viernes, 31 de enero de 2020

TRAS LA VENTANA

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Archivo general
de
Internet

CON EL CEÑO FRUNCIDO


Continúa el repliegue en casa tras la operación ocular, aunque la insubordinación de mis hábitos es manifiesta. Cuánto echo de menos la inercia de los libros, los paseos largos que mantienen en forma a la incertidumbre  y esas expectativas que fragmentan el regreso a lo literario.

Mi inquietud habitual se ha sosegado un tanto por los consejos médicos, mantengo el boca a boca con la poesía. Los poemas, sin gafas y sin los cristales adecuados,  añaden a sus argumentos algunas imágenes arbitrarias en las que se hacen visibles las formas de la imaginación. Miopía y presbicia se abrazan para ser sustancia estética.

Enero avanza lento como una crecida de limo. Las horas tienen una inadvertida cadencia en su paso y los estados de ánimo generan ausencias y cercanías. De cuando en cuando me asomo a las redes digitales para constatar lo de siempre: la falta de criterio y la sandez crecida son frecuentes incluso entre buenos amigos que hacen del tremendismo una cualidad de nuestro tiempo: todo es corrupción, manipulación, mafia poética... Todos están implicados, salvo ellos. Y se quedan tan contentos y después escriben para celebrar su altura ética un endecasílabo cortito, de cinco o seis sílabas.

Me siguen llegando muchas peticiones de amistad que tras aceptar borro de inmediato para que desaparezca ese pulgar que resume su inteligencia. Me parece necesario un regreso a la exigencia de una buena educación también en las redes. Y lucho por borrar el ceño fruncido. Aquí está mi casa y estoy bien, percibiendo los gestos verbales del invierno con el sentido común; los otros cinco muestran distintas erosiones y deben curarse.

(Apuntes sobre lo real, enero, 2020)




jueves, 30 de enero de 2020

JOSÉ ANTONIO SANTANO. MARPARAÍSO

Marparaíso
José Antonio Santano
Ilustración de cubierta: Miguel Arias
Primer Premio  del XXIV Certamen de Poesía
Rosalía de Castro
Casa de Galicia en Córdoba
Diputación de Córdoba, 2019  


UN LARGO VIAJE


   La ilustración de portada de Marparaíso reproduce un retrato de Vicente Aleixandre y un poema autógrafo del artista Miguel Elías, elaborado en técnica mixta. Evidencia, como el neologismo del mismo título, la sensibilidad que rezuma esta nueva entrega de José Antonio Santano (Baena, Córdoba, 1957) incansable caminante de un largo itinerario poético de casi veinte libros, con reconocimientos continuos, cuya fertilidad prosigue intacta como aseveran las recientes salidas, Cielo y chanca y Tierra madre.
   La voz del tiempo ha silenciado un tanto el magisterio del maestro del 27 y su legado poético que obtuvo en 1977 el Premio Nobel de Literatura. La mutación de referentes culturales en el fin de siglo y en las nuevas décadas digitales ha puesto púlpito a otras presencias canónicas y ha dejado en silencio itinerarios que un día fueron columna vertebral como el de Vicente Aleixandre. Nacido en Sevilla en 1898, pero intensamente ligado a Málaga desde los dos años, por un traslado laboral paterno, Aleixandre preservará siempre en su ideario poético aquella ciudad del paraíso, abierta a un mar azul y en continuo vaivén, hecho felicidad y belleza. Sería en el pueblo abulense de Las Navas del Marqués, ya en los años juveniles, donde arrancaría su vocación poética de la mano de Dámaso Alonso, compañero generacional con quien iniciaría una larga aventura personal nunca finalizada en el tiempo. La frágil salud condicionaría su participación en eventos comunes en los que definen los miembros integrantes del grupo del 27, como el Homenaje a Góngora en el Ateneo de Sevilla, pero Velintonia, 3, su casa familiar, tras los estragos de la guerra incivil, será siempre diálogo hospitalario y lugar de encuentro por donde pasaron las voces emergentes de la poesía de posguerra y amigos y maestros que buscaron en Aleixandre comprensión, apoyo editorial y amistad. Estas son las claves biográficas esenciales sobre las que amanecen los cálidos poemas de Marparaíso.
   El material paratextual del poemario recurre a la memoria de algunos escritores que conocieron a Aleixandre e intimaron con su complicidad afectiva: Leopoldo de Luis, Blas de Otero, Pablo Neruda y Antonio Hernández, una selección aleatoria porque fueron mucho los visitantes de aquella casa en el parque metropolitano madrileño, junto a la ciudad universitaria. Todos coinciden en cumplir con una verdad diáfana que habla de la acogida del poeta y de su mano permanentemente tendida a la amistad y a la poesía.
   También José Antonio Santano resalta en su emotiva dedicatoria el humanismo del poeta y su acendrado magisterio intergeneracional y hace del mar de Malaga un símbolo de plenitud renacida, abierto al goce sensorial y a la profundidad del pensamiento en la callada umbría de la tarde. Con una luminosa construcción formal, el poeta va reconstruyendo secuencias de la memoria en una evocación que recobra las voces del pasado. Amanece de nuevo aquella inocencia intacta del niño que se asoma a un sueño tangible y abrasadoramente vivo, que convulsiona la contemplación, como si fuese un deslumbrante paraíso. Aquel refugio edénico queda, con sus juegos de luces y su horizonte desplegado, en los primeros pasos de la infancia, cuando perdura intacta la inocencia y la intrahistoria del yo es solo un fulgor auroral, sin mácula ni sombras.
   Ya se ha comentado el papel esencial en la biografía del poeta que juega el recordado domicilio del poeta en Velintonia 3, hoy casi abandonado inmueble por la desidia municipal y por la falta de recursos privados para convertir el simbólico edificio en casa de la poesía. El lugar da nombre al segundo apartado del poemario. La elegía recupera el lento deambular de tardes y otoños donde se fue gestando la vida sentimental del poema, ese entrecruzado de amores y decepciones, de apariencias y sobreentendidos que protagonizó una sensibilidad que conoció con frecuencia la soledad y el silencio. También los encuentros se fueron acallando en el tiempo para convertirse en patrimonio efímero, sombras calladas en una noche oscura que solo deja leve caligrafía en la memoria.
  De esa tenaz lucha contra el tiempo se nutren los poemas finales, compilados en “Nacimiento último”, cuando el amor se convierte en epifanía del deseo. Es la llamada de los cuerpos la que rompe el silencio y hace de la grisura mediodía. En esa caminata interior se diluye la senda colectiva de un país que no sabe borrar de su epidermis colectiva los estragos de la guerra incivil, ni el reguero de muertos anónimos que busca todavía la paz brumosa de los cementerios. El poema final “Duele este silencio” hace de la muerte ese magma de silencio y olvido en el que se diluyen las palabras, como si el tiempo hubiese fondeado en una inmensa grieta.
   Emotivo y germinal en su discurso narrativo, con lenguaje claro y transparente y un componente argumental que muestra su fidelidad al perfil diluído de Vicente Aleixandre en las hechuras del tiempo, Marparaíso hace de la evocación un homenaje de amplio espectro. En sus poemas caben la idealización de la infancia y los avatares históricos, el amor, la amistad y ese rumor callado de la muerte, largo viaje de un trayecto vivido en el que se pronuncian el cero y el vacío.

