miércoles, 31 de julio de 2019

LUIS GARCÍA MONTERO. ROPA DE CALLE

LUIS GARCÍA MONTERO
Ropa de calle
(Antología poética 1980-2017)
Edición de
José Luis Morante
Cátedra, Colección Letras Hispánicas
Madrid, 2018, tercera edición

NUEVA EDICIÓN DE  ROPA DE CALLE


 El incansable activismo creador de Luis García Montero reclamaba una urgente puesta al día de Ropa de calle, edición crítica de su travesía poética, aparecida en el catálogo de Letras Hispánicas en 2011. La muestra recogía una amplia mirada al trayecto biográfico del escritor de Granada y una selección de poemas escritos en un intervalo temporal que abarca casi tres décadas, entre 1980 y 2008. Desde esa fecha hasta 2016 el poeta ha protagonizado una etapa muy fecunda en la que ven la luz los poemarios Vista cansada, Un invierno propio y Balada en la muerte de la poesía. De las tres entregas se recoge ahora, en esta nueva edición de Ropa de calle  una amplia aportación poemática que da consistencia y continuidad a un trabajo intelectual de primer nivel, con amplia repercusión en la lírica más joven y en voces contemporáneas que han hecho de la poesía de Luis García Montero un norte que marca coordenadas para su propio taller.
   En este periodo también resalta la apertura de un filón narrativo integrado por tres novelas.  Estas ficciones definen el pulso narrativo del autor que presenta notables afinidades con su ámbito poético. Como es sabido, una cualidad persistente en esta obra lírica es la textura narrativa de las composiciones. Sin divagaciones, los estratos del poema se articulan con el pautado acontecer de una senda clásica que muestra exposición, nudo y desenlace. Esta aseveración prolonga sin suturas la dimensión narrativa que abre Luis García Montero en su producción literaria. El nervio germinal de su primera novela, Mañana no será lo que Dios quiera, es Ángel González, presencia fija de su familia poética, junto a Federico García Lorca, Antonio Machado,  Rafael Alberti, Luis Rosales y Jaime Gil de Biedma.
   La variedad polifónica del escritor se completa con el ensayo, la edición crítica y la columna de prensa, facetas donde amplía las posibilidades expresivas de nuestra lengua. La literatura de Luis García Montero prosigue sin desvíos, en una línea firme de continuidad y crecimiento, lo que determina la convicción profunda e que era necesario este nuevo encuentro del lector con Ropa de calle  para presentar un colmado balance de etapa, una detallada fotografía del ser poético en el fluir del tiempo.





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martes, 30 de julio de 2019

DORMIR BAJO TECHADO

Habitación con vistas
Fotografía de
Internet



DORMIR BAJO TECHADO

Perdonen la tristeza

CÉSAR VALLEJO

   Esa bronca manía del presente de no sentar cabeza  nos impide dormir bajo techado. Su devenir es un golpe de dados. En la ajada piel  del ahora se escribe un enjambre de titulares. Son contingencias
que llenan de aspereza los días.
   Autista, el porvenir tiene miedo y espera. Ha leído a Kavafis; busca otra tierra y otro mar donde el amanecer no nazca herido.

(Apunte del diario)





domingo, 28 de julio de 2019

MENSAJES EN UNA BOTELLA

Espera
fotografía
de
Internet



AFORISMOS CON TRAJE DE DOMINGO


Cada náufrago reclama para sí la madera raída.


Alguien escribe. Soy parte de la trama. Un personaje episódico.


Estoy aquí, creo, aunque desconozco la ubicación exacta del aquí.


Los aforismos marcan la piel del agua, como la huella frágil de una verdad.


Para la confidencia íntima, personal, directa, un tono de voz sobrio alejado del aspaviento.


Percibo los contornos con la precisión ambigua del miope.


Cada día el desconcierto, la indagación sobre una realidad cambiante y fragmentaria.


Con los años el escepticismo muda en benevolencia.


Sucede que regresas cada vez que te nombro.


No sé apaciguar mi obsesión por relojes y calendarios.


En la íntima discordia entre el yo y la nada, tomo partido.


Un nombre propio que acumula letras en minúscula. Nadie, en suma.


Mientras busco, dejo abierta la puerta para el regreso.


      (Del libro Motivos personales, La Isla de Siltolá, Sevilla, 2015)






viernes, 26 de julio de 2019

ROSARIO TRONCOSO. RELÁMPAGOS

Relámpagos
Rosario Troncoso
Prólogo de Itziar Mínguez Arnáiz,
Epílogo de Javier Gallego
Portada e ilustraciones de Deli Cornejo
Editorial Norbanova
Cáceres, 2019


