Isidoro
Juan Ramón Ortega Ugena
Edición de autor, Zaragoza, 2011
Para los que asedian las novedades de poesía en los estantes de las librerías, Juan Ramón Ortega Ugena es el creador del sello editorial “La poesía, señor hidalgo”, iniciativa cultural que impulsó una revista literaria y un amplio catálogo de autores de referencia del pasado siglo, siempre en formato bilingüe, y un selecto grupo de contemporáneos y voces emergentes. Ahora se integra en la nómina de creadores por una dolorosa circunstancia personal que le deparó casi una decena de poemas en el verano de 2008.
El conjunto viene precedido por un extenso liminar, una reflexión que diserta sobre razones de su taller, repasa el legado elegíaco y deja constancia de una amplia formación musical. También siembra indicios del propio gusto literario; queda claro que sus predecesores no proceden de la tradición realista ni tiene afinidades con la etiqueta “Poesía de la experiencia”, que le parece un asunto menor de fin de siglo, cuajado de trivialidades.
Tema central del prólogo es la cuestión pessoana sobre si la escritura es un ejercicio de simulación para detallar un dolor fingido; o si es fruto de la aflicción y, por tanto, testimonio causado por un dolor real. El nombre que da título, Isidoro, es el de un sobrino del autor, fallecido cuando contaba diecinueve años de edad. Su definitiva ausencia abre la redacción de un poemario donde lo evocado describe un desgarro sentimental. El concepto de dolor se materializa, incide en el devenir existencial y forma parte de la identidad.
Se exige a la poesía de duelo sencillez, sinceridad y autenticidad, cualidades que aluden a una perspectiva en la que situar el enfoque de su escritura, acorde con el horizonte desangelado que nos deja la ausencia, cuando se siente la incapacidad de encajar lo sucedido.
“Tambor”, el texto de apertura es un largo poema en el que la guerra –una forma indirecta de hablar de la muerte- es el eje en distintas etapas vivenciales del hombre. Si el tambor infantil es un simple juguete, tocado con inocencia y sin ningún belicismo, en la madurez propicia una reflexión sobre la impunidad de algunos criminales, cuyas tumbas el tiempo ha convertido en reclamo turístico o en placa urbana que denomina una calle. Ese estilo indirecto, en el que no se habla de una ausencia concreta sino de una situación vivencial, prosigue en las composiciones siguientes, con símbolos como el ángel manco que representa la falta de protección del niño y su exposición a la adversidad. Sólo los tres últimos poemas comparten el enfoque apelativo. Son largos soliloquios que buscan el mismo destinatario, recordando gestos y escenas compartidas.
Hallamos en Isidoro un grito ensimismado, la caligrafía abierta de unos cuantos poemas escritos para cauterizar el dolor, para dejar constancia de que la existencia es sólo un hilo frágil.