José Luis Morante

    
  





     











miércoles, 29 de enero de 2020

SOBRE EL ALAMBRE DEL TIEMPO

Equilibrios
Fotografía
de
Javier Cabañero Valencia


SOBRE EL ALAMBRE DEL TIEMPO

A quienes siguen ahí, hablándome también en el silencio


Siempre en el aforismo la complicidad, el acto de elegir entre el virtuosismo sinfónico y el que toca la flauta o se moja los pies.

En el arranque del día los hábitos, esas coordenadas del yo que cumplen leyes gravitatorias y atraviesan la niebla.

Carecía de imaginación. Se hizo nihilista.

Con permiso de Marx: sin el sentido de la vista todo lo sólido se desvanece en el aire.

La monotonía de la coherencia, ese estar de quien posee una sola máscara.

Al vestirse, los tímidos dudan entre la armadura y el abrigo con bufanda.

Las combustiones amistosas encubren humo y hollín.

Sigo sobre el alambre del tiempo; pero no sé si soy el funambulista o el espectador.

(Aforismos en el oculista)



 


martes, 28 de enero de 2020

CLAUSURA

 Dentro
Fotografía
de
Pinterest


CLAUSURA

un hombre y una mujer se bajan
Y eligen una puerta

JORGE GIMENO 


Fuera de sitio también el discurrir pausado del reloj parece frágil, cerrado por reformas.

A centímetros del folio, el poema se queda suspendido, ingrávido, sin palabras. A veces tose en silencio para advertirme que aguarda otra llegada de la primavera.

Las sombras tatuaron mis pupilas.

Minimalismo cromático. En los espejos todo es gris.

Mi fisiología elogia las carencias. También a solas sigo perdiendo oído. Las confidencias que me recuerdan los asuntos pendientes me llegan encriptadas. Modo avión.  

El blog nunca traspasa el umbral del olvido. Reconoce a quien mira. Pero establece una distancia íntima, ahora que no puedo responder a quienes me abrazan desde lejos. Cuánto agradezco esa incansable generosidad de los afectos.



lunes, 27 de enero de 2020

GSÚS BONILLA.. UN PARAÍSO DE ORINES

Un  paraíso de orines
Gsús Bonilla
Autores VK
Asociación Cultural Agita Vallekas
Madrid, 2019


