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miércoles, 6 de agosto de 2025

JAVIER ASIAÍN. RAZÓN DEL INCONSCIENTE

Razón del inconsciente
Javier Asiaín
Chamán Ediciones
Colección Chamán ante el fuego
Albacete, 2025

 

OÍR EL MITO
 

   En un arco temporal de apenas dos décadas, la identidad poética de Javier Asiaín (Pamplona, 1970) se ha expandido con paso firme e incansable solidez. Con la poesía como herramienta expresiva vertebradora, desde el comienzo de siglo han visto la luz las entregas Efectos personales (2002), Anatomía enferma (2004), Votos perpetuos (2006), Simulador de vuelo (2007), Testamento de la espiga (2008), Contraanálisis (2009), Unidad de cuidados intensivos (2010, El triunfo de Galatea (2011), Liturgia de las horas (2012); El instante lúcido (2019) y La intimidad del trapecista (20122), un conjunto de publicaciones refrendado por importantes premios. Esta prolífica madurez creadora convive con una larga experiencia de gestión cultural, y la puesta en marcha de proyectos escénicos que interrelacionan lenguajes como la música, la poesía y el baile en un afán continuo de experimentación y el afán de abrir alas a un ideario estético diverso.
   En su nuevo poemario Razón del inconsciente se apropia del remansado fluir de la mitología para presentar un amplio friso de personajes de hondas raíces culturales. Conviene recordar que la propuesta ficcional del mito aloja un saludable afán didáctico. Tanto como el interés que causa la resolución argumental, en el seno del mito se resguarda la capacidad de trascender el relato y sus figurantes y ofrecer una explicación simbólica del existir. De este modo, el mito sobrevive al tiempo y a la condición volátil de lo efímero para mantener su vuelo imprevisible en la memoria colectiva.
  Los poemas de Razón del inconsciente componen un libro de clara unidad temática con composiciones muy breves y amplio uso del legado intelectual. Cada texto elige un personaje para dialogar con el fulgor crepuscular que emana su presencia. De este modo, el poeta revive cada historia y hace de su discurrir un trasfondo moral, un paisaje afectivo. Desde el amplio patrimonio de la cultura occidental se reactualiza la conciencia profunda de  la identidad y la caligrafía esencial de cada nombre.
  En la primera parte del poemario, “Mito y origen”, desde el pasado retornan, como teselas que buscan sitio en el presente: Psique, Adonis, Creso, Fausto, Edipo, Aquiles, Antígona… y tantos otros con su inventario de actitudes y contradicciones que aspiran a sobrevivir entre la incansable zozobra del olvido. Quien mira esas sombras atemporales en el espejo descubre síndromes y complejos, la indeclinable paradoja que hace del discurrir un horizonte azaroso.
   La titulación explícita del segundo apartado “Escucha activa” elige como tiempo la semántica del presente y una clara conexión entre intimismo biográfico y escritura. La estupenda cita de Viktor Emil Frankl subraya la naturaleza del material poético: “Cada tiempo tiene su neurosis. Cada tiempo tiene su terapia”. Los poemas tienden al aforismo y condensan sus mensajes. Se busca el eco sentimental de un existir inestable y repleto de nubes y claros, la meteorología cambiante del presente.
   Menos uniforme en su desarrollo, el apartado muestra también reflexiones del autor sobre el sentido de la escritura: “La poesía es una descarga / entre la palabra / y su definición”. O sobre el campo azaroso de la relación entre texto y autor, como se vislumbra en el poema “Terapia de pareja”. Muy hermosa resulta la poética que contiene la escritura de  “Terapia de pareja”: “Nunca una deuda / Nunca un consuelo / Nunca penitencia / Un poema es un acto de redención / en la penumbra”.
  El estar del sujeto da pie a la levedad del poema, en el que resulta muy reconocible el amplio sustrato sentimental y el cambio de marcos escénicos. El laconismo verbal sugiere una mayor densidad reflexiva. Cada poema se convierte en un tanteo en las pulsaciones del ánimo en el que también se resguardan sombras y temores, amistades interrumpidas, atardeceres vividos desde la piel del yo poético.
  Razón del inconsciente, como recuerda Tomas Yerro en su hermosa síntesis de contracubierta “es un compendio admirable de las aprobaciones más señeras de los clásicos occidentales recreados con una mirada lúcida y actual”. Define con voz evocadora y confidencial un regreso al mito para capturar sus imágenes y vivencias. Para abrir páginas a un diario introspectivo, que siempre preserva incertidumbres y el rumor de la sombra entre sus tímpanos.  
 
JOSÉ LUIS MORANTE




 

miércoles, 2 de julio de 2025

FRUTOS SORIANO FERNÁNDEZ. MI PADRE ME VISITA EN SUEÑOS (APUNTES DEL DIARIO DE RAMÓN FERNÁNDEZ)

Mi padre me visita en sueños
(Apuntes del diario de Ramón Fernández)
Frutos Soriano Fernández
Chamán ediciones
Colección Chamanes en trance
Albacete, 2025 

 

ASUNTOS PROPIOS

 
   Desde el formato expresivo de la anotación breve, Frutos Soriano Fernández (Albacete, 1960) escribe Mi padre me visita en sueños. (Apuntes del diario de Ramón Fernández). A primera vista, la narración remite de inmediato a una autobiografía en la que tienen acogida señalados episodios personales,  que marcarán el azaroso discurrir de lo cotidiano.
   El múltiple perfil literario de Frutos Soriano, en el que conviven la poesía, el teatro, la columna y la exploración del haiku como autor, antólogo y estudioso, moldea un protagonista cercano. El narrador tiende a la meditación, desde la experiencia de lo vivido, con el íntimo lenguaje de la confidencia y con el epitelio estacional de los cambiantes estados de ánimo. El viaje  ficcional comienza en “Invierno”, un intervalo de gelidez solitaria en el que resalta la ausencia de un personaje central: el padre. El tiempo de duelo está marcado por la evocación: “Mi padre me visita en sueños. Desde que murió, hace casi tres años, sueño a menudo con él. Casi nunca recuerdo detalles concretos, pero siempre hay en los sueños una sensación de vínculo y amor”. Tan hermoso despertar es en esencia el despliegue argumental de la historia. Como un faro atemporal, la identidad paterna sirve de anclaje a vivencias, pensamientos y actitudes; será la línea de equilibrio que conforme el discurrir de la cronología y la puerta franca que permite el paso hacia la espesura del pensamiento.
  La brutal hendidura de la pérdida es un desastroso acontecer que marca el antes y después en la existencia. El yo asume en su introspección meditativa el dolor y sus zarandeos. La pulsión intacta del abismo. Pero no es la única inquietud. También se hace fuerte la extraña culpa por una hermana gemela, muerta en estado embrional. El desamparo sume al sujeto en una indagación sombría del sentido existencial y del vulnerable estar en lo diario. Aunque no naciera, el recuerdo abre un cobijo emocional que preserva y cuida el recuerdo imaginario, formulando cuestiones de imposible respuesta.
  El apartado “Primavera” descubre la cadencia del haiku y la conformación de un aquí y ahora donde germina la vida y el deseo de “andar por andar. Atento a lo que surja. Olvidándose de uno mismo”. La nueva estación apacigua el persistente estado de melancolía y hace que los esquejes verbales adquieran una textura emotiva, donde todo se vuelve más transparente y real, como si cobraran mucha más entidad los pequeños gestos, lo humilde y lo desapercibido. Son días en fuga que renuevan brotes para inventar la aurora y para percibir en su decurso la necesidad de una mirada espiritual y transcendente; el necesario asombro y deslumbramiento ante los sucesos del entorno natural. Pero el tiempo nunca declina su afán de seguir. Lleva a la sala de espera de la tarde final, al inevitable viaje que apura el paso hacia el crepúsculo.
  La voluntad no cede a una reconfortante sensación de epifanía. Desde la esperanza y la fe nace la fuerza que reivindica el retorno a la vida sencilla, frente al cambiante desajuste exterior. La escritura es terapéutica compañía, donde se sedimenta el copioso anecdotario de lo cotidiano. Las teselas narrativas se enriquecen con frecuencia con la inclusión de poemas y haikus que atestiguan la conexión del sujeto con el entorno y con la conversación ensimismada que proponen las cosas. Quien siente la pulsión de la existencia se sume con frecuencia en un reparador éxtasis contemplativo que invita a la evocación. Que llama también a buscar en el interior las razones que justifican la vuelta de la claridad.
   La cartografía del apartado “Verano” ubica recuerdos, secuencias del aprendizaje sentimental y ese reguero de emociones que convoca el reloj de lo vivido en su diversidad.  El expansivo fluir de la conciencia entremezcla sentimientos y el silencio activo de la contemplación. El escritor además intercala citas que reflejan aspectos esenciales del aprendizaje personal y del conocimiento interior. En esta tercera sección resalta también la inclusión de abundantes haikus que sirven para llenar de precisa belleza de la realidad ordinaria.
   El tramo “Otoño” se abre con la jubilación del protagonista. Comienza una nueva etapa vital y corresponde jalear los hábitos de siempre. La escritura sosiega y preserva entusiasmo. El propio cuerpo también moldea su estar. De repente se echan de menos a presencias a las que estábamos acostumbrados y a su trasiego de apariciones y desapariciones. El pensamiento se vuelve menos dogmático y más tolerante y, alrededor, el ámbito familiar ratifica su condición imprescindible, su papel de refugio.
   El escritor da a su libro un sentido circular y lo cierra con el retorno del invierno. Poco a poco se impone el sentimiento navideño y el cierre de año, como si el presente generara la sensación de vivir aquí y ahora e invitara al yo a mostrar su compromiso de vida, con la justa energía, con la conciencia clara de que existe un compromiso personal de aceptar los contraluces de nuestra condición humana.
   Frutos Soriano Fernández hace de la escritura de Mi padre me visita en sueños. (Apuntes del diario de Ramón Fernández) una elegía en prosa. El sondeo interior del protagonista del relato y su perseverante contemplación salvan del olvido los mínimos destellos de una existencia aparentemente humilde y poco dada a la estridencia de lo extraordinario. La trama textual y su senda de emociones y pensamientos propician el reencuentro con instantáneas vitales cargadas de sensibilidad y humanismo. Las palabras escuchan el latido del tiempo, ese pasado desdibujado y neblinoso que guarda los momentos vividos. Recordar es abrir senda a lo extraordinario, llenar los sueños con la tinta fresca de lo inmarchitable
 


