martes, 30 de abril de 2019

MARINA CASADO. DE LAS HORAS SIN SOL

De las horas sin sol
Marina Casado
Prólogo de Andrés París
Huerga & Fierro editores / Poesía
Madrid, 2019


ECLIPSES Y AMANECIDAS


   Marina Casado (Madrid, 1989), docente en activo, Licenciada en Periodismo y Doctora en Literatura Española, combina en su taller  la poesía y el quehacer crítico, con dos ensayos editados en torno a los referentes literarias del pop-rock y a la intimidad creadora de Rafael Alberti. Fue en 2014 cuando firma la carta de amanecida, Los despertares, que pronto tuvo continuidad con Mi nombre de agua y el trabajo que ahora presenta Huerga y Fierro De las horas sin sol, lo que hace de la poesía senda principa, aunque la escritora sume bifurcaciones con la práctica del relato y la coordinación de algunas antologías.
   En el prólogo, el joven poeta Andrés París se aleja del mero cumplimiento epistolar de los afectos para vislumbrar coordenadas, un ideario que busca sitio a “una fisiología del alma y el tiempo en que la mejor opción es dejarse bogar inerte como un tronco por los ríos y cataratas que despliega la poeta”. El pautado análisis yuxtapone un proceso que integra la pérdida, la evocación desde el recuerdo y el destello esperanzado de la aurora.
  La sensación de ensimismamiento y orfandad de “Los condenados a la realidad” también emana de los versos de Manuel Altolaguirre que preceden a los apartados del libro: “Hubiera preferido / ser huérfano en la muerte, que me faltaras tu / allá, en lo misterioso, / no aquí en lo conocido”. Y se prolonga en la semántica nocturnal de Rafael Alberti. De este modo el sujeto verbal muestra los mimbres de una voz entumecida y solitaria que hace recuento de un estar a la intemperie. La mirada de la infancia se aleja, como estratos que muestran sus límites difusos ante un presente miope, que va borrando las formas de otro tiempo. En su lucha tenaz contra el olvido, el ahora se llena de indicios de otros días: una canción en las manos del compromiso, un olor conocido, un simple pilot. Testifican un espacio compartido y la plenitud de un pretérito que sale al día con la nitidez dolorosa de lo cumplido.
   En este primer apartado sobresale por su textura reflexiva “Partida de ajedrez” un texto en prosa estructurado en tres movimientos enunciativos. En él se vislumbra la existencia como un terco movimiento de piezas en las que siempre el sujeto verbal se asigna el callado papel del perdedor; aún así merece la pena volcar en cada instante sentimientos y percepciones para recuperar aquello que definía un estar feliz. Acaso ser es caminar hacia el otro, aceptar que la luz es una puerta que alguien abre.
   Los poemas de “Temerás a los vivos” suponen la aceptación del desasosiego como estado natural del existir. Son esquejes de un árbol que perdió la raíz y ahora se alza como una veleta sin norte: “Tengo miedo del fuego que no he visto / y de la nada blanca que flota en los resquicios del presente”. El reloj se demora en una larga noche donde la amanecida refuerza la sensación de intangible espejismo. Habitar el ahora requiere el dogmático catálogo de la supervivencia, esas “Trece verdades con las que construir un puente al otro mundo”.
   Pero un hilo de luz es siempre una posibilidad de renacer. Así lo atestiguaba el cantautor Jaume Sisa en los laberintos opacos de la dictadura: “Cualquier día puede salir el sol”. Y así lo enuncia también Marina Casado, con la palabra limpia del regreso, en el poema “Un faro con el nombre de esperanza”, enunciado que también recuerda a otro cantautor: Manu Chao. La voz se hace más sosegada y dispuesta a la celebración, encarece el instante para preservar en él aquellos frutos que impulsan una nueva latitud: “Ahora que he despertado, / no me cierres tus ojos, / sigue siendo aquel faro / en la noche con niebla de la pena, / aquel faro que el mundo / conoce con el nombre de esperanza”.
   El epílogo se apropia de un conocido tópico del legado clásico para agrupar las huellas finales. El apartado “Ubi sunt” rastrea el ser fugaz del tiempo, la cadena de instantes vivenciales como tránsito hacia un horizonte crepuscular. Lo cotidiano tiene la imaginería gastada de un pase de cine: “Tengo los ojos llorosos de pretéritos. / Tengo todos los sueños conspirados / para perder la fe en la realidad. / La vida se disfraza de domingo con las alas cerradas”. En esa elegía de la memoria hay una exaltación de lo singular como lucha continua contra lo gregario. La poesía se convierte en oficio de náufragos, en locos desclasados que reclaman una causa perdida. También perdura la estela en el agua de los sentimientos, ese amor más allá de la muerte que merece un estar a resguardo en la evocación; o la calidez del homenaje a la identidad materna que brilla con emotiva luz entre la niebla del ahora. Y sobre todo esa dermis que deja en la ciudad las pisadas de un tiempo compartido de paraguas abiertos y arcoíris.
   De las horas sin sol propone una conversación con la voz íntima de la memoria en la que guardan turno de palabra la mirada sombría de la pérdida, el poso de amargura de lo transitorio y la claridad dormida del estanque en cuyo fondo reposan los reflejos de la felicidad. En él encuentran sitio los remolinos aleatorios de lo cotidiano y el terciopelo de la amanecida, ese empeño que pide, con palabras de familia gastadas por el tiempo, el instante callado de quien busca todavía la luz tras el eclipse; ser feliz.        
 


lunes, 29 de abril de 2019

MIGUEL ÁNGEL ARCAS. LOS TRES PIES DEL GATO

Los tres pies del gato
Miguel Ángel Arcas
Prólogo de Carlos Marzal
Ediciones Trea, Aforismo
Somonte Cenedo, Gijón, Asturias, 2019