LA VIDA A TROZOS


   La poesía nunca es fácil, la crítica tampoco. La primera exige un criterio amplio de pluralidad y esfuerzo para hacer del poema un espacio de recepción y de búsqueda, una inmersión pautada en las aguas oscuras del lenguaje, sea cual sea la textura argumental del verso. Y lo mismo sucede con la crítica; el análisis literario requiere un criterio propio, subjetivo, parcial, exento de ejercicios de objetivación seriada. Desde hace tiempo, una parte amplia del estamento crítico considera la poesía social como un parado de larga duración que concluyó su periplo laboral a finales de los años cincuenta, cuando la etiqueta fue absorbida por un realismo crítico empeñado en asomarse una y otra vez a la geografía gris del franquismo.
  Pero poesía, mensaje y compromiso son conceptos en mutación continua como esos virus inadvertidos que trastocan el sistema operativo de lo previsible. Y por eso Un paraíso de orines, el último trabajo poético de Gsús Bonilla, cobijado tras la inagotable meada del Manneken Pis en la edición impresa de la Asociación  Cultural Agita vallekas, deja en el ánimo de quien esto escribe, la sensación de una lectura que pernocta, como un grito necesario en el remanso de la madrugada. Versos que acompañan y señalan con el dedo, que refrendan la consternación de ser destinatarios de un mensaje explícito. Habitamos un tiempo desapacible, por más que la publicidad se empeñe en llenarlo de escaparates bonancibles y consumo de rebajas continuas.
   Los poemas de Gsús Bonilla vocalizan con voz fuerte que “más claro agua” y que ahí están, como recuerda Juan Carlos Mestre,  esos escaparates tan poco iluminados de la pobreza, el estigma de las clases humildes y la invisibilidad de los débiles que ocupan muchos párrafos en los cuadernos de notas de Gsús Bonilla. Los apuntes sobre lo real del poeta echan de menos la libertad, cuentan los euros que el estado destina a los desterrados del sistema productivo a costa del bolsillo de los contribuyentes, y  sienten que la supervivencia crea una disposición agresiva y una relación física con las palabras en la que caben en una extraña convivencia entre esperanzas y frustraciones, esos supuestos que buscan itinerarios a contraluz, que marcan el tacto de lo efímero en este compartido paraíso de orines.
  Y para que nadie se llame a engaño, el poeta deja como introito una muy honesta declaración de intenciones: Escribir por pura necesidad igual  que cuando bebes mucha agua / y tienes ganas de orinar.  De esa poética emana una sensibilidad nocturnal, una sensación que confronta existencia y vacío, por más que los espejismos y alguna luz externa inviten a la idealización como única forma de rehacer la existencia. Gsús Bonilla recurre a la ironía para establecer los distintos apartados del poemario. Los enunciados tienen mucho de cuentos de hadas: El apartado I: “Mares preciosos, lagunas inolvidables y puentes inverosímiles”. Un buen escenario para imaginar que el futuro queda en alguna parte, lejos de los adoquines descabalados y de las grietas del asfalto del ahora, en un extraño limbo donde siempre se niega el permiso de entrada.   
     Pero huir de la realidad nunca es fácil, como nunca es fácil que vea la amanecida la incertidumbre del poema, cuando las palabras cavan en el páramo reseco de la conciencia: “Hay veces que la carroña te delata / cuando tienes la tentación de escribir /  algo que parezca poesía /        entonces es cuando  hay que echar mano / de la lógica habitual, recurrir al mundo onírico / y mirar/      a ver si te falta un unicornio”.
   Esa larga distancia entre aceras y sueños también marca los pasos a los poemas del segundo apartado “Ciudades de ensueño, rincones encantados y el espectáculo del bosque” que convoca al entorno natural. Más que un paisaje idílico, la naturaleza advierte a la percepción del sujeto que es un enclave relacional donde se reiteran los mismos hábitos de supervivencia; ofrenda un aporte de imágenes incisivas que llena de símbolos el patético trasiego de lo cotidiano.
   También la flora niega aquellos cuentos de final feliz. “Faisanes, perdices, urogallos, patos, ciervos y, algunas veces, peces” constituye un animalario poético propicio a la evocación, como si su latido solo desde la memoria pudiese romper el terco acorde del silencio. Son elementos de un bosque perdido que ahora se reconstruye etéreo e intangible, como si fuera una alucinación en medio de un paisaje de pérdidas y deterioros.
    Con una fuerte textura unitaria, en la que cada tramo se yuxtapone hasta formar un completo segmento argumental, el sujeto poético de Un paraíso de orines camina bajo la sombra densa de la duda, percibe los movimientos convulsos de la conciencia encerrada en una identidad impredecible que se mueve entre la multitud y que sospecha que el porvenir es una inane columna de humo, una metabolizada grafía de toxinas en el aire.
  La poesía de Gsús Bonilla abre grietas, filtra desasosiego, rompe el silencio como esas paredes medianeras por las que atraviesan los ruidos de la noche. Sus poemas niegan rodeos y circunvalaciones para explorar el núcleo central  de la existencia, ese sitio angosto que mancha nuestros sueños de alquitrán.   

   




domingo, 26 de enero de 2020

ESPEJISMOS

Tras la tormenta


ESPEJISMOS

  Miro en silencio la obsesiva cadencia del oleaje, esa confirmación de que las formas de lo real son espejismos. Cierro los ojos. La realidad miente, es solo un  paisaje interior.






sábado, 25 de enero de 2020

CANSANCIO

Reposo



CANSANCIO

Apenas hablan
mis párpados cansados.
Miran las sombras.




viernes, 24 de enero de 2020

FAUSTINO LOBATO. NOTAS PARA NO ESCONDER LA LUZ

Notas para no esconder la luz
Faustino Lobato
Cubierta de Enrique Castañer
Grupo Editorial Olé Libros
Imaginal, 2019