APUNTES DEL CORAZÓN


   Desde aquel lejano despegue,  Huir de los domingos, que apareciera en 2006, Rosario Troncoso (Cádiz, 1978) ha ido tejiendo -laboriosa y ensimismada Penélope- un quehacer literario que abarca geografías creadoras diversas, como el afán poético, la escritura de artículos en prensa, la preparación de antologías y el impulso editorial de Takara. Así ha ido completando un autorretrato a mano alzada del que son señas de identidad el tono confesional, la presencia de la memoria, el rumor del conflicto entre el sujeto y entorno y las erosiones del transitar como agente incansable de grietas.
  Su nueva amanecida Relámpagos tiene un carácter misceláneo, como corresponde a esa bitácora interna que aglutina la caligrafía sentimental. Muestra el ritmo respiratorio de la reflexión “Después de la tormenta”. El epígrafe es empleado por la poeta y periodista Itziar Mínguez Arnáiz para exponer una síntesis implicada sobre la semántica de Relámpagos; es un dicho vivo, pronto, agudo e ingenioso; son cualidades aplicables a los distintos enfoques del decir breve, compartidas por el aforismo, el texto fragmentario y el haiku. Aquí, tras la portada de Deli Cornejo y las hermosas ilustraciones internas, conviven de modo natural, con una vecindad aplicada en fusionar textura emocional y laberintos del pensamiento. El prólogo comenta con acierto el tantear orgánico de este libro sin género que aborda los sustratos argumentales más transitados por la poeta.
  Cada sección plantea una afinidad semántica que arranca con dos citas representativas sobre el discurrir de las páginas. La de Luis Rosales constata la posición vertebradora del amor en la arquitectura existencial: “Lo que has amado es lo que te sostiene”; y la de José Luis Morante recurre al aforismo para recorrer la distancia invisible entre causas y efectos: “Ceguera: onda expansiva del fogonazo”. Son el germen del ideario de Rosario Troncoso que empieza a caminar con el apartado “Rayo que atraviesa”, un fragmento versal que recuerda a Miguel Hernández y que comparte espacio lírico con estos versos de Jesús M. Gómez  y Flores: “Relámpago azul, sobresalto / que sucede al sueño si no te hallan / mis dedos”.
   El aforismo contemporáneo vive un paréntesis de insólita fecundidad, se suceden nombres propios que arrancan senda en el género. Y a ellos se suman los frutos del apartado “Rayo que atraviesa” que responden a las llamadas del género con muy buen paso y con un innegable barniz lírico: “Estoy aprendiendo a vivir sin pensarte. Y he logrado grandes progresos: no estoy pensando en ti”;  “La pasión abre agujeros por donde entra la nieve”.
   Con frecuencia, la crítica ha señalado el impulso motriz que el adentro del sujeto poético adquiere en las composiciones de Rosario Troncoso; de nuevo se convierte en cartografía reflexiva en “De atmósfera  interior”, donde se recuerdan unos versos de Leopoldo María Panero: “Solo es hermoso el pájaro cuando muere / destruido por la poesía”. La existencia propicia un deambular paradójico que multiplica en sus itinerarios los contraluces; en esa contemplación que aglutina esplendor y ceniza, esperanza y pesimismo ante una realidad que no oculta sus socavones: “Con lo negro del futuro me pinto las pestañas”; “La paz. El equilibrio. La serenidad. La virtud de estar completamente muerto”; “Borrar también el olvido es la muerte verdadera”. Las palabras se hacen espejos donde se deposita la piel sin veladuras, aunque quien escribe conoce los riesgos de la sobreexposición: “Abuso de la primera persona: es una grosería desnudar el alma en otros cuerpos”.
   Tal vez para contradecir la presencia del yo excesivo, Rosario Troncoso recurre a la musa para denominar otra suma parcial de aforismos bajo el epígrafe de “Musa fragmentada”; se recordará que la musa es un ayudante a tiempo parcial del taller literario que ofrece asesoramiento gratuito e inspiración al paso y que tuvo en el movimiento romántico un prestigio insólito. Ahora la musa se ha fragmentado, suele llegar tarde y evidencia una voluntad soliviantada por los agobios. Como escribe Andrés Trapiello, enfermó de mudez. Con todo, es una cordial excusa literaria para un puñado de aforismos: “Si las musas dictan desde lejos se nos quedan los dedos fríos”, “En los talleres de poesía no se enseña el pellizco, el calambre ni la sutileza”; “Los cimientos de papel son los más sólidos”.  
   El apartado “Inventario de fragilidades” sustituye el destello aforístico por fragmentos reflexivos que a veces adquieren la densidad evocadora del poema en prosa. Así germinan rastros de vida que iluminan los cuartos de estar de la convivencia, sus ventanas y muros.
   Poeta siempre en guardia, Rosario Troncoso añade en “De cinco y siete y cinco” una coda en la que el esquema del haiku se convierte en único molde expresivo; así completa un libro que amplía con una lectura crítica de Javier Gallego. El poeta y editor literario es un atinado sondeador de la poética de Rosario Troncoso y acierta de pleno al argumentar que la brevedad del decir conciso propaga un destello que guarda el fogonazo del asombro. De esa luz cegadora y precisa que aporta claridad a las palabras se nutre esta compilación aforística que camina entre el poema y la prosa, entre la filosofía y el callar rumoroso del cauce lírico. Textos que revelan una pupila abierta a lo diario, que muestran que el yo emotivo necesita a diario tomar apuntes con el corazón, porque abrir los párpados es hacer huecos para que se cobije el mundo dentro.




miércoles, 24 de julio de 2019

APUNTE SOBRE LO REAL

Conversación
(Playa de Les Amplaries)
Fotografía
de
Adela Sánchez Santana



APUNTE SOBRE LO REAL

  Miro en silencio la obsesiva cadencia del oleaje, esa confirmación de que las formas son espejismos. La realidad miente, es solo un  paisaje interior.