VIVIR AL PASO



  En el afianzamiento y divulgación del aforismo como género de plena vigencia, es de justicia reconocer la geografía participativa de Miguel Ángel Arcas (Granada, 1956) como impulsor de la editorial  Los Cuadernos del Vigía y creador del Premio internacional de aforismos inéditos José Bergamín. Este relato se completa con un notable trayecto creador que aglutina las entregas Los sueños del realista, reconocida con el Premio Nacional de poesía Miguel Hernández en 1998, El Baile (2002), Llueve horizontal, ganador del XXII Premio de Poesía Ciudad de Córdoba “Ricardo Molina” en 2016 y Alevosía, conjunto aparecido en 2016. Tan apreciable floración  poética convive, sin criterios de oposición, con una sostenida dedicación aforística que integra tres salidas, Aforemas (2004), Más realidad (2012) y la entrega aparecida en 2019, Los tres pies del gato. Son exploraciones del decir breve donde,  sin altisonancias ni moralinas, el escritor da voz al aforema, una cata reflexiva que hace de sujeto y entorno un marco natural de circunvoluciones para el pensamiento.
  Este rótulo conceptual, “aforema”, esboza el sustrato del aforismo como un material híbrido que aglutina poesía, pensamiento y filosofía en la concisa fugacidad de su percepción. La voz formula su deambular discursivo con la veracidad de tono de lo confesional; quien habla lo hace desde la dicción transparente  de un idioma comunicativo, dispuesto a la confidencia. Es un interlocutor que ocupa la distancia corta del diálogo, un espectador del ahora que entrelaza la historia subjetiva del personaje y un contexto social, como telón de fondo dispuesto a la representación.
  De estos rasgos da cuenta en el prólogo Carlos Marzal. Es una introducción tendida entre las pinzas amistosas del confesionalismo biográfico y la experiencia de una literatura que ha hecho de lo fragmentario una manera de mirar las cosas; Marzal descree del dogma para poner el paso en las construcciones imaginativas de lo real. De este modo su umbral nos deja en el cauce estético de Arcas que anticipa una cita de Elizabeth Bishop: “Es como imaginamos el conocimiento: oscuro, salado, claro, móvil, plenamente libre…”. Desde esta diversidad ensancha límites la retórica minimalista del texto, siempre con una visión crítica despojada, que abre una larga vigilia reflexiva: “No es pensar en silencio, sino pensar desde el silencio”; “La verdad: una luz partida en dos oscuridades”; “La boca del silencio no siempre está cerrada”; “El olvido es una geografía de la que no existen mapas”.
   El aforismo no obedece a una cartografía previsible. Deambula. Tantea. Busca formulaciones de la incertidumbre; se hace camino y regreso y guarda en los espejos esa imagen mudable del sujeto que bracea en lo existencial. Así van escribiéndose los destellos reflexivos de un tiempo de nubes y claros, de melancolía y extrañeza. Así se va confeccionando el autorretrato de un sujeto vuelto sobre si mismo, en cuyos rasgos siempre encuentra sitio la extrañeza, esa pausada conversación sobre el silencio que bracea a contracorriente, que pugna por hacer sitio en el sillón de lo diario a la elocuencia del silencio, al rumor que dejan en el discurrir los tres pies del gato.




domingo, 28 de abril de 2019

POÉTICA ESENCIAL

Equilibrios y simetrías
Fotografía de
Javier Cabañero Valencia


      

E-MAIL

               Bajo la noche solos,
               usando las palabras
               como inconscientes varas
               para tocar lo otro

                                IDA VITALE

El mensaje conciso,
sin tallo emocional,
sin hojarasca;
sólo el misterio
de la transparencia
y el hilo concesivo
del discurso coherente.
Que el teclado perciba
desnudez, eficacia,
y la respuesta fiel
del mensajero.

           (De la antología Mapa de ruta)


viernes, 26 de abril de 2019

ESTANTES

PertenenciasImagen de
Blog Vintage


ESTANTES

Las cosas guardan
la caricia sutil
de quien las mira.


miércoles, 24 de abril de 2019

RAFAEL SOLER. LEER DESPUÉS DE QUEMAR

Leer después de quemar
Rafael Soler
Olé Libros, Colección Vuelta de Tuerca
Ciempozuelos, Madrid, 2019


