jueves, 30 de agosto de 2012

CUESTIONARIO.

 


CUESTIONARIO:

¿Cuál es su estado de ánimo actual?

Mi clima afectivo tiene una calamitosa propensión a la nubosidad variable.

¿De qué se arrepiente?

No soy un delator, así que no voy a exponer la larga lista de fracasos y tedios que protagoniza a diario ese desconocido que me habita.

¿Su posesión más preciada?

Algunos tesoros afectivos y la literatura.

¿Qué le hace reir?

Mis torpezas fabrican chistes malos continuamente. Pero disfruto del humor inteligente más que de la carcajada.

¿Qué le hace llorar?

Los misteriosos agujeros de la informática que devoran los textos inéditos sin dejar rastro. Los desajustes que marcan la frontera de la actualidad. Los silencios epistolares de los amigos. El paisaje cultural de la televisión...Soy un sujeto de lágrima fácil.

¿Su afición favorita?

Tengo varias aficiones no siempre recomendables: el insomnio, la literatura, el coleccionismo de propósitos y la desconfianza en los días que no te imponen ninguna obligación.
La puntualidad; llego a las citas con un cuarto de hora de adelanto y con un libro de poemas que me sirve de espera.
Hablaría también de los paseos junto al mar, de los viajes, del callejeo por ciudades desconocidas; son lugares comunes que dicen poco de la originalidad de mi existencia. Soy un autómata de la rutina.

      ( Resumen de un cuestionario publicado  en Pliegos de Ítaca, nº 9, Valencia)

lunes, 27 de agosto de 2012

PHILIP ROTH. EL LAMENTO DE PORTNOY.

 
El lamento de Portnoy
Philip Roth
Club Bruguera, Barcelona, 1980
 
 
   Otra vez las líneas memoriosas de la primera página me informan que adquirí El lamento de Portnoy, la novela de Philip Roth que propiciara su éxito popular, en marzo de 1984. El ejemplar, editado con las características uniformes de aquel catálogo, está traducido por Adolfo Martín e incluye al inicio un vocabulario de palabras en yidish que en el decurso del libro conservan su grafía original.
  Nada recuerdo de aquel encuentro con la ficción de Roth y ahora regreso al libro, mientras leo otra obra, Indignación, un título tardío, de 2008, que manifiesta notables parentescos con aquella  novela, como si El lamento de Portnoy hubiese funcionado como compuerta argumental proporcionando tramas que auspician un desarrollo minucioso.
  El celebrado libro es un largo soliloquio rememorativo en boca de Alexander Portnoy, cuando ha cumplido los treinta y tres años y tiene una posición social consolidada como abogado defensor de causas sociales. El calendario marca 1965, pero de aquella década de profundos cambios sociales, llegan escasos ecos ajenos. La vuelta al pasado entremezcla los primeros recuerdos del niño en un núcleo familiar judío, atrincherado en el estricto cumplimiento de la norma y en un canon disciplinario muchas veces incomprensible para la mentalidad infantil. El crecimiento de Alexander genera un cuestionamiento tácito del espacio vital que dispara el sentimiento de culpa y desajusta la adaptación del sujeto a una sociedad abierta.
  El sexo como descubrimiento del sujeto constituye una auténtica explosión emotiva, un acto de afirmación que desemboca en un azaroso onanismo, en una patología narrada con un desparpajo hilarante que recuerda a los procedimientos formales de Trópico de cáncer, el libro de Henry Miller. Las escenas del desaforado despertar erótico están plagadas de momentos hilarantes y la crudeza del vocabulario tiene un sonido mitigado, una cadencia de autoflagelación controlada.
  Más que un retrato de grupo sobre la sensibilidad comunitaria judía de la época, El lamento de Portnoy  moldea una identidad convertida por la introspección en personaje central: los otros existen en cuanto se relacionan con él, pero raras veces se aceptan sus posiciones. Sólo cuando se calla, como sugiere la definitiva frase final, se puede empezar a actuar. En su enorme parcela de egoísmo, Portnoy descarga sobre sí el strepitoso fracaso de su vida ética. Nos muestra la imagen más veraz de su carácter, una absoluta indiferencia moral que todavía convalece. Su neurosis presenta una notable variedad de ramificaciones. Es un paciente perfecto para la psiquiatría.

sábado, 25 de agosto de 2012

CUMPLEAÑOS.

