Mostrando entradas con la etiqueta Colección Chamanes en trance. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Colección Chamanes en trance. Mostrar todas las entradas

miércoles, 2 de julio de 2025

FRUTOS SORIANO FERNÁNDEZ. MI PADRE ME VISITA EN SUEÑOS (APUNTES DEL DIARIO DE RAMÓN FERNÁNDEZ)

Mi padre me visita en sueños
(Apuntes del diario de Ramón Fernández)
Frutos Soriano Fernández
Chamán ediciones
Colección Chamanes en trance
Albacete, 2025 

 

ASUNTOS PROPIOS

 
   Desde el formato expresivo de la anotación breve, Frutos Soriano Fernández (Albacete, 1960) escribe Mi padre me visita en sueños. (Apuntes del diario de Ramón Fernández). A primera vista, la narración remite de inmediato a una autobiografía en la que tienen acogida señalados episodios personales,  que marcarán el azaroso discurrir de lo cotidiano.
   El múltiple perfil literario de Frutos Soriano, en el que conviven la poesía, el teatro, la columna y la exploración del haiku como autor, antólogo y estudioso, moldea un protagonista cercano. El narrador tiende a la meditación, desde la experiencia de lo vivido, con el íntimo lenguaje de la confidencia y con el epitelio estacional de los cambiantes estados de ánimo. El viaje  ficcional comienza en “Invierno”, un intervalo de gelidez solitaria en el que resalta la ausencia de un personaje central: el padre. El tiempo de duelo está marcado por la evocación: “Mi padre me visita en sueños. Desde que murió, hace casi tres años, sueño a menudo con él. Casi nunca recuerdo detalles concretos, pero siempre hay en los sueños una sensación de vínculo y amor”. Tan hermoso despertar es en esencia el despliegue argumental de la historia. Como un faro atemporal, la identidad paterna sirve de anclaje a vivencias, pensamientos y actitudes; será la línea de equilibrio que conforme el discurrir de la cronología y la puerta franca que permite el paso hacia la espesura del pensamiento.
  La brutal hendidura de la pérdida es un desastroso acontecer que marca el antes y después en la existencia. El yo asume en su introspección meditativa el dolor y sus zarandeos. La pulsión intacta del abismo. Pero no es la única inquietud. También se hace fuerte la extraña culpa por una hermana gemela, muerta en estado embrional. El desamparo sume al sujeto en una indagación sombría del sentido existencial y del vulnerable estar en lo diario. Aunque no naciera, el recuerdo abre un cobijo emocional que preserva y cuida el recuerdo imaginario, formulando cuestiones de imposible respuesta.
  El apartado “Primavera” descubre la cadencia del haiku y la conformación de un aquí y ahora donde germina la vida y el deseo de “andar por andar. Atento a lo que surja. Olvidándose de uno mismo”. La nueva estación apacigua el persistente estado de melancolía y hace que los esquejes verbales adquieran una textura emotiva, donde todo se vuelve más transparente y real, como si cobraran mucha más entidad los pequeños gestos, lo humilde y lo desapercibido. Son días en fuga que renuevan brotes para inventar la aurora y para percibir en su decurso la necesidad de una mirada espiritual y transcendente; el necesario asombro y deslumbramiento ante los sucesos del entorno natural. Pero el tiempo nunca declina su afán de seguir. Lleva a la sala de espera de la tarde final, al inevitable viaje que apura el paso hacia el crepúsculo.
  La voluntad no cede a una reconfortante sensación de epifanía. Desde la esperanza y la fe nace la fuerza que reivindica el retorno a la vida sencilla, frente al cambiante desajuste exterior. La escritura es terapéutica compañía, donde se sedimenta el copioso anecdotario de lo cotidiano. Las teselas narrativas se enriquecen con frecuencia con la inclusión de poemas y haikus que atestiguan la conexión del sujeto con el entorno y con la conversación ensimismada que proponen las cosas. Quien siente la pulsión de la existencia se sume con frecuencia en un reparador éxtasis contemplativo que invita a la evocación. Que llama también a buscar en el interior las razones que justifican la vuelta de la claridad.
   La cartografía del apartado “Verano” ubica recuerdos, secuencias del aprendizaje sentimental y ese reguero de emociones que convoca el reloj de lo vivido en su diversidad.  El expansivo fluir de la conciencia entremezcla sentimientos y el silencio activo de la contemplación. El escritor además intercala citas que reflejan aspectos esenciales del aprendizaje personal y del conocimiento interior. En esta tercera sección resalta también la inclusión de abundantes haikus que sirven para llenar de precisa belleza de la realidad ordinaria.
   El tramo “Otoño” se abre con la jubilación del protagonista. Comienza una nueva etapa vital y corresponde jalear los hábitos de siempre. La escritura sosiega y preserva entusiasmo. El propio cuerpo también moldea su estar. De repente se echan de menos a presencias a las que estábamos acostumbrados y a su trasiego de apariciones y desapariciones. El pensamiento se vuelve menos dogmático y más tolerante y, alrededor, el ámbito familiar ratifica su condición imprescindible, su papel de refugio.
   El escritor da a su libro un sentido circular y lo cierra con el retorno del invierno. Poco a poco se impone el sentimiento navideño y el cierre de año, como si el presente generara la sensación de vivir aquí y ahora e invitara al yo a mostrar su compromiso de vida, con la justa energía, con la conciencia clara de que existe un compromiso personal de aceptar los contraluces de nuestra condición humana.
   Frutos Soriano Fernández hace de la escritura de Mi padre me visita en sueños. (Apuntes del diario de Ramón Fernández) una elegía en prosa. El sondeo interior del protagonista del relato y su perseverante contemplación salvan del olvido los mínimos destellos de una existencia aparentemente humilde y poco dada a la estridencia de lo extraordinario. La trama textual y su senda de emociones y pensamientos propician el reencuentro con instantáneas vitales cargadas de sensibilidad y humanismo. Las palabras escuchan el latido del tiempo, ese pasado desdibujado y neblinoso que guarda los momentos vividos. Recordar es abrir senda a lo extraordinario, llenar los sueños con la tinta fresca de lo inmarchitable
 