LEER DESPUÉS DE QUEMAR


   Nace “Vuelta de tuerca”, una nueva colección de poesía que pretende ser un escaparate de calidad sobre itinerarios creadores de interés. En ella se integran antologías de Ricardo Bellveser, Jaime Siles y Rafael Soler, que tendrán continuidad en el tiempo con selecciones de Francisca Aguirre y Pedro J. de la Peña. Es, por tanto un muestrario amplio de estéticas al que deseamos atinada navegación y acierto.
  La antología Leer después de quemar de Rafael Soler (Valencia, 1947) se bautiza con un aserto sorprendente que a cinéfilos como quien escribe recuerda de inmediato a una película de humor negro de los hermanos Coen . Trastoca el orden lógico del enunciado para airear la capacidad expansiva del lenguaje, su fuerza para generar moldes aleatorios nuevos. También el autoprólogo comparte desafección por lo rutinario. Con una mezcla de lenguaje notarial y verbo irónico, Rafael Soler comparte un mínimo propósito argumental que aventura, desde la requerida precisión y brevedad, la fuerza del poema como acto de legítima defensa. Una individualidad que sale al día con las convincentes e indefinidas argumentaciones de la palabra. La entrada hace una breve síntesis de un trayecto que arranca en 1979 con Los sitios interiores y que, tras un notable intervalo de mudez, prosigue en 2009 con Maneras de volver. La entrega abre una etapa que tiene como jalones creativos Las cartas que debía, Ácido almíbar y No eres nadie hasta que te disparan. Todas estas salidas, que han dado cimentación a antologías como La vida en un puño y Pie de página, aportan textos a las páginas de Leer después de quemar, donde se ubica una amplia selección realizada por Lucía Comba.
   El volumen rechaza la linealidad cronológica para integrar las composiciones en media docena de apartados, limitados entre si por la afinidad argumental. El de amanecida “Basta callar para que todo empiece” tiene una semántica auroral. El sujeto testimonial contempla un tú apelativo que se precipita al vacío del existir, desde una contradictoria claridad que guarda sombras. Con fuerza admonitoria el lenguaje tiene la solemne cadencia del mensaje; el peso del discurso toma posesión de la incertidumbre. Todo empieza, aunque en ese estar germinal sea el silencio la única respuesta de un destino azaroso, proclive a conseguir la extraña dimensión de la derrota. Es el tiempo de la ingenuidad. La mirada del niño todavía –en ese zarandeo de escuelas y pupitres- busca el sol en los vidrios desteñidos de lo diario y hace de la evocación y el yo interior un reducto seguro en el que se cobijaban las vivencias del despertar afectivo.
   En estos poemas resalta la complicidad de un lenguaje que adopta una ortografía peculiar para contraponer la innata rebeldía del niño y el epitelio de ceniza de lo cotidiano, en un tiempo signado por las obligaciones y la jerarquía. El amor trastoca cualquier orden gregario. Abre grietas. Suscita itinerarios escondidos por donde la imaginación expande lindes, pone a resguardo de cualquier intemperie.
   Los versos clarifican la existencia del yo como un largo viaje que acaba en el vacío; pero en ese recorrido hay que seguir la brújula del corazón y hacer de cada paso un gesto de coherencia, un indicio de ser que guarda la memoria.
   El amor y la convivencia se hacen coordenadas reflexivas en el largo apartado “Perdidos en la misma cama” que postula un largo trayecto interior. Desde ese viaje de seducción que percibe la belleza aparente y expuesta como una acotación en las aceras de lo cotidiano, la voz femenina refuerza el desamparo, esa soledad sin cauce que yuxtapone tedios e inofensivos juegos del cuerpo. En la evocación se anticipa un final desprovisto de ternura, como quien se aloja en un gélido portal de alguna casa de misericordia. Callado protagonista del cincuenta por ciento de la almohada, el ser femenino sabe que la idealización es el vuelo de Ícaro hacia el sol, un desplegar de alas derretidas que antes o después asumirán  “toda flagelación en su disculpa / toda muerte en su envés / toda paz en su derrota / y todo abrazo pendiente en la palabra nunca”. La otra mitad sabe que la belleza es transitoria, que se posa un instante en los rasgos de alguna identidad desconocida y que parte de nuevo para no volver nunca. Desde esa percepción, siempre bajo la lluvia del tiempo, se concreta el estar, ese golpe de dados que celebra el cuerpo y que hace de su redención carnal un destino tangible.   La reflexión existencial se acentúa en el apartado “Nadie dijo que esto iba a ser fácil”. En el largo tránsito vivencial el tiempo se hace deriva. Se acumulan las pérdidas. La percepción se esmera en rescatar indicios y preservar en la memoria “la falsa pulcritud de los escombros” como un patrimonio más del solitario: “No dejarás en nada huella / ni quedará tu voz entre las ramas / nadie hablará de ti después de tu silencio / ni tu nombre viajará de boca en boca / nadie vestirá ese traje al musgo parecido / de abotonada angustia “. El apartado no clausura la mirada interior. Permanece intacta en los poemas de la siguiente sección, “El principio del fin es amarillo”, como si las variaciones y reincidencias del pensamiento abordaran regresos a las indagaciones habituales: como si el viaje culminase en la estación final, los pasos muestran el principio del fin, dejan en la distancia una sensación de tedio y de silencio. Son poemas donde la escritura abre una veta de irónica resignación en la que el testigo de cargo da fe de vida con la discreta caligrafía del acta que dicta las últimas disposiciones testamentarias “para una ausencia bien plantada”. Los poemas adquieren la textura de una secuencia de cine negro, parecen rescatar el callejón, el asesino y la víctima, y las incidentales circunstancias de una trama urdida por el tiempo que descubre un cuaderno de rodaje.
   También en las breves secciones finales, el lenguaje transcribe esa sostenida crisis del pensamiento mediante la concatenación de imágenes y el uso peculiar de la sintaxis; se parodia un fragmentado soliloquio con dios. Pero no hay una temática religiosa sino una indagación en el conflicto existencial, aunque el poema muestre una abundante utillería religiosa de amplio vuelo poético.
   Leer después de quemar conforma una atinada caracterización del legado de Rafael Soler, en cuya geografía encuentran sitio también la novela y el relato. Toma pulso a una voz que se caracteriza por un fuerte componente sentimental, nacida en los distintos ámbitos de la experiencia, que vela su subjetividad con la ironía y el rechazo de cualquier impostura trascendente. Impulsa una escritura dada a la sugerencia, que exhibe en sus versos un rico instrumental lingüístico al abordar la escenificación de lo existencial. La palabra clausura esa guerra civil del yo consigo mismo, firma y fecha y atados los zapatos sale al día para seguir en pie.  

JOSÉ LUIS MORANTE



martes, 23 de abril de 2019

TRAS LA LLUVIA

El mundo invertido



TRAS LA LLUVIA



. Día del libro y aparece la lluvia en la novela de lo diario; un personajes imprevisible.

. Los afectos carecen de significado estable. Tienen el perímetro de un charco que pone la realidad     boca abajo.

. Trata la inteligencia como un utensilio de uso indefinido.

. El desnudo tiene un intimidatorio poder de sugestión; los ojos miran con el tacto.

. Cuando estoy solo me visita el pasado, una mochila llena de nostalgia.

. Los pragmáticos están parcelados por tabiques mentales que acumulan números, mercados y puntos    cardinales.

. El reloj miente; las horas son intervalos de duración variable.

. La ausencia prolongada acaba por convertirse en un simulacro fantasmal.

 (Aforismos inéditos) 




lunes, 22 de abril de 2019

ALEJANDRO GARMÓN IZQUIERDO. LICENCIA DE APERTURA

Licencia de apertura
Alejandro Garmón Izquierdo
prólogo de Miguel Ángel Gómez
Bajamar Ediciones
Gijón, Asturias, 2019