SIEMPRE LA CLARIDAD


   Faustino Lobato, con estudios de Teología y Antropología, ha ido desarrollando un trayecto escritural ligado a la docencia, como profesor de filosofía. Esa circunstancia personal crea una textura humanista y reflexiva en su quehacer lírico. Así se resalta en la emotiva introducción de Santiago Méndez que explora el sustrato escritural: “La luz se impone y, a su vez, es el hilo conductor del libro. La luz incierta del alba que da contorno a las cosas, hasta ese momento oscuras. La luz externa y, sobre todo, la que vive dentro del ser humano, que es la que más interesa y, al mismo tiempo, más temor causa a Faustino Lobato”.
  Como si fuese un sustrato matérico esencial, la emergente claridad exige una actitud en vela, un laborar callado de apuntes al paso en los que la presencia de lo lumínico, como precisa definición de los contornos, se hace evidente. Notas para no esconder la luz incorpora unos versos de Carlos Marzal que alertan sobre el callado milagro de lo evidente: “De tanto ver la luz hemos perdido / la recta proporción de ese milagro / que otorga a la materia su volumen”.
   La percepción de ese estado natural que llega como un milagro en la amanecida nos deja entre las manos un patrimonio sensorial. Existir es contemplar, trazar límites al entorno, hacer del espacio una realidad expandida que aboca al tránsito. Invita también a mirar dentro del yo para formular esas preguntas esenciales sobre la naturaleza del existir: la luz entonces se hace símbolo, cobra un significado nuevo: es desvelo y conocimiento innominado, palabra que aflora y rompe el silencio y se hace fluir de la conciencia. Desde esa claridad que habita el ser manan también los sentimientos, ese impulso que lleva al otro y desvela el misterio del deseo. La energía entonces se hace un marco de representación de lo cotidiano, como si compusiera una extraña sinfonía que exige interpretarse con voluntad despierta.  
   Como una cortesía hacia el lector, Faustino  Lobato deja en cada poema una leve síntesis argumental que hace las veces de clave semántica: “Convirtió la realidad en  verbo transitivo del color”. De este modo, el poema se hilvana con un espacio conceptual conocido, donde la dicción poética opta por la claridad lógica del verbo coloquial, sin hermetismos innecesarios. La experiencia lírica sostiene un diálogo entre la sensibilidad sensorial y el pensamiento, entre el fluir de la conciencia y el entorno en el que deambula el afán de lo cotidiano.
   El quehacer de la luz trazaba presencias en el apartado inicial del libro y da paso en la segunda parte, con cita de Roger Wolfe, al apartado “Delimitando sombras”. Como una paradoja existencial la fuerza luminosa abre callada la oquedad de la sombra; así lo corrobora otra nota al margen que especifica ese necesario reverso de la claridad: “Como las tinieblas, / huyo con mis miedos, / me alejo, / al centro de la soledad”.
    Entre la luz y la sombra, lo cotidiano se despliega para airear los hábitos diarios que se van marcando sobre la piel del tiempo. Así emerge la música que pone en el silencio una calidez habitable o los poemas de amigos y maestros como Hilario Barrero, Miguel Veyrat, Efi Cubero, Alfonso Brezmes o José Iniesta…  Son nombres que hacen posible visibilizar lecturas y que aportan a la voz personal un amplio patrimonio referencial.
    El cálido ejercicio reflexivo que abre paso al poema adquiere una formulación conceptual muy acertada en el umbral del apartado “Rompiendo apariencias”; las escuetas notas de apertura casi resultan una interpretación del poemario en boca del protagonista verbal: “La luz un sueño, realidad interior que transformo en poema para poder abrazarla. Y en este concierto de versos que traducen la claridad, crezco hasta romper las apariencias en un atardecer sin fronteras”. La percepción entonces se interioriza y encarna en el pensamiento para hacerse revelación y habitar el espacio interior de la identidad. Más allá de las apariencias, va naciendo una realidad trascendida, una brisa de misterio y poesía que marca las huellas de lo perdurable.  Que invita a seguir porque la llama se hace luz.
   Como un inicio pactado con la cercanía del Alentejo a la hospitalaria geografía urbana de Badajoz, el poeta abre cada uno de los tres apartados en los que se organiza el libro con un poema que se traduce a continuación al portugués, es un pequeño homenaje personal a la lengua de Pessoa y Camóes
   Notas para no esconder la luz es un libro de sensaciones. En sus poemas, Faustino Lobato capta el leve resplandor del instante que llena la mirada con los colores de la amanecida. Más allá de lo aparente queda el espacio de plenitud y belleza, ese fecundo aporte que crece desde la emotividad y facilita el encuentro con el yo interior, que busca en lo diario claridad y esencia.

JOSÉ LUIS MORANTE. 



jueves, 23 de enero de 2020

HETERÓNOMOS

Otros pasos


HETERÓNOMOS


Dentro de mí conviven, abocados
a una inmensa rutina sedentaria,
el yo que pienso y otro, el que parezco.
Un pacto, que firmaran con los ojos,
les conmina
a respirarse en cierta tolerancia,
y ambos han sido absueltos
de mencionar, siquiera,
cuál fue la última causa
que les diera la vida.

Cada uno tiene ya su enclave exacto:
el yo que pienso
habita, día y noche,
la intimidad de estas cuatro paredes.
Es semejante a un niño que olvidara crecer,
y por lo mismo
nada en el mar de una sabia ignorancia.
(“Acaso sea el invierno…
es razón suficiente para explicar el cosmos “)
Y balbucea. Ríe.
Se pierde en los espejos. Gesticula.
Colecciona recuerdos como si fueran conchas
que ha enterrado el olvido.

A veces llora y viste el jersey gris
de la melancolía;
entonces toma un folio,
donde  inicia el galope un sentimiento
y se hace reo de pertinaz tristeza,
hasta que traspapela la mirada
y descubre, cansado,
que afuera cae la lluvia
y mojan su perfil
unas livianas gotas de mi nube.

El que parezco
está en la calle de continuo.
Todos le conocéis
pues con todos comparte ese pan y esta sal
que, bajo el brazo, trae la vida;
las cotidianas dosis
de angustia existencial, trabajo y ruido.
Con él tropiezo,
una tarde cualquiera,
al doblar una esquina,
y tras justificarme torpemente
(“hallé la puerta abierta
y me aburría…”)
me despido gozoso y luego marcho
-el paso lento, sepultadas las manos
en los amplios bolsillos del vaquero-
a ver, sin más, el mundo por mis ojos.


                     (De Rotonda con estatuas, 1990)






miércoles, 22 de enero de 2020

LAS PALABRAS SON TECHO

A resguardo
Fotografía
de
Adela Sánchez Santana



LAS PALABRAS SON TECHO


Esas oquedades que succionan cualquier alegría.

El héroe resguarda un miedo perezoso.

Mentía para acallar el cansancio. Asegura que aquella senda era su último trayecto.

De noche no sabe distinguir las sombras propias y las ajenas.

Confía en que la muerte llegue sin precipitarse, a la hora en punto.

Las palabras son techo; en ellas se cobijan esos silencios sin caducidad que nunca callan.

Sospecho que para el tiempo solo soy una prueba de paciencia.

La niebla hace del sol un cazador furtivo en el cielo raso.