JOSÉ LUIS MORANTE
 
 


 

 

viernes, 6 de septiembre de 2024

JULIA NAVAS MORENO. BAILARINAS DE RAFIA

Bailarinas de rafia
Julia Navas Moreno
Chamán Ediciones
Colección Chamán ante el fuego
Albacete, 2024

 

ENTRE LA NIEBLA

  

    Desde una estética realista, aunque impregnada de implicación subjetiva, Julia Navas Moreno (Avilés, Asturias, 1966) alienta un trayecto personal que explora estrategias dialogales con el lector en verso y prosa. Sus ficciones argumentales engloban las novelas Esperando a Darian (2014) y ¿Qué hay en una habitación vacía? (2018). Además ha cultivado el relato breve, participando en algunos volúmenes colectivos.
   Su poesía, cuyo cuerpo matérico tiene como signo básico lo existencial, se adentra en el intimismo del sujeto poético para vislumbrar entre la niebla. Hace una evocación profunda de la identidad a partir de la memoria biográfica. Crepuscular en su desamparo y consciente de afrontar un declinar perecedero y contingente, integra las entregas Confieso que he perdido el miedo (2015), Ombligos y universos (2016), Simulacro (2019) y Zapatos sin cordones (2021), que incorpora un liminar escrito por Ana Vega.
   Ahora es el escritor Andrés Ortiz Tafur quien firma el umbral “Una niña”. El breve texto es una incisiva reflexión sobre el olvido y su incansable capacidad de demolición. Todo se diluye hasta convertirse en desmemoria y ausencia; hasta acercarse a ese anden sin regreso que expande la nada como destino final. Pero los versos de Julia Navas Moreno no formulan su propio discurso reflexivo sobre la enfermedad y el olvido de manera conceptual y abstracta; buscan personajes de carne y hueso, cercanos y tangibles, en los que se concretan las carencias y las asimetrías de nuestra condición temporal para que los poemas sean memoria y biografía, para que la implicación afectiva y sentimental anule cualquier asepsia expresiva porque los sólidos pilares que cimentaban la rutina diaria se han ido agrietando hasta convertirse en esqueléticas ruinas y testigos del pasar del tiempo.  
  Dos citas, de  Pedro Salinas y Alejandro Céspedes, ratifican el decurso verbal en torno al recuerdo y a las mutaciones inadvertidas que propician las desapariciones. Desde su filosofía de la fugacidad arranca el poema homónimo “Bailarinas de rafia” que sirve de apunte clarificador en torno al título: como un aroma de infancia, intangible y persistente, llegan a la memoria, cuando todo es olvido, mientras rezuma abandono, las formas plastificadas de unas bailarinas bordadas por las manos hacendosas de la madre, como si enlazaran pasado y pensamiento, como si su fragilidad acometiera un cálido ejercicio de resistencia.
  Julia Navas Moreno concibe cada libro como un caminar unitario en torno a un tema; de ese modo, las tramas se van construyendo complementarias y sumativas. Aquí es el alzheimer la que marca el destino poético de la madre como protagonista en primer plano. Las estancias del yo se van despojando en el tiempo; muestran su desnudez con esa confusión irreversible de quien nada recuerda. Todo fue, y ahora es un es cansado que tiene en los sentidos el desnorte frágil de quien no sabe y soporta una estridente soledad en la que no cabe nadie. Sobra espacio.
    El yo poético sobrevive en el caos cotidiano; el sujeto no tiene a veces más respuestas que esperar el desahucio, esa disonancia manifiesta que confronta deseos y esperanzas. Nada parece permanente y salvable; todo soporta un claro desengaño ante la realidad vivida. El mutismo y la incertidumbre sobrecogen; es la impotencia manifiesta ante el destrozo de la soledad, ante el acero frío de la pérdida: “La pérdida es el dúctil vacío / de las tardes de domingo, / no encontrar la palabra adecuada, / mirar con extrañeza el rostro antes venerado”. De esa conciencia de finitud y despojamiento, de pequeñez con gestos limitados, se hace el presente, ese denso páramo por el que discurren los pensamientos.
   Son los momentos decisivos de un trayecto personal que asume la ausencia de quienes fueron norte y guía y son ahora sombras de un laberinto sin puertas que acumula vivencias irrepetibles. De nada sirve la errática evocación, el desandar el tiempo para reencontrar la estela de lo vivido. Toca vivir un futuro nuevo, sin forjar demasiadas esperanzas; se trata de moldear un destino manejable y gris, unidimensional, un paisaje sin pretensiones donde sobrevivir a la inclemencia porque “la épica del quebranto habla más de nosotros / que la vanagloria del éxito” y, al cabo, de la existencia nunca se sale indemne.
   La autora incluye una nota final que refuerza la cercanía entre poesía y vida. Tras su lectura, se hace fuerte la sensación de que Julia Navas Moreno entiende la escritura como testimonio y terapia, como confidencia en la que el verso adquiere, con un lenguaje despojado y ajeno a cualquier arrebato místico, la caligrafía de la evocación: las palabras moldean un sujeto literario que humaniza su voz, que muestra los movimientos convulsos del corazón. esas arritmias que marcan el deseo de seguir a flote en el oscuro declinar de un mar desconocido. 
 