(Disonancias)






martes, 23 de julio de 2019

JESÚS MUNÁRRIZ. ESCARAMUJOS

Escaramujos
Jesús Munárriz
Editorial Pre-Textos
Colección La Cruz del Sur
Valencia, 2019

SABOR DE INFANCIA



   En la antología Materia del asombro, seleccionada por Francisco Javier Irazoki, se vislumbra el largo itinerario lírico de Jesús Munarriz, entre 1970 y 2015, a través de una selección representativa de setenta y cinco poemas. El cardinal servía de homenaje afectivo para conmemorar el septuagésimo quinto cumpleaños del poeta, traductor y editor. La muestra integra un liminar sobre la voz poética de Munárriz con este párrafo clarificador: “En ella está la voz del hombre que cuida su idioma, la del coleccionista de preguntas, la de un ser enamorado, la del artista con inquietudes cívicas, la del que acompaña a un guía…”. Evidencia que los argumentos se nutren de un yo plural que fusiona contingencia y pensamiento, que hace del lenguaje un sustrato instrumental para constatar la sensibilidad y el compromiso del sujeto.
  La preceptiva clásica japonesa del haiku impone al yo una veladura especular; la imagen del poeta se borra para focalizar en primer plano un entorno natural, sometido al renovado proceso de lo transitorio. El devenir contemporáneo difunde nuevas perspectivas líricas y es frecuente encontrar haikus en los que se asoma esa solitaria voz coral que enmarca en tres versos sus visiones sobre el entrelazado que conforman entorno y sujeto receptor. Asú sucede en los libros de haikus que Jesús Munárriz ha ido escribiendo hasta la fecha, Jaikus aquí (2005) y Capitalinos (2018), a los que ahora se añade Escaramujos (2019), una obra cuyo título recupera el sabor de infancia y enaltece la cercanía a la naturaleza,  aquel deambular entre zarzas, moras y rosales silvestres
   Si en Capitalinos el laberinto urbano se convertía en lugar del poema, en Escaramujos el paseante retorna al hábitat campestre y a los espacios de sosiego y soledad rural: “Llueve en el pueblo, / En lo alto de la sierra / cuaja la nieve”, “Pican los tordos / entre la nieve blanca / escaramujos”, “En un sembrado / un bando de avefrías; /  recobran fuerzas”. Se tantea el sentir más clásico de la estrofa, ese minimalismo formal que convierte cada detalle del paisaje en materia poética. También resuena el carácter temporalista del haiku y la palabra de estación que convierte a cada etapa anual en apartado organizativo; los haikus de invierno, primavera, verano y otoño revitalizan las vestimentas temporales de las cosas y su actitud de espera y goce sensorial.
  El trébol verbal es introvertido. Le gusta el rumor leve de la confidencia que convierte la sensación en una estela mínima: “Entro en el monte. / Me saluda la jara / con su perfume”, “Se arremolinan / las semillas del chopo / como algodones”, “Le hace cosquillas / al álamo temblón / la leve brisa”, “ Mota de polvo / en un rayo de sol. / Así me siento”. Crea sinestesias donde se abrazan sensaciones sensitivas y sentimientos. La realidad se convierte en un espacio interior en concordancia con la forma de sentir y pensar del figurante lírico. Frente a los sentidos se alza una multiforme pared de colores y formas; sus estímulos se transforman en experiencia estética: “Tiñen de malva / las laderas del monte / los tomillares.”, “Entre la niebla / en que se hunde el camino / suena una esquila”, “Escaramujos / incendiando las zarzas / en el crepúsculo”.
     Jesús Munárriz ha comentado en algunas entrevistas que la difusión y edición de poesía japonesa le ha llevado al cultivo del haiku. El lector recordará que la editorial Hiperión ha creado un poblado catálogo de traducciones de poetas esenciales del canon. Y en Escaramujos hay guiños evidentes a los magisterios de Bashô, Santoka, Sokan; para no extenderme solo constato un ejemplo que muestra la calidez gozosa del homenaje: “Salta la rana. / Resuena el viejo estanque / como hace siglos”.
    Kigo es la palabra estacional que aparece en el tríptico y conforma un concepto esencial en la mentalidad japonesa. Jesús Munárriz titula “Sin Kigo” la última sección, como si formulara una poética personal sobre la estrofa; pero no hay ninguna quiebra semántica. Cada uno de los textos, con o sin palabra estacional, difunde la belleza de lo mínimo: “Vuelve y se duerme / el mochuelo en su olivo / de amanecida”, “Primeras luces, / silban los mirlos, silban / asoma el gato”, “Sobre la hierba, / las plumas del gorrión / y, cerca, el gato”.
   En la poblada trayectoria del poeta editor el haiku ha encontrado tierra firme; es una sugerente manifestación de verdad y belleza que, en su minimalismo formal, esencializa una percepción del mundo. Son cálidos destellos que nos muestran, con cercanía afectiva las heterogéneas aristas de la realidad.  Escaramujos es un libro excelente; parte del conocimiento profundo de la tradición oriental para incardinar ese saber, con naturalidad y sencillez, en un entorno complejo y consistente, pleno de vida, proclive a la emoción de quien contempla.




lunes, 22 de julio de 2019

CONSTRUCCIÓN DEL YO (Aforismos)

El yo fantasma
Imagen
 de
Pinterest


CONSTRUCCIÓN DEL YO

Los demás caeríamos como moscas
con los primeros fríos

JESÚS MUNÁRRIZ

Cuánto ridículo abarca la vista aérea del yo.