(Aforismos sin luz)


martes, 21 de enero de 2020

EXÉGESIS. UNA EXPERIENCIA TRANSDISCIPLINARIA

EXÉGESIS
UNA EXPERIENCIA TRANSDISCIPLINARIA
SEGUNDA ÉPOCA, Nº 2, AÑO 32
Otoño 2018-Primavera 2019
Revista de la Universidad de Puerto Rico en Humacao
Biblioteca Águedo Mojica
Apartado 860, Humacao, PR 00791
Diseño general: Carlos Roberto Gómez Beras  


 ARCHIPIÉLAGOS DE PAPEL


   La amplia carga de contenidos de interés de Exégesis  y su excelente diseño formal convierten esta revista transdisciplinaria en un completo archipiélago de papel. Aglutina en su bagaje anual una propuesta repleta de contrastes y paisajes creativos. Tras la carta de presentación del editor que realza los distintos recodos del sumario, abren POIESIS tres voces líricas asentadas en el espacio peninsular, Mónica Manrique de Lara, Pablo Blanco y Farah Fallal, cuyas estéticas basculan entre el intimismo erótico y celebratorio y el verbo reflexivo ante un tiempo colectivo de incertidumbre, proclive al desajuste.
   En el tramo dedicado al ensayo, EXÉGESIS, la revista oferta un abierto horizonte argumental. Desde la mirada  de Luis N. Rivera Pagán se recupera el legado existencial y ético de Antuliano Bonilla Parrilla, una de las figuras cimeras de la historia  eclesiástica y social de Puerto Rico. El trabajo abre una selección de andenes críticos y estudios sociales de muy diverso calado: entre ellos los que exploran el yihadismo caribeño en Trinidad y Tobago, a cargo de Efraín Vázquez Vera, que advierte sobre la capacidad del estado islámico para exportar células activas en aquellos países que incumplen compromisos internacionales y carecen de un tejido elemental de prevención y defensa contra el terrorismo. La vulnerable presencia de la mujer y la educación sexista que reciben las niñas latinoamericanas lastran los avances educativos y exigen un destierro de arquetipos en la educación que fomenten la igualdad y los derechos sociales paritarios; ese es el tema que elabora la retina crítica de José Manuel Encarnación. Cierran la sección trabajos de Edil F. Carmona,  Carlos Rubén Carrasquillo Ríos, Alinaluz  Santiago Torres y Fernando Operé. El carácter magmático hace que no se perciba un recorrido lineal sino una yuxtaposición de enfoques de enorme diversidad en la que caben el cine, la ecología, la música o los estudios monográficos sobre presencias literarias. Edgar Soberón Torchia galvaniza la memoria sobre el cine de terror en México en el intervalo temporal que dura desde 1953 a 1978, mientras que Chemi González escribe sobre Cold War la película más reciente del director polaco Pawel Pawlikowski. Hay enfoques sobre la inteligencia artificial, como el de Ofelia Berrido. Se explora también el nuevo tiempo demográfico que requiere campos de investigación y estudio como la prevención sanitaria y las vacunas, o los análisis ecológicos del entorno natural  en Humacao tras el paso del huracán María a cargo de Raúl A. Pérez Rivera.
   En la sección LECTORUM conviven trabajos como el de Juan Casillas Álvarez, dedicado a La batalla por el paraíso de Naomi Klein, el de Zoé Jiménez Corretjer en torno a La casa de la Forma de Joserramón Meléndez o un acercamiento a la poesía chilena contemporánea... 
   Por último, DOSSIER hace una intensa exploración del ahora poético español con estudios monográficos en torno al itinerario creador o a títulos concretos del trayecto, en las voces críticas de Francisco Javier Gallego Dueñas, que centra su enfoque en Rosario Troncoso y José Luis Morante; Francisco Vaquero que retorna al universo poético de Federico García Lorca, Antonio Cruz sobre el quehacer poético de Hilario Barrero; Gregorio Muelas  Bermúdez, en torno a la obra de Blas Muñoz Pizarro; José Antonio Olmedo López-Amor que sondea el amplio recorrido de Ricardo Bellveser; Jesús Cárdenas que disecciona los haikus de Gregorio Muelas y Carlos Castilho Pais,  o Luis Moliner que centra su análisis en Cinco, de Teresa Garbí y José Iniesta publica una amical presentación del arranque aforístico de Roger Swanzy, junto a otros enfoques que completan el reseñario de Exégesis.
   En la coda MAGISTER, Cruz Miguel Ortiz Cuadra, en torno a la olvidada trilogía que componen comida, alimento y cocina en la historiografía puertorriqueña,
    El conjunto expuesto en las páginas de la revista deja una perspectiva creadora pujante y llena de fuerza, enriquecida con abundantes particularidades temáticas que amplían la generosa tradición puertorriqueña; solo falta una correcta distribución que permita el disfrute de un público hispanoamericano que complete el contexto universitario de Humacao y abra nuevos mapas e intereses.   






lunes, 20 de enero de 2020

BEATRIZ VILLACAÑAS. ASTROLOGÍA INTERIOR

Astrología interior
Antología poética
Beatriz Villacañas
Editorial Deslinde
Colección Poesía
Madrid, 2019


