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Astrología interior
Antología poética
Beatriz Villacañas
Editorial Deslinde
Colección Poesía
Madrid, 2019 |
SOBRE LA EXISTENCIA
La amplia relación con la escritura de Beatriz Villacañas, Doctora en
Filología y profesora titular de literatura inglesa e irlandesa en la
Universidad Complutense de Madrid, concreta una encrucijada que entrelaza
ensayo, ficción narrativa, indagación crítica, laconismo aforístico y poesía,
este último género, sin duda, columna vertebral de su taller creativo. La
realidad poética conforma un paisaje interior, es una búsqueda de
respuestas que intenta responder a las preguntas esenciales de la identidad; la
palabra es epifanía y espera, revelación y aprendizaje, lenguaje vivo para
enunciar las secuencias afectivas que se van marcando, casi inadvertidas, en la
piel del tiempo. Esa razón de amanecida se describe en nota inicial, con
solvente lucidez de cuaderno de viaje,
Dice Beatriz Villacañas, en los párrafos de “Astroantología”: “desde el
asombro que causa la vida, con su misterio, junto con la belleza y el amor, que
contrastan con sus opuestos, los que también la vida trae causando grave
herida, vienen estos poemas. Y paradojas de la vida y la poesía, también estos
poemas se nutren de certezas, la certeza de la misma incertidumbre, la certeza
de lo desconocido e imposible de conocer, la certeza de la duda…”.
Desde los años han ido llegando entregas que ahora se recuperan para
completar una selección de andenes del largo viaje por la poesía. La muestra
comienza con Jazz, que obtuvo un
accésit del Premio Esquío en 1990. Clarifica el punto de partida de un ideario
de línea clara, con dicción transparente, que aglutina confesionalidad y
temporalismo, esa voz interior que emerge para encauzar el manantial emotivo
del sujeto sobre la vulnerable superficie en calma de lo cotidiano. La música
se hace símbolo del decurso existencial, suena como un sueño intangible y
esquivo, ajeno a cualquier atadura, que borra la decepción de lo real para
habitar la casa de los sueños.
La segunda ventana Allegra Byron (1993)
abre sus argumentos al entrañable rumor de la memoria. La evocación se hace
puente de paso entre el pretérito y el ahora para que crucen aquellas lejanas
fotografías de la infancia. En el contraluz de la rememoración retorna la niñez
con sus muñecas y guiñoles, con ese aura de pureza y onirismo que propiciaba
habitar el otro lado del espejo, el lugar donde respira todavía una clandestina
inocencia que el tiempo ha ido llenando con la ceniza gris de lo perdido.
Reconocido con el Premio Internacional de Poesía “Ciudad de Toledo”, El silencio está lleno de nombres añade
al ideario de Beatriz Villacañas una nueva seña: la ironía; como si fuese un
recurso que velara el intimismo confesional y pusiera distancia con los trazos
vitales, en los poemas germina la alegría del vitalismo; se hacen espacios
habitados por sensaciones que acercan la sonrisa en sus propuestas
argumentales. Otra cualidad del poemario es el venero culturalista, la
apropiación de personales literarios y nombres propios para reactualizar su
significado; Aquiles y W. Shakespeare emergen de la historia cultural para ser
presencias vulnerables a las convulsiones del tiempo.
Dublín, editado en la
Colección Provincia de León en 2001, tras ganar el Premio Primera Bienal
Internacional Eugenio de Nora, es uno de los títulos esenciales del trayecto.
En el poemario resalta la pericia formal en el uso de la lira como esquema
versal y la recreación ambiental de la geografía urbana dublinesa, esa ciudad
umbría bañada por el Shannon, que guarda todavía en sus laberintos los pasos de
James Joyce, Óscar Wilde o Frank McCourt. Es inevitable también, al emprender
la lectura de este libro, recordar a Juan Antonio Villacañas, progenitor de
Beatriz, e importante poeta formalista que hace de estrofas cerradas como el
soneto y la lira moldes abiertos de remozada pujanza.