JOSÉ LUIS MORANTE
 
 
 

 

viernes, 18 de noviembre de 2022

SIHARA NUÑO. LA FILTRACIÓN DE LA LUZ

La filtración de la luz
Sihara Nuño
Chamán Ediciones
Colección Chamán ante el fuego
Albacete, 2022

 

 MOLDES DEL POEMA

 

  
   Gestora cultural, librera, firma habitual de publicaciones digitales y autora polivalente, Sihara Nuño (México, 1986) abre la propuesta poética de La filtración de la luz a las incertidumbres del conocimiento lector mediante el prólogo “Dudario”. Es la investigación en torno a las fuentes energéticas de la palabra y a su vértigo continuo; a la necesidad de rescatar evidencias y desplegar una estructura argumental sobre la inexplorada información genética de la poesía. Si la conciencia nos permite trazar recorridos para indagar en las cuestiones básicas de cómo somos, qué elementos nos conforman y cuál es su funcionamiento, hay que hacer posible que nuestras reflexiones colonicen campos definidores de la personalidad completa del yo y de la naturaleza en su conjunto. Hay que buscar en lo inaprensible principios y leyes físicas, conocer, advertir, indagar, porque nada está aislado y hay que adentrarse en sus claves a través del lenguaje, un embalaje nunca exento del riesgo de la recusación y el enfoque subjetivo. El pensamiento emplaza teorías e hilvana otras aportaciones. Las motivaciones de La filtración de la luz alzan propósitos que no quieren ser sino un boceto de divulgación poética, aunque sean evidentes las relaciones cualitativas con la ciencia. De este modo, las cavilaciones de Sihara Nuño advierten en nota final: “la médula de este libro es la vida, la física y la poesía”.
   El avance escritural elige como disposición orgánica del conjunto una subdivisión en tramos, cuyos títulos parecen desbordar los núcleos del territorio literario para acoger contenidos conceptuales de la física, concretamente para protagonizar un sugerente “juego intertextual” con el libro Seis piezas fáciles de Richard P. Feynman. Es uno de los físicos más notables del siglo XX y en sus investigaciones sobresale la elaboración de los diagramas homónimos, una forma intuitiva de visualizar las interacciones de partículas atómicas en electrodinámica cuántica mediante aproximaciones gráficas en el tiempo. Por ellas recibió el Premio Nobel de Física en el año 1965, por sus contribuciones al desarrollo y aplicación de la electrodinámica cuántica.
   La dicción poética se volatiza para integrar en su punto de mira el lenguaje científico y los relieves conceptuales de la introspección. Si durante siglos, la poesía ha sido uncida a la evanescencia con las aleatorias coordenadas de la inspiración, ese arrebato sutil  que da lugar a un vuelo místico que trasciende la propia intimidad del poeta para trasportarlo a otra dimensión de la identidad, la ciencia define una estela de precisión que forma parte del conocimiento. Ambas disciplinas forman parte de un saber complementario; su cercanía adquiere en el quehacer literario de Sihara Nuño un puente integrador.
   La poeta cree en las posibilidades de la cohabitación. Defiende que en el pensamiento científico hay elementos líricos y, desde esas afinidades electivas, construye vínculos para alumbrar un espacio reflexivo indivisible, un juego interpretativo en el que la ciencia convence y la poesía conmueve. Ambas olvidan las tradicionales convenciones genéricas como si la escritora hubiese conseguido una aleación de palabras con una semántica nueva, como en aquel hermoso aforismo de Kafka: “Una jaula fue en busca de un pájaro”.  Se define así una fenomenología estética, desde la reflexión fragmentada en la que se filtra una amplia variedad de fenómenos físicos. Las explicaciones se hacen trazos y aproximan sus respuestas al ensayo. El verso alienta aperturas, recorre otras dimensiones capaces de definir una llanura intelectual, donde la poética nace desde el desconocimiento de las cosas.
   Las composiciones establecen una física básica, hecha de núcleos, partículas y palabras. El binomio ciencia y poesía estudia procesos, conexiona partículas de una realidad incomprendida y dinámica. La escritura realiza un continuo trasvase de principios físicos como si la lírica necesitara, en su inquietud, una estimulación de componentes verbales. Justo en ese trasvase se percibe una interrelación de la física con otras ciencias como la biología y la química.
    Sihara Nuño empuja a reaprender; obliga a la escritura a ser generadora de conocimiento; busca relaciones entre realidad y experiencia, con criterios clarificadores y capaces de superar el simple emerger sensible de las cosas. Se trata de “Socializar la ciencia a través de la poesía.  De este empeño de clarificar el olor del espacio afloran las palabras, como embriones que colonizan el centro de todo. En su quehacer buscan sensaciones, desdeñan el todo pensado que pretende establecer el logos como columna, para crear un nuevo discurso desde el pensamiento y la contemplación.
    Sobrevive en la mirada poética de La filtración de la luz de Sihara Nuño una necesidad de explorar fronteras y romper moldes. Así lo ratifica en el epílogo Gustavo Ariel Schwartzl. Más allá de la soledad creadora está el mestizaje de géneros, las exploraciones de las vanguardias, la necesidad de que se enreden y articulen nuevas sendas expresivas. En La filtración de la luz toma cuerpo un estilo y una actitud. El sosegado hablar del lenguaje tradicional se hace volátil para escribir desde el prosaísmo de la indagación científica. Nace así un estilo propio, vinculado a la observación y análisis de las infinitas páginas “escritas con la variación del átomo” que sumirá a muchos lectores en la perplejidad ante la contundente sintaxis científica. El poema se asoma al espejo para dar voz a su razón de búsqueda: “Yo sueño con saber. / Con el sueño lúcido y soportable. / Con una realidad utópica, con un pesimismo realista / que, pese a la falta de esperanza, no deja de buscar la fórmula”.  
 
JOSÉ LUIS MORANTE



 

 

miércoles, 23 de febrero de 2022

MARÍA DOLORES GARCÍA ROZALÉN. EL DÍA QUE SE ACABARON LAS COSQUILLAS

El día que se acabaron las cosquillas
María Dolores García Rozalén
Prólogo de Lourdes Simarro
Chamán Ediciones
Colección Chamán en su senda
Albacete, 2022 (2ª edición)

 

MEMORIA ADENTRO 


   Profesora de Educación Primaria en la escuela pública, música y letrista, María Dolores García Rozalén (Albacete, 1978) reúne su primer ramillete de relatos en  El día que se acabaron las cosquillas, un corpus narrativo muy bien acogido por el público que agotó en apenas dos meses la primera edición. La segunda integra un liminar de Lourdes Simarro cuyo afán enunciativo se cimenta en una sólida gama de referencias culturales, en la que aparecen Irene Vallejo, Ana María Matute o Richard Rorty. En todos los mencionados está presente la reivindicación de la literatura como viaje existencial que muda la identidad y hace posible ese caminar memoria adentro en la búsqueda de imaginación, belleza y conocimiento.
  La escritora integra en su quehacer doce relatos, escritos en ese periodo de ensimismamiento y soledad propiciado por la pandemia, cuando las calles se vaciaban de abrazos y era preciso mantener firme el apunte lírico de la inteligencia creativa e invocar, con fuerte apelación discursiva, el retorno de la esperanza. Así lo entiende también María Dolores García Rozalén en este primer paso, que deja como amanecida el fluir testimonial de “Cartas a su otra madre”, una emotiva historia de los días aurorales, que ajusta los latidos de su escritura al discurrir de la memoria. También como un regreso a la infancia, aunque aquel paraíso idealizado acaba siendo un rastro de infamia en la convivencia familiar a causa de la estrepitosa presencia del padre es el relato “Cuando papá puso la semillita en mamá”, donde la alegría y la felicidad se velan de inmediato, tras la nefasta presencia de los progenitores.
  Los relatos tantean tramas argumentales que se esfuerzan en dar voz al aprendizaje sentimental, fragmentado en secuencias con tiempos y protagonistas autónomos. La tristeza, el disgusto o esa sensación de ruptura del viaje diario de quien no sabe hacia dónde le conducen los días, se convierten en estados afectivos discontinuos. Son estridencias que ciegan otros ruidos en el rumor de fondo del entorno familiar. Desde ese itinerario por la incertidumbre se cuestiona el papel de los sentimientos impuestos por los adultos y se hace una definición sin imposturas de la soledad. También de esa fuerte conciencia de finitud que atestigua que todo es invierno, un puñado de sombras y ceniza, como sucede en el cuento “El abuelo amarillo”, cuya trama nace de la temprana conciencia de la muerte.
  El quehacer de una vida baldía se afirma como una labor sin tregua. La familia es un reducto que se hace fuerte en la jerarquía de ordeno y mando. Las niñas obedecen y aguantan las infinitas variaciones del dolor: los castigos físicos, el menosprecio o la ausencia de los que convierten las relaciones personales en espacios habitables, como los primos. Ese habitar en la penumbra, tiene en las películas de aventuras de la televisión un horizonte expandido. En “La pirata Bocazul” se anota ese contraste de las historias visuales y  los pasos cambiantes de lo real, ese territorio donde sobrevivir desde el recuerdo y la soledad del náufrago.
  En la disolución de la ingenuidad infantil germina con fuerza un epitelio de inquietud, como si cada etapa vital cobijara una caja de pandora, un puente cuya oscura cimentación sostiene el aprendizaje como sustrato básico. La niñez poco a poco va sumando experiencias, aprende a convivir con los ángulos oscuros de la salud, cuando la enfermedad afecta al padre.
 El volumen El día que se acabaron las cosquillas, de María Dolores García Rozalén, hilvana sus relatos con una perspectiva continuista. El trayecto completo adquiere la dimensión de un dietario autobiográfico en el que se exploran, con sensibilidad intimista y un claro sentido ético, los conflictos generacionales, las incidencias sociales del personaje principal y los recorridos aleccionadores de la propia experiencia. El discurrir muestra ángulos oscuros y claves interpretativas donde se va moldeando una manera de mirar el mundo. El anhelo contenido de la niñez, en el que la inocencia es venero esencial, cambia sus formas y sensaciones se convierte en un rastro, terroso y polvoriento, que mancha los indicios del futuro, que borra las cosquillas para siempre.
 