Habla de sí mismo con solvencia insólita, como si conociese la estructura nómada de las corrientes marinas, la temperatura interior de un volcán activo o la disolución exacta de la niebla.

Con la edad, el yo es un edificio de renta antigua; hay grietas visibles y parte de su estructura se ha venido abajo.

Publicidad monolítica; nunca cesa de anunciarse a sí mismo.

Inesperada aparición del otro. Suponía que era el único habitante de la galaxia, una identidad anfibia de Adán y Eva.

Silencio: estacionamiento subterráneo del yo.

(Aforismos de estío)





domingo, 21 de julio de 2019

VERÓNICA ARANDA. RÍO MEKONG

Río Mekong (Haikus)
Verónica Aranda
Ilustraciones de Manel Sánchez
www.cartoneraisland.com, Colección 31
Cartonera Island
Tenerife, 2018


TRÍPTICOS


  Con un intenso quehacer literario, que aglutina cauce lírico, coordinación y gestión editorial, traducción y el norte de la colección de poesía Toda la noche se oyeron…, centrada en Latinoamérica e impulsada por la Editorial Polibea, Verónica Aranda (Madrid, 1982) ha cultivado el haiku en varias entregas y vuelve a la estrofa en Río Mekong, una edición artesanal de Cartonera Island ilustrada por Manes Sánchez. 
   Siempre que retorno al quehacer poético de Verónica Aranda percibo una intensa coherencia entre expresión verbal y paisaje. El sujeto reflexivo observa el entorno, acumula los elementos que se dispersan entre sus coordenadas y los interioriza para que se integren en el tacto profundo de la subjetividad. Así amanece una claridad perceptiva en la que el exterior se difumina en la lejanía para que implosionen sus efectos en una suerte de contacto espiritual entre sujeto y hábitat. De esta perspectiva se nutren poemarios como Poeta en India, Alfama, Café Hafa y Otoño en Tanger, todos derivados de una localización geográfica muy explícita.
   Con ese enfoque del caminante en ruta se construyen los haikus de Rio Mekong, donde el esquema versal japonés se hace único molde para abordar las experiencias nómadas del protagonista lírico. Recordarán los lectores que el cauce fluvial asiático es una arteria nacida en China que atraviesa Laos, Birmania y Tailandia para adentrarse en su curso bajo por las llanuras aluviales de Camboya y Vietnam, hasta desembocar en el Mar de China, formando un fértil delta cenagoso que propicia el cultivo de arroz, sustrato alimenticio básico en todos los países.
   La poeta alude de inmediato a la primera dimensión de esta poesía: la contingencia del viaje que ponen en primer plano una geografía cognitiva: “Comienza el año / navegando el Mekong / Nuevos propósitos”; el mínimo aviso pone en marcha unos sentidos receptivos que vuelcan la memoria en el discurrir y se disponen a un acercamiento a la otredad; recordemos que una de las características del haiku clásico es el rechazo al yo como protagonista del poema y la necesidad de velar sus emociones y pensamientos para convertirse en un privilegiado testigo del ciclo estacional: “Bajo el calor / coletean las carpas. / Río con flores”. La mirada focaliza sensaciones y mínimos sucesos que se poetizan de inmediato: “Claro fugaz. / El pescador de ostras / contempla la montaña” . El haiku anterior sirve también como inciso formal: el habitual esquema silábico 5/ 7/ 5/ no se cumple y se incardina en el poema un verso conclusivo de siete sílabas; de ahí que haya titulado la presente reseña con un acierto expresivo de Rafael Cadenas, quien en sus haikus aformales utilizó el término “Tríptico" para denominar un haiku que no se escribe al modo clásico y varía la suma silábica. No es una torpeza formal sino una variante expresiva que invita al lector a romper el monolitismo estrófico con otras combinatorias versales: por ejemplo 7/5/7. Veamos un hermoso ejemplo: “Mercado de Saigón. / Cortan despacio / Flores de calabaza”.
  La identidad poética más representativa de Verónica Aranda propicia un realismo pensativo  cuyas notas singulares se aplican con textura artesanal a la piel expresiva del haiku: textos muy breves, minimalistas, que con escasos materiales consiguen un sorprendente desarrollo argumental y una fuerte solidez emotiva. De este modo, los destellos de la memoria se transforman en un patrimonio sentimental preservado contra las erosiones del olvido. Cuando el viaje concluye, prosigue ruta en el poema. ese refugio abierto donde cabe cualquier itinerario.













viernes, 19 de julio de 2019

CARLOS ROBERTO GÓMEZ BERAS. APOSENTO

Aposento
Carlos Roberto Gómez Beras
Isla Negra Editores
Colección Filo de Juego
San Juan, Puerto Rico, 2019, 2ª edición