JOSÉ LUIS MORANTE
 
 


 

 

viernes, 28 de mayo de 2021

MIGUEL SÁNCHEZ-OSTIZ. OTOÑAL Y BAROJIANA

Otoñal y barojiana
Miguel Sánchez-Ostiz
Chamán Ediciones
Colección Chamanes en trance
Albacete, 2021

 

UN VERSO LIBRE


   Integrado en un marco generacional repleto de identidades insulares, el nombre de Pío Baroja (1872-1956) es sinónimo de verso libre. Doctor en medicina sin ejercicio laboral, salvo un año de práctica sanitaria en Cestona, pesimista por convicción, anarquista disconforme en un pensar que da cobijo a una individualidad exaltada, recelosa y con escaso apego ante la civilizada pantomima de lo social, fue un sedentario hombre de acción que dejó escritas miles de páginas, como si el calmo estar entre libros compensara la ausencia casi completa de dinamismo real. De este activismo platónico ha escrito con incansable frecuencia y con pleno conocimiento Miguel Sánchez-Ostiz (Pamplona, 1950), novelista, poeta y biógrafo del autor donostiarra que, tras un largo recorrido de adentramiento en la personalidad y la obra de Pío Baroja, pone término a su dedicación con Otoñal y barojiana. La compilación de ensayos, en su enfoque general, describe un cadencioso movimiento de traslación desde la admiración de amanecida hasta el tono anímico de la decepción o, cuanto menos, de la piel fría del cuestionamiento.
    Miguel Sánchez-Ostiz recuerda en “Arriba el telón” las balizas orientadoras de su inmersión barojiana, aparentemente concluida en 2007, tras entregar a imprenta el volumen Tiempos de tormenta. Pío Baroja 1936-1940. Retomar la incisiva tarea de asuntos recurrentes apunta firme hacia una necesaria acción terapéutica contra la desmemoria y la tergiversación interesada del perfil literario de Pío Baroja y de los entresijos ideológicos, poco propicios a componer ecuaciones interpretativas exactas.
   Las tareas ensayísticas de Otoñal y barojiana  abordan sustratos  diversos que no pretenden establecer juicios críticos sobre la fronda literaria sino comprender claves biográficas y escriturales. Con cierta continuidad cronológica, cada ensayo funciona como síntesis autónoma de un sedimento argumental. Comienza con la geografía de Navarra, una realidad diseminada en la ficción novelística y en las evocaciones. Es sabido que Baroja vivió en Pamplona parte de su infancia y juventud, entre los nueve y los catorce años, y que está muy presente en su escritura el entorno de la casa familiar de Itzea, en Bera. Las páginas dibujarán, en palabras de Sánchez-Ostiz, “una ciudad cerrada sobre sí misma, antigua, rancia, reaccionaria, abotagada, mansa, sobre todo mansa, con esa mansedumbre de lo que a parte alguna va”. El ambiente urbano y su anecdotario será savia nutricia de sus escenarios. Otro marco escénico privilegiado en la memoria y en el aporte ficcional es el País del Bidasoa, donde la casa de Itzea es núcleo central de un territorio que llega hasta el río Adour  y se extiende hasta San Juan del Pie del Puerto, Belate y Oiartzun. Frente al absurdo y los claroscuros en el recuerdo de una ciudad claustrofóbica como Pamplona, que trasmite una aguda aspereza, el país del Bidasoa es casi idealización del sosiego rural. Apenas se localizan asimetrías y claroscuros; en suma “una país sin moscas, sin frailes y sin carabineros”, donde reflexionar sobre el origen, las contingencias del presente y el vasquismo, ajeno al utillaje del nacionalismo excluyente. Allí escribirá buena parte de su obra. Se trata, más que de la crónica testimonial de un paisaje, de una geografía del alma, de un estado de ánimo moral e intelectual.