                                         (José Luis Morante. Fotografía de Javier cabañero)
 
El paso de los años nos concede un hábitat estable y un puñado de afectos sedentarios. Hoy es mi cumpleaños. Hace cincuenta y seis años que nací en un pequeño pueblo de la Moraña abulense, El Bohodón, un lugar al que he vuelto más veces en la imaginación que en itinerarios reales pero del que me siento parte. También hago mía la cartografía urbana de Rivas.  Como Juan de Mairena, soy un escéptico que guarda un rincón de buena fe, aunque de vez en cuando visite el atormentado limbo de la indignación o del resentimiento, elementos transitorios que salen y entran, siempre a destiempo.  Desde mi buhardilla, un sitio confortable con cuatro inquilinos fijos: la biblioteca, el ordenador, los cuadernos blancos que me compran mis hijas en sus viajes y la colección de plumas, he aprendido a mirar la fachada azul del horizonte con los ojos cerrados. Así veo en la luna y en las puestas de sol (lo aprendí en Víctor Botas) cosas que no verá ningún astrónomo. Orlando, un personaje de Virginia Woolf proclamaba: “Este “yo” me harta. Necesito otro”. No es mi caso; he firmado un pacto de convivencia conmigo mismo y respeto las reglas del juego. Mi biografía tiende a la pequeñez de lo accesorio; conoce ensanchamientos y estrecheces y en un recodo se para a discurrir sobre la ley del tiempo.  Ya lo hice en este poema que incluí en el libro Población activa (Deva, Gijón, 1994):
 

TREINTA Y CINCO Y LOS TÓPICOS

 
Hoy es mi cumpleaños. Parada obligatoria
para el bus de las recapitulaciones
en un trayecto largo, extenuante,
que me conformará como el desconocido
que se muestra entrañable y cercano.
A mi lado palabras amistosas y un cálido barullo
que suele terminar investigando
aquellas tonterías
que hicieron el periplo provechoso:
si tuve un hijo, escribí un libro y planté árboles.
No un hijo sino dos y con qué brío
emboscan el hastío y la tristeza;
también escribí libros, aunque su relectura
augure alguna poda infructuosa;
y sembré en el jardín un paraíso,
arbustos aromáticos y unos cuantos frutales,
en tiempo de verano predilectas moradas
de avisperos y hormigas.

Hoy es mi cumpleaños. Treinta y cinco.
Con el soplo entusiasta que culmina la fiesta,
he apagado las velas y he besado a los míos,
mientras interiormente me pregunto
por qué los cumpleaños son sinónimos
de frustración y aturdimiento.

jueves, 23 de agosto de 2012

INCENDIOS

                                           
                                         (Fotografía de FELIPE PÉREZ POLLÁN)
 

 INCENDIOS:
 
. Frustración ante la ignorancia e irracionalidad de quienes cada verano provocan los incendios que convierten nuestras provincias en territorio estéril.

. El sofista Protágoras, uno de los precursores clásicos de la pedagogía, pensaba que el problema fundamental del ser es la educación. Tiene razón: nadie civilizado quemaría un bosque.

. Todos los años idénticos titulares en los medios de comunicación: miles de hectáreas calcinadas y un páramo desértico, sin rastros de vida. Todos los años también la misma impunidad e idéntica impotencia.

.  Pesimismo antropológico: las buenas intenciones sobre la prevención de incendios se olvidan en invierno.

.  Sin medidas concretas en la vida comunitaria – reforestación, educación medioambiental, limpiezas y podas programadas, aclimatación de nuevas especies, responsabilidad penal y civil para los infractores…- estas mínimas reflexiones no son sino una queja insistente, mera palabrería.

.  En la retina, la equilibrada serenidad formal del bosque antes del fuego. Naturaleza muerta.

 

 

 

martes, 21 de agosto de 2012

AVERÍAS DOMÉSTICAS. ( ELOGIO DEL INÚTIL)


ARTES Y OFICIOS


. Ella lo sabe. Cuando nos acosan las averías domésticas me siento un ejército mal adiestrado y con equipamiento insuficiente.

. No tengo la instrucción básica para adentrarme en un manual de instrucciones.

. El grifo del baño gotea. Tengo la sospecha de que sea un engorro senil. Como sugiere Enrique Baltanás: algo de próstata.

. El meticuloso mantenimiento incrementa las posibilidades de supervivencia. Me resigno: las plantas de mi jardín morirán jóvenes.