JOSÉ LUIS MORANTE


 

 

domingo, 16 de enero de 2022

JULIA NAVAS MORENO. ZAPATOS SIN CORDONES

Zapatos sin cordones
Julia Navas Moreno
Chamán Ediciones
Colección Chamán ante el fuego
Albacete, 2021

 

 SONRISAS  SIN LUZ

 
   El quehacer escritural de Julia Navas Moreno (Avilés, Asturias, 1966) entrelaza ficción narrativa y cauce lírico. Ha publicado hasta la fecha las novelas Esperando a Darian (2014), y ¿Qué hay en una habitación vacía? (2018), y ha ido dispersando en el transitar del tiempo, con sosegada cadencia, algunos relatos en volúmenes colectivos cuya calidad refrendan algunos premios. Su voz poética, evocadora y comprometida con los rincones desapacibles de la realidad, integra las salidas Confieso que he perdido el miedo (2015), Ombligos y universos (2016) y Simulacro (2019). Los dedos del poema siente el frío de los días como un territorio de reflexión, al que se acercan con tacto intimista para percibir el sonido de la existencia al paso, ese estar transitorio donde es tan complejo el cumplimiento de lo ideal que deja en el fluir del pensamiento una sonrisa sin luz.
   El prólogo de Zapatos sin cordones, escrito por Ana Vega, refuerza la condición paradójica de lo existencial. Los versos de Julia Navas Moreno formulan su propio discurso reflexivo en torno a la enfermedad, donde se acentúa nuestra condición temporal y la fragilidad continua del viaje existencial. Sin melancolía, el sujeto asume que el decurso vital es continuo tránsito, zarandeado de forma casi inevitable por el sufrimiento. Pero Ana Vega advierte, con lúcido saber que quedan amanecidas y esperanzas porque “Donde hay amor siempre hay camino” y en cualquier recodo se abre benevolente la mano tendida de lo posible.
   La razón, como brújula y norte que dicta la ruta más favorable para el quehacer de la conciencia, es cordura contingente. Junto a ella respira la locura, una forma de pensar y actuar que enlaza percepción y pensamiento con un ejercicio de resistencia. Desde el primer poema “El amor en las salas de urgencia” surge en la búsqueda cognitiva del sujeto la decepción, esa disonancia manifiesta que confronta el ser y el estar. De esta mirada ante la realidad vivida que se percibe como un laberinto se nutre la aceptación de la inclemencia. La locura está ahí, calza unos zapatos sin cordones, próxima, cercana, pidiendo ternura, la posibilidad de renacer en otro entorno, lejos del encierro y del cristal sellado que aleja la libertad de quienes están fuera.
   El trayecto poético de Zapatos sin cordones se convierte en una indagación recurrente sobre el sentido de lo existencial; la escritura acumula esas sensaciones que quedan incrustadas en el inventario sentimental, dejando entre las manos esquirlas de dolor y soledad, como manifiesta con voz limpia el poema “Roturas”: “Subí a la cumbre de mis posibilidades / y descubrí una fosa / de vértebras rotas, / de prótesis temporales y corazones arañados, / de manos vacías y pensamientos ambiguos.”
   El yo lírico acoge en su conciencia el miedo como un imperativo emocional, las oscuras impresiones sembradas por el acontecer; son los latidos de un tiempo que traza senda hacia el crepúsculo y la ceniza. Junto a esta respiración del yo dolorido, está también la conciencia de pertenecer a un entorno en el que a diario dejamos los diversos indicios de la degradación. El aire se hace impureza y los océanos pierden su azul para acoger los residuos tóxicos de un consumismo desaforado y egoísta, incapaz de cuidar la naturaleza. Pero también la fuerza del deseo y el cuerpo como espacio de celebración y lugar del Eros, donde el placer estalla contra la soledad: “Ahora sé más de mí de lo que tú / nunca has sabido. / Buscan mis dedos / el intersticio de la carne / y susurro tu nombre / segundos antes de volver a sentirme / tan solo una figura desmadejada / rendida al estrépito de mi soledad”.
  Zapatos sin tacones, al que Vicente Múñoz Álvarez en nota lírica epilogal define  como “un salmo al desastre  y al caos, al dolor y a la esperanza, cuando todo se desmorona alrededor”, establece como estrategia versal el poema breve, ligado a la dicción clara del propósito dialogal, donde el verso adquiere, con un lenguaje despojado y ajeno a cualquier arrebato místico, la pulsión temporal de los recuerdos, un estar hecho con gotas de luz que abren paso a la esperanza a pesar de esa sensación de dolorosa conciencia de estar contra las cuerdas. En su despojamiento expresivo, Julia Navas Moreno preserva la levedad de la contemplación, hecha indagación e instante. Deshace ataduras y se empeña en construir un mañana habitable, ese renglón de luz que  cabe en un poema, más allá del dolor, tras la pared del tiempo.
 
JOSÉ LUIS MORANTE
 
 
 
 


viernes, 28 de mayo de 2021

MIGUEL SÁNCHEZ-OSTIZ. OTOÑAL Y BAROJIANA

Otoñal y barojiana
Miguel Sánchez-Ostiz
Chamán Ediciones
Colección Chamanes en trance
Albacete, 2021

 