ITINERARIOS


   Al teorizar sobre la verdad poética, en un curso celebrado en la Universidad de Alcalá de henares, Claudio Rodríguez, uno de los referentes esenciales del medio siglo, hablaba de que el poeta amasa y late a partir de su propia experiencia y de la intuición objetiva. Esa forma de acercarse a la página se percibe de manera especial en la epifanía literaria, cuando la escritura despliega sin velos su sensibilidad, como una nervadura que busca su expresión en el tiempo. Alejandro Garmón Izquierdo (Bilbao, 1981) comienza su mañana con un poemario acogido en el entusiasta catálogo de Pascual Ortiz, Bajamar Ediciones, y deja en el umbral de sus poemas un prólogo del poeta y aforista Miguel Ángel Gómez. El breve acercamiento se postula como un inciso original, pletórico de imágenes, y proclive a la solemne definición aforística: “El poema nace en la sombra y tiene una función muy concreta que desempeñar: ser el fuego y la antorcha estival”; un texto en línea con la tarea de alborotar el lenguaje para que no bostece y para que haga del asombro una salida natural.
   Como si aglutinara ciclos estacionales de escritura, el poemario Licencia de apertura, yuxtapone cinco apartados, de los que el primero “El territorio del lince”, precedido por un haiku sobresale por su coherencia argumental. Las secuencias rastrean actitudes naturales del animal, como si el narrador omnisciente asistiese a un hábito existencial cuyo sentido último debe descubrir porque tras el aparente enunciado el gesto descubre un aporte simbólico: “Es la palabra / una suerte de engaño, / marcado territorio / felino, el sendero  que surca / su mirada una y otra vez”. De este modo el objetivismo de la escena descubre un espacio velado que se asienta más allá de los sentidos.  Los elementos del paisaje consuman un ejercicio de supervivencia, un hábitat relacional que conexiona, interpreta la vida como un juego y convierte la espera en un ejercicio de conocimiento.
   El haiku de nuevo cierra la sección, como un intermedio expresivo, que sosegara el fluir argumental y permitiese la transición hacia otros veneros argumentales: “Äbrego dulce / doy gracias por volar / aquí contigo. se mantienen las sensaciones visuales del entorno, pero las imágenes abandonan el mundo natural para visualizar enclaves locales, como el puerto de Gijón, o el referente cultural que mana desde las páginas de un libro – la piel del tambor, de Arturo Pérez Reverte-, por lo que los apuntes poéticos adquieren el tacto cercano del intimismo. Desde el recuerdo llegan los días infantiles en el que las presencias familiares cobraban un cálido relieve, proclive a la mitificación. También el presente se define con sus mínimos mensajes marcados por lo transitorio, como esas olas que se levantan contra el muro de la playa de San Lorenzo, o como el quehacer doméstico de doblar la ropa y colocarla en el orden difuso del cesto de mimbre.
   En ese fundido entre pasado y presente se van apagando los contornos de la infancia para acercar a la mirada la periferia urbana del presente; la realidad impone su perfil. Ese suelo industrial que dispersa los últimos perfiles de la ciudad hasta un campo cercano como si esperase en cualquier instante una transformación, otro uso, una simple licencia de apertura para empezar de nuevo a estar de otra manera. La vida muestra otras facetas que se van desplegando como los colores de un tatuaje que se adquiere a la piel. Al lector le sorprenderá la variedad temática, como si los poemas optaran por entremezclar asuntos autónomos que convierten el discurrir existencial en una lectura fragmentaria, hecha a destellos e impulsos sin aparente conexión entre sí. Esa sensación se expresa con nítido acierto en estos versos de “City”: “El armario está lleno de camisas / que no se pondrá, cubren un viajero / corazón de naftalina impregnado / de latitudes…”, o en los topónimos dispersos en “Mimbres de otro mundo” que ubican en los mapas los nombres de la injusticia o la desolación, que hacen del presente un teletipo de agencia vomitando la desaforada actualidad de un estar desapacible y lastrado por un pesimismo agónico.
   Licencia de apertura en su heterogeneidad temática completa la trayectoria de un largo viaje, cuyo trazado aleatorio abre ventanas al sentido. Sabe que las palabras solo rozan, pero no clarifican, como si los pensamientos quedaran a resguardo tras una última piel que sigue inalterable en el rumor del tiempo. Poesía como exploración, como viaje hacia un fondo de soledad que se empeña en tantear la sombra.

   

domingo, 21 de abril de 2019

CUADERNO DE VIAJE

Confidencias


CUADERNO DE VIAJE


Vuelvo al mar. Percibo de inmediato un fluir de imágenes antiguas, una conversación a solas. Pan del recuerdo.

Marejada fuerte. La espuma rompiendo crea estridencias en la línea de costa y arrastra la arena mar adentro. En altamar la niebla espesa parece ocultar barcos secretos y olvidados. El viento alza nubes de arena, pero no me alejo. Me gusta oír.

Deletreo su nombre y aparece un cráter vacío.

Ya en casa enciendo el ordenador. Opto por ignorar los mensajes que aluden a la campaña electoral. Y es inevitable el temple de ánimo para soportar la sandez. Es muy común. Me detengo un instante en un apunte biográfico que celebra su carácter asocial como si fuese un don. Una reseñista aplaude cada argumentación con entusiasmo de fan musical. Ambos coinciden en que ser un cardo es una geografía cálida y habitable y que ser amable con los demás es solo un accidente. La razón tiene argumentos que aconsejan la visita al psiquiatra.

Echo de menos el ordenador con conexión y las lecturas pendientes. El pensamiento necesita poder expresarse. Estar solo.

(En Oropesa del Mar)




sábado, 20 de abril de 2019

FUERA DE HORARIO

El pudor de los sueños



FUERA DE HORARIO


   Suele dormir hasta muy tarde. Mientras duerme tiene una respiración pudorosa y hermética. Vela sin descanso la llegada de esos sueños que parecen salidos de las nubes. Cree que los sueños ajenos quedan fuera de los que madrugan para salir a pie de calle y se incorporan a esa confrontación solar de itinerarios y pasos perdidos.
   Sometida a una terca vibración inmóvil, sigue bajo el amparo de las sábanas. Sin ataduras visibles. Fuera de horario.



domingo, 14 de abril de 2019

FRANCISCA AGUIRRE. HOMENAJE

Francisca Aguirre (1930-2019)
(Madrid, imagen de
La Razón
in memoriam
    FRANCISCA AGUIRRE. HOMENAJE