 SOBRE LA EXISTENCIA



    La amplia relación con la escritura de Beatriz Villacañas, Doctora en Filología y profesora titular de literatura inglesa e irlandesa en la Universidad Complutense de Madrid, concreta una encrucijada que entrelaza ensayo, ficción narrativa, indagación crítica, laconismo aforístico y poesía, este último género, sin duda, columna vertebral de su taller creativo. La realidad poética conforma un  paisaje interior, es una búsqueda de respuestas que intenta responder a las preguntas esenciales de la identidad; la palabra es epifanía y espera, revelación y aprendizaje, lenguaje vivo para enunciar las secuencias afectivas que se van marcando, casi inadvertidas, en la piel del tiempo. Esa razón de amanecida se describe en nota inicial, con solvente lucidez de cuaderno de viaje,  Dice Beatriz Villacañas, en los párrafos de “Astroantología”: “desde el asombro que causa la vida, con su misterio, junto con la belleza y el amor, que contrastan con sus opuestos, los que también la vida trae causando grave herida, vienen estos poemas. Y paradojas de la vida y la poesía, también estos poemas se nutren de certezas, la certeza de la misma incertidumbre, la certeza de lo desconocido e imposible de conocer, la certeza de la duda…”.
  Desde los años han ido llegando entregas que ahora se recuperan para completar una selección de andenes del largo viaje por la poesía. La muestra comienza con Jazz, que obtuvo un accésit del Premio Esquío en 1990. Clarifica el punto de partida de un ideario de línea clara, con dicción transparente, que aglutina confesionalidad y temporalismo, esa voz interior que emerge para encauzar el manantial emotivo del sujeto sobre la vulnerable superficie en calma de lo cotidiano. La música se hace símbolo del decurso existencial, suena como un sueño intangible y esquivo, ajeno a cualquier atadura, que borra la decepción de lo real para habitar la casa de los sueños.
  La segunda ventana Allegra Byron (1993) abre sus argumentos al entrañable rumor de la memoria. La evocación se hace puente de paso entre el pretérito y el ahora para que crucen aquellas lejanas fotografías de la infancia. En el contraluz de la rememoración retorna la niñez con sus muñecas y guiñoles, con ese aura de pureza y onirismo que propiciaba habitar el otro lado del espejo, el lugar donde respira todavía una clandestina inocencia que el tiempo ha ido llenando con la ceniza gris de lo perdido.
   Reconocido con el Premio Internacional de Poesía “Ciudad de Toledo”, El silencio está lleno de nombres añade al ideario de Beatriz Villacañas una nueva seña: la ironía; como si fuese un recurso que velara el intimismo confesional y pusiera distancia con los trazos vitales, en los poemas germina la alegría del vitalismo; se hacen espacios habitados por sensaciones que acercan la sonrisa en sus propuestas argumentales. Otra cualidad del poemario es el venero culturalista, la apropiación de personales literarios y nombres propios para reactualizar su significado; Aquiles y W. Shakespeare emergen de la historia cultural para ser presencias vulnerables a las convulsiones del tiempo.
   Dublín, editado en la Colección Provincia de León en 2001, tras ganar el Premio Primera Bienal Internacional Eugenio de Nora, es uno de los títulos esenciales del trayecto. En el poemario resalta la pericia formal en el uso de la lira como esquema versal y la recreación ambiental de la geografía urbana dublinesa, esa ciudad umbría bañada por el Shannon, que guarda todavía en sus laberintos los pasos de James Joyce, Óscar Wilde o Frank McCourt. Es inevitable también, al emprender la lectura de este libro, recordar a Juan Antonio Villacañas, progenitor de Beatriz, e importante poeta formalista que hace de estrofas cerradas como el soneto y la lira moldes abiertos de remozada pujanza.
   La cadencia escritural prosigue en la primera década digital con el poemario El ángel y la física, con un tema predominante, el impulso erótico en el que el cuerpo se hace senda propicia a la plenitud de lo celebratorio. El tacto carnal de Eros irrumpe en los sonetos para enunciar su fuerza sobre el día; la identidad oculta una locura íntima que es pasión y deseo, fuerza nutricia que conduce al otro.
   Entre los textos seleccionados de este libro resalta “Astrología interior”, que da título a la presente antología. Es una composición fragmentaria que destaca por su variedad argumental. Como si el sujeto verbal se sometiera a una intensa exploración interior, los versos sondean el quehacer metapoético desde una sintaxis aforística que busca lo esencial: “una idea libando la flor del pensamiento”, o que aporta una densidad metafísica a la palabra: “Y quedémonos ya / en este hueco, / aquí, junto a la inmensidad de lo invisible”.
   Como suele ser norma en las antologías de autor, las entregas más recientes aportan a la selección muchos más poemas. Es el caso de La gravedad y la manzana (2011), otro de los hitos de la escritora, que fue propuesto en su día para el Premio Nacional de Poesía y donde convergen monólogos dramáticos, como “Monólogo de Frankenstein”, poemas amorosos, homenajes literarios, poéticas, y aforismos como los recogidos en ”Plato de certezas”.
   También el libro Testigos del asombro  (2015) tiene una presencia colmada y se define por elegir el esquema versal del haiku como forma expresiva. La evolución en el tiempo de la estrofa japonesa, ya muy lejos de ese instante de contemplación ensimismada y de su pulsión temporal del instante, adquiere en los breves textos de Beatriz Villacañas una luminosa clarividencia. Están el sujeto frente a la contemplación celebratoria de la naturaleza, el intento de responder a los callados enigmas del tiempo o las secuencias de la realidad que nunca ocultan su asombro y su chispazo de belleza.
   La barbarie fundamentalista del 11-M, que llenó de sangre y desolación los trenes de Madrid es la razón de ser del poema Cartas a Angélica, una secuencia de liras escritas como afectivo recuerdo a Angélica González García, víctima del atentado y alumna universitaria de Beatriz Villacañas. Descanse en paz y siga intacto su recuerdo en el tiempo.
   Ya he comentado el legado afectivo y el magisterio literario de Juan Antonio Villacañas en este quehacer de escritura. Se reverdece en el poemario El tiempo del padre (2016), cuyos textos son preclaro homenaje, evocación y elegía. Los recuerdos se pliegan sobre sí mismos para traer ante la aurora los días comunes, esas vivencias que se proyectan en el ahora. Más allá de la herida de la ausencia, retorna la asunción de un legado luminoso que dignifica el tiempo con una nueva mirada y se mantiene inalterable como un preclaro ejercicio de fe: “Qué nueva identidad me dio tu muerte, / qué nuevo amor con el que hablo contigo / me dio un lenguaje libre de palabras  y un infinito amigo”.
   Sirve de coda a la antología, junto a los poemas finales dispersos por revistas y publicaciones digitales, La voz que me despierta, una entrega aparecida en 2017. De nuevo se constata la honda preocupación formal y el recurso de las estrofas cerradas que exponen al lector los aciertos rítmicos, la cadencia sonora de la rima consonante y el preciso medir del verso ajustado a un esquema canónico. Así nace una poesía más reflexiva en torno a la voracidad del tiempo y sus aleatorios vuelos que poco a poco nos van dejando frente a la intemperie, sumidos en un hondo principio de incertidumbre. La voz que te despierta es el poema, esa pasión que abre el pecho a una incansable búsqueda, que es voluntad despierta y desafío de nombrar lo que no tiene nombre pero está entre las coordenadas precisas del silencio.
   Una breve selección crítica refrenda en el cierre de Astrología interior lo que el aplicado lector descubrirá de inmediato. Beatriz Villacañas es activa protagonista de un recorrido poético, completado con pleno dominio del ropaje formal, inscrito en una larga tradición figurativa en el que encuentran sitio los temas esenciales del poema, siempre aurorales por su incansable capacidad asociativa. Con voz personalísima su tono lírico proclama cada día la permanencia del milagro, esa aurora feliz de la poesía.