UN VERSO LIBRE


   Integrado en un marco generacional repleto de identidades insulares, el nombre de Pío Baroja (1872-1956) es sinónimo de verso libre. Doctor en medicina sin ejercicio laboral, salvo un año de práctica sanitaria en Cestona, pesimista por convicción, anarquista disconforme en un pensar que da cobijo a una individualidad exaltada, recelosa y con escaso apego ante la civilizada pantomima de lo social, fue un sedentario hombre de acción que dejó escritas miles de páginas, como si el calmo estar entre libros compensara la ausencia casi completa de dinamismo real. De este activismo platónico ha escrito con incansable frecuencia y con pleno conocimiento Miguel Sánchez-Ostiz (Pamplona, 1950), novelista, poeta y biógrafo del autor donostiarra que, tras un largo recorrido de adentramiento en la personalidad y la obra de Pío Baroja, pone término a su dedicación con Otoñal y barojiana. La compilación de ensayos, en su enfoque general, describe un cadencioso movimiento de traslación desde la admiración de amanecida hasta el tono anímico de la decepción o, cuanto menos, de la piel fría del cuestionamiento.
    Miguel Sánchez-Ostiz recuerda en “Arriba el telón” las balizas orientadoras de su inmersión barojiana, aparentemente concluida en 2007, tras entregar a imprenta el volumen Tiempos de tormenta. Pío Baroja 1936-1940. Retomar la incisiva tarea de asuntos recurrentes apunta firme hacia una necesaria acción terapéutica contra la desmemoria y la tergiversación interesada del perfil literario de Pío Baroja y de los entresijos ideológicos, poco propicios a componer ecuaciones interpretativas exactas.
   Las tareas ensayísticas de Otoñal y barojiana  abordan sustratos  diversos que no pretenden establecer juicios críticos sobre la fronda literaria sino comprender claves biográficas y escriturales. Con cierta continuidad cronológica, cada ensayo funciona como síntesis autónoma de un sedimento argumental. Comienza con la geografía de Navarra, una realidad diseminada en la ficción novelística y en las evocaciones. Es sabido que Baroja vivió en Pamplona parte de su infancia y juventud, entre los nueve y los catorce años, y que está muy presente en su escritura el entorno de la casa familiar de Itzea, en Bera. Las páginas dibujarán, en palabras de Sánchez-Ostiz, “una ciudad cerrada sobre sí misma, antigua, rancia, reaccionaria, abotagada, mansa, sobre todo mansa, con esa mansedumbre de lo que a parte alguna va”. El ambiente urbano y su anecdotario será savia nutricia de sus escenarios. Otro marco escénico privilegiado en la memoria y en el aporte ficcional es el País del Bidasoa, donde la casa de Itzea es núcleo central de un territorio que llega hasta el río Adour  y se extiende hasta San Juan del Pie del Puerto, Belate y Oiartzun. Frente al absurdo y los claroscuros en el recuerdo de una ciudad claustrofóbica como Pamplona, que trasmite una aguda aspereza, el país del Bidasoa es casi idealización del sosiego rural. Apenas se localizan asimetrías y claroscuros; en suma “una país sin moscas, sin frailes y sin carabineros”, donde reflexionar sobre el origen, las contingencias del presente y el vasquismo, ajeno al utillaje del nacionalismo excluyente. Allí escribirá buena parte de su obra. Se trata, más que de la crónica testimonial de un paisaje, de una geografía del alma, de un estado de ánimo moral e intelectual.
   De igual modo, los trabajos en torno a títulos concretos de Baroja propenden a la lectura sociológica. Así en Camino de perfección se completa un nítido aguafuerte de la sociedad española de la época, de estratos jerárquicos y endémica ignorancia. En ella, el clero es juzgado con extrema dureza crítica y lo mismo sucede con una realidad social en permanente crisis, ante la que Baroja muestra un permanente desacuerdo. Otra célebre obra, El árbol de la ciencia (1911), protagonizada por el médico Andrés Hurtado, claro prototipo de la actitud barojiana ante la existencia, muestra como la inercia epocal impide cualquier rebeldía y somete al rutinario engranaje de la nadería diaria. Se vive condenando a una permanente frustración vital. El marcado carácter autobiográfico de la novela se enriquece con un poblado cruce de ideas filosóficas, ese plan global que busca el sentido a una existencia marcada por la limitación.
  Paseante curioso, Baroja sintió una fuerte fascinación por Madrid. Allí vivió su infancia y juventud, tuvo el negocio familiar de la panadería de Viena Capellanes. La urbe será recurrente escenario habitual del escritor, continuo inspiradora de escenas y personajes, como sucede en la trilogía La lucha por la vida. El estallido de la guerra civil catapultó drásticamente aquel marco narrativo e impulsó el inacabado ciclo crepuscular de Las Saturnales, al que pertenece Miserias de la guerra, obra compuesta entre 1949 y 1951. Sánchez-Ostiz, editor de la novela en 2006, tras una laboriosa fijación del texto, recuerda los pormenores editoriales del manuscrito, sus contingencias ante la censura y analiza la complicada posición ideológica de Baroja sobre el enfrentamiento fratricida, que él vivió fuera de España, en París, y los catastróficos antecedentes durante el periodo republicano. Al regreso, aguardan al escritor más de tres lustros crepusculares, fértiles en tareas literarias, pero menos gratos en circunstancias personales, con difícil anclaje en la nueva realidad colectiva que marca la posguerra.
   Miguel Sánchez-Ostiz no elude las convulsiones y rechazos, más o menos airados, que ha generado su personal enfoque del universo barojiano. De los mismos, reflexiona con contundencia en “Pío Baroja en escena (El Palmar de Itzea)” con contundencia y conocimiento de causa por su extenso recorrido por las introspecciones autobiográficas y por las zozobras del personaje diluido en los protagonistas de  sus ficciones. Y como clave maestra repasa con criterio propio la intensa bibliografía regada por el manantial barojiano.  
    El sondear incisivo de Miguel Sánchez-Ostiz mira con los ojos de la experiencia y del conocimiento directo; observa y escarba. No se entrega a la mera contemplación de una personalidad compleja y con continuos ensanchamientos, sino que busca los efectos proyectados en sus novelas y en las opiniones y reflexiones de sus artículos. Los trabajos reunidos abren de nuevo la presencia firme en el tiempo de un escritor a contracorriente, empeñado en la construcción de un edificio literario singular. Las líneas diseñadas atrapan y dan sentido a los círculos concéntricos que trazan periplo biográfico y corpus creador. Dan pie a una interpretación fundamentada que se ubica en la independencia de la razón. La conclusión es clara: el trabajo ensayístico de Miguel Sánchez-Ostiz mantiene su vigencia sin saltos al vacío. Es un regalo lector; exento de entusiasmos mitológicos y de la subjetividad familiar, conoce a Pío Baroja como nadie.
 

JOSÉ LUIS MORANTE  



domingo, 23 de mayo de 2021

PILAR BLANCO DÍAZ. YO ESCRIBO LA NOCHE

Yo escribo la noche
Pilar Blanco Díaz
Premio de la Crítica Valenciana 2020
Chamán Ediciones
Colección Chamán ante el fuego
Albacete 2020

 

NIEBLA CON LUZ

 

   El sostenido entusiasmo de Chamán Editorial, la escala de tinta dirigida por Ana Isabel Toboso y coordinada por el poeta Pedro José Gascón Piqueras, impulsa el amanecer de Yo escribo la noche, una colección de poemas de Pilar Blanco Díaz, quien también publicó en la editorial manchega la entrega anterior Vigía de su paso (2018). El libro escoge como título un fragmento versal de Alejandra Pizarnik: “Toda la noche hago la noche. Toda la noche / escribo. Palabra por palabra yo escribo la noche”. El poemario comienza con un pórtico, “Umbral”, tras el paratexto de Hugo Mujica. Contiene solo una composición breve pero clarificadora sobre la forma de entender la mirada lírica de la poeta de Bembibre asentada en Alicante. Refrenda la vigencia en su trayectoria del sustrato onírico que vela el calado sentimental. La opción por el poema casi minimalista refuerza la confianza en el destello lírico y el empleo de un coloquialismo confidencial, en el que florece de improviso la fuerza expansiva de la metáfora, el estrato renacido del neologismo, o el trenzado de imágenes: “Es la silueta de la noche un pájaro / que apenas se sostiene en la tiniebla; / y es la tiniebla pórtico de luces, / temblor que no se eclipsa contra el suelo, / el manantial, la voz que permanece”.
   La sensibilidad de Yo escribo la noche considera la luz como una semilla provisoria que aguarda en el surco la amanecida germinal. En ese despertar del tiempo marca el paso el discurrir afectivo y emocional que sobrevive a cualquier premonición de sombras. El lenguaje crea espejismos, extrañas certezas que se van acumulando para ser tierra firme y voluntad de vida. Así se fortalece un diálogo abierto entre el sentido y la intuición irracional que se explora con un despliegue de interrogantes y sirve como pauta indagatoria a las palabras. El léxico compone un pentagrama en el que el amor presenta un perfil hermético: más allá del concepto y los significados, de los signos y sus relaciones con la realidad, se convierte en pulsión ontológica; siembra sobre el azul de lo diario nubes de luz, indicios de un alfabeto subjetivo que se esfuerza por renacer. 
    Por su entramado orgánico, la entrega de Pilar Blanco dispone su deambular en tres meandros. Si “Ello”, en el tramo de inicio incide sobre el decir introspectivo del yo enamorado, el segundo segmento “S”, titulado con cierto lucidez enigmática, si se me permite el oxímoron, puede considerarse el necesario enfoque del plural, esa suma de dos que sostiene la casa compartida. Sobrecoge la cita del nihilismo existencial de José Saramago que palpa la piel fría de la esperanza. En su condición más íntima, el yo percibe la grieta, la desazón, el perfil inquietante de las sombras al paso: “Tengo un dolor / aquí / donde la cicatriz limita con la noche”. Tantear el pasado es dejar constancia de una fuerte deriva existencial, es habitar de nuevo los rincones de una larga senda circular e inconclusa, hecha de laberintos e intemperie. Pero la poesía siempre trasciende el umbral personal para hacerse testimonio común, una geografía de la pena que recuerda en su queja el grito común. Así sucede en el poema “Cerrando astillas” un intenso monólogo dramático de un quijote atemporal que recuerda la pérdida. Todo el apartado expande una creciente sensación de impotencia, como si el yo fuera consciente de habitar un tiempo diseñado por el pesimismo atroz de algún dios ciego.
   La coherencia de ambas secciones, suma en su tramo final el apartado “Ella” que reivindica con fuerza la identidad en lucha de la voz femenina: “Soy las dos Fridas. Soy todas las mujeres que lloraron. / cierro mi pecho donde van sus palabras y se recogen astros con maletas llenas, / como albergues de sueños en una espera inútil”.. Pilar Blanco Díaz extrema la selección del paratexto con nombres propios convertidos en voces referenciales. Otra vez la épica sin épica del existir, la herida abierta, los jirones de una garganta rota, el lenguaje de un legado continuo que se retroalimenta y expande con nuevos enfoques. Las citas subrayan intensas revelaciones del dolor y la soledad, cuestionan el conformismo, rastrean el discurrir biográfico, tintan de negro el clima epocal para abrir sendas, profundas e inexploradas, a la sensibilidad subjetiva.
   En ese cruce intacto de intimismo y exploración verbal, el poemario Yo escribo la noche de Pilar Blanco Díaz recorre una geografía sentimental que habla del regreso y la pérdida, de la contraverdad de un yo enfrentado a sus propios fantasmas del pasado y sus renacidas certidumbres. Visualiza en plano corto el periplo de una sensibilidad crítica empeñada en no ser dulce, en dejar en sus ojos la ceniza volátil del incendio.