. También. Para la electricidad casera soy corto de luces.

. Del maridaje entre artes y oficios he aprendido mucha sociología. Un fontanero contratado se quedó dormido en un armario; el jardinero preguntó si tenía que cavar; la señora del electricista juzgaba chocante el tiempo que yo perdía con un libro en las manos; el albañil era cosmopolita y refería sus destinos estivales, siempre en crucero.

. Todos los oficios se quejaban de las malas artes del intrusismo.

. En las casas que precisan silencio los electrodomésticos se comportan como presos amotinados. Hoy encabezó el motín un frigorífico.

. Las averías nacen justo donde empieza mi torpeza.   

jueves, 16 de agosto de 2012

ÁNGEL GONZÁLEZ. SIEMPRE.


Es tanta la complicidad que emana de la poesía de Ángel González que junto a cada lectura -y hoy tengo entre las manos Nada grave, su libro póstumo- emerge el recuerdo indeleble del escritor. Rememoro nuestro primer diálogo en su domicilio madrileño de San Juan de la Cruz, a mediados de los años noventa, para realizar una larga entrevista que publicaría en las páginas de El Correo de Andalucía. Fue el punto cero de una serie de encuentros personales en los que el poeta se convirtió en amigo y maestro.
Consumí con Ángel y Susana Rivera días inolvidables en Béjar, invitados a unas jornadas de verano por mi hermano del alma Luis Felipe Comendador, que me legaron un valioso anecdotario y asistí al homenaje que Oviedo tributó al poeta en 1997 en el que se realizaron lecturas y mesas redondas que se plasmarían en un libro fiel a la puesta en escena que cada cierto tiempo recupero de mis anaqueles.
Aprovecho el descanso estival para releer por enésima vez a uno de los mejores poetas del siglo XX. Hoy no pretendo asentar juicios críticos; hablo del amigo ausente y de una poesía que nunca decepciona y sube lentamente por las escaleras de la memoria para sentarse aquí, conmigo, a contemplar, en una silla plegable, un horizonte calmo que imita una fachada de cristal. Nada grave. 

lunes, 13 de agosto de 2012

SANTIAGO GÓMEZ VALVERDE. RASTROS DE LUZ.


Sobre la piel del agua
Santiago Gómez Valverde
Exlibris Ediciones, Madrid, 2012

  Fue en el crepúsculo de los años ochenta cuando el madrileño Santiago Gómez Valverde (Leganés, 1957) inicia escritura con una ópera prima celebratoria, Canciones de tarde. Aquella amanecida tuvo continuidad en las entregas La densidad del tiempo, Amarte, Sombras paralelas, Inevitable mente, Sed de vida, Ruidos y nueces, Sombra a sombra y Fuga de ideas. Son títulos escalonados en los que siempre está presente la memoria afectiva, la indagación sobre la temporalidad y una voluntad de estilo que, desde un lenguaje poético, busca imágenes sorprendentes para construir un protagonista verbal cercano y abierto al diálogo con el lector.
  El título de Sobre la piel del agua remite de inmediato al célebre epitafio escrito sobre la tumba de John Keats, en el cementerio protestante de Roma: “Aquí yace alguien cuyo nombre fue escrito en el agua”. El solemne dictum se inspira en un poema de Catulo y alude a la voluntad del sujeto de sobreponerse a la incertidumbre y buscar el sentido de sus actos en la razón y la serenidad.
   De esa sensibilidad participa “Noches sin fondo”, comienzo de Sobre la piel del agua que aglutina casi cincuenta composiciones breves. En ellas el sujeto lírico se define mediante una amplia introspección que descubre recuerdos y contradicciones, los viajes interiores y el cansancio que dejan las preguntas que no tienen respuesta. No hay un único tema como eje organizativo sino que se van sumando los variados matices del devenir. Como si dejara ante los ojos del lector una selección de escenas, se reflejan las evocaciones en los espejos del pensamiento. Leemos en “Nieve”: “El hilo de la nada / su silencio desteje sobre las azoteas. / El corazón del frío / late migas ingrávidas / en las eternas sílabas de la palabra muerte. / Rezan mis labios plegarias de luz / en este cementerio inútil de palomas / dormidas en tus ojos. “
  El haiku, desde hace años, forma parte de la tradición occidental y son muy pocos los autores contemporáneos que no han empleado su esquema métrico. Toda la segunda parte, que podría muy bien haber formado un volumen autónomo, se acoge  a un epígrafe de Borges, “El contador de sílabas” y hace de las diecisiete sílabas y los tres versos un canon formal. La colección de haikus permite dilucidar la estética de este taller de autor con un variado muestrario de motivos. Encontramos haikus centrados en lo metaliterario y en la semántica de las palabras para captar la esencia del entorno y abundan también las instantáneas que alzan su leve vuelo en lo cotidiano, o los que reflejan perfiles de una emoción causada por el recuerdo de la amada o de la madre.
 Creador polifacético, Santiago Gómez Valverde ha recorrido otras galerías como el guión teatral, ha compuesto numerosas canciones para intérpretes de la música española y ha coordinado diferentes proyectos que aglutinan música y poesía. En Sobre la piel del agua  deja un nutrido catálogo poético de reflexiones. El ser es consecuencia de una raíz cuya savia acumula los signos de un paisaje interior hecho de estados emotivos que fusionan logros y carencias.  Como escribiera Sartre: existir es la simple condición de estar ahí. Pero la sensibilidad del poeta no permanece estática, resignada a la liturgia del vacío;  acumula sueños, intuye posibilidades, derrama sentimientos, llena el espacio y el tiempo con la sosegada melodía de las palabras.