   Los compartimentos generacionales suelen ser poco permeables con la obra de autores que publican tarde, cuando la nómina ya está cerrada. La nueva voz queda entonces en un territorio neutral que no se corresponde con el asignado por su fecha de nacimiento y es difícil integrarse en las promociones siguientes, con las que coincide en años de publicación. Francisca Aguirre nació en Alicante en 1930; por tal circunstancia habitaría la celebrada generación del medio siglo; sin embargo su opera prima, Ítaca -galardonada con el Premio Leopoldo Panero- apareció en 1972, cuando el venecianismo, de la mano de Pere Gimferrer y Guillermo Carnero se había convertido en estética dominante y marcaba el rumbo de la década.
   Aquel libro nos dejaba elementos perdurables en la poesía de Francisca Aguirre -intimismo, autobiografía, indagación existencial, sentimientos y relaciones entre el otro y el yo- y sobre todo marcaba las coordenadas de un perfil creativo que en arranque del siglo XXI podemos abarcar en toda su dimensión, cuando se publica Ensayo General, una compilación de trayecto que acoge la poesía escrita entre 1966 y 2000. La sobria edición de Calambur se abre con un extenso trabajo de Emilio Miró titulado “Mester de vida” que analiza este largo tránsito creativo.
    Ítaca está impregnado de simbolismo. La patria de Ulises es isla refugio y espacio de regreso, pero también encierro y soledad para una Penélope condenada a una larga espera. Comprimida por un anillo de agua, Ítaca es desolación que conserva los ecos y ha perdido las voces, un gran mirador para otear el horizonte o mirar la estela de los náufragos. En esa latitud del abandono, Penélope, alter ego de la autora, nos traza su panorama existencial desde la memoria y desde las paredes de ese vacío cotidiano que nos deja la ausencia de verdades. Cierra este libro umbral una colección de aforismos que condensan toda la meditación existencial abordada en las composiciones. Al ser reeditado en 2017, Ítaca incorpora un prólogo firmado por Marta Agudo en el que se resalta el tono angustiado del hablante poético y la actitud de espera. Quien aguarda es el sujeto paciente, encerrado en sí mismo en una Ítaca interior, que borra cualquier decepción para dar sentido al regreso.
  Si la reescritura de un verso de Rubén Darío -”Francisca Aguirre, acompáñate”-era el colofón de Ítaca, su segunda salida, Los trescientos escalones, comienza con un homenaje poético a César Vallejo y se prolonga con otro a Antonio Machado. No son las únicas gratitudes presentes en el libro. Además se canta la escritura de Juan Carlos Onetti, en un largo poema narrativo desgajado de El astillero. Prevalece en estos poemas la actitud meditativa; los trescientos escalones son un camino de vida y distancia, de sensaciones y vivencias.
   También florecen en el libro la mirada social-una perspectiva condicionada por la ausencia del padre y la durísima posguerra- y la preocupación metapoética. Oficio de tinieblas denomina Francisca Aguirre al recado de escribir y se nos expone otra convicción: es imposible escribir una poética que no sea  aquella que nos ayude a calcular la zona de vacío que discurre entre la vida y la muerte.
  La música, recibida como una lluvia germinadora, es el motivo central de la tercera colección, escrita entre 1970 y 1974, titulada La otra música. Ritmo y vida se emparejan a través de imágenes y metáforas que reconstruyen el clandestino pentagrama  del azar cotidiano: la soledad, el miedo, los reencuentros y las despedidas.
   En Ensayo general -premiado con el Esquío de poesía- asistimos a los pormenores de una representación teatral en la que primero se nos presentan en clarificadores monólogos dramáticos los personajes que pueblan el escenario -sombras clásicas como Casandra, Cronos o el coro...- y en la segunda parte, en boca de la troyana, se recorre un argumento nucleado sobre la relación de pareja.
  El libro que ha servido a la autora para denominar a su obra completa presenta destacables novedades formales: los poemas de la primera parte están escritos en prosa poética, mientras que en la segunda es el soneto la estrofa utilizada, hasta el epílogo.
   Pavana para el desasosiego rastrea la historia que hay detrás del tiempo. En él la escritura se convierte en un inventario de apariciones porque la palabra es restitución. Detrás de los espejos, al borde de la música, las cosas que se han ido todavía nos hablan en un suceder previsible en el que sólo el amor nos desasosiega y nos somete al ritmo lento y pautado de una pavana.
   La poesía completa agrupa también una colección de inéditos que se presentan por primera vez como libro bajo el título de Los maestros cantores. Son más de treinta poemas que enaltecen una tradición lectora, en la que duermen los grandes nombres de la poesía de siempre, con algunos creadores en prosa como Kafka. Son notas de biblioteca, invocaciones y apuntes a pie de página de quien halló en los estantes valiosos interlocutores que ensanchan la conciencia.
   Toda recopilación es un balance de resultados. Por tanto su lectura tiene el sesgo crepuscular del trayecto cumplido. Ante la obra de Francisca Aguirre el lector tiene la idea de que el ayer es herencia viva, un río cotidiano cuyas aguas nos mojan a cada instante. El otro gran legado de su poesía es la  mansedumbre de la  música, fondo sonoro que aviva la inquietud de la  memoria.
   Prosigue senda en 2006 con La herida absurda, cuya semántica nocturnal es evidente. Existir es un continuo ejercicio de respirar dolor, un gesto asmático que tiene el regusto de la sangre. No hay corazón indemne; todos habitamos la ausencia. Son pocos los poemas exentos de esta impresión tenebrista: “Al parecer sólo se alcanza el paraíso / tras haber habitado una gran temporada en el infierno “. La existencia niega y duele, es un extraño sitio donde las ilusiones nunca se cumplieron. Paul Celan abría un resquicio a la esperanza recordando que queda algo de lenguaje y algo de destino; de ese modo “Transparencias”, tramo final del poemario, argumenta en torno a la evocación, la reivindicación de la inocencia en los ojos de un niño o la ciega esperanza del sosiego: “Definitivamente amo / el escándalo deslumbrante de la vida: / muy pocos paraísos comparables / al asombro que nos regala la existencia…”    
   Con Nanas para dormir desperdicios consiguió en 2008 el Premio Valencia de Poesía. En este poemario se hace evidente un cierto tono irónico. Concede a los textos un tono evocativo y distanciado que permite la objetivación frente a la contemplación de lo real. Si la temporalidad es tránsito y terco caminar hacia la nada, la existencia apenas deja entre los dedos una estela gastada de desechos, una incisión leve que solo es posible recuperar mediante la palabra. de este modo, el poema se hace cántico para que la música redima y dé amparo a tanto escombro. Al cabo, el desperdicio mayor es la pérdida, ese incontinente diluirse en la nada como si lo vivido fuera un sueño cuyo tacto apenas nos rozó.
   La poeta abre un nuevo estrato argumental en Conversaciones con mi animal de compañía (2013), donde la vertebradura autobiográfica se mitiga para mantener un diálogo socrático con el gato. Apacible y manso, ejemplo de sosiego y ternura, el gato despierta un largo viaje a las reflexiones del devenir. Pero el empeño no es tan sombrío como en otros textos, la caricia y la piel tan cálidas y cercanas en el estar diario dan paso al humor y a un mediodía en el ánimo más dispuesto a la confidencia y al disfrute de las pequeñas cosas del entorno.
   El mismo año ve la luz la antología Detrás de los espejos (1973-2010), un recuento parcial, y algunos de sus poemarios se traducen a ámbitos cercanos como el francés o el italiano, lo que difunde un viaje singular a la palabra que siempre acerca a la condición humana.     
   El cauce poético de Francisca Aguirre, compilado en enero de 2018 por la editorial Calambur en el volumen Ensayo general. Poesía reunida 1966-2017 avanza con un empeño indagatorio. El yo mira tras los cristales del destino; percibe en los trazos del entorno los signos de un discurrir maltratado por la decepción y el desamparo. El poema entonces se hace vigilia, regresa a la memoria, tantea en los rincones de la incertidumbre hasta mostrar su carne mortal, el nido frágil de una urgente esperanza.
   Ayer fallecía la poeta en su domicilio madrileño. Nos queda su poesía, un legado poético maduro, hecho siempre con el fervor indeclinable del compromiso, con ese abrazo fuerte de tiempo, pensamiento y recuerdo. Descanse en paz, Francisca Aguirre.