La cadencia escritural prosigue en la primera década digital con el
poemario El ángel y la física, con un
tema predominante, el impulso erótico en el que el cuerpo se hace senda
propicia a la plenitud de lo celebratorio. El tacto carnal de Eros irrumpe en
los sonetos para enunciar su fuerza sobre el día; la identidad oculta una
locura íntima que es pasión y deseo, fuerza nutricia que conduce al otro.
Entre los textos seleccionados de este libro resalta “Astrología
interior”, que da título a la presente antología. Es una composición fragmentaria
que destaca por su variedad argumental. Como si el sujeto verbal se sometiera a
una intensa exploración interior, los versos sondean el quehacer metapoético
desde una sintaxis aforística que busca lo esencial: “una idea libando la flor
del pensamiento”, o que aporta una densidad metafísica a la palabra: “Y
quedémonos ya / en este hueco, / aquí, junto a la inmensidad de lo invisible”.
Como suele ser norma en las antologías de autor, las entregas más
recientes aportan a la selección muchos más poemas. Es el caso de La gravedad y la manzana (2011), otro de
los hitos de la escritora, que fue propuesto en su día para el Premio Nacional
de Poesía y donde convergen monólogos dramáticos, como “Monólogo de
Frankenstein”, poemas amorosos, homenajes literarios, poéticas, y aforismos
como los recogidos en ”Plato de certezas”.
También el libro Testigos del
asombro (2015) tiene una presencia
colmada y se define por elegir el esquema versal del haiku como forma
expresiva. La evolución en el tiempo de la estrofa japonesa, ya muy lejos de
ese instante de contemplación ensimismada y de su pulsión temporal del
instante, adquiere en los breves textos de Beatriz Villacañas una luminosa
clarividencia. Están el sujeto frente a la contemplación celebratoria de la
naturaleza, el intento de responder a los callados enigmas del tiempo o las
secuencias de la realidad que nunca ocultan su asombro y su chispazo de
belleza.
La barbarie fundamentalista del 11-M, que llenó de sangre y desolación
los trenes de Madrid es la razón de ser del poema Cartas a Angélica, una secuencia de liras escritas como afectivo
recuerdo a Angélica González García, víctima del atentado y alumna
universitaria de Beatriz Villacañas. Descanse en paz y siga intacto su recuerdo
en el tiempo.
Ya he comentado el legado afectivo y el magisterio literario de Juan Antonio Villacañas en este quehacer de escritura. Se reverdece en el poemario El tiempo del padre (2016), cuyos textos
son preclaro homenaje, evocación y elegía. Los recuerdos se pliegan sobre sí
mismos para traer ante la aurora los días comunes, esas vivencias que se
proyectan en el ahora. Más allá de la herida de la ausencia, retorna la
asunción de un legado luminoso que dignifica el tiempo con una nueva mirada y
se mantiene inalterable como un preclaro ejercicio de fe: “Qué nueva identidad
me dio tu muerte, / qué nuevo amor con el que hablo contigo / me dio un
lenguaje libre de palabras y un infinito
amigo”.
Sirve de coda a la antología, junto a los poemas finales dispersos por
revistas y publicaciones digitales, La
voz que me despierta, una entrega aparecida en 2017. De nuevo se constata
la honda preocupación formal y el recurso de las estrofas cerradas que exponen
al lector los aciertos rítmicos, la cadencia sonora de la rima consonante y el
preciso medir del verso ajustado a un esquema canónico. Así nace una poesía más
reflexiva en torno a la voracidad del tiempo y sus aleatorios vuelos que poco a
poco nos van dejando frente a la intemperie, sumidos en un hondo principio de
incertidumbre. La voz que te despierta es el poema, esa pasión que abre el
pecho a una incansable búsqueda, que es voluntad despierta y desafío de nombrar
lo que no tiene nombre pero está entre las coordenadas precisas del silencio.
Una breve selección crítica refrenda en el cierre de Astrología interior lo que el aplicado
lector descubrirá de inmediato. Beatriz Villacañas es activa protagonista de un
recorrido poético, completado con pleno dominio del ropaje formal, inscrito en
una larga tradición figurativa en el que encuentran sitio los temas esenciales
del poema, siempre aurorales por su incansable capacidad asociativa. Con voz
personalísima su tono lírico proclama cada día la permanencia del milagro, esa
aurora feliz de la poesía.
José
Luis Morante