VOLVER AL YO


   Catedrático universitario, editor de Isla Negra, uno de los pilares editoriales del Caribe, y poeta de profusa y reconocida travesía, Carlos Roberto Gómez Beras (República Dominicana, 1959) ha dejado en sus páginas de madurez entregas esenciales como Árbol (2017), salida reeditado un año después en serbio y castellano, cuya estética esencial y fragmentaria muestra un afán de búsqueda. Esa indagación en el lenguaje es también aplicable a su obra más reciente Aposento, denso volumen aparecido en la Colección Filo de juego. 
   El poeta sostiene que titular es un arte, un oficio que debe ejercitarse con extrema perfección porque supone el comienzo de ruta. El sustantivo “Aposento” del título alude a un hábitat cercano e intimista en el que se acomodan los rasgos internos,  más frágiles y personales del personaje poético. Ya en el poema “El ave”, compilado en el libro Solo el naufragio, se añade al nombre una semántica expansiva“… que en el sueño de un poeta / también hay aposento / para la ola que despierta / para el himno que florece (…)”. Entre las cuatro sílabas se encaja el rostro claro del asombro.
   La entrega inicia senda evocativa con unos versos de José Ángel Valente que subrayan el papel esencial de la memoria, ese itinerario hacia el origen  Cada identidad preserva un yo a resguardo en el trayecto vital, una presencia que es quemadura y testimonio. Con ese reflejo intacto se despliega el hilo argumental del primer poema. Sus versos airean una sensibilidad proclive al recuerdo que abre la mirada a vivencias autobiográficas, enriquecidas por el tacto mágico de la imaginación. La voz introspectiva recupera un pretérito moldeado por la ternura de la niñez. El protagonista poético desanda distancias hacia sí mismo por los caminos de la nostalgia con la esperanza de volver a ser Robertico, frágil presencia de la niñez asomada al misterio de la vida al paso. Recordar es dar cauce también a una línea de sombra que subraya la fugacidad y el espejismo; ser es encarnar una pieza en el tablero en manos del destino. Aquella epifanía, habitada por sentimientos y asombros, se va despojando en el cumplimiento de un sendero individual que convierte el ahora en un espacio de estragos y lejanía. De ese estar dan fe las palabras empeñadas en quebrar la sombra: “Contra ruina y cadáver / La palabra que hoy nos despierta. / Escribir  sobre el agua que fluye / porque somos cuerpo y despedida.”
   En la persistente suma de pasos, poco a poco, se oculta la luz para oír cada vez más nítido el rumor de la ceniza. El paisaje humano se hace árido, como si exigiera establecer un balance de sensaciones y olvidos; la filigrana de una estela vacía. Las palabras aluden con frecuencia a identidades familiares que tenían un claro significado existencial; por ejemplo la abuela Rosa, que abandonaba el balanceo de su mecedora para acoger en su estar “un corazón, una caricia y un cielo”. Entre esos rescates afectivos, propiciados por una fotografía o un simple recuerdo, también se vislumbra el lejano perfil del padre y su ausencia madrugadora: “Ayer soñé con mi padre. / Nunca su mirada fue tan horizonte. / Nunca su sonrisa fue tan río. / Nunca sus manos fueron tan caminos”; o la ensimismada biografía de Pepé, aquel tío que sufrió una realidad desapacible. Así se va completando la inasible trama del existir en el que cada vez adquiere más fuerza la percepción de la muerte; nada queda del niño perdido en la memoria. Ahora el yo es el depositario de una conciencia de finitud y cumplimiento, un constructor de dudas que se mira con la sensación de que pronto llegará la noche, como un denso paraguas crepuscular para borrar máscaras y apariencias, mientras las palabras dejan su saldo de gestos, miradas y retornos.
   En el cuerpo central de Aposento sobresale el poema “El bar de Yoryi”, una larga composición narrativa que despliega una emotiva educación sentimental. Se recrean indicios biográficos que marcan el paso a la autonomía juvenil. La pureza infantil y aquel mundo de claridad sentimental son abandonados en el rincón de la melancolía. La existencia ahora es un espacio de inquietud marcado por la mitología del deseo. Recuerdo que en la compilación Aún (1992-1989), que integra los cuatro primeros libros de Carlos Roberto Gómez Beras, se recogía este juicio del escritor y crítico dominicano José Alcántara Almanzor: “Estamos en presencia de una fuerza avasalladora, un universo sensorial en el que la mujer ocupa el centro indiscutible”. En la voz del deseo el cuerpo es un libro de panes, peces y palabras. Con el impulso de quien canta los signos del yo femenino se describen las circunvoluciones del amor, ese sentir que acorrala y desasosiega, que se hace meta y urgencia.
   Para quien concibe el lenguaje como patria del ser, es casi obligatorio el sustrato metapoético y la mirada a la experiencia literaria. En los poemas finales se cobija una filosofía de la creación que muestra un pensamiento pendular entre poeta y poema o entre la voluntad de la escritura  de dar a lo transitorio un espacio de permanencia.
   En la vasija rota del discurrir el poemario Aposento deja una perspectiva de continuidad. Muestra el perfil de la memoria, como quien explora en la piel los oscuros trazos de una cicatriz para resucitar lo perdido, para que no se apaguen las luces del recuerdo y dejen en el poema rastros de luz. La palabra se hace autobiografía, un territorio poético que enlaza tiempos e identidades como un largo puente, tendido en el vacío de ser.



     





jueves, 18 de julio de 2019

VISIONES

La casa de bambú


VISIONES

El camino está siempre por hacer
Así se erigen ciudades y vidas

PEDRO SÁNCHEZ SANZ

Los espejismos
reparan lo real;
corrigen sueños.