                                                                                  JOSÉ LUIS MORANTE

sábado, 13 de abril de 2019

TEORÍA DEL SUEÑO (EN VERSIÓN HINDI)

Ascenso
(Florida, 2013)
Fotografía de
Adela Sánchez Santana




TEORÍA DEL SUEÑO

Todo sueño cumplido es prematuro.
Su tácita presencia pone en duda
que hasta ayer mismo fuera
objeto de un afán cuyo rescoldo
no se apagara nunca.
La posesión no acalla
esa voz inquietante
que aspirara a lograrlo
ni da paso a la tregua que permite el sosiego.
Intangible y fugaz
como el vuelo de un ángel,
el perfil de los sueños no conoce
la hondura hospitalaria del espejo
ni el peso de la luz.

स्वप्न सिद्धांत 

पूर्ण हो चुके सारे स्वप्न अपरिपक्व हैं। 
जिसकी निःशब्द  उपस्थिति 
संदेह उपजाती है 
कि कल तक जो लक्ष्य था 
अभिलाषा पूर्ति का 
वह अंगारा 
कहीं बुझ तो न जाएगा। 
आधिपत्य कभी 
असंतुष्ट अभिव्यक्तियों को 
खामोश नहीं करता 
न ही किसी धैर्य देने वाले 
संघर्ष विराम की ओर कदम बढ़ाता  है। 
किसी देवदूत की उड़ान से,
सपनों के अमूर्त एवम् आकर्षक रेखा चित्र    
दर्पण के गहन गंभीर आतिथ्य
औऱ प्रकाश का वज़न नहीं जानते। 



                               (Traducción al hindi de Pooja Anil)


Nacida en la India y residente de Madrid, Pooja Anil es escritora y traductora. Versiona poemas y trabajos literarios a su idioma maternal, el hindi, desde el castellano, y  viceversa. Escribe poesía y artículos en ambos idiomas. ha publicado sus trabajos en varias revistas de la  India. Es locutora en los programas de hindi radio y conduce su propio espacio radiofónico en internet. Actualmente enseña el idioma hindi en Madrid.




viernes, 12 de abril de 2019

HOSTIGAMIENTOS Y HUIDAS

Ayuttaya (Tailandia, 2017)
Fotografía de
Rosa María Hernández Costa

HOSTIGAMIENTOS Y HUIDAS

La tramposa gramática del insulto se justifica a sí misma como fruto de una hilazón invisible de causas y efectos. Y crea un perplejo inventario de rabia, tanto en la universidad, como en el campo de fútbol o en los barrios periféricos más humildes. ya se sabe, el culpable siempre es el otro. Nadie se ve a sí mismo como un sujeto violento e incontrolado, como un imbécil ocupando el primer plano de la ineptitud con una conducta perversa.

Mi fisiología sufre un deterioro expansivo. Me lo advierten a diario mis células auditivas, la necesidad de luz fuerte en las horas nocturnas o los cortes del sueño… Yo continúo con mis hábitos, como si no me diera cuenta. Y casi me engaño.

Ese anhelo tan complejo. Ser coherente con uno mismo y que además lo sepan las ubicuas voces de la contradicción.

¿Por qué lo sencillo es tan complejo?

El cansancio cartesiano se reparte a partes iguales en cada proyecto literario. Conforma un material en depósito que debo gestionar para que nunca se agote. Por eso hay que seguir, con lentitud y paso calmo

(Páginas del diario)






jueves, 11 de abril de 2019

FAUNA ABISAL

Vigilia azul
Imagen de
Fauna Marina (Internet)


SUEÑOS HÚMEDOS

   En la azul inmovilidad del trasfondo, un sueño húmedo sostiene el impulso de los peces abisales. Seducidos por la metáfora del viaje, vagan insomnes cada noche para descubrir una lejana superficie. Un despertar mañana convertidos en peces voladores.

(De Cuentos diminutos)



miércoles, 10 de abril de 2019

CLAUDIO RODRÍGUEZ. DON Y AVENTURA (ANTOLOGÍA POÉTICA)

Don y aventura
 (Antología poética)
Claudio Rodríguez
Edición de Sergio García García
y Manuel López Azorín
Eirene editorial
www.eireneditorial.com  2018


