones clarificadoras. A pesar del desagrado del poeta por analizar la propia poesía, sugiere que la poética nace de la praxis como los poemas nacen de la necesidad. Sus indagaciones se orientan hacia el proceso de creación. Cuando el tiempo nos destierra del paraíso de la infancia la palabra se convierte en una fortaleza que salvaguarda la dimensión individual del hombre. Los versos son refugio que permiten construir una nueva realidad que emana de nosotros mismos porque es interior y se nos otorga como una revelación. Así va apareciendo el mundo del poeta, sus concretas experiencias vitales expresadas con un lenguaje donde la intuición dirige la evolución expresiva de una obra que ha hecho de la precisión y la claridad norte y rumbo. Como Antonio Machado o Luis Cernuda, Francisco Brines es un poeta del tiempo. Su palabra es recuento del existir desde una conciencia ética, huellas desgajadas que empiezan a borrase en un tacto de arena.





miércoles, 17 de mayo de 2017

TURIA (Revista cultural / número 121-122)

Turia (Revista cultural/ número 121-122)
Marzo-Mayo de 2017
Fundador y director:
Raúl Carlos Maícas
Instituto de Estudios Turolenses de la
Diputación Provincial
Ayto de Teruel / Gobierno de Aragón

VARIACIONES

   Insistir en el lugar que ocupa la revista Turia es recordar una trayectoria de décadas, consolidada en el tiempo y reconocida con distinciones como el Premio Nacional al Fomento de la Lectura. De la mano del escritor y periodista Raúl Carlos Maícas, Turia alterna monográficos con misceláneas para mostrar las variaciones del ahora literario.
   La entrega de primavera (marzo-mayo de 2017) es un número doble  que aglutina en las secciones de referencia notables intereses. En “Letras” se sondean las claves de Javier Cercas y su empeño en abordar en la ficción una línea de costa que amalgama autobiografía e imaginación; el devenir histórico un campo interpretativo donde se  reconstruye el pasado desde una percepción ambigua, a claroscuros. Javier García Rodríguez analiza la concepción insólita del relato en Larrie Moore y Manuel Arranz camina entre las páginas autobiográficas de Iñaki Uriarte, un diarista que da a sus anotaciones biográficas un punto objetivista que emparenta sus párrafos con la lucidez desnuda del aforismo.
   En el apartado “Taller” las palabras se configuran como vías de escape cuando no como subversión frente a lo real. Algunos de los invitados eligen como enfoque la literatura paremiológica. Es un hecho que el despliegue del aforismo en estos primeros pasos del siglo XXI ha originado un cultivo insólito. De esta escritura de teselas que aliña en sus fragmentos emoción e inteligencia se hacen los trabajos de José María Cumbreño y Elías Moro. También la poesía emite sus destellos  en las composiciones de Andrés Trapiello, Efi Cubero, Basilio Sánchez, Jordi Doce o Alex Chico, entre otros.
   Las conversaciones tienen como interlocutores a dos novelistas que han conseguido franquear las puertas del canon: Rosa Montero, casi a punto de ocupar un sillón en la Real Academia de la Lengua, y Gonzalo Hidalgo Bayal, autor que congrega un manifiesto desdén por lo vulgar: su estilo clásico supone un aire respirable, una claridad que da aliento en este tiempo de titulares y estridencias.
   La veta central de “Cartapacio” explora la presencia literaria de Luis Landero. Se adentra en su exigencia de exactitud y en el rigor de sus estructuras ficcionales para presentar a los lectores una perspectiva profunda y pormenorizada.
   Y están dos referentes clásicos de la revista, el discurrir autobiográfico de Raúl Carlos Maícas, con su fronda de libros leídos, exposiciones y pensamientos al paso desde la provincia,  y el aporte cultural en el tiempo de figuras como Ramon J. Sender.  
   Cierra el número un conjunto heterogéneo de reseñas que enfocan la mesa de novedades, algunas tan celebradas como Patria, la novela de Fernando Aramburu que ha provocado un auténtico seísmo de revitalización editorial,  junto a  reediciones de clásicos como Artur Rimbaud,  Philip Larkin, Ángel Crespo, José María Merino o José María Fonollosa.
  La mirada de Turia es plural y nunca escasean en ella los mejores indicios del presente literario, esos rayos de amanecida limpia que invitan a mirar la mañana con un libro en la mano.





martes, 16 de mayo de 2017

REENCUENTRO

Reencuentros


HETERÓNOMOS


Dentro de mí conviven, abocados
a una inmensa rutina sedentaria,
el yo que pienso y otro, el que parezco.
Un pacto, que firmaran con los ojos,
les conmina
a respirarse en cierta tolerancia,
y ambos han sido absueltos
de mencionar, siquiera,
cuál fue la última causa
que les diera la vida.