JOSÉ LUIS MORANTE


lunes, 7 de diciembre de 2020

ANA MARTÍNEZ CASTILLO. DE LO TERRIBLE

De lo terrible
Ana Martínez Castillo
Chamán Ediciones
Colección Chamán ante el fuego
Albacete, 2020

 

MERODEOS

 

   En las pulsaciones literarias de Ana Martínez Castillo (Albacete, 1978) adquieren molde estrategias expresivas diversas: es coordinadora editorial de InLimbo Ediciones, articulista cultural, escritora de relatos y mantiene una fluida relación con la poesía desde que publicó, en 2016, su poemario de amanecida Bajo la sombra del árbol en llamas. Era el arranque de una trayectoria de la que forman parte los libros La danza de la vieja (2017) y Me vestirán con cenizas (2019). Ahora presenta una nueva selección de poemas bajo el expresivo epígrafe rilkeano De lo terrible.
   He hablado hace un instante de Rainer María Rilke, de quien Ana Martínez Castillo recuerda una cita atemporal: “Porque lo bello no es nada / más que el comienzo de lo terrible, justo lo que nosotros / todavía podemos soportar…”; pero resulta inevitable rescatar otro magisterio de la poeta, la sensibilidad sombría de Edgar Allan Poe y su conocida certeza de que la conciencia legitima y resguarda un lado oscuro, donde afloran imágenes y pensamientos que carecen de idealizaciones pero preservan una ignota belleza y un atractivo halo misterioso. Con ellos –Rilke y Poe- se hace más fuerte la presencia de una realidad transformada que genera el empeño en buscar ventanas a los indicios de la vida interior que, no pocas veces, alumbran insólitos pasadizos introspectivos.
  La escritora opta por agrupar las composiciones del apartado inicial “La gran música” con un orden cardinal descendente. Así resalta la sensación de retorno hacia un punto cero, tras un cúmulo de experiencias vitales que amalgama, con voz evocativa, un magma de elementos, conjuras, y pulsos de presencias lejanas que no se ciñen al discurso lógico comunicativo sino al encuentro con el lenguaje como magma incierto de significados y expansión expresiva. El poema se hace de merodeos y acercamientos, de ese tantear en la oquedad de lo infranqueable para sondear límites y reconstruir momentos del yo que perduran en la memoria. Son extrañas visiones que merecen rescate, aunque ahora confabulen un poso de extrañeza y ajenidad.
  El poema construye al margen de la luz, exige al lector que busque significados autónomos para una dinámica textual en la que se alternan imágenes de gran fuerza semántica: “… has de ser la finitud que cae, que brinda, que gotea, la joven adicta que se colma de huéspedes las venas…”. Lo acumulativo trastoca el sentido de las palabras para que lo oculto, lejos de lo real y tangible, plasme “la belleza terrible que nos derrumba”. Otra vez resuena en el fluir de la conciencia la sensación de ser para la muerte, de ir llenando las manos de lo diario con el peso ominoso de la ceniza, como huésped incómodo que se aferra al discurrir existencial y requiere la voluntad despierta de la escritura: “escribe así, de forma automática y absurda, terrible, ambigua, escribe así todos los días”.
  Si el apartado “La gran música” aludía a la capacidad de soñar sin hacerse preguntas, siendo  pasión y búsqueda, “coágulo, raíz y vena”, el tramo de “Átropos” se encuadra en la mitología griega, donde Átropos personifica el azar del destino. Hija de Zeus y Temis, es la mayor de las tres moiras, y la que decide cortar la hebra que enlaza a cada hombre con la vida. Cuerpo a cuerpo, la muerte necesita en el aliento del padre, apagando la senda venerable que propició el comienzo. Continuar en el camino requiere superar la llamada al dolor de los ausentes. El leve trazo de la amanecida se tiñe de negro si Átropos trae la epidemia, los indicios que se hacen escarcha y frío en el discurrir. Los otros vienen al paso hacia el ahora para dejar oír presencias y voces de otros días, pistas falsas que siguen dibujando su fragilidad, las “cenicientas grietas del invierno”.
   La muerte transita y abre una ominosa estela argumental, impregnando todo el entorno: “El olor a tierra se detiene en los tejados y chirría como chirrían los pájaros, y cruje, como crujen las bocas”.
   En las composiciones de Lo terrible  la fuerza textual de Ana Martínez Castillo ilumina lo oscuro; crea un discurso alógico, que vela lo autobiográfico en un claro de imágenes de seductora sustancia. Poesía que hace del misterio un principio ordenador para abordar pensamientos y sentimientos de quien se siente decepcionado por una realidad gregaria y busca dentro los repliegues del tiempo y la memoria. Esa “cóncava oscuridad de las tinajas” en la que son siempre elementos genesíacos el vacío y la muerte, el final que mide “la líquida negligencia del canto”, los garabatos del hilo umbilical que un día se rompe.


jueves, 30 de julio de 2020

PILAR BLANCO DÍAZ. YO ESCRIBO LA NOCHE




Yo escribo la noche

Pilar Blanco Díaz

Chamán Ediciones

Colección Chamán ante el fuego

Albacete, 2020

                                                             