DON Y AVENTURA


   Los estudios críticos suelen fragmentar las promociones literarias mediante etiquetas generacionales que permiten la foto de grupo. Así ha sucedido con la Generación del 50, un grupo de escritores en prosa y en verso que vivieron en primera persona la guerra civil y cuyo itinerario creador ha estado condicionado por el corsé histórico de la dictadura franquista. De ellos forma parte Claudio Rodríguez (1934-1999), cuyo primer libro, El don de la ebriedad consiguió el Premio Adonais en 1953, cuando su autor solo tenía diecinueve años.
  Tal precocidad creadora nunca se vio defraudada. Claudio Rodríguez es una voz atemporal, a cuya textura se han dedicado incontables trabajos críticos. Pero estas aproximaciones nunca defraudan porque el poeta zamorano admite la profundidad y la interpretación. Es un cauce hondo que sigue enriqueciendo la mirada del lector.
   La obra de Claudio Rodríguez se revisa de nuevo en Don y aventura, aproximación crítica preparada por Sergio García García, profesor de la Universidad Autónoma de Madrid, y Manuel López Azorín, poeta y crítico literario. Vaya por delante que en Don y aventura prima el acercamiento de superficie, que busca para la bibliografía creadora del zamorano, un ámbito lector amplio, nunca cercado por el rigor metódico del especialista y por la hermenéutica filológica.
  La introducción recuerda aquel dictamen con aspiraciones proféticas de Vicente Aleixandre. Sorprendido el inquilino de Velintonia de la madurez juvenil de Claudio Rodríguez en los poemas de Don de la ebriedad anticipó lo conplejo que sería remontar el vuelo alto de aquella epifanía. Erró en su juicio el ilustre Premio Nobel. Y con amistosa complicidad pudo asistir a un trayecto creador, mesurado en su desarrollo pero prolongado en títulos como Conjuros (1958), Alianza y condena (1965), El vuelo de la celebración (1975) y Casi una leyenda (1991), todos ellos conocidos y agrupados en nutridas antologías editadas por lectores singulares como Carlos Bousoño, Fernando Yubero, Antoni Marí, Luis García Jambrina o Clara Miranda, quien siempre ha sido el máximo baluarte sentimental y literario del poeta. No quiero olvidar a otro estudioso de Claudio Rodríguez, el poeta y cantautor Luis Ramos de la Torre, quien ha escrito un mapa referencial sobre la obra del escritor y académico en su ensayo  El sacramento de la materia. Poesía y salvación (2017).
  La selección poética integrada en Don y aventura es muy amplia. Están representados todos los poemas, siguiendo como versión definitiva de los mismos la realizada por editorial Tusquets en 2001. Y se completa la muestra con una serie de apéndices. En ella se integran los textos que Claudio Rodríguez denominó “Poemas laterales”, ya editados por Luis García Jambrina en 2006. En los apéndices también los textos de la composición “Cuando la vejez”, que se integraba en Aventura, el poemario en el que trabajaba el autor cuando falleció, y cuyos manuscritos abren las ventanas del taller literario y del proceso de composición. Y como coda, un texto elaborado por Claudio Rodríguez como liminar al volumen Desde mis poemas, que sería reconocido con el Premio Nacional de Poesía en 1983. Son datos de una clarificadora Nota de autor, incluida tras la bibliografía claudiana completa.
  Don y aventura es un volumen muy atinado, tanto en sus perfiles teóricos como en la generosa contribución de poemas. Refrenda las cualidades de un legado creador que trasmite ética y naturalidad, un epitelio existencial en el que el sujeto poético se dibuja como un caminante que lleva consigo el equipaje de la inocencia, esa mirada limpia de quien sabe que la claridad es un don cercano y una puerta de absorción de la realidad. Nos franquea la entrada a un entorno cuyas vibraciones nunca son ajenas. El muestrario textual incide en la idea de que la poesía es abrazo y comunión entre hombre y naturaleza, un gesto que deposita en la conciencia la emotiva estela de lo perdurable.


  

martes, 9 de abril de 2019

TRAMPANTOJOS LITERARIOS

Sin red
Trampantojo
 de
Blanca Rey


TRAMPANTOJOS LITERARIOS

Cuando la verdad se desnuda
hay muy pocos que la reconocen

José Mateos


   Algunos escritores no tienen reparo en escribir sonetos cortos, de nueve o diez versos, o haikus treboleros, de cuatro versos y varias sílabas. Suelen tener cerca un crítico que jalea el estropicio y que además comenta que los que siguen las normas literarias son conformistas, poco comprensivos y algo fundamentalistas en el rigor.

   Durante más de una década fue gestor cultural, prodigó favores, invitaciones a eventos, jurados y publicaciones institucionales. Ya sin la ebriedad del poder, regala sus libros a quienes no invitó nunca. Confía mucho en su sentido solidario, en ese gesto menesteroso que engrandece lo pequeño.

  Criticó ferozmente a su antecesor en el cargo. Con otros polemistas consiguió que lo despidieran. Ahora sigue al pie de la letra su plan de trabajo; no le gusta innovar, quiere perpetuar lo que funciona bien.

  Nunca ha percibido la amistad como una senda de dos direcciones. Se siente río que no remonta, de dirección única. Solo pide.

  Éxito literario total: pese al desvelo en remitir manuscritos a editoriales, treinta y siete libros inéditos. Pleno futuro.

  Los nuevos amigos dejan la conspiración en las raíces de sus afectos; promueven la liquidación por derribo de quienes estuvieron siempre.

 Oveja que bala pierde bocado; ella sigue al pie de la letra el refrán: bala en sus lecturas y no pierde bocado cuando los otros pagan. Mantiene una contrastada oposición al materialismo: nunca lleva el monedero encima...   

 Grita mucho en internet. Como esas hormigas que vociferan a los elefantes desde el montón de arena de su hormiguero.

(Sociología literaria de usar y tirar)