sábado, 11 de agosto de 2012

ANÉMONA.


Aforismos de agosto:


En el temblor del agua, el temblor de mi piel en la primera zambullida del sábado, cuando los otros duermen y el mar se despereza.

El verano destensa contiendas generacionales. Mi hija dice que el mar y yo nos parecemos porque los dos nos picamos en cualquier momento. Después sonríe y me perdona la vida: “también os parecéis en el fondo transparente”

En las olas no ceja ese empeño de demolición progresiva.

Entre la espuma y el agua, efectos de simetría de un teclado líquido.

Orilla. Lugar límite. Dos mundos juntos y distintos que mantienen su identidad.

Palos, cubos, rastrillos, arena removida. Cerca del mar se percibe con fuerza que el futuro son los niños. A su alrededor el coro mudo de los adultos.

Sigo al margen del calendario, en un tiempo en el que no se necesitan respuestas.

Agosto en mis ojos, pasivos consumidores de marinas.


PD.-  Irene y Javier Cabañero  me prestaron la foto de uno de sus viajes. Me pareció llena de sugerencias. No sé quién fue el fotógrafo.
   Mientras tenía el bolígrafo dispuesto para estas anotaciones, descansaba a mi lado una lectora ensimismada con EL MAPA DEL CIELO, la novela de Félix J. Palma. Mostraba un interés tan fuerte que cada tarde se quedaba sola, con el libro en la mano, en la línea de playa.
   Al regreso, abría alguna página de Remy de Gourmont. Días en los que me siento extrañamente feliz.

miércoles, 8 de agosto de 2012

HILARIO BARRERO. LIBRO DE FAMILIA.


Libro de familia
Hilario Barrero
Colección Abezetario, El Brocense, Cáceres, 2012