   De igual modo, los trabajos en torno a títulos concretos de Baroja propenden a la lectura sociológica. Así en Camino de perfección se completa un nítido aguafuerte de la sociedad española de la época, de estratos jerárquicos y endémica ignorancia. En ella, el clero es juzgado con extrema dureza crítica y lo mismo sucede con una realidad social en permanente crisis, ante la que Baroja muestra un permanente desacuerdo. Otra célebre obra, El árbol de la ciencia (1911), protagonizada por el médico Andrés Hurtado, claro prototipo de la actitud barojiana ante la existencia, muestra como la inercia epocal impide cualquier rebeldía y somete al rutinario engranaje de la nadería diaria. Se vive condenando a una permanente frustración vital. El marcado carácter autobiográfico de la novela se enriquece con un poblado cruce de ideas filosóficas, ese plan global que busca el sentido a una existencia marcada por la limitación.
  Paseante curioso, Baroja sintió una fuerte fascinación por Madrid. Allí vivió su infancia y juventud, tuvo el negocio familiar de la panadería de Viena Capellanes. La urbe será recurrente escenario habitual del escritor, continuo inspiradora de escenas y personajes, como sucede en la trilogía La lucha por la vida. El estallido de la guerra civil catapultó drásticamente aquel marco narrativo e impulsó el inacabado ciclo crepuscular de Las Saturnales, al que pertenece Miserias de la guerra, obra compuesta entre 1949 y 1951. Sánchez-Ostiz, editor de la novela en 2006, tras una laboriosa fijación del texto, recuerda los pormenores editoriales del manuscrito, sus contingencias ante la censura y analiza la complicada posición ideológica de Baroja sobre el enfrentamiento fratricida, que él vivió fuera de España, en París, y los catastróficos antecedentes durante el periodo republicano. Al regreso, aguardan al escritor más de tres lustros crepusculares, fértiles en tareas literarias, pero menos gratos en circunstancias personales, con difícil anclaje en la nueva realidad colectiva que marca la posguerra.
   Miguel Sánchez-Ostiz no elude las convulsiones y rechazos, más o menos airados, que ha generado su personal enfoque del universo barojiano. De los mismos, reflexiona con contundencia en “Pío Baroja en escena (El Palmar de Itzea)” con contundencia y conocimiento de causa por su extenso recorrido por las introspecciones autobiográficas y por las zozobras del personaje diluido en los protagonistas de  sus ficciones. Y como clave maestra repasa con criterio propio la intensa bibliografía regada por el manantial barojiano.  
    El sondear incisivo de Miguel Sánchez-Ostiz mira con los ojos de la experiencia y del conocimiento directo; observa y escarba. No se entrega a la mera contemplación de una personalidad compleja y con continuos ensanchamientos, sino que busca los efectos proyectados en sus novelas y en las opiniones y reflexiones de sus artículos. Los trabajos reunidos abren de nuevo la presencia firme en el tiempo de un escritor a contracorriente, empeñado en la construcción de un edificio literario singular. Las líneas diseñadas atrapan y dan sentido a los círculos concéntricos que trazan periplo biográfico y corpus creador. Dan pie a una interpretación fundamentada que se ubica en la independencia de la razón. La conclusión es clara: el trabajo ensayístico de Miguel Sánchez-Ostiz mantiene su vigencia sin saltos al vacío. Es un regalo lector; exento de entusiasmos mitológicos y de la subjetividad familiar, conoce a Pío Baroja como nadie.
 

JOSÉ LUIS MORANTE