                                                            (Del libro A punto de ver, Polibea, 2019)



miércoles, 17 de julio de 2019

EL DON

bajo techo
Fotografía de
Adela Sánchez Santana


EL DON

Qué inseguro se está aquí,
Sobre las cumbres del corazón

                                  R.M. RILKE

   Su cercanía requiere la actitud vigilante del insomne. Tras la máscara aleatoria de su sonrisa tiene un don. Con él ejerce a cada paso una insólita capacidad para convertir un techado en intemperie, un afecto en limo sentimental.
   Chapotea su maldad en el barro. Así es feliz.

(De Cuentos diminutos)




martes, 16 de julio de 2019

ESPACIOS AZULES (AFORISMOS)

En la orilla
(Paisaje escocés)
Fotografía de
Javier Cabañero Valencia
CON ESPACIOS AZULES




Escribía aforismos; le gustaba patinar sobre zancos.

Voluntad continua para especializarse en el autorretrato. Pero no encontraba modelo.

En la consulta, frente al doctor, bajo los ojos. Confieso mi adicción. Una y otra vez recorro un paisaje con espacios azules.

Escribir es vencer el miedo. La literatura es un acantilado que reclama el salto.

Mientras estoy en ella, la realidad es transparencia.

Para explicarme uso el silencio. Se entiende mejor.

La felicidad atestigua demoliciones. Lo que pudo haber sido.

Enfermé de ausencia. Nunca estoy. Si vuelvo retorno amorfo e impreciso, como si me hubiese perdido en el camino.

Las máscaras engañan cuando mienten, y cuando dicen la verdad.

Sobre el dintel de cada aforismo alerta preventiva: aquí hablar mucho cuesta caro.

(Aforismos al paso )

lunes, 15 de julio de 2019

MIGUEL ÁNGEL GÓMEZ. VERSOS Y PROSAS

Caída libre
Miguel Ángel Gómez
Libros Al Albur, Apeadero de Aforistas
Sevilla, 2019 



MIGUEL ÁNGEL GÓMEZ: VERSOS Y PROSAS


   Aunque algunos poemas sueltos se publicaron en proyectos colectivos anteriores como las antologías Soledades juntas (2005), Perro sin dueño (2007) y El triunfo de la muerte (2011) el quehacer literario de Miguel Ángel Gómez (Oviedo, 1980), Licenciado en Filología Hispánica y docente de Enseñanza Secundaria, protagoniza en los últimos años un insólito crecimiento en verso y prosa.
   Hace apenas un año, ediciones Camelot, publicaba Sombra, sexto poemario del autor y muestra clara de un ideario que hace del surrealismo, más que del culturalismo, uno de sus veneros centrales. A pesar de que el poeta alude a magisterios como Allen Ginsberg, Gary Snyder o Sharon Olds, voces en las que el pacto realista se convierte en estrategia enunciativa, la poesía de Miguel Ángel Gómez confía en la imagen y vela con frecuencia los significados con una notable arquitectura de símbolos. El resultado es un decir que expande temas de un modo personal, hermético y con amplia libertad para dar cauce a los contenidos sentimentales. Sombra es un poemario amoroso que deja al yo verbal en ese estado de intimidad desbordada que contrae lo racional y vaporiza el onirismo.
   Frente al pautado discurso de lo racional, la voz poética del escritor completa un decálogo que hace de la norma un entrelazado de confabulaciones imaginarias, de fantasmas en libertad, de especulaciones sobre lo real: “Escribir es lo que te permite decirle que se quede cuando ya se ha ido”.
   Su séptimo aporte, Canciones acusadoras (Baile del Sol, 2018), con prólogo entusiasta de Marcelo García, está centrado en la actitud poética y en su cultivo del asombro y echa a volar sus composiciones con similar impulso amoroso. Para el sujeto enamorado el deambular diario es un entorno sentimental y habitable que justifica cada gesto. De cuando en cuando, habitan los poemas presencias rescatadas que rompen la verosimilitud intimista para dar a las composiciones el evanescente aspecto de algún sueño o el recorrido sosegado por las calles tranquilas de la imaginación. 
  Miguel Ángel Gómez bifurca su taller literario; cultiva la narrativa, el relato breve y la crítica, géneros que ahora dejan sitio a su primera salida aforística, Caída libre (Libros al Albur, 2019). El escritor se suma así al cauce de lo fragmentario en Apeadero de Aforistas, con una entrega abierta con dos textos casi programáticos de Leopoldo María Panero: “Qué vana es la caída, digo el verso” y Max Aub: “esta minúscula caída”.
   En la codificación habitual del aforismo filosofía y senda poética mantienen un trazado casi equidistante: “El poeta y el filósofo permiten que nos despojemos de todo menos de la mente”. El pensamiento busca materiales de uso en la introspección y manifiesta sus incursiones en el yo desde una expresión esencial, donde nada sobra, con esa convicción de que cada palabra es necesaria porque capta la esencia, especula, busca el asombro, sin miedo a caminar por el laberinto porque “Equivocarse con precisión es brillar con una llama nueva”.
   El aforismo es también un estado de ánimo: “Felicidad”. Qué palabra. Todos sabemos que empieza por “Fe”; la manera de embocar una perspectiva sobre el trayecto existencial sin que los pasos adquieran el peso alevoso del cansancio para renovar el vigor y la espera.
   La identidad de la escritura busca un espejo para la reflexión: “El poeta es un sastre con voz sonora que hace ropa para fantasmas”, “Escribir es que un millar de perfumes choquen entre sí”; “Un poema debe abrir la puerta con fuerza y lanzarse a través de ella”; “Es posible que la lógica sea incompatible con la inspiración y el caos sea un fogoso caballo de carreras”. Y un enunciado que sirve también para perderse de nuevo entre los poemas de Sombra y Canciones acusadoras: “Los que no entienden mi poesía están en el callejón sin salida del análisis de las causas y los efectos”.
   Fiel a sí mismo en cada género, Miguel Ángel Gómez escribe sus aforismos con la tinta colmada del poeta –“Los mejores aforismos alcanzan un esplendor tan rebosante que el alma se derrama”- para que la realidad se expanda en nuevos espacios reflexivos. Lúcido para abrir con cautela  los abismos del tiempo y explorar contraluces y trayectos, nos deja en Caída libre la mirada abierta de quien desea convertir el aforismo en un viajero, una conciencia en marcha que guarde sobresaltos y sentir.