Cada uno tiene ya su enclave exacto:
el yo que pienso
habita, día y noche,
la intimidad de estas cuatro paredes.
Es semejante a un niño que olvidara crecer,
y por lo mismo
nada en el mar de una sabia ignorancia.
(“Acaso sea el invierno…
es razón suficiente para explicar el cosmos “)
Y balbucea. Ríe.
Se pierde en los espejos. Gesticula.
Colecciona recuerdos como si fueran conchas
que ha enterrado el olvido.

A veces llora y viste el jersey gris
de la melancolía;
entonces toma un folio,
donde  inicia el galope un sentimiento
y se hace reo de pertinaz tristeza,
hasta que traspapela la mirada
y descubre, cansado,
que afuera cae la lluvia
y mojan su perfil
unas livianas gotas de mi nube.

El que parezco
está en la calle de continuo.
Todos le conocéis
pues con todos comparte ese pan y esta sal
que, bajo el brazo, trae la vida;
las cotidianas dosis
de angustia existencial, trabajo y ruido.
Con él tropiezo,
una tarde cualquiera,
al doblar una esquina,
y tras justificarme torpemente
(“hallé la puerta abierta
y me aburría…”)
me despido gozoso y luego marcho
-el paso lento, sepultadas las manos
en los amplios bolsillos del vaquero-
a ver, sin más, el mundo por mis ojos.


             (Pulsaciones (Antología personal 1990-2016)                                         


viernes, 12 de mayo de 2017

LEÓN MOLINA. VERDAD Y MEDIA

Verdad y media
Antología de aforismos españoles del siglo XXI (2001-2016)
Selección y prólogo de
León Molina
La Isla de Siltolá, Colección Aforismos
Sevilla, 2017

PLANO GENERAL


  El discurrir del siglo XXI ha mostrado la sorprendente capacidad de expansión del aforismo hispano, mientras los estudiosos perfilan un encuadre de causas y efectos que justifique esta insólita crecida. El auge de la literatura fragmentaria se asocia al despliegue de internet y a su apuesta por una información urgente, de titulares mínimos y en continua renovación; también a la convivencia de filosofía y poesía en un momento de verdades en transición y certezas mudables que buscan respuestas inmediatas; no es ajena a este mediodía la creencia popular de que en cualquier debate moralista lo lapidario es profundo. Y por último, el afán subjetivo de explorar géneros e incorporarlos a sus personales paisajes de tinta, como antes sucediera con el haiku. El hecho está ahí, palpable, para gozo de quienes otean en la panorámica de cultivadores una geografía desplegada, diversa y llena de vertientes. Así se constata en la antología Verdad y media, impulsada desde la Isla de Siltolá por León Molina (San José de las Lajas, Habana, Cuba, 1959), poeta, aforista y lector constante de esta forma expresiva que apuesta por la concisión, el matiz y el alzado de arquitecturas de sentido a partir de mínimos recursos. En estos planos los añadidos son estériles porque más es menos.
  León Molina ha buscado el título de la muestra en Karl Kraus (1874-1936), un riguroso formalista empeñado en desmontar con su chispa aforística la incorrección verbal y el indicio de hipocresía social: “Un aforismo nunca puede ser la verdad completa; puede ser una verdad a medias o una verdad y media”. Con esa textura que alerta sobre lo paradójico de las pepitas semánticas, León Molina despliega una selección de 2525 aforismos publicados en los tres primeros lustros del siglo XXI. Salen a descubierta no por el prestigio consolidado del autor sino por la formulación exacta y sugerente del texto. El resultado es un conjunto excelente que integra individualidades pertenecientes a varias generaciones en activo. Están los magisterios consagrados del cincuenta como Rafael Sánchez Ferlosio o Dionisia García, y voces de amanecida como Aitor Francos, Sergio García Clemente, Jaime Sánchez o Victoria León; y entre ambas autores novísimos, experienciales, realistas, o nativos digitales, por usar una terminología ya asentada en los manuales literarios.
  Otro asunto importante es la pluralidad de enfoques en la expresión aforística; se han buscado sobre todo textos que tengan como brújula formal la brevedad, pero en ellos hay aforismos de pensamiento (Gregorio Luri, Jorge Wagensberg, Rafael Argullol, Manuel Neila, Antonio Cabrera, Mario Pérez Antolín..), metaliterarios (José Luis García Martín, Felipe Benítez Reyes, Vicente Luis Mora…), existenciales (José Mateos, Carlos Marzal, Andrés Neuman, Jordi Doce, Erika Martínez, Elías Moro, Ana Pérez Cañamares…), o urbanos (Ramón Eder, Luis Arturo Guichard, Karmelo C. Iribarren, Eduardo García, Luis Felipe Comendador…) porque el aforismo muestra una deglución omnívora, en la que cualquier asuntos tiene chispa. Quedan fuera, por expreso deseo del antólogo, los aforismos lúdicos que hacen del lenguaje una aventura creativa, al modo de las greguerías de Ramón Gómez de la Serna, o los que se postulan como simples chistes que explotan sus efectos cómicos en la cohetería de las redes sociales.
  En Verdad y media León Molina nos deja el desarrollo admirable y múltiple del aforismo contemporáneo. En su obra confluyen voces individuales que marcan senda en un género renacido cuyas coordenadas no son sino maneras diferentes de abordar el libro de familia de la realidad, esas páginas donde conviven el yo y los otros, pensamientos y emociones, la verdad y media de lo respirable.