                                                                    NIEBLA CON LUZ

   El sostenido entusiasmo de Chamán Editorial, la escala de tinta dirigida por Ana Isabel Toboso y coordinada por el poeta Pedro José Gascón Piqueras, impulsa el amanecer de Yo escribo la noche, una colección de poemas de Pilar Blanco Díaz, quien también publicó en la editorial manchega la entrega anterior Vigía de su paso (2018). El libro escoge como título un fragmento versal de Alejandra Pizarnik: “Toda la noche hago la noche. Toda la noche / escribo. Palabra por palabra yo escribo la noche”. El poemario comienza con un pórtico, “Umbral”, tras el paratexto de Hugo Mujica. Contiene solo una composición breve pero clarificadora sobre la forma de entender la mirada lírica de la poeta de Bembibre asentada en Alicante. Refrenda la vigencia en su trayectoria del sustrato onírico que vela el calado sentimental. La opción por el poema casi minimalista refuerza la confianza en el destello lírico y el empleo de un coloquialismo confidencial, en el que florece de improviso la fuerza expansiva de la metáfora, el estrato renacido del neologismo, o el trenzado de imágenes: “Es la silueta de la noche un pájaro / que apenas se sostiene en la tiniebla; / y es la tiniebla pórtico de luces, / temblor que no se eclipsa contra el suelo, / el manantial, la voz que permanece”.  La sensibilidad de Yo escribo la noche considera la luz como una semilla provisoria que aguarda en el surco la amanecida germinal. En ese despertar del tiempo marca el paso el discurrir afectivo y emocional que sobrevive a cualquier premonición de sombras. El lenguaje crea espejismos, extrañas certezas que se van acumulando para ser tierra firme y voluntad de vida. Así se fortalece un diálogo abierto entre el sentido y la intuición irracional que se explora con un despliegue de interrogantes y sirve como pauta indagatoria a las palabras. El léxico compone un pentagrama en el que el amor presenta un perfil hermético: más allá del concepto y los significados, de los signos y sus relaciones con la realidad, se convierte en pulsión ontológica; siembra sobre el azul de lo diario nubes de luz, indicios de un alfabeto subjetivo que se esfuerza por renacer. Por su entramado orgánico, la entrega de Pilar Blanco dispone su deambular en tres meandros. Si “Ello”, en el tramo de inicio incide sobre el decir introspectivo del yo enamorado, el segundo segmento “S”, titulado con cierto lucidez enigmática, si se me permite el oxímoron, puede considerarse el necesario enfoque del plural, esa suma de dos que sostiene la casa compartida. Sobrecoge la cita del nihilismo existencial de José Saramago que palpa la piel fría de la esperanza. En su condición más íntima, el yo percibe la grieta, la desazón, el perfil inquietante de las sombras al paso: “Tengo un dolor / aquí / donde la cicatriz limita con la noche”. Tantear el pasado es dejar constancia de una fuerte deriva existencial, es habitar de nuevo los rincones de una larga senda circular e inconclusa, hecha de laberintos e intemperie. Pero la poesía siempre trasciende el umbral personal para hacerse testimonio común, una geografía de la pena que recuerda en su queja el grito común. Así sucede en el poema “Cerrando astillas” un intenso monólogo dramático de un quijote atemporal que recuerda la pérdida. Todo el apartado expande una creciente sensación de impotencia, como si el yo fuera consciente de habitar un tiempo diseñado por el pesimismo atroz de algún dios ciego. La coherencia de ambas secciones, suma en su tramo final el apartado “Ella” que reivindica con fuerza la identidad en lucha de la voz femenina: “Soy las dos Fridas. Soy todas las mujeres que lloraron. / cierro mi pecho donde van sus palabras y se recogen astros con maletas llenas, / como albergues de sueños en una espera inútil”.. Pilar Blanco Díaz extrema la selección del paratexto con nombres propios convertidos en voces referenciales. Otra vez la épica sin épica del existir, la herida abierta, los jirones de una garganta rota, el lenguaje de un legado continuo que se retroalimenta y expande con nuevos enfoques. Las citas subrayan intensas revelaciones del dolor y la soledad, cuestionan el conformismo, rastrean el discurrir biográfico, tintan de negro el clima epocal para abrir sendas, profundas e inexploradas, a la sensibilidad subjetiva. En ese cruce intacto de intimismo y exploración verbal, el poemario Yo escribo la noche de Pilar Blanco Díaz recorre una geografía sentimental que habla del regreso y la pérdida, de la contraverdad de un yo enfrentado a sus propios fantasmas del pasado y a sus renacidas certidumbres. Visualiza en plano corto el periplo de una sensibilidad crítica empeñada en no ser dulce, en dejar en sus ojos la ceniza volátil del incendio.




viernes, 5 de junio de 2020

JAVIER LOSTALÉ. LA LUZ DE LO PERDIDO

La luz de lo perdido
(Antología poética 1976-2020)
Javier Lostalé
Edición, prólogo y entrevista de Esther Peñas
Chamán Ediciones
Colección Chamán ante el fuego
Albacete, 2020

GOTAS DE LUZ


  El pulso literario de Javier Lostalé (Madrid, 1942) ha adquirido una excelente solidez con el paso del tiempo, como se percibe en la repercusión del legado en las nuevas generaciones y en las reediciones de algunos títulos emblemáticos. El recorrido, desde la etapa novísima hasta el esencialismo reflexivo de Cielo y Tiempo en lunación, ha ido experimentando un sosegado despliegue de matices en el modo de descubrir rincones de la existencia y el tacto de una belleza perdurable en sus valores estéticos. De la persistente sensibilidad del poeta y su luminosa vigencia se ocupa el volumen La luz de lo perdido (Antología poética 1976-2020) con prólogo, selección y clarificador diálogo con Javier Lostalé  de la poeta Esther Peñas.
  Desde el contexto biográfico, tan ligado al despertar democrático de un país sumido durante décadas en la ominosa umbría de la dictadura, y a la vocación periodística en radio, todavía activa en algunos programas culturales, Esther Peñas recuerda la inclusión en la muestra Espejo del amor y de la muerte (Antología de poesía española última), coordinada por Antonio Prieto y apoyada con una breve nota introductoria de Vicente Aleixandre. Sería el comienzo de una sostenida relación afectiva con Luis Alberto de Cuenca y Luis Antonio de Villena, que poco a poco se irían convirtiendo en las voces emergentes más conocidas del venecianismo madrileño. La carta de presentación literaria, Jimmy, Jimmy (1976) mostraba la influencia fuerte de Aleixandre en la celebración del cuerpo y en el calado surrealista de las imágenes, aunque también evidenciaba la influencia de Luis Cernuda en el velado de lo autobiográfico, solo entrevisto en la conmoción sentimental. Ese alba adquiere continuidad con Figura en el paseo marítimo, donde la dimensión erótica y el paso callado de la soledad alumbran un tiempo de concentrado ensimismamiento. Esther Peñas clarifica la naturaleza del  libro: “Lo insondable, el desconcierto, el enigma, el mar en definitiva actúa de catalizador de una profunda consciencia de la brevedad del amor ante la que el poeta “se inviste de soledad para salvarlo”. El estar a solas también tendría su reflejo en el ritmo de publicación, ya que esta segunda entrega abre un silencio de catorce años. El quehacer retorna con La rosa inclinada un poemario repleto de símbolos que obtiene en 1995 el Premio de Poesía Juan de Baños y se edita en Rialp. En sus esquinas se convierten en vértices semánticos la rosa, el tiempo, la soledad, la belleza, la luz, esos espacios conceptuales que tanto perduran en la travesía lírica de Lostalé y que acentúan sus coordenadas existenciales en Hondo es el resplandor, a mi entender una de las salidas esenciales del poeta por la intensidad expresiva.
    En el comienzo de siglo, Javier Lostalé hace balance y aglutina sus libros en 2003 con el título La rosa inclinada que añade al corpus completo el inédito La estación azul, conjunto de teselas en prosa anticipadas en el diario ABC. Tras esa compilación, fluyen de forma pausada otras salidas como Tormenta transparente y El pulso de las nubes. Además el perfil literario añade trazos nuevos, como antólogo de poetas jóvenes andaluces en Edad presente. Poesía cordobesa para el siglo XXI, y como animador cultural del siempre maltrecho paisaje de la lectura con Quien lee vive más, título que adquiere la contundencia de un lema publicitario. La reivindicación del encuentro con el libro busca la claridad gozosa del conocimiento, esa propuesta de la palabra  hecha refugio y búsqueda.   
  Javier Lostalé entiende la escritura como un árbol de luz, capaz de transcender la realidad con un ramaje onírico. Escribir es un acto de vida, un empeño de indagación en la transcendencia. La palabra poética avanza hacia el viaje interior, tantea esas claves de profundidad que iluminan la condición de ser. El poema, como sucede en la obra de Rilke, magisterio esencial en el poeta madrileño, adquiere una filiación metafísica, una dimensión etérea que alumbra con la fuerza de la revelación. Con la nitidez de la evidencia que perdura en el tiempo.