José Luis Morante                     

 


domingo, 19 de enero de 2020

LÍNEAS DE SOMBRA

Formas al vuelo
Fotografía
de
Javier Cabañero Valencia


LÍNEA DE SOMBRA

Vaciar un corazón hasta que solo quede el molde...

ERIKA MARTÍNEZ



A diario mantengo el cívico disfraz de la esperanza.


Esas fotografías donde permanecen las formas que no ví.


Si ves un resplandor descarta el amanecer. Una vela no es una estrella.


Signos de agotamiento frente al ordenador. Vencido y desarmado por la neurótica saturación de asuntos pendientes. Un cansancio en tres dimensiones.


Ojos de sombra: la vista es un reguero de ceniza.

(Aforismos en la línea de sombra)






viernes, 17 de enero de 2020

SOBRE LOS HAIKUS DE "A PUNTO DE VER"

A punto de ver
José Luis Morante
Prólogo de Susana Benet
Editorial Polibea
Colección El Levitador
Madrid, 2019



DESDE EL HAIKU



   La parquedad expresiva del haiku encontró sitio en mis cuadernos Pateras (Santander, 2006), editado por Ultramar con ilustración de cubierta de Emilio González Sainz, y en Nubes (Málaga, 2013),  integrado en la colección Corona del Sur del editor Francisco Peralto. Ambos quedan como anticipos del libro A punto de ver (Polibea, 2019) que vuelve a utilizar de forma monocorde el esquema versal del haiku para recoger cien textos escritos entre 2015 y los primeros meses de 2019; son fruto, por tanto de casi un lustro de escritura.
   En el misterio del haiku anida la idea de la existencia como viaje y camino iniciático. Una manera de palpar la esencia de ese deambular es la imagen. En ella cristaliza una visión fugaz que, sin embargo, permanece en el tiempo como un indicio depurado de la contingencia. Ese es el carácter que tienen las fotografías de Javier Cabañero Valencia y por eso me acompañan en A punto de ver. La foto de cubierta está hecha en el laberinto de Toris rojos en el templo de Fushimi Inari, en Kyoto. Es del verano del 2014. Su color y armonía sugiere la eternidad momentánea de la contemplación; pero también la posibilidad de adentrarse en la distancia. La foto interior está hecha en Junio de 2016, en Australia. Concretamente en Cape Tribulation, en el Estado de Queensland al noreste del continente., en el rompiente que se llama "Cabo de las tribulaciones". CapeTribulation fue nombrado así por el navegante británico teniente James Cook el 10 de junio de 1770 (fecha de registro) "después de que su barco se dirigiera a los arrecifes al noreste del cabo mientras navegaban cerca de él, a las 6 pm. Cook se alejó de la costa hacia aguas más profundas, pero a las 10.30 p.m., el barco encalló, en lo que ahora se llama Endeavour Reef. La nave se atascó rápido y gravemente dañada, y se necesitaron medidas desesperadas para evitar que se hundiera y que volviera a flote al día siguiente". Cook grabó "... el punto norte fue nombrado Cape Tribulation porque aquí comenzaron todos nuestros problemas". La tercera foto, la del que se ve un prismático y creo recordar que una especie de mástil con banderas, está hecha en el muelle de Sopot, cerca de la ciudad polaca de Gdansk, a orillas del mar Báltico. Fue hecha en agosto del 2017 en Polonia.
   El trabajo personal está precedido por un liminar de la poeta y antóloga Susana Benet, uno de las voces más representivas del haiku español contemporáneo, como refleja su libro La enredadera, edición completa de sus haikus publicada por la editorial sevillana renacimiento en 2015. Estas páginas introductorias muestran un enfoque diferenciado. Susana Benet describe con emotiva objetividad los matices del haiku clásico: en la creación literaria japonesa la agudeza expresiva de los tres versos tiene en su esencia un carácter estacional, depurado, próximo a la intuición en su contacto con lo real. No le interesan las circunstancias concretas del ser biográfico. Su percepción opta por la imaginación incontaminada donde los ciclos estacionales son estampas que permanecen en la conciencia.
  El núcleo mínimo del haiku adquiere en los poemas de A punto de ver un encuadre más subjetivo y conceptual. Adquiere así una textura profundamente humana, que muestra un momento de iluminación del pensamiento. Aún entendiendo que la experiencia germinal del haiku está en lo concreto, las palabras del haiku crean y recrean la voz de la conciencia que descarga en el esquema versal su ánimo, los contraluces de su realidad interior.  Busco coordenadas de simetría; se trata de ser subjetivo sin dejar de ser objetivo.
   Prestigiada por la tradición, la ventana formal compone un marco de diecisiete sílabas con la distancia justa del 5,7,5 que he respetado al máximo; pero he añadido al trébol verbal un título, como si así la secuencia adquiriese un cerrado desarrollo argumental. Busco en los títulos más el indicio que el enunciado explícito.
   El sentido constructivo del haiku responde a un pensamiento poético, a través del cual el texto adquiere un refuerzo progresivo de su significado. Es afán se percibe en las anotaciones aforísticas integradas como coda del volumen. La convivencia textual mantiene una fuerza cohesiva entre el haiku y el aforismo como esquejes complementarios del decir breve. Concluyo con la esperanza de que la parquedad expresiva no cierre el taller literario y muestre su frescura mental ante el lector. Como intuyera la pupila estética de Juan Ramón Jiménez: “No lo toques ya más / que así es el haiku”.