   El transcurrir poético de Hilario Barrero (Toledo, 1948) parece tener un cierto carácter discontinuo. Su carta auroral, Siete sonetos, se edita en 1976, dos años antes de su traslado a Nueva York, donde desempeñará una fértil labor docente en la universidad. Ya en 1999 publica In tempore belli y abre el tramo de madurez con las entregas Luz Ilesa, el cuaderno Agua y humo y su aportación más reciente, Libro de familia, volumen que compendia la lírica de la última década.
   Todas las composiciones de la sección inicial, “Predadores”, incluyen la palabra “luz” y comparten un similar enfoque elegíaco. No es una claridad auroral, de amanecida, sino la luz de la casa encendida en el regreso; la mirada de vuelta que hace balance de mudanzas. Quien retorna es otro y siente su cuerpo apagado y distinto. De esa condición frágil se derivan las estampas situacionales en las que también los sentimientos llevan fecha de caducidad. La imagen del protagonista verbal en la madurez contrasta con la ufanía de un muchacho apoyado en la esquina de la plenitud, todavía inconsciente de que cualquier emoción antes o después se integrará en el río del olvido.
  Resalta en este apartado el poema “Predadores”, con un cierre para la memoria del lector: “Que entre la destrucción al menos queden / tus ojos, la fecha y el nombre que te di, / que quede nuestro amor. / Nada perdurará y tú lo sabes. / Ni siquiera este amor ".
 En “Silla para la muerte” los matices del desgaste se acentúan; el ser de las cosas adquiere un epitelio de moho y abandono y el sujeto textual se convierte en observador de la carencia. La decrepitud se multiplica; está entre los fondos pictóricos de una pinacoteca, en la sombría quietud del cementerio, entre los viejos sentados a la puerta de un casino o en el ajuar gastado de un museo diocesano. Son escenarios diferenciados, pero todos cobijan los netos indicios del ser para la muerte.  
   La parte final, “Libro de familia”, ofrece un panorama desencantado y sombrío de la sociedad finisecular. La voz poética se objetiva para narrar con precisa sencillez observaciones capturadas en el quehacer existencial comunitario. De este apartado se hace materia prima el joven desconocido que conserva en su representación plástica la atemporalidad de una belleza inmarcesible, pero también lo oscuro, el dolor de los padres que en la sala de espera, tras el resultado de una operación quirúrgica. Se incorporan al devenir poético biografías ajenas en las que se cumple el ciclo de la vida, no sólo en el deterioro de la fisiología sino en el desconcierto de tantas esperanzas que el musgo de los días recubrió sin cumplimiento. Más introspectivos, los poemas de cierre de “Libro de familia” dibujan un autorretrato, hecho de referencias temporales que se convierten en lejanas secuencias, como si fuesen el patrimonio afectivo de un desconocido. Las composiciones ralentizan el tenebrismo, ese instante del encuentro con una muerte real, cercana, vencedora, capaz de borrar la existencia de la madre, o de dar cita al recuerdo de las vivencias compartidas.
   Hilario Barrero se ha ganado el aprecio de todos al verter a nuestro idioma la poesía de Jane Kenyon, Ted Kooser y Donald Hall y ha dejado muestras de otras facetas de su escritura en sus abundantes páginas autobiográficas y en su libro de relatos breves. Ahora, con Libro de familia completa retrato literario con poemas hechos de heridas sentimentales, tachaduras y rescoldos. Poesía cernudiana, de aire clásico, tanteos de una meditación evocativa que mide el paso de lo temporal.

domingo, 5 de agosto de 2012

ALMUDENA GRANDES. DAR LA TALLA.

 El lector de Julio Verne
Almudena Grandes
Tusquets editores, Barcelona, 2012

  En su ensayo Tesis de filosofía de la historia, W. Benjamin insiste a menudo en la tendencia del historiador a identificarse con los postulados de los vencedores. Esa visión homogénea del conflicto se convierte en patrimonio cultural y borra  cualquier rastro épico de los perdedores. Hay, sin embargo, investigadores que avanzan a contracorriente, adversos a las líneas críticas del conformismo oficial. De modo semejante plantea Almudena Grandes (Madrid, 1960) su ambicioso ciclo narrativo en torno a la guerra civil española y al devenir de la dictadura franquista. La escritora pretende rescatar del olvido comportamientos y gestos semianónimos de identidades que merecen un amplio reconocimiento por su sentido ético.
   La primera entrega de este ciclo de inspiración galdosiana,  Inés o la alegría se centraba en el ejército de la Unión Nacional Española y en su invasión del Valle de Arán, en el Pirineo de Lérida, en octubre de1944. Su nueva salida,  El lector de Julio Verne nos traslada a la Sierra de Jaén, en el trienio del terror, entre 1947 y 1949, para recrear la guerrilla de Cencerro, un rebelde mítico.
  La escritora pone en boca de Nino, un niño de nueve años, el hilo argumental. Hijo de un guardia civil, su existencia discurre en la casa cuartel, entre familias del cuerpo, en un clima de tenaz inocencia que poco a poco se resquebraja, cuando la voz narrativa  está a punto de cumplir diez años. El calendario marca el año 1947 y la situación social del destino paterno en Fuensanta de Martos,  un núcleo rural. La guardia civil vela por el orden establecido y ejerce una feroz represión sobre los sospechosos de colaborar con una guerrilla asentada en los montes cercanos. Entre los emboscados  hay un nombre, Tomás “Cencerro” que ha sido capaz de aguantar la presión del ejército y de ganarse el respeto de la población con gestos de generosidad y valor; cada vez que se anuncia la captura del reclamado guerrillero, vuelve a perpetuarse el nombre en otro lugar cercano, porque ya no es un sujeto concreto sino un símbolo de la resistencia.
   El niño, que va conociendo los desajustes de la realidad y va descreyendo de esa trinchera abierta entre buenos y malos, es enclenque y menudo, y sus padres temen que no de la talla en el futuro para seguir la tradición paterna. Pero el pequeño lector de Julio Verne no quiere vestir de verde, calzar votos y encajarse el tricornio sobre la frente, poco a poco va aprendiendo que su padre está lleno de dudas y que hay actuaciones en el cuartel que son meros episodios de crueldad. En cambio siente admiración por Pepe El Portugués, un personaje solitario que vive en la montaña, cuya existencia es sinónimo de libertad y adaptación al medio. Por este amigo adulto llega a sentir un respeto reverencial, una suerte de admiración basada en su solvencia para resolver primeras necesidades y en su hermanamiento solidario con los que ejercen empleos miserables.
  Almudena  Grandes construye un poblado friso de figuras emotivas en el que podemos vislumbrar la crónica viva de un tiempo feroz. El régimen de Franco afronta el arranque de la dictadura con una dureza exorbitante que obliga a posicionarse a los que la soportan. Y en este deambular de peones Nino vive su particular crecimiento como persona y  moldea una subjetividad que borra cualquier rastro de inocencia. Si no puede culminar en el futuro el empeño paterno por su escasa estatura, sí está dispuesto a cumplir con su destino y dar la talla; no cerró los ojos ni fabricó verdades complacientes. Afrontó la realidad de acuerdo con sus propias ideas.