                                                                  José Luis Morante


martes, 21 de abril de 2020

JOSÉ ANTONIO MARTÍNEZ MUÑOZ. HASTA QUE NADA QUEDE

Hasta que nada quede
(Poesía reunida 1978-2019)
José Antonio Martínez Muñoz
Prólogo de León Molina
Chamán Ediciones
Colección Chamán ante el fuego
Albacete, 2019


LETRAS, VIDA Y UN POCO DE JAZZ


   No hay que sembrar mucho optimismo para entender. El espacio reservado a la poesía en la sociedad contemporánea no es mucho mayor que el de la solitaria complicidad de un puñado de amigos. Un intercambio de confidencias  y cervezas en un local semivacío donde suena un poco de jazz. Así lo corroboran las cifras y letras del mercado, el pesimismo cejijunto del sector al completo y el extrañamiento habitual de tantos paseantes de lo cotidiano que solo en caso de necesidad extrema recurren al libro. Por eso valoro más el entusiasmo laboral de editores independientes como Pedro Gascón y Anaís Toboso que, al frente de Chamán Ediciones, continúan apostando por propuestas singulares, sin más horizonte que facilitar la transición entre el discurso poético y el lector, sin más evidencias que ampliar la realidad con nuevos molinos.
   Sale a descubierta Hasta que nada quede (Poesía reunida 1978- 20199) el primer volumen de la producción lírica de José Antonio Martínez Muñoz (Murcia, 1959). Poeta y periodista de amplio recorrido radiofónico, comienza a escribir poesía en las postrimerías de los años setenta, cuando la algarada culturalista se iba sosegando y tomaba cuerpo, al comienzo de la década siguiente, un abanico de bifurcaciones estéticas que dejarían en primer plano el ideario figurativo. De este modo, el trayecto creador de José Antonio Martínez Muñoz se forja en cuatro décadas de escritura con notables transiciones estéticas. Pero la obra recogida en Hasta que nada quede (Poesía reunida 1978-2019) ratifica una buscada marginalidad. Solo escucha los parámetros de la propia voz y no los cantos grupales, entonados por los coros al uso. Se vislumbra el quehacer de una renovación lingüística que opta por una modulación subversiva y singular, inmersa en una búsqueda individual. Así lo ratifica el autor del prólogo, el poeta, antólogo y aforista León Molina, quien despoja al extenso legado recogido de coyunturas y modas. Desde la cálida evocación de una juventud cómplice, el introito rescata la fotografía epocal de un joven de verbo apasionado y conversación curtida con la tradición, que hace del periodismo puerta laboral, como si buscase entender los engranajes de una actualidad aleatoria y compleja. Conocer al hombre es también conocer al poeta sin líneas divisorias porque en la diversidad de registros y en el notable despliegue de recursos expresivos está, con plenitud visible, la autenticidad del camino, su recorrido en el tiempo. León Molina remansa el paso del prólogo para completar una intensa indagación en los poemarios, sus características formales, sus temas y sus claves más íntimas que dan a la lectura una ventana de claridad.
  El compendio de libros publicados es grande y por tanto es previsible un entrelazado de navegaciones que varíe las claves iniciales y la intensidad de los componentes afectivos del sujeto verbal. Se constatan también los evidentes retornos a los temas básicos y ese continuo moldeado formal que conjuga y condensa diferenciados espacios expresivos. Paisajes y amaneceres varían con el tiempo y se requiere no insertar el libro en un momento histórico concreto o en una etiqueta reduccionista. El volumen Hasta que nada quede es esencialmente la historia de un proceso. Desde el primer paso, el escritor aleja convenciones y se acerca al poema con una fuerte libertad formal. El trabajo en prosa, tan proclive a la enunciación descriptiva, incorpora préstamos de fuentes diversas como la canción, la poesía, el legado artístico o los destellos fragmentados de la realidad que la memoria guarda, como señales transitorias. Hay también un claro afán trasgresor en derivaciones ortográficas como los signos de puntuación, o en la inclusión en el poema de tachaduras espesas. La negra tinta oculta el rumor solapado de los versos fallidos o simbolizan esa mano de olvido, o convierte al poema en un molde inacabado que nunca acaba de conseguir su verdadero sentido.
  Pero los poemarios no tienen una formulación poética uniforma. En cada libro cambia el rumor cadencioso del lenguaje, la música callada del verso, o el hilo argumental que en ocasiones se acerca hasta el realismo desnudo de la prosa. Se oye el discurrir celebratorio de una canción y se busca un desarrollo unitario y prolongado como sucede en el poema río de “Nocturno para saxo”, una composición amorosa de fuerte intensidad sentimental.
   El discurso autobiográfico de Uno recuerda la presencia del yo desdoblado como habitante fértil del poema; vida y escritura se entrelazan para hilvanar vasos comunicantes del tránsito personal. La vida entonces hace balance y muestra ese inventario repleto de pequeñas derrotas, como si la ceniza y el vacío ya mantuviesen en los labios la respuesta final. También algunos poemas de La lluvia en el cristal refrendan esa condición de fragilidad en el devenir, como precisa con laconismo extremo este aforismo lírico: “Era un hombre común que escribía solo al morirse un poco”. En este poemario, de extenso desarrollo, hay también abundantes composiciones con grandes afinidades con el microrrelato, como si evidenciaran los límites cambiantes del poema siempre dispuesto a convertirse en un apunte autobiográfico o en una tesela ficcional.
  Suena fuerte el matiz semántico del aserto El hombre atardecido como si resaltara el retorno existencial a la Ítaca del vacío. Con fuerte apoyatura cultural, ese recorrido del sujeto Ulises o Nadie percibe su condición de náufrago y ese manso crepitar del tiempo cuando se hace ceniza. Denso se escucha el gotear del tiempo, el respirar cansado de la noche. Esa atardecida crepuscular de la conciencia que acepta la idea de que no hay regreso y ya florece la rosa de la nada. esta sensibilidad conclusiva cubre los versos de El viento de la Gehena. El ser para la muerte es destino implícito en el transitorio caminar del sujeto. El vacío se cumple: “Sé que he de morir: / ya no es preciso el invierno”. El peso de la tradición, como senda abierta que hace posible la apertura del propio camino, justifica la crecida de préstamos y citas. También la reactualización de voces del canon, que llegan hasta el taller del poeta para aflorar con nueva formulación. Hacen posible esta técnica constructiva los nombres de Lao-Tsé, Homero, Elliot, Emily Dikinson… Como si sus palabras arbitraran esa funcionalidad específica de formularse en el ahora.
  El libro inédito hasta la fecha Fragmenta reivindica el experimentalismo y da voz a los signos gráficos como elementos significativos que acercan esta mirada del poeta a la poesía visual y a la importancia verbal de lo omitido. Esta escritura elíptica  parece desgajarse del curso general de Hasta que nada quede y adquiere una notable autonomía expresiva. Asimismo, es amanecida la escritura de Oscurana, tan heterogénea en su concepción y tan plural en la suma de indagaciones reflexivas sobre la identidad, la naturaleza y la condición del figurante lírico. Otros fragmentos resaltan por tu disposición versal y sus aperturas formales, siempre bucles abiertos para la incitación especulativa. Se añade como epílogo el poema “Sofoclea” y un amplio apunte de incidencias biobibliográficas que trazan los andenes en el tiempo de la producción publicada.
   José Antonio Martínez Muñoz no es un poeta conformista. Mantiene una verticalidad expresiva inquietante. Le gusta practicar el funambulismo verbal. Ha leído mucho.Y en sus versos se percibe con frecuencia el contraluz de la biblioteca. Su palabra sobre palabra no es confesionalismo ni autobiografía, pero en el verbo es epidermis la erosión personal de lo vivido. En sus libros no hay anclajes tribales sino ruta propia, fraguada en el tiempo. Su poesía evidencia la fragmentación del sujeto y su deambular enajenado. Una voz a solas que no solo es señal de lo vivido sino indagación profunda en la propia esencia del ser.