domingo, 7 de abril de 2019

RAQUEL LANSEROS. ITINERARIO EN CLAVE POÉTICA

Raquel Lanseros
Fotografía de
Infolibre


RAQUEL LANSEROS EN CLAVE POÉTICA

   Ayer sábado, Raquel Lanseros (Jerez de la Frontera, Cádiz, 1973) fue galardonada con el Premio de la Crítica 2018 por su poemario Matria (Madrid, Visor Libros, Colección Palabra de Honor, 2018). Está en imprenta el nuevo número de la revista Turia, donde comento en profundidad esta salida, y es ahora el momento de abordar su itinerario en clave poética, para que reverbere fuerte ante el lector y aporte luz de mediodía, desplegando registros y sensibilidad.
 Ya es letra de manual que el cambio de siglo acoge una amplia conjunción de idearios. Es un interludio de enlace, donde no se percibe una tendencia central, que fije modas y directrices para mayorías, sino un cruce de caminos. Convive una búsqueda de sitios que se fortalece al paso, con nuevas entregas. Y es en este contexto polifónico, cumplido el primer lustro, cuando amanece la voz poética de Raquel Lanseros.
  La escritora es licenciada en Filología Inglesa por la Universidad de León, ciudad donde discurrió casi toda su infancia y juventud. Un uso idiomático plural ha impulsado sus versiones al castellano, como traductora de Edgar Allan Poe y Gordon E. McNeer. Asimismo, colabora con reseñas y artículos en publicaciones escritas y digitales. Tras un paréntesis laboral en Murcia como Asesora de Formación de Idiomas y Programas europeos, ejerce la docencia en un instituto madrileño de Educación Secundaria y Bachillerato.
  Su libro inaugural, Leyendas del promontorio, editado en 2005, ofrece una mirada lírica proclive a la evocación; con verbo ajustado muestra las sensaciones que convoca  cualquier travesía temporal: espera, soledad, aislamiento y pérdidas. Para conocer la textura interna del hablante verbal, se indaga sobre una existencia que acostumbra a prodigar fragmentos de un pasado con aire de regreso. Nítido el ayer, dibuja trazos que adquieren nuevos cromatismos en los espacios del ahora. La travesía cotidiana asume una tarea artesanal, restauradora, en la que hay sitio para la esperanza, aunque sea costoso superar carencias: “Desnudo, abandonado por su viejo entusiasmo / el hombre es muy pequeño. / Huérfano de sí mismo, reedita sus temores / ubica por tamaños todas sus pretensiones. / Y se convence que, después de todo, / quizás el infinito no merezca la pena / y las uvas ansiadas estén verdes”.   
  Apenas un año después llega a las librerías Diario de un destello, tras conseguir un accésit del Premio Adonais en 2005. Los poemas sondean la relación entre personaje lírico y entorno; en el devenir, ni la luz ni la sombra tienen ubicaciones estables; las dos se conjugan con azarosa cronología y precisan la disposición natural del hablante para dar cuenta de sus incertidumbres, aunque sea a través de mínimas ranuras, de leves claridades incipientes. En el apartado inicial conviven subjetividad e intimismo. En él germina un paisaje emocional donde se constatan las modulaciones del acontecer con una voluntad que trasmite sensaciones de de epifanía, como resalta el poema “Evocación”. La sección central, “Tres antorchas” abre otro registro; en este tramo sobresalen protagonistas que personifican cualidades definitorias y singulares: un derrotado de aquella guerra incivil cobija pasos clandestinos monte arriba, sin amanecida y sin futuro; se hace arquetipo de empeños furtivos arrastrados por el destino. Otra figura central histórica es Doña Juana, paradigma de locura amorosa, que hace del sentimiento un viaje a lo desconocido. Son palabras de homenaje a quienes evitaron que los ideales mudaran en ceniza. El amor toma cuerpo en el último apartado donde la perspectiva idealista es palpable al ubicar los sentimientos en planos cortos. Los versos se tornan cálidos y vitalistas, hechos de acordes que conectan la piel y sus preguntas.
  En Diario de un destello también la indagación busca su espacio en composiciones con sustrato aforístico. El hablante define actitudes: “Aunque he cambiado mucho de color / sigo siendo camaleón / y no rama”. La luz queda a resguardo, para que alumbre limpia cualquier sueño y tenga una claridad afectiva y estival.
   Con su tercer fruto, Los ojos de la niebla, que obtuvo el XXII Premio Unicaja de Poesía, la poeta abre campo al intimismo.  Desde la entrañable dedicatoria inicial a sus padres, verdaderos ojos en la niebla, percibimos el recuerdo vivo de quienes horadaron la senda habitable por la que transitan los días. El monólogo dramático propicia una identidad mudable y una intensa expresión afectiva en la que el sujeto se posiciona frente a la realidad. El prolijo desfile de lo vivido desgaja sensaciones que encuentran sitio entre los pliegues del poema. La existencia depara descubrimientos e incertidumbres, exploración y desengaño, hallazgos y pérdidas. Son los meandros de travesías evocados en los soliloquios de personajes que dan vida a los interlocutores que habitan los poemas.
   En Los ojos de la niebla adquiere un papel relevante la voz femenina frente a sí misma. Esta sensibilidad encuentra cauce en composiciones como “La mujer herida”, cuyos versos comunican respuestas aseverativas frente al desengaño, esa forma de aceptar como un dibujo de la piel la textura de una cicatriz que recuerda un fracaso amoroso. También hallamos pautas emocionales femeninas en otros textos como “La mujer que reza”, “El hombre casado”, o “Una mujer mira un tren alejarse”. Todos comparten versos en los que resuenan los íntimos acordes de la conciencia.
   El poema “Beatriz Orieta. Maestra Nacional” evoca, con la calidez del homenaje, la actualidad de un tiempo colectivo cuya lección ética perdura.
   Croniria arranca su caminar lírico en 2009. El sugerente título –un acierto verbal de la autora- fusiona temporalidad y onirismo. Los poemas acogen referentes culturales para asentar una voz que enfoca una realidad diáfana, hecha de logros pequeños, pero exaltados por la celebración. Cada tránsito postula un paréntesis habitable en el que hay sitio para la alegría, el eros o la libertad de acortar las distancias que separan realidades y sueños: “Nunca le tengas miedo al horizonte / no hay placer más sabroso que el trayecto. / Acepta el pan servido en cualquier parte / disfruta del asilo que te ofrezcan / pero ten preparadas las maletas. / Aprende por tu bien el arte de marcharte / siempre un segundo antes de que te hayan echado.”
   Reconocido con el XIII Premio internacional de poesía Antonio Machado de Baeza en su primera aparición, Croniria se reedita por segunda vez en 2014, con formato bilingüe, siendo responsable de la traducción al inglés el poeta y profesor Gordon E. Mcneer. En su diverso discurrir encuentran acogida estados vitales polarizados; la existencia rompe cualquier monotonía superficial para encajar en el renovado espacio del alba los dedos de los sueños, el lienzo imaginario que engrandece la superficie encogida de lo cotidiano.
  En la estación Las pequeñas espinas son pequeñas, libro ganador del XXIX Premio Jaén de Poesía, se promueve una exaltación vitalista en la que tiene cabida el optimismo. Aquella aseveración de Jorge Guillén de que “el mundo está bien hecho” adquiere en la palabra de Raquel Lanseros una personal formulación. El diálogo convivencial entre sujeto y entorno exige un asentimiento armónico, capaz de superar desajustes y erosiones. Con una estructura meditada, cada sección aborda un avance argumental distinto que arranca con una indagación sobre la identidad. Los poemas centrales hacen del tiempo el sustrato a explorar, mientras que el apartado tercero define una mayor presencia de lo colectivo. “Croquis de la utopía” es un mapa del compromiso con actitudes de solidaridad y entrega, dos miradas ante el espejo de un yo común que en la parte final se convierte en balance vivencial. La palabra no es sino un himno a la claridad.
   La antología Con & versos, una propuesta de poetas andaluces para el siglo XXI coordinada por Antonio Moreno Ayora, permite una mirada amplia a la carpeta de inéditos de la poeta jerezana. En los textos seleccionados crece una poesía comunicativa y emocional que hace del soliloquio compartido una manera de adentrase en las paradojas de lo existencial, en esa amalgama de cosas elementales y etéreas superficies por concretar, de intrahistoria y aceras transitadas en común. El poema “Sigue doliendo España” es un destello limpio de su implicación ética y social.  
   Matria  marca una continuidad que establece vínculos con las claves estudiadas hasta el momento. Consigna esclarecedores aspectos de una poesía ajena a devaneos experimentales, pero tenaz en la modulación de un tono singular que revitaliza sustratos argumentales y estrategias expresivas. Siempre consciente de la machadiana condición de palabra en el tiempo, el verbo escrito de Raquel Lanseros supone una cosecha feraz, que captura reflejos en el río claro de la tradición para reconocerse. También poesía abierta al optimismo y al estar conforme del yo junto a los otros, que hace de la palabra un abrazo, un íntimo diálogo compartido.