sábado, 13 de julio de 2019

TIEMPOS VIRTUALES

Algas
fotografía de
Internet



TIEMPOS VIRTUALES

Con mi gratitud por su poesía,
a Víctor Peña Dacosta

Conócete a ti mismo, escuchó. Y se hizo un selfie.

*
Abría y cerraba a diario las ventanas de Windows, pero sus laberintos interiores preservaban un intenso olor a soledad y a moho.

*
La posverdad, esa opción monolítica de la mentira.

*

Todas las ofertas de telefonía móvil están dirigidas al yo horizontal, ese sujeto sobresaltado y frágil que hace un instante dormía la siesta.

*

Intimaron tanto que convirtió a su videoconsola en pareja estable.

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Esos sustantivos que emplean los mejores de mi generación y suenan a proclamas revolucionarias: izquierda, tolerancia, amistad, leal, coherencia, trabajo…

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Los opinadores ratifican las ideas propias, mientras aplauden conmovidos el proceso de canonización laica. En proceso la meritoria canonización de Jesús Cintora, Wyoming, Monedero y Rufián, esos filósofos de la posposposmodernidad… En la derecha, los opinadores sufren una metamorfosis y se convierten en resentidos que cuentan las faltas de ortografía de la tesis doctoral de Pablo Iglesias.  

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Cuando mando argumentos a mis amigos, percibo la inmediata utilidad; todos emplean mis sugerencias como hogareños felpudos.

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Estoy pensando que ser feliz es un estado de Faceboook.

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Perdí el paso al razonar sobre los amigos de mis amigos y los enemigos de mis enemigos. menos es más y no sé si todavía funciona el GPS…  
 
(Anotaciones para un diario) 