jueves, 16 de enero de 2020

REALIDAD CUÁNTICA


Entrelazados
Fotografía
de
Javier Cabañero Valencia


REALIDAD CUÁNTICA 



  Las partículas del misterio nos hacen; de ahí el trazado de vías del ser fragmentario y la percepción parcial de cuanto nos rodea. También el relativismo de lo objetivo y la inmediatez de algunas conclusiones. El término realidad cuántica me gusta por su hospitalidad en el estar incierto y por su sonoridad grandilocuente que fascina a quien, como yo, nada sabe de Física.
  En él encuentran sitio aquellas categorías caóticas que tanto fascinaban a Jorge Luis Borges:

. Los encantados de conocerse sobre el pedestal y los desencantados.
. Los introspectivos, que pasan el día mirando por la ventana del yo.
. Los que hacen de sus opiniones una abdicación voluntaria de la inteligencia para ocupar cargos públicos.
. Los que pasean a mediodía con fantasmas taciturnos.
. Los que gesticulan con estricta moderación.
. Los que tienen la irritante tendencia de buscar la felicidad.
. Los perpetuamente instalados en la desazón.
. Los que trazan diagonales difusas
. Los que ningunean el aislamiento, como si fuera necesario transitar en rebaño, en manada, o en la hermandad siniestra de la secta.
. Los que practican la ejemplar cautela de no aceptar ideas de otros.
. Los que desde puertos sombríos buscan el cielo abierto que recubre altamar
. Los que creen que medir un metro y setenta y cuatro centímetros de altura es una singularidad física.
. Los que viven entre la conciencia y el delirio, como el dinosaurio de Monterroso.
. Los que usan gafas para mirar sombras.
. Los optimistas que aseguran que hay sitio para todos.
. Los que vivimos en esa edad en la que el cuerpo propio nos mira de reojo, como si no nos reconociera. 
  Los que ya somos una realidad cuántica


       

miércoles, 15 de enero de 2020

ALFONSO BREZMES. VICIOS OCULTOS

Vicios ocultos
Alfonso Brezmes
Editorial Leviatán
Colección  Poesía Mayor
Buenos Aires, Argentina, 2019



VIDA SECRETA


   Nacido en Madrid en 1966 y autor de las entregas La noche tatuada (2013), Don de lenguas (2015) y Ultramor (2017), que han propiciado versiones de sus poemas al inglés, rumano, portugués e italiano, como la compilación bilingüe Memoria e Desiderio, una antología a cargo de Mirta Amanda Barbonetti, aparecida en 2018, Alfonso Brezmes entiende el quehacer lírico como una zona de intersección con las sensaciones visuales. Así se percibe en sus collages, que tienen la condición de poemas mudos, palabras que se ven porque imitan la eficacia de una escalera de mano cuyos peldaños nos dejan en los cercanos laberintos de la imaginación.
 Creo, por tanto, que la pupila es una clave de uso para caminar, sin desconfianzas ni solemnidades, por los poemas de Alfonso Brezmes, por más que el madrileño sea un insistente lector de Jorge Luis Borges, Miguel d’Ors, Lewis Carroll y Luis Alberto de Cuenca, y solo de cuando en cuando pueda escapararse del cuarto de estar de la propia identidad para dar brisa fresca a su vida secreta.
  El título del quinto poemario Vicios ocultos usa la espontaneidad de lo coloquial y el humor de tinta del código civil para dejar sobre la mesa el tema nuclear, a saber “el acto de hacer algo reprobable desde el punto de vista moral”, que requiere de inmediato los primeros auxilios del confesionario o la eficacia limpiadora de la lejía y la bayeta multiusos. De este modo el sujeto comienza su mañana poética con una aseverativa disertación sobre el oficio de hacer versos: “Que otros escriban poesía; / yo abro la ventana / y huelo el mundo / con el hambre atrasada de un lobo / frente a un corral de ovejas tiernas”. Y plena disposición para un examen de conciencia, esa disposición generosa para abrir el corazón y que emprendan vuelo la incertidumbre, los sueños, las erosiones de lo diario y el humor, ese pájaro etéreo de leve plumaje que crea entre las ramas un paisaje de canto, aunque sea mudable y perecedero, la cita a ciegas entre dos cuerpos que acarician su piel en el cálido lecho del lenguaje.
   La poesía de Alfonso Brezmes confía en el cauce argumental de la experiencia vital para buscar sus meandros temáticos. Oficia una vigilia capaz de fijar una sensación temporal en el poema, como quien administra un legado de asuntos confidenciales. El origen de la poesía nunca está lejos del hombre que ama, sueña, lee o llena de fantasía una realidad que pisa en sus aceras las huellas ajadas de lo previsible. Los vicios ocultos del yo personaje requieren una ilustrativa confesión, que siga sin cansancio ni versos desfallecidos, los cinco pasos básicos para lograr el perdón: examen de conciencia, dolor de los pecados, decir todas las faltas al desprevenido transeúnte –hipócrita lector, mom semblable, mon frère-, cumplir la penitencia y propósito de enmienda. Tan fructífero proceso marca en Vicios ocultos el trayecto de vuelta a la poesía diáfana del hijo pródigo. Dicta el asiento en esa realidad verdadera que no puede verse y convierte la rutina en un concepto abstracto que no tiene cabida en el reloj. La vida exige menos versos y más poesía.