jueves, 11 de mayo de 2017

PENTAGRAMAS CON LLUVIA

Notas


PENTAGRAMAS CON LLUVIA


A menudo la vida carece de sentido, es abstracta y compleja. La literatura no.

Considera cada libro como un ejercicio de aprendizaje.

Todo escritor soporta el previsible anclaje de la lectura.

La realidad tiene signos secretos.

Bajo el paraguas, el trazado del sendero se diluyó. Rumbo incierto.

Me gustan las noches de doble fondo, en las que caben vigilia y sueño.

Esa manía de la memoria de abrir paraguas.

La transparencia de una gota y su constancia,

Cuando avanzo hacia ti te desvaneces.

Consumo la relación incierta del autista y su temporada en el invierno.

En el laberinto el método más eficaz de orientación es caminar hacia ninguna parte.






miércoles, 10 de mayo de 2017

SOLTAR EL HILO

Vuelos


AMANECIDA

                     Para Luis Felipe

Fondo de nubes.
Mi voluntad, cometa
que busca vuelo.


martes, 9 de mayo de 2017

ALGO NO VA BIEN

Sombras
Fotografía de
WordPress.com


ALGO NO VA BIEN

   Me angustia la certeza de que algo no va bien. Hay detalles raros. Hasta ahora mi sombra asumía los trazos de una biografía callada y diligente. Desde hace días escucho sus quejas; la noto cansada, abstraída, distinta cuando se proyecta sobre el pavimento. Con frecuencia se pierde al cruzar los semáforos o en deshabitados callejones de las afueras, lo que me obliga a vigilar mi espalda de continuo y a multiplicar trayectos para recuperar sus contornos.
   Cuando miré atrás, hace un instante, intuí en el difuso encuadre unos ojos con luz. Acabo de entenderlo; tiene una decisión tomada. El recelo me impulsa a mirar otra vez pero adivino la imagen. Fundida en su mano percibo una pistola. Se alza detrás, con lentitud autoritaria. Quiere asesinarme.
   Lo urgente es escapar de un acto impune. Ningún policía sospechará que mi sombra dispara.