miércoles, 1 de agosto de 2012

VÍCTOR BOTAS. LÍNEAS MAESTRAS.


Poesía completa
Víctor Botas
Edición y prólogo de José Luis García Martín
La Isla de Siltolá, Sevilla, 2012

  Lejos del núcleo generador de la etiqueta “novísimos”, la obra poética de Víctor Botas (Oviedo, 1945-1994) comienza trayecto a finales de los años setenta, en el titubeante clima de la transición, y cristaliza con fuerza en la geografía plural de la década siguiente gracias a su calidad literaria, al empuje afectivo de Paulina Cervero y al empeño de críticos como José Luis García Martín, su amigo y primer valedor.
  La iniciativa de La Isla de Siltolá asienta de nuevo en el escaparate un volumen de impecable aspecto formal, con desnuda cubierta minimalista, y recupera una voz que ya es patrimonio de un amplio colectivo de compañeros de viaje, en la que han profundizado los ensayos breves coordinados por José Luna Borge y Leopoldo Sánchez Torre y que se recopiló en antologías como Historias con historia (Antología poética 1979-1994), firmada por Luis Bagué Quílez.
   En la introducción, José Luis García Martín enumera los múltiples enlaces con el poeta y la obra y los rasgos más señalados de esta escritura: tradición grecolatina, admiración por Borges, coloquialismo, humor, crítica social, autobiografía velada que proyecta las vivencias concretas de una identidad que es al mismo tiempo autor y personaje…Desde su carta inicial, Las cosas que me acechan, hasta la entrega póstuma, Las rosas de Babilonia, Botas mantiene una nítida personalidad que se enriquece con nuevos matices en el acontecer temporal en torno a unos cuantos temas: el amor, la historia, la visión satírica de determinados comportamientos sociales y la ineludible presencia de la muerte. Estos argumentos concretan la mayor parte de una producción que alcanza sus momentos cimeros en los libros Historia antigua y Retórica, y coincido en esta valoración con García Martín quien, en nota a la edición, clarifica que todos los textos reunidos son aquellos que el autor dio por válidos, sin añadidos de apuntes malogrados. Para el conocimiento de afinidades, mimetismos e influencias es muy orientativa la lectura de Segunda mano, un muestrario de traducciones y recreaciones de textos ajenos. En este rescate de la memoria hallamos una característica común: el traductor consigue confundir el tiempo de escritura y someterlo a la onda expansiva del presente. Los nuevos poemas desbordan naturalidad y verismo y desacralizan magisterios. De de los estantes regresan Catulo, Petronio, Marcial, Li-Po, y entablan un diálogo cercano con Kavafis o Fernando Pessoa, como si en cualquier época se reformularan los mismos temas con sensibilidad pareja.
  En el volumen Poesía completa encontramos la aportación definitiva de un poeta que apareció tarde en el vedado territorio de las antologías de época, pero que acabó convirtiéndose en una voz referencial, en una forma característica de entender el poema, mantenida hasta su mutis definitivo.