viernes, 12 de julio de 2019

VÍCTOR PEÑA DACOSTA. OBSOLESCENCIA PROGRAMADA

Obsolescencia programada
Víctor Peña Dacosta
RIL Editores, España, 2019

SUJETOS VIRTUALES

   Quería comenzar esta reseña sobre el poemario Obsolescencia programada de Víctor Peña Dacosta (Plasencia, Cáceres, 1985) con la palabra Ironía. Así, con mayúscula, subrayando el contenido semántico. Pero estos versos del poema “Campos de fresas a ratos” me contuvieron, a la vez que abrían otros interrogantes: “El caso es que sigo siendo aquel / que hace como que no se da cuenta / y finge que todo tiene gracia”.
   El poeta y profesor extremeño, con quehacer laboral en Águilas, como añadido protagonista de la colectiva diáspora regional, suma hasta la fecha los poemarios La huida hacia adelante  (2014) y Diario de un puretas recién casado (2016). Ambas entregas evidenciaban una proximidad cómplice entre personaje lírico y sujeto biográfico. La escritura se concibe como una botella con mensaje arrojada a las mansas aguas de lo diario. En ellas flotan las tribulaciones chinas de un ego concreto y aplicado en percibir las grietas del ahora. Las composiciones de Obsolescencia programada no cambian el paso. Deambulan por esas sendas que muestran un entrelazado de asuntos personales y preocupaciones colectivas; en suma un sujeto histórico, con músculos y huesos orteguianos, marcados por las circunstancias.
   Víctor Peña Dacosta plantea Obsolescencia programada como un ciclo estacional que lleva como amanecida un verso aforístico de Luis Cernuda: “Perder placer es triste”. Desde esa sensibilidad que moldea un entorno transitorio y cambiante llegan los poemas de “La vida en las ventanas”. El apartado de apertura focaliza el contexto. En él la bulimia digital ha fagocitado muchas horas de ensimismamiento. La red es un laberinto accional, crea hábitos, configura identidades, alza espejismos y confabula un devenir hecho de estratos superpuestos y fragmentarios de la realidad. Así se constata en poemas como “Alzado en la rutina”, casi una crónica de un existir evanescente y virtual que nos somete a mero estado de Facebook. El estar en pantalla concede un espacio intangible que alza de otro modo emociones y sentimientos de la arquitectura afectiva.
   También el caminar hacia la nada se entiende de otro modo. El poeta acierta plenamente al entender la práctica del balconing –esa insólita costumbre del turista británico borracho de experimentar leyes de gravedad vertiginosas- como un salto al vacío existencial. Al cabo, como recuerda la cita de Piedad Bonnett: “Lo terrible es el borde, no el abismo” y la experiencia es un movimiento pendular hasta el extremo. La sección multiplica las situaciones que prodigan ese estar al límite: el escalador y las identidades que se aferrar a un borde frente al vacío practicando la voraz metafísica de la autodestrucción: “sabe que lo le va a servir de mucho / llenar la nada de nada. / Pero sigue pidiendo más.”
   El abismo es también ideología, las erosiones y derrumbes de un tiempo sin certezas que ha deshabitado los espacios más firmes de los dogmas. En “Menchevique” un repaso atinado a la conciencia de clase y a las contradicciones de una sociedad global que hace del consumo y el pragmatismo pequeño burgués sus muros de carga. La ironía se convierte en sarcasmo y acidez intelectual  cuando el poeta recupera aquel hermoso episodio de las “Brigadas internacionales” luchando por la libertad frente al fascismo para constatar que los descendientes de aquellos idealistas por la libertad son ahora turistas gregarios que invaden cada uno de los espacios litorales con sus excesos.
   Con sentido crítico y un pesimismo desolador, aunque se disfrace de humorada, el poeta extremeño corrobora el ocaso de las ideologías y la oquedad de cualquier revolución marxista. Los viejos camaradas superaron la interinidad para convertirse en colegas que sorben los tragos de la conciencia con cerveza fría y algún aperitivo pasado de fecha. Esa misma desolación futurista impregna los poemas de “Españolía”, pese al recuerdo futbolero del mago de Hortaleza y a los peinados gominosos de Margaret Thatcher, luminarias reflexivas del apartado. Desde Valle-Inclán hasta la fecha han caído muchos trienios pero parece que la imagen colectiva que prodiga Victor Peña Dacosta comparte trazos y colorines con el esperpento. Uno sale de cada poema con el ánimo encogido del “No es eso, no es eso”.
    Obsolescencia programada es un libro intenso, de los que cuestionan el conformismo y dejan migas de pan para el retorno a sus páginas. Víctor Peña Dacosta, con dicción coloquial y directa, casi en el borde del prosaísmo, escribe versos que zarandean. ya se ha dicho que no son pocas las composiciones que encogen el ánimo y ponen en el pecho un golpe de tristura, otras incorporan un vocabulario epocal con voces nuevas y anglicismos o reactualizan aciertos expresivos de magisterios de magisterios y estéticas plurales (Dámaso Alonso, César Vallejo, la beat generation o la poesía social de Blas de Otero…) que soportan bien el tiempo en caída libre. Todos los poemas dan validez a una sensibilidad implicada en las coordenadas del presente. Alcanzan a trasmitir  una visión natural y precisa de quien se esfuerza en entender el entorno y en entenderse a sí mismo, esas peculiares aspiraciones del optimista.




   
  

jueves, 11 de julio de 2019

LOS QUE ESPERAN

Anciana en la plaza mayor
Fotografía de
La Opinión de Zamora



LOS QUE ESPERAN

   Llegan temprano al parque desde algún itinerario común y repetido. Caminan lentos, con un rumor de brisa en los zapatos y los ojos clavados en el suelo. De vez en cuando relatan vidas improbables, hechos que ahora parecen tangenciales y oscuros. Cuando están en el parque nada ocurre, pero son más ellos, con la vista fija en ese oficio que tan bien conocen: esperar.

(De Cuentos diminutos)



martes, 9 de julio de 2019

ACERCA DEL SUEÑO

Figuras oníricas
imagen del
Instituto AMI


ACERCA DEL SUEÑO
                            

       A mi hija Irene

I
      
Qué es el sueño, preguntas,
con la abrumadora ingenuidad
de quien me presupone una respuesta.
Y yo salvo el escollo
modulando una frase convulsa
en la retórica de los desconciertos.
Te digo: el generoso don
que la fatiga obtiene de la noche,
una brizna de luz escalando la sombra,
el envés de una historia
cotidiana y absurda;
tú misma, hija mía,
cada palabra tuya, cada gesto.
No sé si el sueño
es potestad del hombre
o comparten los sueños animales y cosas.
Ignoro de igual modo qué hilo teje
su textura de seda,
qué alzada confabula
su hermética apariencia
o qué brújula guía
la estela de sus viajes.
Sé que hay sueños tristes y gozosos,
oscuros y diáfanos,
ocasionales y obsesivos;
sé también que hay sueños tan hermosos
que el tiempo los indulta y perseveran,
y no envejecen nunca.

II

Hay sueños que una noche
consumen su existencia
y otros que se prolongan con los días.
Simulan los primeros
una especie común de lepidópteros
y acaban siendo pasto
del trastero y del polvo,
como un experimento vanguardista.
Levísimos planetas alumbran los segundos,
como estrellas fugaces que convocan
múltiples y azarosas travesías.
Ante nuestra mirada sus figuras componen
un paisaje celeste,
intangible materia en sereno reposo,
donde habita la luna del deseo.


                                          (De la antología Mapa de Ruta)