(De Cuentos diminutos

lunes, 8 de mayo de 2017

NÉSTOR VILLAZÓN. NO VUELVA USTED MAÑANA

No vuelva usted mañana
Néstor Villazón
Dolmen Editorial
Madrid, 2017

UNA PROFESIÓN DE RIESGO


   Tras la estela de Ramón Gómez de la Serna, el primer tercio del siglo XX supuso una verdadera eclosión de efectos cómicos literarios. En torno a la generación del 27, agrupada en los actos conmemorativos del tricentenario de Góngora, tomó cuerpo un grupo de creadores que renovó el humor desde un quehacer vanguardista. Edgar Neville, Tono, Miguel Mihura, José López Rubio y Enrique Jardiel Poncela fueron los protagonistas más relevantes. Son escritores que utilizarán el humor como estrategia expresiva para cuestionar valores, desajustes y actitudes sociales. Pero el humor por su acercamiento al público y por su aceptación popular casi nunca ha gozado del aprecio académico, siempre con la pretensión de poner los ojos en la jerarquía de la alta cultura. Así se han ido diluyendo movimientos estéticos y propuestas escriturales sin que el humor –más allá de la ironía o el erosivo sarcasmo- tuviese una exteriorización asentada, salvo en revistas especializadas y en las publicaciones gráficas de quiosco.
   Más allá de esta situación estructural, el humor es un síntoma de época. Así lo entiende Néstor Villazón (Gijón, 1982). El poeta y dramaturgo asturiano, galardonado con numerosos premios nacionales e internacionales, entreabre la geografía de lo laborable para mostrarnos una profesión de riesgo: su trabajo de librero en un concurrido establecimiento comercial madrileño. En ese entorno de mansa convivencia entre libros y clientes colecciona un abrumador anecdotario, enriquecido día a día, que transforma la rutina en escepticismo, sonrisa o carcajada. Van y vienen entre las estanterías el surrealismo los chistes sin palabras, el gesto caricaturesco, la memez, o la ingenuidad sin trazos como transeúntes circunstanciales que dejan estelas en la mirada del escritor.
   En el jugoso introito, el escritor y librero José María Mijangos recuerda que el cliente siempre tiene razón; así que conviene evitar monosílabos cejijuntos y mostrar al día el cartelito de abrazos disponibles. El libro es un prodigio de sensatez al que hay que someter de cuando en cuando a cuidados paliativos con vocación y afecto firme, como quien lee “una versión fácil” del Quijote.
  Junto a los lectores potenciales, también acuden a la librería, subidos casi siempre en altos tacones de su talento, los autores: aquellos que se autopublican, buscan para su obra un escaparate con foco, o pretenden firmar a mano sus libros para que los clientes tengan también sus inmortales garabatos. Y no faltan los que difunden su fe; una presentación bien organizada convertirá su encuentro con el público en un evento de masas. Puro optimismo de una vanidad sin mácula que se preserva en los calendarios.
  No sé si los ladrones son gente honrada, pero parece que andan ahora compaginando oficio y cultura, cogiendo un libro de este estante, otro del siguiente y dignificando su expresión con ese gesto inocuo de la inocencia que convierte al yo en otro. Además hay también practicantes del oficio que acaban convirtiéndose en conocidos habituales con los que compartir en el metro algunos comentarios sobre la salud o sobre próximos escarceos; es posible ver también adolescentes ingenuas que llevan la mochila vacía o preguntan al dependiende si los libros tienen alarmas y dónde se suelen colocar…Pues eso, que los ladrones ilustrados prosiguen en el tiempo digital con premeditación y alevosía y con vigilantes de seguridad que miran más el color de la piel que la maña dolosa de quien roba.    
   Néstor Villazón enriquece el aporte de historias con algunas entrevistas complementarias. Así Diego Doncel, poeta, crítico y novelista habla de su relación con los libros como pasión necesaria y espacio para la vida; comenta también, más allá del libro como producto de mercado, las mutaciones que han ido sufriendo las librerías, desde aquellos establecimientos casi artesanales, donde el contacto era cómplice y a flor de piel. Y, naturalmente, reflexiona sobre el papel de la poesía y su estar clandestino. Otra entrevistada es Conchita Piña, de Ediciones Antígona, que desde 2006 se ocupa esencialmente de la edición de textos dramáticos y de filosofía. Esta especialización ha servido para dar solidez a un proyecto joven  que da buena presencia editorial al mundo del teatro y a las dramaturgias emergentes. La entrevista aporta un poco de sosiego al disparatado recorrido por la sonrisa urgente. Y confieso en este punto mi papel de juez y parte. Néstor Villazón me entrevistó para dar mis opiniones críticas sobre el momento actual, sobre la trinchera entre papel y formato digital y resumir de paso la temperatura media del momento poético, así que también muy honrado por su confianza y por pensar que mi breve anecdotario de visitante asiduo de librerías podía aportar más calor a las galeradas cómicas de No vuelva usted mañana.
   Otras voces se suman en discreto coloquio a difundir su experiencia en lo jocoso para concluir que sin duda el padre de la idea y el portador de un anecdotario para preservar es Néstor Villazón, quien realmente queda como voz singular de un libro atípico por su carácter exento de otra pretensión que no sea el divertimento. Si el surrealista André Breton entendió la filosofía del humor como trasgresión vanguardista, como una manera de sobreponerse a la adversidad y como distanciamiento  de la realidad, Néstor Villazón  convierte estas anécdotas en amplia expresión de vitalismo, en una deliberada puesta en escena donde el absurdo es personaje principal. Néstor se esfuerza en trazar un diario contable de la realidad y nos deja en las manos el balance de cierre, la sonrisa del niño que rompe un caballito de cartón para descubrir qué contiene su interior.